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Capítulo 5: Primer choque de titanes

La mesa estaba preparada con elegancia, el aroma de la comida se mezclaba con el de las flores frescas, creando un ambiente que, bajo cualquier otra circunstancia, habría sido ideal para una velada romántica. Pero la tensión en el aire era palpable, como una cuerda estirada a punto de romperse. Elena y Alejandro se miraban desde extremos opuestos de la mesa, sus ojos reflejando una mezcla de emociones que oscilaban entre la rabia contenida y la desconfianza creciente.

Alejandro tomó un sorbo de vino, intentando mantener la compostura, pero sus manos delataban el ligero temblor de su ira contenida. “¿Por qué estás tan callada, Elena?” preguntó, su voz sonando más severa de lo que había planeado. “¿Es por lo que Laura te dijo?”

Elena alzó la vista lentamente, su mirada era un océano en tormenta, profundo y peligroso. “Laura es el menor de nuestros problemas, Alejandro,” respondió, su tono frío como el mármol bajo sus pies.

Alejandro frunció el ceño, sin comprender a qué se refería. Había esperado una confrontación, sí, pero no este tipo de frialdad calculada. "¿Entonces de qué se trata todo esto? Si tienes algo que decir, dilo de una vez."

Elena apoyó la copa de vino con cuidado, sus movimientos deliberadamente lentos, como si cada segundo fuera una decisión medida. “Sé lo que has hecho, Alejandro. Sé lo de mi hermano.”

El tiempo pareció detenerse en ese instante. Alejandro sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies, pero no lo mostró. Se obligó a mantener la calma, a no dejarse llevar por la sorpresa que se encendía en su interior. "¿De qué estás hablando, Elena? No entiendo."

Ella se rió, una risa amarga y vacía, que no hacía más que aumentar la tensión en la habitación. “No te hagas el tonto conmigo. No eres tan buen actor como crees.” Sus ojos se clavaron en los de él, buscando alguna señal de remordimiento, algún indicio de culpa. Pero no encontró nada, solo un muro inquebrantable de orgullo.

Alejandro sintió cómo la furia comenzaba a hervir en su interior, luchando por mantenerla bajo control. "Si tienes algo que acusarme, hazlo directamente. No me vengas con insinuaciones."

"¿Quieres que sea directa? Muy bien." Elena se inclinó hacia adelante, apoyando sus manos sobre la mesa. "Tú sabías que mi hermano estaba en problemas, sabías que estaba a punto de perderlo todo, y aun así, no hiciste nada para ayudarlo. Todo esto, este matrimonio, fue solo una forma de asegurarte de que no hubiera ningún obstáculo en tu camino, ¿verdad?"

Alejandro negó con la cabeza, un movimiento casi imperceptible, pero suficiente para que Elena lo notara. "No sabía nada de eso, Elena. No es lo que piensas."

"¡No es lo que pienso!" repitió Elena, su voz quebrándose por un instante antes de recuperar su firmeza. "¿Cómo puedes decir eso con tanta facilidad? ¡Eres el causante de su ruina, Alejandro! ¡Y ahora quieres que crea que todo esto fue solo una coincidencia, que de alguna manera estabas ajeno a lo que sucedía a su alrededor!"

Alejandro apretó los dientes, tratando de contener la frustración que crecía dentro de él. "Elena, esto no es como tú lo imaginas. Sí, tu hermano tenía problemas, pero no tenía nada que ver conmigo. Nunca quise perjudicarlo. Te casaste conmigo porque tú también lo elegiste, sabías lo que implicaba."

"¡Yo no elegí nada!" gritó Elena, de pie ahora, sus ojos brillando con lágrimas que se negaban a caer. "Fui empujada, manipulada... tú y mi hermano me utilizaron como una pieza en su maldito juego, y yo fui lo suficientemente estúpida como para caer en la trampa. Pero no más, Alejandro. Ya no soy esa mujer ingenua que firmó esos papeles sin saber lo que realmente estaba ocurriendo."

