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Continuación del Prólogo

Sintió un escalofrió extendiéndose por sus entrañas. Los señores Scrammer estaban almorzando en una alargada mesa de caoba. Tenían una bandeja de plata con forma de dragón y en ella, un cochinillo con una pera en la boca. Lord Inferno Scrammer levantó los ojos rojizos cuando lo vio, tenía los labios manchados de grasa. Se levantó y fue a recibir a su hijo con un abrazo. Era unos dedos más alto que Cedric y mucho más grueso; y eso que Cedric era un gigante de casi dos varas.

—Te estábamos esperando, Cedric —su voz era un matiz de calidez. Lord Inferno tenía profundas arrugas en el rostro duro, los ojos rojizos, pequeños, la barba roja salpicada de blanco y el cabello que empezaba a escasear.

Aun así, apretó a Cedric con tanta fuerza como para arrancar un árbol con todo y raíces—. Todos hablan de ti— bajó la mirada a las vendas que envolvían y sostenían lo que quedaba de su brazo—. Hijo…

—Esto —Cedric levantó el brazo escayolado disimulando una mueca —. Hacía mucho frío y no había leña, así que me encendí el brazo.

Lord Scrammer soltó una sonora carcajada que bien hubiera espantado a todos los pájaros de la calle Mercure.

—Anda a besar a tu madre —proclamó dándole palmadas en la espalda—. Desde que te fuiste detrás de ese loco, no ha dejado de preocuparse.

Lady Roselle se llevó un trozo de panceta a la boca. Era muy callada y educada, pero no pudo disimular la risa de niñita. Era una autentica Scrammer: el cabello castaño rojizo brillante, los ojos fugaces, místicos, y el rostro atractivo. Ambos eran primos. Casados por sus padres desde jóvenes por los tiempos peligrosos que corrían. En su sangre, latía el poder de los antiguos dragones, que antes de desaparecer, tomaron forma humana. Según las leyendas, los dragones llegaron del cielo engendrando descendientes que poblaron la tierra y se enfrentaron a los primeros hombres en el Antiguo Continente.

—Cedric —lo llamó su madre—, siéntate con nosotros.

Cedric le regaló una sonrisa a su madre. El cerdo cortado se apreciaba deliciosos, con un aromático olor y guarniciones suaves regadas con vino costoso. No tenía mucho apetito. Además, estaba muy cansado y la ropa sucia le pesaba. Aún así…

—¿Cómo esta él?—Preguntó Cedric. Su madre apretó los labios formando una línea fina.

—Desde que te fuiste ha perdido mucho color, creí que había mejorado desde lo ocurrido. Pero aún le cuesta sanar. Verte le ayudará, no sabe cuánto te quiere y cuánto le haces falta.

—Iré a verlo.

Lo encontró bajo la luz amarillenta e implacable del sol, demacrado y melancólico. La silla donde estaba condenado a pasar sus días, tenía dos grandes ruedas de carro, madera fina y dura. Desde el balcón se veía toda la calle Mercure y el mercado, adornada de colores vivos. Las personas se paseaban entusiasmadas por el festival. Habían limpiado la estatua del Héroe Rojo en la calle Obscura y la biblioteca del gran ventanal redondo había cerrado temprano. Todas las calles que se alcanzaban a ver desde el balcón estaban llenas de vida y color.

—Hice subir este barril cuando escuché que volviste—explicó Seth Scrammer. El barril de roble reposaba junto a un banco—. Cerveza de piña, como cuando éramos niños —sonrió, cansado. Clavó los ojos en el brazo envuelto en vendas.

—Ya no duele —advirtió Cedric con un titubeo—. Vaya par de hermanos somos: un tullido y un manco. Nuestros padres deben estar orgullosos.

Seth sirvió cerveza en una taza de madera, y luego le tendió otra a Cedric. El sabor de la piña fermentada le recordaba días ajenos en donde su hermano caminaba. Pero el anterior castellano se había roto la espalda de una gran caída. Los guérisseurs intentaron sanar sus piernas, pero nunca se recuperó. Nunca regresó a ser el mismo… Se había perdido a él mismo.

