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Cuarto Capítulo

—Es más, yo siempre hablo con la verdad… no me gusta mentir… y contestando a tu pregunta te diré… No, mi amor, no he traído a otras mujeres aquí… puedes estar segura que nadie más que tú ha entrado a este lugar, y si te he traído a ti es porque te amo, te tengo mucha confianza y quiero compartirlo todo contigo.

—¡Oh, Porfirio...! que tierno y que dulce eres. —dijo ella con ilusión y queriendo creer en sus palabras, lo abrazó y lo besó en un arranque de cariño sincero, para agradecerle aquellos detalles tan hermosos que había tenido con ella y que la hicieron sentir tan a gusto y relajada, como lo necesitaba.

El la abrazó por los hombros, para besarla con aquella intensidad con la que acostumbraba, ella le correspondió con la poca experiencia que había adquirido y aprendido en la boca de su novio sintiendo una franca ternura hacia él.

El beso se prolongó por más tiempo del que, por lo general, utilizaban para hacerlo, y se intensificó en sensaciones, además, ahora Porfirio, deslizaba con delicadeza, su mano por los hermosos, firmes y rotundos pechos de ella, acariciándolos con una infinita ternura, apretándolos, sobándolos, estremeciendo la piel de ella.

Los pezones se endurecieron como respuesta, como una clara señal del placer que ella experimentaba con aquellas caricias directas que nunca antes permitiera, Wendy, se abandonó a esos manoseos que la hacían disfrutar intensamente.

La masculina mano incursionó entre la blusa y el delicado sostén de ella para hacer la el contacto más pleno y total, cargado de erotismo y lujuria, dando y recibiendo placer, aunque de manera principal, buscando una franca comunión entre sus pieles que se identificaron de inmediato.

Mientras tanto, la experta boca del novio, se deslizaba por el delicado y suave cuello de la muchacha, aumentando la pasión en su juvenil cuerpo, y provocando que Wendy, se abandonara a los reclamos del experto amante que estaba resultando Porfirio.

La boca inquieta y ansiosa, llegó hasta los tersos y suaves senos de la muchacha y se regocijo con la delicada piel, así que, con la punta de su lengua fue recorriendo pliegue a pliegue, comenzando con lo más carnoso y grande de la circunferencia, formando una espiral ascendente, marcando unos círculos concéntricos, que lo llevaron a la cima anhelada, al cráter del volcán en ebullición, que se estremeció al sentir la humedad de aquellos labios y más aún cuando la lengua lo envolvió.

Con toda la ternura que era capaz de sentir en esos momentos, Porfirio, sujetó uno de los pezones con sus labios y con la punta de su lengua lo movió de un lado a otro, como si fuera un badajo de campana, para luego atraparlo, tratando de cubrirlo con su piel rasposa, lo disfruto paladeando su exquisito y dulce sabor, motivándolo a endurecerse más, ya que toda la sangre se agolpaba en ese punto que parecía ser un centro de sensaciones infinitas.

Wendy, notaba que un calor sofocante recorría por toda su piel, concentrándose en sus mejillas con fuerza, haciendo que estas estuvieran ardientes y congestionadas por el rubor y la sangre que se agolpaba en ellas, como si buscara un punto para escapar.

Porfirio, no se conformaba con sólo una probadita, quería todo el banquete, y tratando de no ser egoísta en sus caricias, dejo el pezón que tan hábilmente había tratado y paso al otro, con la misma habilidad y seguridad con que iniciara su ataque pasional, buscando darle el mismo tratamiento.

Y mientras disfrutaba de aquel manjar delicioso, exquisito, digno de expertos conocedores, su mano busco los tersos y bien formados muslos de la enamorada, llenándose de la carne tibia y delicada con la que estaban formados de forma tan perfecta, como si hubieran sido moldeados y diseñados, por un experto tornero que se esmerara en su labor creando una obra de arte.

