Capítulo 4: El Regreso de Laura
La noche envolvía la ciudad en un manto de silencio, roto solo por el eco distante de un automóvil que se desvanecía en la lejanía. Elena estaba sola en la sala de su nuevo hogar, un espacio que, aunque lujoso, le parecía tan frío y vacío como el matrimonio que había sellado con su firma horas atrás. Sus manos temblaban ligeramente mientras sostenía una copa de vino, intentando encontrar consuelo en el líquido oscuro, pero solo encontraba el sabor amargo de la resignación.
De repente, el sonido del timbre irrumpió en la quietud, haciendo que Elena diera un respingo. No esperaba a nadie a esa hora, y menos en una noche tan tensa como esa. ¿Quién podría ser? Se levantó, cada paso una batalla contra el miedo que empezaba a enredarse en su pecho. Al abrir la puerta, la vio.
Laura. La ex novia de Alejandro.
La mujer que, sin previo aviso, volvía para reclamar lo que creía suyo.
Vestida impecablemente en un abrigo rojo que contrastaba con la oscuridad de la noche, Laura sonrió, pero sus ojos, afilados como cuchillas, no transmitían ninguna calidez. "Elena, querida," dijo con una voz que rezumaba falsa dulzura, "¿no me invitas a pasar? Después de todo, tenemos mucho de qué hablar."
Elena la observó por un instante, tratando de disimular la sorpresa que la golpeó como un rayo. Sabía quién era Laura, pero no había imaginado que aparecería tan pronto, y menos en su puerta, como un fantasma del pasado de Alejandro que regresaba para atormentarla. Sin embargo, no permitió que sus emociones se reflejaran en su rostro. Se hizo a un lado, permitiendo que Laura entrara.
"Claro, adelante," dijo Elena, con una calma que no sentía.
Laura avanzó lentamente por la sala, sus tacones resonando sobre el mármol como si marcara el ritmo de un duelo inminente. Se detuvo junto a una mesa, acariciando distraídamente la superficie mientras sus ojos recorrían la habitación, evaluando cada detalle. Elena cerró la puerta, sintiendo cómo la tensión en el ambiente crecía con cada segundo.
"Este lugar es... encantador," comentó Laura finalmente, su tono tan calculado como cada uno de sus movimientos. "Muy del estilo de Alejandro, aunque debo decir que lo recordaba con un gusto más refinado."
Elena no respondió a la indirecta, pero sus manos se apretaron en puños a sus costados. Sentía la amenaza en cada palabra de Laura, en cada mirada que lanzaba alrededor, como si estuviera buscando debilidades, grietas en la fachada de este matrimonio reciente. Sabía que no podía permitirse mostrar ninguna. Este era un juego de poder, y no podía darse el lujo de perder.
"¿Qué es lo que quieres, Laura?" preguntó Elena, y aunque su voz era firme, dentro de ella la incertidumbre se agitaba como un mar embravecido.
Laura sonrió, una sonrisa tan afilada como un cuchillo. "Quiero lo que siempre ha sido mío. Alejandro. No te engañes, Elena. Este matrimonio que has firmado... no es más que un contrato. Un papel sin valor. Yo soy la única que conoce al verdadero Alejandro, sus deseos, sus ambiciones. Lo que hay entre nosotros no puede ser destruido tan fácilmente."
Elena sintió un nudo formarse en su estómago. Había esperado enfrentarse a desafíos en este matrimonio, pero no tan pronto y no de una manera tan directa. Laura no estaba aquí para conversar, estaba aquí para destruir cualquier seguridad que Elena pudiera haber comenzado a construir. Y lo estaba haciendo con precisión quirúrgica.
"Él tomó su decisión," replicó Elena, obligándose a mantener la mirada fija en los ojos de Laura. "Decidió casarse conmigo."
Laura soltó una risa baja, una risa que resonó en la sala como un eco perturbador. "¿De verdad crees eso? Alejandro no decide. Él toma, él conquista. Tú no eres más que otro trofeo en su estante, Elena. Pero un trofeo puede ser reemplazado fácilmente cuando uno más brillante aparece."
Cada palabra de Laura era una daga, y aunque Elena intentaba no dejarse afectar, no podía evitar sentir la punzada del dolor. Sabía que su matrimonio con Alejandro no era por amor, pero escuchar a Laura, tan segura de sí misma, tan convencida de su derecho sobre Alejandro, era como tener que beber veneno a sorbos.