—Dejar de caminar fue perjudicial para mi influencia en la Sociedad de Magos— Seth bebió un largo trago—. Sir Cedric, el Dragón Escarlata… está en la boca de todos los habitantes del reino. Se preocupan por ti… En cierto modo, te aman—Señaló su brazo herido con la jarra—. Deberías de tener más cuidado. La familia Scrammer ha pasado por mucho… Somos miembros del Instituto y debemos ser imparciales, pero también somos ciudadanos de la isla. La oscuridad acecha. Y cuando las tinieblas gobiernen aquellas almas condenadas mostrarán sus intenciones. Hablo de los demonios ocultos en las masas. Necesitamos una fuente de luz. Tú serías el rey que todos sigan.

Cedric tomó un sorbo. La boca se le llenó de un sabor frutal, dulce y embriagador. Aún estaba frío.

—Si este brazo es tan importante para mi imagen, me lo mandaré a cortar y me haré una mano de oricalco como nuestro querido Lord Verrochio.

Seth sonrió… Hace muchos años que Cedric no lo veía sonreír de esa forma.

—Todo ha cambiado —soltó con un deje de aflicción. Seth tenía el rostro apagado y los ojos rojizos hipnotizados de un temor casi ciego—. El supuesto rey al que juramos defender se ha rodeado de influencias peligrosas. Se ha liberado un mal en las profundidades de la tierra. Por siglos, hemos vivido en esta isla, rodeados de la paz que construyó el Rey Exiliado.

»Pero he visto la decadencia, Cedric. Tengo un informante en la corte del rey. Estoy en una silla, postrado, pero mi mente va más allá de lo que imaginas. Mantengo conversaciones con agentes en cada rincón de la isla. Las historias que me cuentan los mercaderes no me dejan dormir. El Bosque Espinoso esta plagado de terrores. La maldad engendra en los corazones terribles circunstancias. Plagas, pestes, hambrunas, sequías… guerras. Las profecías que me cuentan son devastadoras. Se acerca una nueva era, Cedric. Nacerán héroes y villanos. Se cantarán canciones de guerra. Se pelearán batallas encarnizadas. Ríos de sangre correrán por las ciudades.

»La corte se jacta de arrogancia. Manipulando fuerzas que van más allá de su compresión. Dejando escapar a los terrores exteriores que los antiguos fundadores de la isla crearon para mantenernos encerrados. En estos tiempos venideros de redención… Se cantarán canciones y se alzaran leyendas. La pregunta es… ¿Qué papel tendremos nosotros en las historias que están por venir?

»El reino tiene sus esperanzas en ti. Si de verdad te importa todo lo que significa esto—señaló el emblema del arcángel en su capa deshilachada—. El legado que les pertenece a los magicians. Velar por los habitantes de esta isla... protegerlos… dejar que vivan las vidas que desean… que nadie sufra. Toma tu decisión, Cedric. Nuestro pueblo sufrió demasiado en el pasado…

Pensó largo rato en algo que decirle a su irritado hermano. Sus ojos sangrientos lanzaban destellos de sol... estaba atardeciendo. Pronto llegará el anochecer y los bardos saldrán a cantar sus canciones hasta la medianoche. Pregonando inmaculados sueños de redención. Batallas frustrantes. Emblemas rotos. Tiranos y guerras sin sentido.

—Yo no tengo madera de gobernante—dictó Cedric, con una sonrisa triste—. Me temo que no podré encabezar otro levantamiento en nombre de los dragones. Quizás tú… podrías ser el rey que no queremos, pero que necesitamos. Serías un estupendo rey… Te sientas como ninguno y nadie es tan rápido como tú en una silla de ruedas.

—Un rebelde en una silla de ruedas—sonrió su hermano—. Puedes tomar cualquier decisión que quieras. Tienes influencia en la Sociedad de Magos. Pisarro no dudaría en seguirte con una carta, al igual que tus pupilos… Quien sabe. Quizás los Château se unan a la batalla si eres tú quien domina.

