Tercer Capítulo
Era la hija de un buen amigo de su padre y aunque no era una belleza, no se veía tan mal y terminó por gustarle a Porfirio, quién se dio cuenta que ella también se sentía atraída por él, por lo que no dudó en conquistarla.
Carlota, se llamaba la muchacha, quién no sólo era virginal y pura, sino que además, por lo estricto que era su padre, ella casi no tenía rose social y era muy inocente.
Haciendo uso de todas sus argucias y de la experiencia que había adquirido, Porfirio, logró que ella lo viera a escondidas en la parte trasera del jardín de su casa.
Para ir hasta ella, Porfirio debía brincar por tres jardines de las casas que colindaban con la suya, y al cuarto jardín, ahí lo esperaba Carlota, inocente y enamorada.
Para ella era un sueño tener un novio tan guapo, tan inteligente y que conocía de tantas cosas, ya que Porfirio, se daba vuelo platicándole de sus ideas, de sus planes, de sus viajes, de sus carros, de lo que conseguía y de lo que esperaba obtener.
Ella lo escuchaba arrobada, embelesada, enamorada, ya no quería saber de nada ni de nadie, sólo quería estar al lado de ese hombre maravilloso que la trataba como a toda una mujer y de la que estaba enamorado, según le había dicho él.
De los besos románticos, tiernos y dulces, que eran nuevos y maravillosos para Carlota, Porfirio, comenzó a ir más allá, se daba cuenta que esa muchacha lo adoraba y que haría lo que él le pidiera con tal de estar a su lado.
Así que no le fue difícil seducirla en el jardín de su casa, mientras sus padres la creían dormida y a él lo creían estudiando, Carlota, se convirtió en mujer en los brazos del hombre al que amaba y su sentimiento por él aumentó.
Fue así que durante cinco meses fueron amantes nocturnos en el jardín, Carlota, a petición de su novio, había llevado unas cobijas para que, recostados en ellas, viendo las estrellas y la luna, él le siguiera platicando de sus cosas.
Vélez, se sentía realizado por la devoción y el cariño que ella le otorgaba sin condiciones, no sólo le llevaba cosas para que comiera mientras estaban juntos, también le hacía pequeños regalos, como bufandas, cinturones, llaveros y pequeñas cosas que eran los grandes detalles que ella tenía con él.
Si bien, para Porfirio, aquello era sólo una aventura motivada por el aburrimiento y el encierro, para ella era un sueño convertido en realidad, su príncipe azul había llegado para llevarla al palacio donde serían felices para siempre.
Nadie puede dudar que ella lo amaba con sinceridad, con ese enamoramiento de la primera vez, con ese amor puro y sincero que brota del fondo del alma.
Sólo que, como dicen por ahí, nada es eterno y las cosas llegan a un final, y así fue para Porfirio, ya que seis meses después de que iniciara su relación con Carlota, una mañana en que su padre se preparaba para irse a trabajar, y él se alistaba para irse a la Universidad, llamaron a la puerta de manera insistente.
Cuando la señora del servicio le avisó al señor Vélez, que su vecino y amigo quería hablar con él urgentemente, el padre de Porfirio, no lo hizo esperar.
Y fue en la sala de la casa, donde Carlota y su padre le contaron al señor Vélez, lo que había hecho su querido hijo, quién, además, había dejado embarazada a la muchacha.
Si las miradas mataran, la de su padre lo hubiera fusilado diez veces, se sentía tan humillado y avergonzado por esa situación que:
—Son cosas de jóvenes que pasan —dijo Vélez, tratando de suavizar las cosas— y ya que pasaron y nada se puede hacer, pues conque se casen todo se arregla.
—Mira, Esteban, no nos hagamos tontos —dijo el padre de Carlota con seriedad— tu hijo no quiere a mi hija, ya que si así fuera, no hubiera hecho sus fechorías a escondidas, habría dado la cara como un hombrecito.
—Mi hijo, es hombre y va a responder, Genaro —replicó Esteban Vélez.
—Qué va a ser hombre este infeliz, cobarde —bramó Genaro— si nada más porque es tu hijo y a ti te estimo desde hace muchos años, si no, te juro que ya le habría metido un balazo para que se le quite lo abusivo y lo irresponsable.
—Óigame… yo no soy ningún cobarde y… —dijo Porfirio molesto por tanto insulto por parte del padre de Carlota y tratando de demostrarle que era muy hombre.
—¿Ah no? Entonces, defiéndete hijo de la fregada —dijo Genaro, sacando la pistola de entre sus ropas dispuesto a todo, en su mirada se podía ver el dolor y el coraje que en ese momento estaba sintiendo.
Porfirio, tuvo que reconocer que la actitud y el arma de aquel hombre, lo llenaron de miedo, por un momento temió que le metieran dos tiros para castigarlo por lo que le había hecho a Carlota, que sentada en uno de los sillones lloraba en silencio, de manera amarga y con mucho dolor.
—Cálmate, Genaro… esa no es la forma —intervino Esteban, sin levantarse de su sitio para no aumentar más la tensión en el ambiente.
—Es que tu hijo no tiene madre… —dijo Genaro, guardándose el arma y sentándose junto a su hija— así que no me quiera venir a replicar las cosas.
—Ya te dije, si ellos se quieren, pues que se casen y formen un hogar, yo estoy dispuesto a darles un departamento para que empiecen su nueva vida… —insistió Esteban, buscando conciliar las cosas y apenado con su viejo amigo.
—No nos engañemos, te lo repito, tu hijo no quiere a mi hija y casarlos por la fuerza sólo sería condenar a mi hija a vivir en un infierno, porque te aseguro que, jamás tu hijo no podrá hacer feliz a una mujer, es malvado, arrogante y cobarde.
