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¿Me amas?

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L.M
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Sinopsis

Una chica reservada y dulce, diferente y de buen gusto como las demás chicas de su colegio. Ella cree que todos los hombres son iguales y promete que nadie más se clavará en ella. Ella conoce aún mejor al atractivo chico que quiere colarse en su cama todas las noches.

SEXODulceRománticoClásicosDramaJefeCEOChica Buena18+

1

2 año antes.

—¡Putos muebles de ikea! ¡Son imposibles de armar!

Las quejas de mi madre hace que el mueble que estamos montando las dos se parezca más a la torre inclinada de pisa que a eso, un mueble.

Solo espero que no caiga nada al suelo con los nervios de mi madre.

Dicho y hecho. Un pedazo de madera que, supuestamente tiene que ir a lo alto de la estantería, cae al piso rozándome el pelo y seguidamente, escuchándose un estruendo. Me siento en el suelo con sudores en la frente, poniéndome una mano sobre mi pecho del susto tan fuerte.

—Joder, mamá. Tienes más peligro que los Gremlins cantando bajo la lluvia.

—No es mi culpa que los muebles sean difíciles de armar.

Yo pongo los ojos en blanco. Mi madre y los muebles nunca en la vida se han llevado bien. Lo pueden comprobar de todas formas. Observo el reloj, ya son las doce y tengo que irme a mi última clase. Las hermosas y divinas matemáticas.

Si fuese por mí la enterraría viva bajo el suelo. Y que conste que no soy sádica.

Que se ahoguen los números allí abajo.

—Me voy a clase, mamá —digo mientras agarro mi bandolera, donde solo tengo un libro y luego mis queridos cascos Sony, que me los pongo sobre mi cuello.

No me voy a ningún lado sin ellos.

—Espera un momento, jovencita. —La voz de mi madre hace que me gire y la mire. Ella está con los brazos sobre sus caderas, muy típico de madre. Da hasta miedo —. ¿Llevas dinero?

O no, su ronda de preguntas.

Si la paso correctamente iré a la próxima prueba.

—Sí.

—¿Comida?

—Sí.

—¿Las pastillas?

—Siempre.

Vamos bien, vamos bien.

—Pues mueve tú culo gordo y cuando vuelvas te quiero aquí para que me ayudes con todas estas cajas.

Vuelve con su querido mueble y ya no hay de qué para que te haga caso. Me pongo los cascos en mis oídos y pongo a un volumen normal la música para no escuchar a nadie. Al salir, intenté familiarizarme en mi nuevo barrio. Mi madre es enfermera y siempre ha tenido el turno de noche. Nuestro antiguo piso no está muy lejos de aquí, pero quería un sitio más cercano al hospital ya que pasa más horas allí que en casa, por lo cual, ahora estamos en el cuarto piso de un edificio. Caminó rápidamente por las escaleras, si tengo que evitar los ascensores mejor para mí. Teniendo claustrofobia no aguanto en esa caja de metal allí metida.

A medida que camino, con el ritmo de la música se me escapa algún leve movimiento. Sin importarme que la gente piense mal de mí, sigo haciéndolo felizmente. Siempre he sido una seguidora del baile callejero y sobre todo de Michael Jackson. Por lo cual, mezclar ambos estilos me es muy fácil. Deslizo mis pies por el suelo de la calle como si fueran gelatina.

Coloco mi gorro de lana gris y mi camisa roja de cuadros. Siempre suelo hacer esto, me gusta y lo que diga la gente me entra por un oído y me sale por otro. El baile es una de las cosas que más amo.

—Mami, yo también quiero bailar así. —Observó como un niño me miraba anonadado y a punto de que su helado de chocolate se cayera.

Sonrío ante la frase del pequeño.

Miro el reloj y... ¡Mierda! Llego tarde. Dejó de hacer el bobo y corro como si no hubiera un mañana por las calles de Seattle. Intentó esquivar a varias personas que se ponen frente a mí, para cuando llegó a un paso de peatón un coche frenó rápidamente, sin darme tiempo a retirarme me subo encima del capó y sigo corriendo después por la calzada.

—¡LOCAA! ¡¿Es que estás loca o qué?! ¡Vete a un oculista si no ves bien, gilipollas! —grita el conductor del coche. En vez de decirle algo, simplemente le enseñó el dedo corazón con todo el cariño del mundo y sigo con mi misión.

¿Siempre haciendo amigos, Scarlet?

Tu sabes que si, guapa.

Freno bruscamente cuando llegó a la entrada de mi instituto. Hoy solo tengo una clase y el año que viene es mi último año. ¡Por fin! Ya lo estoy deseando más que nada. Coloco mi pelo, ya que después de correr los tengo por todos lados menos donde tiene que estar.