Alejandro se levantó también, acercándose a ella con pasos lentos pero decididos. "Elena, escúchame," comenzó, pero ella levantó una mano para detenerlo, una barrera invisible que le impedía acercarse más.

"¿Escucharte? Ya he escuchado suficientes mentiras de tu parte. Sabes, Alejandro, hay algo en lo que Laura tenía razón: este matrimonio es solo un contrato. Pero se equivocó en algo. No soy un trofeo que puedas exhibir. Soy tu esposa, y no voy a permitir que me manipules ni me uses como te plazca."

Las palabras de Elena cayeron sobre Alejandro como golpes, cada una más fuerte que la anterior. Quería defenderse, quería decirle que todo lo que había hecho, lo había hecho por ellos, por su futuro juntos. Pero sabía que cualquier intento de explicación sería en vano. La furia de Elena era como un incendio incontrolable, y él solo tenía palabras como agua para intentar apagarlo.

"Entonces, ¿qué quieres que haga?" preguntó finalmente, su voz reducida a un susurro. "¿Quieres que te pida perdón? ¿Quieres que me arrodille y admita que he cometido errores? Porque si eso es lo que quieres, lo haré. Pero no cambiará nada, Elena. Lo hecho, hecho está."

Elena lo miró, y en sus ojos Alejandro vio algo que no había visto antes: una resolución fría, una determinación que le heló la sangre. "Lo que quiero, Alejandro, es justicia. Quiero que pagues por lo que le hiciste a mi hermano. Y no voy a descansar hasta que lo hagas."

Alejandro sintió un escalofrío recorrer su columna vertebral. Había subestimado a Elena, había pensado que, como tantas veces antes, podría manejar la situación, que podría controlarla como había hecho con tantas otras personas en su vida. Pero ahora se daba cuenta de que se había equivocado gravemente.

"¿Y cómo piensas hacer eso, Elena?" preguntó, su voz volviendo a ser tan afilada como un cuchillo. "¿Crees que puedes enfrentarme y salir victoriosa? Este mundo no es amable con aquellos que buscan justicia. Es cruel, despiadado. Y tú, Elena, no estás preparada para lo que se avecina."

Elena sonrió, una sonrisa que no llegó a sus ojos. "No subestimes a una mujer que no tiene nada que perder, Alejandro. Porque cuando ya no hay nada que perder, no hay límites para lo que se puede hacer."

Las palabras de Elena resonaron en la habitación, dejando un silencio pesado a su paso. Alejandro sabía que había cruzado una línea, una línea de la que ya no había vuelta atrás. Miró a Elena, buscando en sus ojos algún indicio de la mujer que había conocido, de la mujer que había aprendido a admirar, pero todo lo que vio fue una determinación férrea, una voluntad inquebrantable.

"Entonces esto es una guerra," murmuró Alejandro, más para sí mismo que para ella.

"Lo es," confirmó Elena, con la voz firme y sin titubear. "Y no descansaré hasta que hayas pagado por todo el daño que has causado."

Alejandro la miró por un largo momento, antes de apartar la vista. Sabía que no podía ganar esta batalla con palabras. Elena estaba decidida, y cualquier intento de disuadirla sería inútil. "Muy bien," dijo finalmente, su voz baja pero cargada de significado. "Si eso es lo que quieres, entonces así será. Pero recuerda esto, Elena: una vez que inicies esta guerra, no habrá marcha atrás."

Elena no respondió. Solo lo miró, su mirada fija en él como si estuviera grabando cada una de sus palabras en su memoria. Luego, sin decir nada más, se dio la vuelta y salió de la habitación, dejando a Alejandro solo con sus pensamientos.

Cuando la puerta se cerró detrás de ella, Alejandro se quedó mirando la mesa, ahora vacía. Sabía que había perdido algo importante esa noche, algo que tal vez nunca podría recuperar. Pero también sabía que no podía permitirse mostrar debilidad. No ahora, cuando la guerra había comenzado.

Mientras las luces de la ciudad parpadeaban a través de las ventanas, Alejandro se dio cuenta de que había subestimado a Elena, y que el precio por su error podría ser más alto de lo que jamás había imaginado.

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