Cedric sorbió todo el caldo que Seth le sirvió. Lo pasó de a poco…. Pero, era difícil no vislumbrar el futuro amargo que le esperaba al tomar aquella decisión. No… Como caballero le correspondía la responsabilidad. Era un siervo del reino, un protector de la oscuridad y el caoísmo. No un gobernante. Ni siquiera se le acercaba a un regente.

—Tomé mi decisión—En los ojos nublados de Joel existía esperanza—. Puedo detener la influencia de la sombra gris. Solo necesito un poco de tiempo, Seth. He luchado antes con mortificadores. Magos negros siniestros que se desmoronaron como polvo al enfrentarme. Mi vida es…

Cedric había dedicado gran parte de su mandato al reino. Las personas de la isla lo necesitaban otra vez… Se había enfrentado muchos magos negros y brujos. Era un cazador de alimañas. Su fama creció al derrotar a un mago negro que aterrorizó Pozo Obscuro y asesinó a varios magicians. Desmanteló sectas y calcinó a locos ambiciosos.

—La bruja—oyó decir a Seth. Todo regresó en una poderosa oleada. Tan estrepitosa, que un dolor sordo lo inundó detrás de los ojos. El brazo… sentía un profundo dolor en el brazo. Un calor imaginario que le atravesaba la piel con agujas invisibles— Ella… dijo que terminaría como la mitad de un gran hombre.

—¡Ya!—Cedric apretó las muelas. Lo había olvidado, pero…

—La profecía.

—¡Mi vida!—No iba a dejar que una vieja profecía que siempre olvidaba. Lo detuviera—. Es para con mi familia, mis hijas, mi hogar…

Se fue a bañar en una enorme tina de mármol con dragones tallados y fuegos espectrales. Se quitó el vendaje Sucio del brazo con una mueca de dolor. Las costras de sangre seca se le pegaron a las vendas y tuvo que arrancárselas… Cuando acabo, vio un brazo enrojecido y chamuscado, con tiras de carne sobresalientes. El hueso se veía en algunas secciones del tejido encarnecido. Había perdido todos los dedos… Era un milagro que no perdiera el brazo hasta el codo, porque de la mano sobraba un muñón carbonizado. Sentía escozor y un calor que no estaba allí, rectó por su piel. Perdió el movimiento del brazo hasta el hombro, entumecido, la cabeza le daba vueltas. Las náuseas lo sofocaron. Los remedios que ingirió para el dolor «cómo se llamen», dejaban de hacerle efecto y no pasó mucho, hasta que el calor se volvió insoportable y le saltaron las lágrimas.

Se quedó allí, mordiéndose la lengua, hasta que el agua caliente se enfrió y acabó con el cuerpo adolorido. Uno de los criados entró para preguntarle si necesitaba más agua caliente y él le pidió que llamara a un guérisseur con las fuerzas que logró reunir. No pasó mucho, hasta que el criado entró con un hombre barbudo y gordo con un montón de cosas en las manos.

—Sir—dijo con una voz profunda y junto al criado desplegaron todo, sobre una sábana, junto a la tina: unos paños blancos, algunas vasijas selladas de barro, botellas, unas agujas e hilo de tripa y vendas limpias—. Me llamo Marcel Brosse, vivo en la biblioteca de la calle Obscura.

Marcel tenía unas manos grandes como jamones, pero hábiles. Limpió su brazo con un paño mojado en yodo… con una delicadeza increíble. Le aplicó una cataplasma de hierbas del cual solo reconoció un poco de manzanilla de aroma delirante y lo vendo con movimientos armoniosos. El hombre gordo tenía un anillo de oro que sujetaba su barba cobriza entrecana y la sonrisa amarillenta de los fumadores de tabaco. Le dio de beber un extraño brebaje que sabía a pasto amargo y olía a té.

—Es una infusión de pasiflora y otras hierbas —respondió Marcel Brosse y junto al criado, lo ayudaron a secarse y cubrirse con unas mantas. Poco a poco, el dolor casi desapareció… junto al ardor. Cedric sintió como se quedaba dormido.