—¿Llegando tarde otra vez? —pregunta divertida la limpiadora.

—Un poquito solamente.

Los pasillos de este instituto son muy amplios, con taquillas pegadas en cada lado. Entro a mi clase, que para mi desgracia el profesor ya está dentro.

Todos, absolutamente todos se quedan mirando para mí con cara de burla. ¿Es posible que todos los de mi clase, exceptuando cuatro personas me caigan mal? Si, amigos. Es posible.

—Señorita Stella, ¿acaso tienes una hora retrasada en el reloj? —El de matemáticas lo dice con ironía y todos comienzan a reírse.

Estoy a punto de echar humo por mis orejas. Soy conocida porque tengo algo de mala leche. Pero no tanta.

—Creo que el que tiene el retraso es usted con esos comentarios —respondo sin mover ni un minúsculo músculo de mi rostro. Solo mis labios y caminó hacia mi asiento.

Todos se callan ante mi frase y la batalla comienza.

—Scarlet, ¿no querrá arriesgarse a suspender la asignatura por esas boberías, verdad?

—Con un diez en cada asignatura, es difícil suspender. ¿No crees? —Le vuelvo a contestar.

Él y yo nunca nos hemos llevado bien. Por no decir que es un profesor pésimo, que si le cae bien a la mitad de la clase los aprueba así sin más. Solo somos cuatro los que tenemos que aguantar sus burlas y las de los demás alumnos. Pero como soy la única que no se calla siempre me amenaza.

—No me pongas a prueba, Scarlet.

Me siento en mi silla, al lado de la ventana. En esta esquina estamos mis tres amigas y yo. Dos en las mesas frente a nuestra y mi mejor amiga del instituto a mi lado.

—¿Estás loca, tía? Si sigues contestándole así vas a suspender por primera vez en tu vida.

—Ya no puede cambiar las notas, Candace. Eso es ilegal y yo no me corto un pelo para denunciarlo si lo hace —habló con seguridad y ella me miró con asombro.

—Ojalá tuviera tantas agallas como tú.

Le guiño un ojo y colocar mejor mis cascos que me los colgué del cuello. Y ahora, a esperar a que termine la hora.

—Te vamos a echar de menos, Scarlet. —Candace me da un abrazo y luego Alice y Brooke la siguen.

Ellas se van con sus familias a pasar el verano a diferentes partes del mundo. Yo en cambio, me quedo en Seattle ya que a mi madre no le gusta coger vacaciones. Aunque, tampoco se está tan mal aquí en esta ciudad y más cuando tu madre se pasa más tiempo trabajando que en casa.

—Yo también, chicas. Nos vemos en septiembre.

Todas se despiden de mí y yo vuelvo a ponerme música para escuchar. Con la diferencia de que esta vez no bailo. Lo bueno de la nueva casa es que hay más vistas y estoy algo más cerca del instituto. Después de varios minutos caminando en línea recta, llego a mi nuevo edificio que, para mi sorpresa, mi madre no se encuentra. Pero si está el mueble hecho que tantos dolores de cabeza me ha dado hoy.

—Bienvenido —le hablo al mueble de madera mientras hago una reverencia —. Espero que no sufras demasiados daños psicológicos con mi madre.

Tiro las cosas a mi cuarto lleno de cajas y me tiró en plancha sobre mi cama. Esto si da gusto. Pero entonces, cuando creía que la calma existía, escucho la voz de mi madre.

Oh no, eso significa guerra.

Me pedirá que la ayude y cuando la ayudo Dios sabe cuánto tiempo me pego con ella. Adiós calma. Nos esperamos a las nueve.

—Mamá —llamó mientras me levantaba de la cama. Pero cuando mi cabeza le dio por girarse hacia la ventana, observó a un chico rubio muy, pero que muy guapo.

Literalmente mi mandíbula se desencaja. Ese chico no se percata de que estoy mirándolo. Solo nos separa mi ventana, seis metros y la ventana de él. Tiene una sonrisa en la cara, pero lo mejor viene ahora cuando mi madre lo abraza con cariño y las alarmas comienzan a sonar en mi cabeza. Me agacho rápidamente al suelo para que no me vean y me pego en la pared debajo de la ventana, para luego asomarme un poco. Ellos se despegan y se miran sonrientes.

¿Qué hace mi madre con un chico veinte años más joven que ella?

Ella se despide de él con una bolsa en la mano y se marcha de su habitación como entró, con una sonrisa.

—¿Pero qué acabo de ver?