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Están sentados en una mesa a las afueras de un bar y es él mismo quién saca el tema de Gregorio:
- Celina, quiero que sepas que es muy inmaduro de su parte que te haya dejado por teléfono y no se haya despedido.
- Sergio, escúchame. Los dos sabíamos que pasaría, además lo iba a dejar yo, peró se me adelantó. – Contesta recordando la situación.
- Yo nunca te haría una cosa así. – Le dice mirándola directamente a los ojos.
- Ya lo hiciste. Te fuiste y no supe nada más de ti, Sergio. No sabes lo que me dolió. – Le contradice ella, sin apartar la mirada.
- Lo siento, Celina. Lo último que quise era herirte, pero si me despedía de ti nunca me hubiera ido. – Le explica él, con el corazón en la mano.
- Sergio, yo te quise y te quiero mucho, pero te fuiste y de pasar día sí y día también contigo a no pasarlos, pues… supuso un cambio muy grande en mi vida y para mí. – Contesta ella con los ojos vidriosos. No va a llorar.
- Lo sé, ángel. Y lo siento, te pido perdón por eso. – Le pide Sergio mientras le coge una mano por encima de la mesa.
- No me lo pidas, Sergio. Ya está todo olvidado.
Y le sonríe. Para Sergio no está olvidado, peró prefiere no entrar más en la herida y dejarlo pasar.
Han comprado un vestido azul turquesa con volante, que al moverse hace que el vestido este cubierto de ola marinas.
Llegan a casa y Celina se apresura arreglarse para ir a la cena con sus padres.
Después de una hora, más o menos, sus padres llegan y es Sergio quien los recibe con una sonrisa:
- Hombre, Sergio, hijo. ¡Cuánto tiempo sin verte! Estás hecho todo un hombre. – Dice el padre de ella.
- Buenas noches, Señor Grey. ¿Cómo está? – Pregunta educadamente el chico.
- Sergio, te conozco des de que eras un niño con el pelo rubio, dejemos las formalidades. – Sonríe el hombre.
- Eso eran mejores tiempos, Jorge.
Hablan animadamente, hasta que la mujer de Jorge, suelta un grito ahogado al ver a su única hija bajando las escaleras y vestida con un precioso vestido turquesa.
Su madre la alaga, mientras que los dos hombres se la miran.
Uno con orgullo de tener una hija como ella y el otro con adoración y sentimientos que no tendrían que estar allí, pero están.
Adriana está preparada para salir cogida del brazo de su marido, hasta que ve a Sergio mirar a su pequeña de la misma forma en la que Jorge la miraba a ella cuando eran jóvenes:
- Sergio, querido, ¿quieres acompañarnos a cenar? – Pregunta la mujer.
- No, gracias Adriana. Me iré a casa, tengo cosas pendientes. – Contesta Sergio.
- Esas cosas pueden esperar, hijo. Vente y no acepto un no por respuesta. – Sentencia el hombre.
Se sonríen entre todos y se dirigen al coche. Sergio se apresura a abrir la puerta a Celina, bajo la atenta mirada de sus padres y el tímido ‘gracias’ de ella.
Llegan al restaurante y se sientan en una mesa redonda.
Celina tiene a su lado derecho a Sergio y en el otro a su madre.
La cena paso muy animadamente.
Entre la charla del padre de ella con Sergio y las típicas preguntas de ‘¿Dónde has estado?’ ‘¿Dónde has estudiado?’ ‘¿Qué has estudiado?’, la cena paso rápidamente.
Llegan a casa después de la agradable cena. Los padres se despiden y dejan a los dos jóvenes en la entrada:
- Ha sido una buena cena, ¿no crees? – Pregunta él.
- Siento el interrogatorio de mi padre, Sergio. – Se disculpa ella.
- Eh, tranquila, no pasa nada. – Sonríe.
Ella muestra una tímida sonrisa seguida de un beso en la mejilla, que sorprende muchísimo a Sergio, y un ‘buenas noches, Sergio.’
Seguidamente, desaparece de la vista del joven, el cual tiene una tonta sonrisa en su cara.
Ya ha pasado un mes des de que dejo su Doncaster y está muy ilusionada de volver.
Valentina llama al timbre y con un ‘ya voy’ se abre la puerta. Cuando ve a su hermano mayor sus ojos se llenan de lágrimas y se lanza a su cuello:
- ¡Hola, Sergiocito! – Dice casi en un susurro.
- Hola, Valentina. ¿Cómo ha ido todo? Tienes que contármelo, eh. ¿Algún chico que tenga que pegar? – Se burla Sergio.
Le pega suavemente en el hombro antes de separarse por completo de él.
Sonríe y niega con la cabeza. Si su hermano supiera, ya estaría de camino a buscarlo.
Empieza a narrar, cuando Sergio recuerda algo:
- Val, ¿quieres venir ayudarme? Tengo que ir a casa de Celina a ayudarla a preparar un pastel para el cumpleaños de su padre.
Asiente entusiasmada. Verá a su mejor amiga después de un mes.
En la casa de al lado, Celina y su madre han empezado a preparar el pastel de chocolate para su padre.
55 años no se cumplen todos los días. Suena el timbre cuando Celina tiene las manos llenas de harina.
Su madre va abrir la puerta y suelta un grito a ver a la amiga de su hija. Celina sale, con las manos aún blancas, de la cocina como consecuencia de haber escuchado el grito de su madre. Cuando la ve, no reacciona. No es hasta que ella dice:
- Celina, ¿no te acuerdas de mí?
Las dos chicas de funden en un abrazo. Un mes separadas es mucho para ellas. Demasiado. Se dirigen a la cocina como si no hubiera nadie más.
Sergio lo entiende, un mes sin su mejor amiga tiene que ser duro. Su madre y él entran en la cocina siguiendo a las chicas.
Han empezado a mezclar los ingredientes cuando Adriana se da cuenta de que no hay huevos. Pide a alguna de las chicas que la acompañe y Valentina acepta encantada. Las dos abandonan la cocina y luego, la casa. Los dos se quedan solos en la cocina. El ambiente es algo incomodo para ambos, pero Sergio rompe el hielo:
- ¿Contenta? Ya tienes a Val aquí.
- Mucho. La echaba de menos. – Contestas sin levantar la mirada del recipiente donde descansa la masa.
- Se te notaba. – Afirma el moreno. - ¿Te acuerdas de las guerras con comida que hacíamos de niños en mi casa?
Eso no suena para nada bien, piensa Celina.