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4. LA CHICA PERFECTA

—¿Cómo puedo subir una foto? —preguntó Carolina confundida.

—Eso es bien facilito —empezó a explicarle.

Carolina la escuchaba tratando de entender lo que decía, pero la verdad era que estaba peleada con la tecnología.

—Así que ya sabes, solo seleccionas la imagen, das click y listo. ¿Dónde tienes fotos tuyas?

—Yo no me saco fotos.

—Préstame tu teléfono.

—¿Para qué?

—¡Tu préstamelo!

Carolina lo sacó del bolsillo de su pantalón y se lo dió.

La chiquilla lo tomó y en un dos por tres activó la cámara. Con un flashazo la dejó ciega al instante. Le había tomado una fotografía sin previo aviso.

—¡Chingado Hortensia, no veo nada!

La adolescente ignoró su enfado.

—Dale gracias a Dios, porque saliste bien fea —miró ceñuda la imagen.

Carolina le arrebató el móvil y miró su foto.

—¡Hija de tu madre! Pos si salí mal.

Se tocó el cabello que en la foto se veía esponjado. Se sintió desaliñada de repente.

—Me iré a bañar —dijo apoyándose en un bastón improvisado. Un palo largo.

—Te ayudo...

—¡No! —apartó su mano con fuerza.

—Ya no volveré a decir que te rasures, lo prometo —aseguró —. Aunque parezcas el eslabón perdido.

Carolina frunció el ceño, sin entender​ del todo, pero sospechaba que tenía que ver con pelos. Los cuales abundaban en su pequeño cuerpo.

—Mi pelaje me ayuda a no pasar fríos —respondió burlona y divertida, mientras caminaba hacia el baño en la planta baja.

—Eres bien puerca —le reprochó.

—Oinc oinc —respondió Carolina sin importarle. Caminó contoneándose.

—¡Aunque te agradecería un poco de desodorante! —agregó la chica en voz alta.

—Para andar entre mis semejantes los cochitos, no necesito oler a flores de primavera.

Hortensia hizo un mohín.

—¡Supongo que debo estar agradecida por tu aliento!

—Así es... —dijo abriendo la puerta del baño.

—¡Pero tus calzones, de veras no tienen perdón!

—Están muy buenos. No necesito más —entró dejándola con ganas de seguir hablando.

—Buenos para que yo los queme... —fué hasta la puerta y golpeó con fuerza para molestarla—. ¡Carolina, solo tienes tres!

—¡No voy a comprar más! —gritó desde adentro.

—¡Esos trapos ya están rotos!

—Po's nadie me los ve —replicó quitándose la camiseta que usaba—. Solo son para detenerme la almohadilla de cada mes.

—¡Son toallas femeninas!

—¡Y esos pinches calzones nomás los ocupo pa' cada día de esos! —exclamó abriéndose el pantalón, que con lo pesado que era cayó libremente al suelo.

—¡Y qué hay de los sostenes!

—No tengo tetas ¿pa' qué quiero un chichero? —respondió mirándose al espejo.

Hortensia se desesperó.

—De veras no tienes amor propio.

—No —respondió con desinterés.

Se rió en silencio y se revisó las axilas. Tampoco tenía tanto pelaje, se dijo.

Se miró fijamente al espejo.

Cuando Ian conociera a Magui caería rendido de amor por ella.

Sonrió y lentamente su gesto se convirtió en una mueca.

¿Un hombre así se fijaría en ella? Se preguntó, sintiendo mariposas en el estómago al pensarlo.

Bajó la mirada y vió su cuerpo desnudo y delgado. Luego su rostro. Su cabello despeinado... Parecía una leona, como si las leonas desarrollaran esa clase de melenas.

Seguramente Ian se fijaría en ella como un espécimen de estudio. Solo por éso.