Lo llevaron hasta su habitación, la cama apretujada junto a figuras de héroes y libros de aprendizaje. Lo recostaron en la misma cama ancha que se inclinó bajo su peso. En la calidez de las mantas soñó con la bruja y esa noche del festival…

—Ten cuidado con lo que tocas —le advirtió Seth. Le sacaba una cabeza de alto y no parecía asustado. Más bien, una curiosidad malsana alimentaba su ego.

La caseta de la bruja, polvorienta, débilmente iluminada y atestada de especias y frascos. Era un pequeño cubículo al fondo de la calle Etoile, junto a edificios abandonados y guaridas de vagabundos. Habían ido más allá del umbral de las festividades y los puestos de tendederos, para ver a los brujos y sus actos maléficos. Cedric recordaba a la serpiente de boca negra retorcerse en la botella. El cuenco con un corazón sangrante. La mariposa de dos palmos, con las alas violetas ribeteada de azul. Lo que no encajaba, era el muñeco de trapo rojo, con la garganta ensartada de alfileres.

Cedric asustado, tomó de la muñeca a su hermano mayor. Su hermano jugueteó con una lanza de hueso, recorrió un dedo por el filo. Soltó un grito y la sangre negra manchó el suelo de tablas, corriendo por su dedo. La bruja apareció de entre las sombras, surgida de una pantalla de incienso. Ataviada en una túnica de lana negra y ornamentada con un largo collar de huesecillos curiosos. Tenía el rostro corriente, envuelto en el humo aromatizante de su pipa de arcilla. Ojos bellos y crueles de mortificador… como lunas brillantes con motitas de oscuridad.

—¡Dioses!—Bufó Seth—. Buenas noches, señora… Vinimos a…

—Buenas noches, niños—se presentó con una voz suave y monótona—. La señora Gallete Sangreazul… Para servirlos.

Abanicó el humo con su sombrero de plumas de cuervo. Su cabello era largo, negro y brillante… sus labios carnosos eran azules. A pesar de... portar un aire de mucha edad, se veía muy joven. Clavó aquellos ojos luminosos en la sangre de Seth. Se mordió el labio, esperando.

—¿Ves los caminos de las personas?—Replicó Seth, con voz temblorosa. Su cabello rojo parecía inquieto, se palpó el bolsillo lleno de estrellas de bronce y unos cuantos valiosos oriones de plata.

Madame Gallete en un instante, le tomó la mano a Seth. El niño ni siquiera pudo retroceder, una corriente desconocida pasaba por sus cabezas. Destruyendo todo rastro de sentido. No podían escapar.

—Monedas hay muchas, muchacho. Lo más valioso es el fuego en la sangre—su voz era una melodía hipnótica.

Cedric había soñado tantas veces con aquel recuerdo. Aquellos ojos luminosos y crueles siempre lo hacían estremecer. Los animales embotellados soltaban chillidos. Las salamandras de fuego brillaban, anaranjadas… en frascos de vinagre. Los pensamientos de la bruja se extendían más allá de su mente... penetrando en las suyas. Su influencia manchaba el delicado velo que sus cerebros. Manchando aquel sudario con impurezas.

Seth asintió, con nerviosismo.

Gallete buscó un frasco oscuro. Estiró el brazo de Seth, presionando sus dedos ensangrentados. El rostro del niño se deformó en una mueca de dolor. Las gotas rojas resbalaron por sus dedos. Cuando tuvo suficiente… meneó la sangre como si fuera un elixir preciado.

Se retiró, detrás de una mesa con olor a especias, con una vasija llena de agua cristalina.

Seth mojó un dedo en una espesa tinta negra y dejó caer una gota en el agua. La bruja fijó su mirada en la tinta… parecía ver más allá. Ver la tinta divagar en el agua a la luz de las velas. Un ritual incoherente. Cedric se sintió muy pesado mientras escuchaba los sonidos de profería la garganta de la bruja. Un profundo susurro. Un lamento. Una canción de medianoche que rompía el alma. Allí, se esclarecían los sueños. Se alimentaba al remitente de las esperanzas vacías. La anhelada redención. La bruja levantó sus ojos brillantes, escarbando en las iris sanguinolentas del niño.

—Los caminos que conducen al destino son diversos, inciertos y nublados. Su visión no deja de ser perturbadora. Haz tu pregunta, vestigio de dragón.