Porfirio, aunque se enojó de escuchar aquellos insultos en su contra, se controló y guardó silencio recordando lo arrebatado que era Genaro y el arma que portaba.
Además, por su padre sabía que en varias ocasiones se había metido en problemas por lo mismo, no era de los que se controlaban y a la menor provocación sacaba la pistola y disparaba, incluso, en una ocasión en que se le adelantaron y el balazo lo recibió él.
Sus amigos le dieron una paliza al tipo que se atrevió a herirlo, lo mandaron al hospital por varias semanas y se llegó a creer que no iba a salir con vida.
Así que lo que más le convenía hacer en aquellos momentos, era soportar todos los insultos que Genero, quisiera gritarle y esperar a que su padre solucionara aquella bronca en la que nunca se imaginó estar involucrado.
Jamás pensó que podría embarazar a Carlota, estaba acostumbrado a que sus amantes se cuidaban ellas solas y pensó que la muchacha que tanto lo amaba era igual, ahora se daba cuenta del error que había cometido al no hablar con ella del asunto.
—Bueno… ¿entonces qué quieres que hagamos? —preguntó Esteban resignado.
—No quiero que hagamos nada, sólo vine a decírtelo para que sepas que clase de porquería tienes por hijo… —dijo Genaro, sin reprimir el coraje que sentía— para que te cuides porque también a ti va a terminar jodiéndote… no tiene moral ni entrañas…
Aunque ese es tu problema yo sólo vengo a ponerte sobre aviso.
También, quiero decirte que mi hija, va a tener al hijo que espera, no se puede hacer otra cosa ya que tiene casi diez semanas de embarazo.
Bueno, pues ese niño va a nacer y desde este momento quiero que me des mi palabra que ni siquiera intentaran buscarnos o ver al niño, mi nieto nunca va a saber que clase de desgraciado es su padre.
—De acuerdo… te doy mi palabra que así será, Porfirio, jamás tratará de conocer al niño y mucho menos de acercarse a él, te lo aseguro yo.
—A ti si te creo ya que siempre has sido muy derecho… por eso te aviso que hoy mismo nos largamos de la ciudad, nos vamos a ir a radicar a otra parte… lejos de la maldad de tu heredero… así que el negocio que tanto te interesa y que estábamos por firmar, como comprenderás, no se va a realizar, y como el que avisa no es traidor, te lo estoy avisando de manera formal.
—De acuerdo… cómo tú digas…
Sin agregar más, Genaro, se levantó, tomó a su hija de la mano y salieron de aquella casa sin despedirse siquiera, Estaban supo que en ese momento no sólo había perdido a un buen socio, sino que también perdía a uno de sus mejores amigos.
Estaba seguro que Genaro, no había ido a pedirle que se comprometiera a que su hijo no se acercara a su nieto, más bien había ido a advertirle que si Porfirio intentaba acercarse al niño, no dudaría en meterle tres balazos para que se le quitara.
Lo conocía demasiado bien y sabía que no era de los que se tentaba el corazón para hacerlo, simplemente, que era tan grande su amistad, que había ido a decírselo antes de dejarse llevar por el coraje que sentía y hacerlo sin avisar.
—No sólo me acabas de echar a perder un negocio que nos iba a dejar varios millones de pesos de ganancia, sino que, además, me hiciste perder a uno de mis mejores y más sincero amigo —dijo Esteban, con un tono de voz cansado y triste— sólo una cosa te pedí a cambio de las muchas que te he dado a lo largo de la vida, que estudiaras y fueras responsable contigo mismo y me fallaste.
—Papá… yo te juro que…
—No me jures, ni me digas nada en este momento porque voy a hacer lo que debí haber hecho desde siempre, te voy a dar una paliza que o te corriges o te corriges…
—Es que yo… déjame explicarte y…
—Ya te dije que te calles… desde este momento se acabaron lujos, carros y dinero, si quieres algo vas a tener que trabajar muy duro para lograrlo… dejaras la universidad ya que ni para eso sirves y comenzarás como albañil en una obra.
Vas a cobrar lo mismo que todos y vas a trabajar como lo hacen ellos, a la primera queja o que no cumplas con lo que se te ordena, te juro que te mando a estudiar al ejército para ver si ahí te vuelves hombre de provecho.
No me conoces cuando estoy decidido a hacer algo, así que mejor, comienza por obedecer y si te lo ganas, te voy a ir ascendiendo, de ti depende que las cosas salgan bien o que vivas el infierno de la necesidad, que debiste haber vivido desde niño, para ver si así aprendías a valorar las cosas que tienes.
Aunque aquellas historias sobre Porfirio, sonaban reales, y de eso ya habían pasado como cuatro años, Wendy, no las creía al pie de la letra, le daba un margen de duda, por aquello de los chismes y rumores que siempre se exageran.
Además, el que le preguntara sobre otras mujeres en ese momento, más que por celos, fue para que dejara de hablar de si mismo y si era tan arrogante como decían, entonces le presumiría de todas las conquistas que había logrado a lo largo de los años, aunque eso no le importara a Marzú saberlo.
—¿Has traído a otras mujeres aquí, a tu departamento? —repitió ella la pregunta al ver qué él guardaba silencio— puedes hablarme francamente, te juro que no me voy a molestar, desde siempre he sabido que las personas tienen pasado y tú no sales de un monasterio ni vienes de otro mundo como para no tenerlo.
—Ya lo sé… sé que eres única y diferente, que tus estudios te permiten entender que las personas tenemos un pasado, y por eso mismo te voy a hablar con la verdad.