Con todo su deseo desbordado, los apretó, sobando, y deslizando la palma de su mano por la cara interior de los mismos, colmándolos de caricias plenas y envolvedoras que motivaban que ella abriera sus piernas poco a poco para que él no encontrara obstáculos a su paso hacia el centro de los mismos en donde se encontraba el tesoro

anhelado, el estuche que conservaba lo más puro y virginal de Wendy, ese cofrecito donde se encerraban todos los placeres del mundo y que sólo una llave podía abrir, la del amor, pleno y total, el que se entrega de manera abierta.

La experta diestra llegó hasta la intimidad tan celosamente guardada por muchos años, y por sobre la seda de sus calzoncitos, comenzó a sobar, a llenarse de aquel calor que emanaba desde las mismas entrañas de ella, que en ese momento, con dificultad, podía darse plena cuenta de lo que estaba sucediendo en el centro de su ser y que tenía profundas repercusiones en todo su cuerpo.

Aquella situación se estaba tornando tan delicada y maravillosa que ella misma no sabía hasta donde era su límite, no conocía cual era el punto que no debía rebasar, ya que podía llegar al sendero de donde ya no es posible regresar y en el cual la mayoría de las muchachas de su edad habían sucumbido en aras del deseo supremo.

Sintió que él la iba recostando en el sofá con infinita suavidad y ternura, no se precipitaba ni la forzaba para que lo hiciera, tan sólo, era contundente en sus movimientos, aunque, sin dejar de besar y acariciar sus pechos con la boca, mientras que la diestra la iba despojando de la íntima prenda de ropa con que cubría su nido de amor y pasión, el cual, Porfirio no había dejado de sobar y acariciar incitando a la muchacha a que respondiera a sus requerimientos.

Un chispazo de conciencia la hizo reaccionar, y aunque en el fondo de su pecho deseaba que se consumara aquella entrega, algo dentro de su mente le impedía continuar con el intenso y pasional coloquio que vivía.

Era cierto que estaba sintiendo muy bonito, y que aquellas caricias eran gratas y sobre todo excitantes para todo su cuerpo, sobre todo en sus zonas más íntimas, sólo que, no sentía esa pasión desbordante y plena de la que hablaban muchos autores de los libros que ella leía, no se perdía en las sensaciones de su cuerpo.

Y prueba de ello era que ahora tenía un momento de lucidez, un instante de reflexión, ese segundo que podía cambiarlo todo, si ella así lo deseaba o podía mantener su integridad física intacta, tal y como siempre lo había hecho.

En definitiva, su mente no se había perdido en el laberinto ardiente y perturbador de aquella situación pasional, sentía cierta excitación natural en su cuerpo, aunque de ninguna manera incontrolable, y mucho menos desquiciante, como había escuchado que algunas de sus compañeras comentaban de manera abierta y sincera, cuando hablaban de sus experiencias íntimas con sus novios.

Ella no sólo sabía lo que estaba haciendo, sino que además, era capaz de analizar y reflexionar si continuaba o no, y ya no deseaba que aquello se prolongara más tiempo, no era el concepto que tenía del amor y mucho menos de la pasión.

Estaba plenamente convencida que cuando alguno de estos dos sentimientos se presentaran en su vida sabría reconocerlos, con claridad y los diferenciaría, ya que aquello era algo con lo que las mujeres nacen y llevan en sus cuerpos.

Estaba segura que apreciaba a Porfirio, sentía cariño por él y tal vez un poco de amor, sólo que, de ninguna manera estaba enamorada, no lo amaba con locura.

No experimentaba ese sentimiento profundo, por el que una mujer es capaz de renunciar a todo, no era ese amor del que hablaban los escritores en sus novelas.

Tal vez por eso, ahora, mientras estaba recibiendo aquellas ardientes y pasionales caricias íntimas, que resultaban provocativas, podía pensar con claridad y realizar aquellos análisis sobre su relación con Porfirio.