Seth dudó un momento, tenía el dedo metido en la boca y chupaba la sangre con avidez.

—¿Solo una pregunta?—Parecía desilusionado.

El silencio habló por la bruja. Miraba con expectación la tinta divagando en el agua, mostrando imágenes del futuro indeleble. Las formas variadas parecían indistinguibles a sus ojos inocentes.

—Aquellos que conocen su destino están condenados a cumplirlo.

—¿Seré un gran hombre?

—Sí—sonrió con aquellos labios azules. La taza temblaba en sus manos, sus gestos lo desconcertaron—. Pero… terminarás como la mitad de uno.

Seth se le río en la cara. Era solo un niño, ¿cómo iba a terminar como la mitad de un gran hombre?

Seth estudió con esmero, se esforzó en el Château hasta llegar a la cima y se enfrentó a una bestia asesina en un pantano. Ganando renombre. Seth luchó, creció, batalló, sufrió y cayó de la torre… Era la mitad de sus fuerzas. Medio hombre. Un lisiado en una silla abandonada. La profecía lo había arrastrado. Estuvo condenado desde que escuchó aquellas palabras malditas.

—Yo también quiero saber—Cedric dio un paso. La curiosidad infantil lo traicionó.

«Cuando mueras—Las palabras eran una brisa que se esfuma. Como la nieve o el fuego. Pero… la nieve se hacía agua y el fuego dejaba cenizas—. El día que mueras…».

¿Había olvidado las palabras de la bruja? No… No podía olvidar aquello. Era de madrugada y no podía dormir. Se levantó teniendo pesadillas con abominaciones y nubarrones tormentosos. Una barcaza sobre un río rojo, rumiante de cuerpos flotantes, viajaba hasta él. La figura tenía una túnica escarlata y una máscara dorada. Olía a salitre. Se despertó en la madrugada y escribió cartas… A Pisarro du Valle. Julius van Maslow; el Mago Morado del Crepúsculo… y al rector Cassini Echevarría. Les detalló lo que pasaría, las dejó sobre la mesa… Frustrado. No podía dormir… No ahora, cuando las emociones pesaban en el aire. Dio vueltas en la habitación… Giró los soldados de madera en sus dedos. Eran pequeños y detallados. La pintura de San Wesen, el Héroe Rojo se estaba desmenuzando. También tenía un muñeco de Seth y un monstruo colmilludo de escamas verduscas. Lo vio en una obra de marionetas y no dudó en comprarlo para levantarle el ánimo a Seth. Su hija mayor Balaam aprendió a manejarlo con rapidez. Su esposa siempre se reía cuando ella y él los manipulaban por los hilos, recreando la batalla en el pantano. Aunque… La verdad era más cruda. Su hermano nunca hablaba de aquel monstruo. Así como Cedric no quería hablar del Homúnculista.

Buscó el cristal brillante atado a su cuello. Llamó a sus magicians a través de él… Aún podía lograr un cambio. Como magician, tenía un último trabajo. Se calzó las botas con esfuerzo. Un chaleco de cuero, sobre una túnica oscura. Se puso sobre los hombros una nueva capa de un rojo vivo y el ángel Lucifer bordado en hilo dorado, amenazante… Cedric no tenía varita. Ya no necesita un canal para liberar la quintaesencia. Aquello era de magos ineficaces. Le escribió una carta a su hermano y la dejó en la mesa. Volvería… para salvar a sus hijas.

George Bramante y Pietro Brunelleschi lo esperaban afuera de la casa. Sus magicians llevaban el manto con orgullo. George se cepilló el pelo rubio y Pietro tenía una espada y un puñal al cinto. Eran fantasmas tejidos con hilos de sangre, silenciosos y obedientes. Llamó a todos sus magicians, pero ellos fueron los únicos que volvieron. «Por supuesto… Les ordené que se marcharan». Ellos eran los únicos tontos que se quedarían a pelear. Los únicos fieles que le seguirían hasta la muerte. Escoltaron a Cedric a lo largo de la calles, el mercado desolado, la plaza Obscura y las casas silenciosas. Los jaques huían, sin cuidado, al verlos doblar la esquina. Pietro Brunelleschi lo seguía a su espalda y George iba delante, cuidando el camino. Llegaron al castillo, con el rastrillo levantado. Estaba amaneciendo… Recorrieron la Torre del Hombre Arrojado. Echaron un vistazo al jardín de las estatuas. Subieron las escaleras hasta el salón del trono y allí, ante la puerta. Los miró a ambos, serio y enfadado.

