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Capítulo 3: Matrimonio por Contrato

El sonido del bolígrafo rasgando el papel resonó en la sala como un trueno en medio de la tormenta. Elena firmó el contrato con mano firme, pero su corazón temblaba como una hoja al viento. Frente a ella, Alejandro Reyes, impecable en su traje negro, la observaba con una mirada de satisfacción fría y calculadora. La luz de la tarde se colaba por las ventanas del despacho, iluminando sus ojos oscuros, tan insondables como la profundidad del océano.

"Ya está hecho," murmuró Alejandro, sin apartar la vista de ella. "Ahora eres mi esposa, al menos en papel."

Elena no respondió. Mantuvo su rostro impasible, un muro de hielo que ocultaba la tormenta que rugía en su interior. Cada palabra de Alejandro, cada movimiento de su cuerpo, era un recordatorio de la prisión en la que se había metido voluntariamente. Y lo había hecho por necesidad, no por deseo. Su libertad, su empresa, su propia vida, estaban ahora atadas a la voluntad de ese hombre que se había convertido en su sombra.

"Espero que entiendas," continuó Alejandro, con una voz tan suave como la seda, pero tan afilada como una navaja, "que este matrimonio es un contrato. Nada más. No hay lugar para emociones, ni para tonterías románticas. Tus sentimientos no tienen cabida aquí, Elena."

Elena alzó la mirada, clavando sus ojos en los de Alejandro. "No necesito que me lo recuerdes, Alejandro. Esto es un acuerdo de negocios. Nada más. Lo entiendo mejor que nadie."

Sus palabras eran un escudo, pero debajo de esa armadura, Elena sentía las punzadas del dolor y la traición. Alejandro le había robado todo, y ahora estaba robando incluso su derecho a sentir. Pero no le daría la satisfacción de verla quebrar. No le mostraría el dolor que él había causado.

Alejandro esbozó una sonrisa, una curva leve en sus labios que no alcanzó sus ojos. "Bien. Me alegra ver que tenemos un entendimiento. Ahora, pasemos a los términos del contrato."

Se levantó de su asiento, caminando alrededor de la mesa de caoba que los separaba. Cada paso era calculado, cada movimiento una danza de control y poder. Cuando llegó a su lado, se inclinó sobre ella, sus labios casi rozando su oído. "Recuerda, Elena," susurró, "yo siempre obtengo lo que quiero. Y te quiero a ti, obediente y sumisa. No quiero sorpresas."

Elena sintió un escalofrío recorrer su columna, pero no se movió. "Y yo quiero mi empresa de vuelta," replicó con voz firme. "Este contrato es un medio para un fin, Alejandro. No olvides eso."

Alejandro se irguió, mirándola con esa expresión inescrutable que tanto la enfurecía. "No lo olvido. Pero asegúrate de cumplir tu parte. Si fallas, las consecuencias serán severas."

Elena asintió, sus ojos lanzando dagas invisibles. "No fallaré. Pero no te equivoques, Alejandro. No soy una marioneta para que manejes a tu antojo. No subestimes lo que soy capaz de hacer si me empujas demasiado."

Alejandro se echó a reír, una risa baja y oscura que llenó la habitación. "¿Empujarte demasiado? Elena, querida, tú aún no has visto nada. Esto es solo el comienzo."

La tensión en la habitación era palpable, un hilo fino y tenso que podía romperse en cualquier momento. Alejandro dio un paso atrás, su sonrisa desapareciendo tan rápido como había aparecido. "Ahora, vámonos. Tenemos una conferencia de prensa que atender. El mundo debe saber de nuestra unión. Deben saber que eres mía."

Elena lo siguió, su mente trabajando febrilmente. Cada palabra de Alejandro era un desafío, un recordatorio constante de la batalla que estaba librando. Pero no se dejaría vencer. No permitiría que Alejandro Reyes la destruyera. Si iba a jugar este juego, lo haría con todas sus fuerzas. Y al final, encontraría una manera de liberarse de su control.

La conferencia de prensa estaba llena de reporteros, cámaras y micrófonos apuntando hacia ellos como armas listas para disparar. Alejandro tomó la mano de Elena, entrelazando sus dedos con los de ella en un gesto que parecía íntimo, pero que en realidad era solo otra forma de demostrar su dominio. Elena sonrió para las cámaras, un gesto vacío que no llegó a sus ojos.

"Nos complace anunciar nuestro matrimonio," dijo Alejandro con voz clara y firme. "Este es un paso importante para ambos, tanto en lo personal como en lo profesional."

Las luces de las cámaras parpadeaban, cegándola momentáneamente. Los reporteros disparaban preguntas, pero Elena apenas las escuchaba. Todo lo que podía oír era el latido de su corazón, un tamborileo constante que le recordaba la jaula en la que estaba atrapada.

Uno de los reporteros levantó la voz, captando la atención de ambos. "Señorita Elena, ¿qué tiene que decir sobre su decisión de casarse con el hombre que es conocido por ser su rival en los negocios?"

Elena miró al reportero, su sonrisa aún en su rostro. "En el mundo de los negocios, las alianzas estratégicas son esenciales. Alejandro y yo hemos decidido unir fuerzas para crear un futuro más fuerte y seguro para nuestras empresas."

Alejandro apretó su mano con más fuerza, un recordatorio silencioso de quién tenía el control. "Elena y yo compartimos una visión," añadió. "Una visión de éxito y prosperidad. Nuestro matrimonio es solo el comienzo de lo que lograremos juntos."

Elena asintió, pero por dentro, se sentía como si estuviera cayendo en un abismo sin fondo. Cada palabra que decía, cada sonrisa que mostraba, la alejaba más de la verdad. Porque la verdad era que estaba atrapada en un matrimonio sin amor, atada a un hombre que veía a las personas como piezas en un tablero de ajedrez. Y ella, Elena, era solo otra pieza en su juego.

La conferencia terminó, y Alejandro la llevó de la mano fuera del salón, su agarre firme y posesivo. Cuando estuvieron solos en el coche, Alejandro se volvió hacia ella, su expresión más suave de lo habitual. "Hiciste bien," dijo. "Parecía convincente."

Elena lo miró, agotada. "No estoy aquí para convencer a nadie, Alejandro. Estoy aquí porque no tengo otra opción."

Alejandro se inclinó hacia ella, su rostro a solo centímetros del suyo. "Siempre hay opciones, Elena. Pero has elegido la que te mantiene viva. Recuerda eso."

Elena cerró los ojos, deseando poder borrar el mundo entero con un solo parpadeo. Pero al abrirlos, Alejandro seguía allí, tan real como el dolor que sentía en su corazón. No tenía salida. No ahora. Pero encontraría una. De algún modo, encontraría una manera de romper las cadenas que Alejandro había puesto a su alrededor.

La pregunta era, ¿a qué costo?

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