Se dio cuenta clara de que su novio se abría el pantalón y se bajaba el cierre, casi recostado sobre de ella y colocándose entre sus piernas, el momento de la verdad había llegado y Wendy, no estaba decidida a dar un paso tan importante en su vida. Un paso trascendental que podía cambiarlo todo, que una vez que lo diera, no había marcha atrás y no le convencían las alternativas, así que no deseaba aventurarse.

Se levantó con determinación, empujando y separando un poco, a Porfirio de su cuerpo, él ya tenía el rostro y la mirada congestionadas por la excitación que también experimentaba en ese momento, no obstante, la vio confundido, por un momento pensó que la había lastimado o que estaba incomoda en aquella postura:

—¿Qué sucede, mi amor...? ¿Por qué te detienes de esa manera? —pregunto él en verdad sorprendido de su reacción y viéndola con abierta confusión.

—Discúlpame, Porfirio... —musito ella tratando de recobrar la respiración, que agitaba su aliento— tal vez te parezca mojigata, o tal vez pienses que soy moralista o que quizás esté fuera de moda, sólo es que, no estoy preparada para hacerlo. No puedo ir contra mis principios ni las ideas que tengo.

—Cariño, si tú y yo nos amamos y lo más seguro es que lleguemos a casarnos, la mejor forma de identificarnos es entregándonos de manera abierta y plena a nuestros sentimientos, a nuestras emociones —insistió él tratando de convencerla y adoptando una actitud sumisa y tierna— ya te he dicho que en cuanto terminé el proyecto en el que estoy trabajando, pediré tu mano y seremos marido y mujer —agrego, viéndola con toda la ternura que le era posible.

—Lo sé y estoy consciente de ello, sólo que, no me pidas que haga algo que no quiero hacer, por favor —respondió Wendy, con sincera determinación, mientras se acomodaba sus ropas, sin prisas ni precipitaciones.

Con sus movimientos, estaba dejando ver una buena parte de sus encantos naturales, los cuales fueron contemplados de forma abierta por Porfirio, que los recorrió con la mirada lujuriosa y ardiente, y en ese momento le parecieron más atractivos y sensuales, ya que su novia lucia verdaderamente hermosa.

—No entiendo tu cambio de actitud, ni tu desconfianza para mi amor por ti, es más, parecía que te estaba gustando que te besara y te acariciara y...

—No es desconfianza… y lo sabes… y sí, mi cuerpo reaccionó ante tus caricias, lo cual es natural, soy una mujer, un ser humano con sentimientos y sensibilidad. Y me gustaría poder ser como tú quieres, sólo que, no es mi manera de pensar, si me amas como dices, ten paciencia, deja que las cosas surjan, despierta en mi la necesitad de amarte con plenitud, de darte mi cuerpo sin esperar a que nos casemos, no me presiones ni me obligues, no me gustaría sentirme obligada a hacer algo que no deseo, algo que me lastimaría mucho —la voz de Wendy sonaba vehemente, sincera y clara.

Por experiencia y convicción, Porfirio, sabía que sería inútil todo lo que pudiera decir en ese momento, ella estaba decidida y lo principal, convencida con sus ideas, por eso nada la haría cambiar de opinión, así que lo mejor era retroceder, después de todo ya tendría tiempo de manejarla a su manera, estaba seguro que terminaría por seducirla y ella misma se le entregaría.

—De acuerdo, mi amor, como tú quieras. Te amo y esperaré todo el tiempo que creas conveniente, no te forzaré a nada, estoy de acuerdo contigo sobre que las cosas tienen que surgir por si solas, eso hará más hermoso y romántico nuestro amor.

Ella lo abrazó y lo besó con todo el cariño que él despertaba en su corazón, Porfirio, le respondió con plenitud, ocultando la frustración que sentía al no haberla podido seducir tal y como lo había planeado, aunque era un buen jugador y sabía que no siempre se gana, por más que se intente, no se consigue el triunfo.

—Ya mi vida, no me beses de esa manera, o te juro que no me aguantaré y tal vez hasta termine violándote aquí mismo —le dijo él al separarse de ella, mientras le sonreía de una manera sugestiva y coqueta.

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