—Les ordené que se fueran de la ciudadela—bramó Cedric, con el ceño fruncido. El brazo oculto en su capa le picaba—. Y me desobedecieron.

Pietro miró al suelo. George se golpeó el pecho con el puño, tenía la varita de arce en la otra mano.

—Usted no es mi señor—se volvió a golpear—. ¿Por qué tendría que obedecer sus órdenes, cobarde?

—¿Cree que dejaremos a un pobre manco enfrentarse solo a un mago negro?—Pietro levantó la voz. Sus ojos oscuros echaban chispas.

—Muchachos…

—Ya no somos sus hombres—musitó George. Su varita vomitó chispas—. Vinimos hasta aquí para salvaguardar a la isla.

—Sir—Pietro tenía la voz melindrosa. Las lágrimas estaban a punto de rodar por sus mejillas—. No pudimos hacer nada contra los… monstruos de aquel laboratorio. Nuestros compañeros… No, nuestros hermanos. Fueron arrastrados, a muertes dolorosas… mientras nosotros vivimos. Estuvimos pegados a usted, siempre… Somos unos cobardes.

—¡Por eso voy a seguirlo hasta la muerte!

—¡Pietro, George!—los llamó con autoridad, ambos enmudecieron—. Ustedes fueron conmigo al infierno y regresaron. Son los más valientes de todos. La isla necesita héroes como ustedes. Personas que sacrifican lo que son por el bien de los demás. Ustedes… merecen tener largas vidas. Por favor, no me sigan. ¡Váyanse!

Los hombres negaron con la cabeza. Tenían los ojos enrojecidos. Cedric empujó las pesadas puertas del salón… La amplia estancia se desdibujó ante los crisoles coloridos que brillaban en la penumbra. Las largas butacas de madera exhibían el polvo y la alfombra mullida tenía manchas de tierra. Las ventanas colgaban, abiertas, impidiendo que la luz del amanecer se filtrara por los vidrios templados. Los magos iban a cada lado, la varita de George escupía chispas doradas con cada paso y Pietro mantenía la suya, oculta, atada a su muñeca. Cedric era más alto que ellos, pero sus figuras lo hacían parecer más imponente.

Encontraron una sombra gris, envenjecida y arrugada. Contemplando el trono, labrado de un roble oscuro con tallas de ogham y ribetes de oro macizo. Era una sombra austera, envuelta en humo… La oscuridad lamía sus pies descalzos y sus manos eran como hojas arrugadas. Los estaba esperando… Levantó sus ojos grises hasta ellos con una sonrisa maliciosa en los labios colgantes. Su mirada era gris, pero luminosa como la de Gallete. Una especie de hielo sucio, cautivador

—Beret—lo confrontó Cedric, despectivo.

—Sir Cedric—le dedicó una sonrisa blanquecina, congelada—. Sabía que iba a venir—río por lo bajo, satisfecho. Frotaba sus manos—. Es una lastima… El reino tenía sus esperanzas en usted. Las tiró a la basura, junto con su vida. Siguiendo una sociedad escuálida, construida sobre la exclusividad y la existencia de los privilegiados. Siempre… he odiado a los que viven en su ilusión. Desde nacimiento… solo saben disfrutar. Nunca han probado el sufrimiento que el resto padecemos. Usted, vive en una burbuja. Mientras el resto nos ahogamos en la miseria.

Sus labios pálidos se tornaban un poco azules, cuando sonreía o… No, Beret no valía la pena. La presencia del anciano lo incomodaba, la tensión podía cortarse en el aire. Cedric levantó su mano ilesa, abrió y cerró el puño y las flamas azules se encendieron. Recorriendo sus dedos con un calor agradable. No necesitaba concentrarse para liberar pequeñas dosis de esencia… La corriente recorría su mano con un hormigueo.

