3. PAREJA PERFECTA
Magui se enderezó en su silla.
—¿Lo crees?
—Han pasado dos años sin novio, creo que es casi seguro que no. Antes de Luis, no quise acostarme con nadie y después de él, no se me antoja. La mayoría de hombres están casados y los solteros están re feos.
Magui se rió.
—¿Y las chicas del pueblo?
Carolina medio cerró un ojo.
—¡Pinches viejas entrometidas, ni me las recuerdes, que nomás me ven y arrugan las narices, como si ellas fueran la gran cosa!
—Entonces del pueblo no te gusta nadie.
—¡Nombre, ni que tuviera malos gustos!
Magui se inclinó hacia adelante, viéndola comer otra vez su avena.
—¿Y qué hay de los rumores que dicen los trabajadores?
Carolina la miró con la boca llena. Incluso un hilo de leche escurrió por la comisura de sus labios.
Magui la adoró. Era tan burda y tierna. Extendió una mano y le limpió la esquina del labio inferior.
Carolina se hizo para atrás y tragó de prisa.
—N... No les hagas caso, esos son peores que viejas... tan chismosos y metidos.
—¿Entonces, no te gusto? —inquirió con curiosidad.
Carolina se aclaró la garganta. Definitivamente ésa mujer era una belleza a sus treinta y dos años, pero ni pensar que...
—Eres mi amiga —respondió rápidamente, evitando meterse en problemas.
—Carol... —ahora Magui le quitó el plato—. Si estuvieras enamorada de mi, yo no te rechazaría.
La capataz sintió que la avena se le atoró un poco y empezó a toser, soltando algunos trozos de manzana. Se pasó lo que pudo y siguió tosiendo.
—Magui, no hablemos de éso.
—No te pongas así —le tocó una mano—. Quise decir que no te dejaría de hablar si supiera que me amas.
Carolina se incorporó. Estaba incómoda. Sintió molestia en su tobillo y se volvió a sentar.
—Prefiero hablar de estupideces con los hombres, contigo me da pena.
Magui la miró un instante. No estaba satisfecha con su respuesta.
—De acuerdo. Termina tu desayuno y te enseñaré a usar la laptop.
—¿La qué?
—La computadora portátil, ésa que te regalé en tu cumpleaños.
—Ah, ésa cosa... —murmuró jalando de nuevo su plato.
La enseñó a abrir un correo electrónico y le explicó para qué servía.
—Esta maravilla te facilitará la vida —declaró Magui entusiasmada.
—¿Qué es eso?¿Dice Milbcat?
—Ay Carolina, necesitas mejorar tu lectura.
—No me gusta leer, ya sabes.
—Bueno, dice Wildcat, ése es el nombre de tu correo.
—¿Qué significa?
—Gato montés.
Carolina hizo una mueca.
—Mmmh... —gruñó.
—Y malapata es tu contraseña.
Carolina la miró poco halagada.
—Supongo que es para que no se me olvide.
—¡Exacto!
—Como que éso de las cifras te agiliza la mente, ¿verdad?
—Así es, me encantan los números.
—Por éso estudiaste contabilidad...
—Por éso, porque soy la mayor y porque siendo hija de Miguel Sosa, algún día me quedaré al frente del negocio.
Carolina se quedó pensativa.
—Hablando de éso. ¿Cuándo te vas a involucrar en serio en el negocio?
Magui la miró boquiabierta.
—Ah no, señorita, usted hace el trabajo sucio y yo el papeleo.
—Así nunca vas a aprender lo que realmente es, lo bonito de levantarse de madrugada y respirar el aire de los corrales.
—Oler caca es algo que aún me cuesta tolerar —reconoció—. Por éso me fui a México a estudiar y no regresé.
—Pero, apenas llegaste conociste a Esteban y te casaste.
—Mmh, éso no me enorgullece. No funcionó —recordó su matrimonio de dos meses con el veterinario.
—Tienes treinta y dos años, Ian —dijo el entrevistador de espectáculos en su show nocturno—. Has viajado por el mundo, has caminado entre fieras salvajes: leones, elefantes, tigres, cocodrilos... Has vivido alejado de la civilización, de una manera que honestamente se requiere de un espíritu fuerte y decidido —dijo Jorge Perea emocionado—. ¿Cómo es posible que no estés casado?
Ian se rió.
—Precisamente por lo que acabas de mencionar —respondió—. La prueba de que no funciono en pareja, es que ya estuve casado y sigo soltero después de éso.
Carolina miró a Ian Armstrong, en la televisión. Soltó un suspiro disfrazado de enfado.
—Qué hombre ¿verdad? —la sorprendió Hortensia, sobresaltándola—. Es tan varonil. ¿Ya viste esos brazotes? Mmh...
—¡Hey, mocosa! —replicó enderezándose en el sillón de su sala.
—Es que es un papito, está bien rico, ¿a poco no?
Carolina la miró con el ceño fruncido.
—¡Pinche mocosa calenturienta, deja que le diga a tu papá!
—Ay sí, le tengo tanto miedo —la retó la chiquilla de cabello ensortijado—. Y no te hagas la loca que estoy segura de que con ese macho si te quitabas los calzones... bueno, éso de quitarte los calzones en tu caso pues, es un decir —se agachó cuando vió un misil volando en su dirección.
—¡Cabrona! —exclamó Carolina.
—Serían una pareja perfecta, él es domador de fieras y tú eres un animalito salvaje que ocupa mano dura para entrar por el aro —agregó agachándose a tomar el cojín para regresárselo—. Yo sí me dejaba dar mis buenas nalgadas por ese güero.
Carolina prefirió seguir viendo la televisión.
—¡Cállate y déjame oír!
Hortensia se rió, yendo a revisar la cena.
—Entonces ninguna mujer en su sano juicio se atrevería a casarse contigo —insistió Jorge.
—Exacto, sólo que fuera igual de apasionada como yo por la vida al natural, que estuviera dispuesta acompañarme en mis viajes.
Carolina se mordió los labios.
—¿Y si hiciéramos una convocatoria para buscar a la mujer de tus sueños?
Ian soltó una carcajada.
—¡Estás loco!
—Ahora mismo pondremos tu correo electrónico para que te manden sus datos —dijo el presentador entusiasmado—. Y digo por correo porque será mejor que las conozcas sin ver si están muy guapas, así no te dejaras llevar por el físico solamente.
—Y que sean masoquistas, porque alguien como yo, no se queda mucho tiempo en el mismo lugar, asi que no nos veremos por meses.
—Pero tienes tus virtudes, eres honesto.
—Y guapo —se rió nuevamente dibujando una sonrisa en los labios de Carolina. Su risa era contagiosa.
—No soy romántico.
—Pero eres fiel. Vale la pena conocerte amigo —insistió Jorge—. Hace diez años que te conozco y de verdad chicas —se dirigió a la cámara—. Este hombre, es uno en un millón ¿quién tendrá lo necesario para domar a éste aventurero?
Carolina se perdió en su sonrisa. Realmente era un tipo fascinante. Sus ojos se distrajeron con esos labios delgados que dibujaban una hermosa sonrisa.
Tras una semana de intentar convencerlo, Jorge consiguió que Ian accediera a formar parte de esa locura que inició en el programa.
Puso algunos requisitos adicionales, pero enfatizó la edad. No quería mujeres menores de veinticinco años.
Por lo físico, no tenía nada especial. Aunque las castañas eran sus favoritas ya que él era rubio.
—Lástima que no calificamos —se lamentó Hortensia viendo los requisitos.
Ellas no, pero había alguien que si cumplía con todo.