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4

  Se da la vuelta y comienza a recoger la mesa.

—No, ahora me dices.

—Prácticamente ese chico te estaba tirando los tejos. —su voz suena bastante obvia. 

—¿Qué? Mamá por favor.

    Mi madre me mira como si estuviera ciega y no lo hubiera visto durante el almuerzo. ¿Habrá escuchado las cosas que me decía Adrián mientras ella se excusaba? Conociendo a mi madre, seguro.

—¿No me digas que no lo has visto? Vaya hija que tengo.

—Mamá, soy menor de edad y él es mucho mayor que yo. 

—Tiene veintitrés años.

—¡Con más razón! 

    Ella pone los ojos en blanco y mira al techo como buscando una ayuda divina. Apoyo mi cuerpo sobre la mesa, justo al lado de la silla que se sentó nuestro vecino y no dejo de mirarla.

—Qué hija más aburrida que tengo. A tu edad ya habría hecho muchísimas locuras. —dice con claridad mientras deja los platos sobre la mesa y me mira.  

—¿Perdona? No soy aburrida. Simplemente me gusta hacer las cosas correctamente.

—¿Correctamente? —pregunta y yo asiento muy fuerte con mi cuello —¿Estar todo el día con libros y escuchando música? ¿Y tal vez salgas con tus amigas una vez a la semana? Scarlet, hazme el favor. —ella pone los platos dentro del fregadero y se gira de nuevo mirándome —No te pido que vayas de fiesta y te emborraches. Porque nunca lo has hecho y lo agradezco. Pero vamos. Vive un poco la vida, que solo hay una. Y que le den a Oscar, él se pierde la increíble chica que eres. 

    Aprieto mis labios fuertemente mientras la miro con los ojos un poco entrecerrados. Mi madre se acerca a mí y me mira con ese amor que siempre me ha dado. Un amor que solo ella me dio desde que nací. Y que se duplicó cuando papá murió.

    Oscar... no me hables de él, por favor. Por cuenta de la experiencia con ese chico los odio a todos.

—Cariño, a veces hacer locuras es bueno. No siempre, pero a veces es lo mejor para nuestra vida. Adrián es un buen chico, lo conozco. A pesar de que por su físico parece un chico mujeriego, créeme, no lo es.

—¿No tenías que irte a trabajar?

—¡Es verdad! Bueno, me voy. Piensa en lo que te dije. —me da un beso en la mejilla, para luego agarrar sus cosas y marcharse de casa para trabajar. —¡Te quiero!

—Y yo.

    ¿Se pueden creer que mi propia madre me ha llamado aburrida? 

Esta noche no duermo.

    Por la noche, lo primero que hago es sentarme en mi cama y agarrar el frasco de mis pastillas, para sacar una. Me lo pongo en la lengua y trago un poco de agua para que este pueda bajar bien por mi garganta. Llevo repitiendo este gesto desde que tenía siete años y desde entonces me he acostumbrado a vivir así. 

    De mis labios se escapa un leve suspiro. Aún no me puedo creer lo que me ha dicho mi madre hoy. Vaya día. Primero el vecino y ahora el de mi madre. ¿Será verdad que soy aburrida? Tal vez...

    Hará cosa de ocho meses que mi propio novio me dejó. A lo mejor fue por eso también. Intento dejar de pensar en ello y ponerme a dormir, ya que son las doce de la noche. Pero tras mi habitación oscura, se nota como una luz que proviene de fuera se enciende, iluminando parte de la mía. Me levanto con extrañeza y me asomo a la ventana, pero cuando lo hago me quedo petrificada en ella.

No me acordaba que su ventana estaba a seis metros de la mía.

      

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