—Es un viejo patético con razones despreciables. He matado a peores… ¿Cree que puede manipular a un anciano senil con sus pésimos poderes mentales?

—¿Mi discurso no lo convenció?—Beret bajó los escalones hasta ponerse a su altura—.¿Viene a ver al rey?

Cedric se inclinó, caminando hasta el anciano, sus zancadas se abrían paso en el suelo. Seth le había contado todo lo que le había dicho su informante. Tenía cartas, documentos, seguimientos… Todo lo que Seth había recopilado con su red de espías. Tenía ojos y oídos en cada rincón de la isla. Lord Beret apretó los labios, parecía tan diminuto cuando Cedric le pasó una mano en el hombro. Sus ojos se encontraron.

—No sé de dónde viene… O quién será realmente—explicó Cedric—. Pero la Sociedad de Magos lo persigue. Yo lo persigo. Sé que lo expulsaron del Templo de las Gracias. Sus prácticas se volvieron inhumanas, disgustaron al Grand Maître Guérisseur Theus. Le arrebataron las insignias. ¿Qué hace un hombre manipulando cadáveres? Sus experimentos macabros, mancharon el nombre de los sanadores del templo. ¿Qué busca un hombre que se enfrenta a la muerte? ¿Qué desea, un mago negro?

»Años después. Se unió a la Maison de Noir como alquimista. Pasando desapercibido… sus investigaciones junto al rector Comodoro. Nadie sigue que intentaban desatar en las cámaras secretas del lugar. Lo vieron tratando con Giordano Bruno, conocido como el Homúnculista al volverse loco y ser expulsado de la casa de estudio. No lo conozco, nadie lo hace… Pero tengo una conjetura. Usted es un seguidor del caoísmo. Un mago que manipula las ramas prohibidas del Misticismo. La magia negra puede respirarse a su alrededor. Apesta a secretos y maldad.

—No existe tal magia negra, Sir—Lord Beret se frotó las manos. Su rostro no parecía expresar el miedo que sentía—. Solo son conocimientos incomprendidos. Los ignorantes temen lo que conocen. Como usted… persiguen a individuos que investigan la verdad del mundo. Me odia, pero yo no le guardo rencor. No siento nada por una persona que no puede ver más allá de su cuarto oscuro. Lamento que no nos hayamos conocido en otras circunstancias. Será un gusto… trabajar con lo que quede de su cuerpo

—No podrá escapar—Cedric hizo caso omiso a las palabras filosas del anciano. Miró a sus magicians y le dio la espalda a Beret—. Solo quiero que sepa… Que nuestro pueblo ha sufrido demasiado. Hemos sido perseguidos durante milenios.

Las escaleras hasta los aposentos del rey Joel quedaban detrás del trono. Cedric lo rodeó, se dirigía a la torre real. Miró a su espalda. Pietro desenvainó la espada y empuñó la varita… Recorrió el filo de la espada con la varita. La hoja de encendió con un resplandor de llamas pálidas. George levantó la varita, anunciando una Imagen Elemental.

—Un cielo negro esta lleno de brillantes estrellas azules.

La energía ionizada en el aire silbó. Una luz morada resplandecía, la varita vomitó un chorro de plata brillante… La centella de plasma olía a hierro ardiente. Cortando el estrecho espacio del salón. Beret levantó las manos arrugadas y la centella estalló ante ellas con un sonido metálico, regando el suelo con chispas pálidas. La varita de Pietro disparó un hilo de proyección que partió las butacas a la mitad. La espada del magician refulgía, centelleante, mientras avanzaba a zancadas hasta el anciano.

Cedric subió las escaleras de tres en tres. La puerta abierta lo dejó entrar, los ruidos de la batalla fueron desapareciendo con cada paso. La habitación estaba oscura. Una cortina ocultaba la cama, junto a ella, había una fresca de tinto y dos copas de oro.

—¿Cedric?—La voz del rey Joel era frágil y benevolente, pero algo no estaba bien. El anciano reposaba en la cama con los labios amoratados y los ojos empequeñecidos—. No… Tengo mucha sed… No… Mi boca… seca.