"Si realmente lo conoces tan bien, entonces sabrás que no se deja manipular tan fácilmente," dijo Elena, su voz cargada de una determinación nacida de la desesperación. "Alejandro tomó su decisión, y yo estoy aquí para quedarme."
La sonrisa de Laura se desvaneció ligeramente, pero no la mirada de desafío en sus ojos. "Eso veremos," murmuró, antes de girarse hacia la puerta, dejando la sala tan abruptamente como había entrado.
Elena se quedó de pie en medio de la sala, la respiración agitada, su mente corriendo a mil por hora. Laura había lanzado la primera piedra, y aunque Elena había mantenido su posición, sabía que este solo era el comienzo de una guerra silenciosa, una guerra que se libraría en las sombras, en palabras y miradas, en dudas y miedos.
Elena cerró los ojos, tratando de calmarse, pero las palabras de Laura resonaban en su mente, ineludibles. No era solo la amenaza de Laura lo que la perturbaba, sino la incertidumbre que ella misma sentía. ¿Hasta qué punto conocía realmente a Alejandro? ¿Era Laura una amenaza real, o simplemente una ex amante despechada que no había aceptado el rechazo?
La puerta principal se abrió de nuevo, esta vez con un clic suave, y Alejandro entró. Su presencia llenó la habitación, trayendo consigo una tensión diferente, una que Elena ya conocía bien. La vio detenerse al notar la perturbación en su rostro, sus ojos oscuros se estrecharon mientras la evaluaba.
"¿Qué ha pasado?" preguntó, su voz baja pero cargada de autoridad.
Elena tomó un respiro profundo, decidiendo en un instante que no iba a mostrar ninguna debilidad. "Laura estuvo aquí," dijo, observando cuidadosamente la reacción de Alejandro.
Él no mostró sorpresa, pero sus ojos se oscurecieron aún más. "¿Qué quería?"
Elena se encogió de hombros, tratando de parecer despreocupada, aunque sentía que cada fibra de su ser estaba en alerta. "Lo que siempre ha querido. A ti."
Alejandro la miró fijamente, su expresión volviéndose impenetrable, como si estuviera analizando no solo sus palabras, sino también lo que no estaba diciendo. Finalmente, dio un paso hacia ella, cerrando la distancia entre ellos, y Elena sintió la presión de su presencia, una fuerza que siempre la hacía sentir atrapada entre la espada y la pared.
"Laura es parte del pasado," dijo Alejandro, su tono definitivo, como si eso pudiera poner fin a la conversación.
Pero Elena sabía que no era tan simple. Nada con Alejandro lo era. "El pasado tiene una manera de volver cuando menos lo esperas," respondió, sus palabras más cargadas de significado de lo que pretendía.
Alejandro levantó una ceja, un destello de algo que Elena no pudo identificar cruzando por su mirada. "Laura no es una amenaza para ti, Elena. Tú eres mi esposa. Es contigo con quien estoy ahora."
Elena mantuvo su mirada fija en él, buscando en sus ojos alguna señal de la verdad detrás de sus palabras. Pero como siempre, Alejandro era un muro impenetrable, una fortaleza que no dejaba entrever nada de lo que pasaba realmente por su mente. Y eso, más que cualquier otra cosa, era lo que más la aterraba.
"Entonces no hay nada de qué preocuparse, ¿verdad?" dijo Elena, intentando que sus palabras sonaran convincentes, aunque una parte de ella seguía sintiendo la sombra de Laura al acecho.
Alejandro no respondió de inmediato. Se limitó a mirarla, su mirada intensa y penetrante, como si pudiera ver a través de ella. Luego, sin previo aviso, se inclinó y le dio un beso breve pero firme en los labios, un gesto que no era de cariño, sino de posesión. "No hay nada de qué preocuparse," repitió, antes de girarse y dirigirse hacia las escaleras.
Elena se quedó en la sala, su mente en un torbellino de emociones y pensamientos. No sabía si debía confiar en las palabras de Alejandro o si la visita de Laura era solo el primer paso en algo mucho más grande y peligroso. Pero una cosa era cierta: la paz que había esperado encontrar en este matrimonio estaba a punto de desmoronarse, y ella tendría que estar preparada para lo que viniera.
Mientras el eco de los pasos de Alejandro se desvanecía en las escaleras, Elena se quedó mirando la copa de vino que había dejado en la mesa, su contenido oscuro y profundo como sus pensamientos. La guerra había comenzado, y solo el tiempo diría quién saldría victorioso.