Aún así estaba dispuesta a hacer lo que fuera para que su querida Magui fuera la elegida. Quería verla feliz y tenía la sensación de que con él podría llegar a tener una muy buena relación. ¿Y por qué no? Serían la pareja ideal. Magui era perfecta. Ningún hombre podría resistirse a su belleza.

Magui se lo merece, parece un buen hombre, pensaba Carolina caminando alrededor de la casa con una muleta improvisada que ella misma fabricó.

Era de noche y aprovechó su insomnio y el sueño pesado de Hortensia que se había quedado en su recámara del segundo piso.

Sé que será​ difícil conseguir que la elija, pero para éso estoy yo, para insistir... día y noche.

Apenas salió la convocatoria, cientos de mujeres de todo el continente atiborraron el correo de Ian, quien ya no sabía qué hacer con tanto mensaje.

Carolina logró tomarle una fotografía a Magui y por la noche intentó subirla.

Intentó solamente, porque había olvidado por completo cómo hacerlo.

Dos horas después, con sus dedos torpes sobre el teclado y un peor desempeño con el mouse, lo consiguió.

—¡Esto es una mierda! —replicó ante la laptop—. Te facilitará la vida —remedó las palabras de Magui—. Cómo no...

Después de tres días entrando y saliendo sin éxito, logró una noche... ¡borrar la foto de Magui!

Gritó y se jaló los cabellos, llena de frustración ante lo sucedido.

—¡Pendeja! —se insultó apretando los puños—. ¿Qué hice?

—Hola —apareció un saludo en pantalla—. ¿Hay alguien por allí? —preguntó dejándola paralizada.

¡Es él!, pensó Carolina pasando al nerviosismo.

—Hola —insistió.

Carolina tragó saliva. Levantó sus temblorosas manos y las puso sobre el teclado.

—o... La... —escribió y la máquina la corrigió automáticamente. Sonrió por la ayuda.

—Hola, soy Ian —contestó emocionándola.

—Hola, soy Ca... —borró rápido el error—. Magui.

—Hola Magui ¿qué haces tan tarde?

—Hablo contigo. ¿Y tú? —inquirió sintiéndose boba—. Qué tonta soné.

—¿Por qué?

—Se vió muy infantil el ¿y tú?. Me puse nerviosa.

—¿Por qué estás nerviosa? No estoy mirándote.

—Es verdad.

—Me llamó la atención tu manera de entrar y salir del chat —reconoció.

—Perdón, no me dí cuenta.

—¿No estás segura de querer hablar conmigo?

—No es éso... —pausó Carolina sintiendo las manos húmedas. —. La verdad, es que no sé manejar ésta madre​ —pausó para borrar— máquina —corrigió—. Perdón, el autocorrector.

—Jajaja —escribió dibujándole una sonrisa, por el humor con que lo tomó.

—No te rías de mi desgracia —respondió risueña—. Ja ja ja —escribió.

—En verdad tu autocorrector te hace malas jugadas.

—Si, no creas que soy grosera...

—Nunca lo haría.

—Ya que estamos aquí, pregúntame lo que quieras.

Ian tardó en contestar. Dejándola a la expectativa. Luego escribió.

—¿Cuántos años tienes?

Carolina se paralizó. Su mente se puso en blanco.

—Creo que treinta...

—¿Crees?

—Si...

—¿Y a qué te dedicas?

—Soy contadora, mexicana.

—Oh.

—Trabajo en la hacienda de mi padre, no es tan aburrido mi trabajo.

—Nunca dije que fuera aburrido.

—Pero dijiste Oh, y éso significa que te sorprendió para mal.

Ian sonrió y escribió.

—Eres perspicaz.

—¿Que significa éso?

—Que eres inteligente, perceptiva...

—Oh...

—Oh para bien u Oh para mal.

—Oh de aprendí algo nuevo.

—Mmh, veo que eres toda una filósofa.

Carolina frunció el ceño. No tenía la menor idea de lo que significaba esa palabra. ¡La estaba insultando!

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