—Joel.

Corrió la cortina. Joel pálido y enfermizo miraba al techo. Su sombra serpenteaba en la pared, oscura, alta. Olía a químicos, a mercurio. Los ojos violáceos del rey brillaban con cierta intensidad, opacos. Debía liberar su mente de aquel maleficio que la aprisionaba. Los mortificadores podían encerrar o robar los pensamientos en la mente de una persona, pero no podían borrarlos. Usaría su quintaesencia como llave para abrirse paso a través de los recuerdos del anciano, pero debía tener cuidado… Era un hombre muy viejo. Podía fundir sus pensamientos al someter su mente.

—Vino—suplicó el rey, sus labios resecos se caían a pedazos—. Sed… Si vas a matarme. Déjame probarlo, por favor. Para este viejo. Es de la mejor cosecha, de Pozo Obscuro… espeso y tinto.

Cedric resopló. Afuera se escuchaba como las butacas volaban por los aires. Los estallidos de esencia y las transmutaciones energéticas. Se adelantó a servir las dos copas… Tenía mucha sed. Todo estaba pasando… Estaban enfrentando a un mago negro de madrugada en el salón real. Era su último enfrentamiento, iba a abandonar su lugar como castellano en la Sociedad de Magos. Se volvería un consejero del rey al mudarse a la casa de sus padres. El reino no caería, sus hijas no morirían. La edad oscura que su hermano pronosticaba podía impedirse. Las plagas, las pestes, la hambruna, las guerras y… los gusanos. Lucharía contra aquellas fuerzas incontenibles. Junto al rey Joel, y mucho después. Hasta que sus fuerzas se extinguieran. Mientras Cedric Scrammer viva, el reino no moriría. Le tendió la copa al anciano. Joel bebió un poco del vino oscuro y sus pulmones volvieron a funcionar con eficacia.

Olisqueó el vino. Sí, olía a triunfo. El clavo le daba un toque dulzón. Levantó la copa, esperanzado. Tenía la certeza de que el cambio venía en camino. De que le vida seguiría. De que Balaam y Agnes tendrían un futuro luminoso. De que sería el marido tranquilo que siempre había deseado su esposa.

—Brindemos—entonó con una sonrisa. Los ruidos habían cesado. Sus magicians tuvieron dificultades, pero vencieron… Como siempre—. Por la paz del reino… y por un nuevo comienzo.

Ambos alzaron las copas con sonrisas y bebieron un profundo trago. El vino espeso, caliente y negro le recorrió el pecho con un ardor de satisfacción. Los tentáculos calientes le bajaron por el estómago, aferrándose al calor de su cuerpo. Las mejillas se le encendieron. Tosió, un poco… Le picaba la garganta.

—Arrodíllate—escuchó una voz suave. Beret apareció en la puerta de la habitación con la túnica manchada y las manos manchadas de sangre. La vista se le nubló—. Muere… como todos los que se oponen al cambio.

Cedric se derrumbó, su pecho estaba encendido en un asfixiante calor. Cuando intentó hablar, su boca se llenó de sangre y la vomitó sobre sus manos… No podía respirar. Todo lo que tenía en los pulmones era sangre y líquidos. Se ahogaba, arrastrándose por el suelo. Tosió, los gotas sanguinolentas caían al suelo. Sus ojos enrojecían, saliendo de sus cuencas.

«Cuando mueras» profetizó la bruja cuando era un niño. El líquido rojo y espeso se le escurría entre los dedos. De su boca brotaba un manantial sanguinolento… Intentó respirar por última vez, pero su garganta quemaba. No podía morir… No ahora. Cuando tenía esperanza. Las manchas oscuras carcomieron sus ojos. El dolor traspasó su pecho y se desgarró el cuello con los dedos. Suplicando por aire… La sonrisa de Beret se ensanchó.

«No».

—El día que mueras, joven dragón—la bruja tenía los ojos luminosos cubiertos de lágrimas sulfurosas. Su mirada era moribunda… Los matices tristes envolvían su vacuidad—. Tu vida entera escapará de tus manos…

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