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Ajuste

2

Esto no me lo esperaba.

¿En serio mamá? ¿Cuándo pensabas decírmelo?

Creo que alguien se inventa demasiadas cosas en la mente.

La puerta se escucha y unos pasos como los de mi madre aparecen tocando el suelo. Camino recta hacia el salón, ya que con el nuevo piso las habitaciones están conectadas con el salón y veo a mi madre que deja la bolsa que le dio el chico en el suelo.

—Hola, cariño ¿qué tal la clase? —Me mira como siempre lo ha hecho. No veo que esconde nada tras sus ojos.

—Bien. —digo con lentitud, intentando saber si ella es capaz de decírmelo —¿Y tú qué tal? —le hago otra pregunta con suavidad y levantando una ceja.

—Ya terminé de armar al increíble Hulk.

—¿Hulk?

—Sí —dice como si fuese obvio —. A la estantería, porque se atasca más que el personaje cuando entra en una puerta.

Mi nariz comienza a hacerse un poco más grande y mis puños se cierran un poco.

—Por cierto, ahora viene un chico que es vecino nuestro. Lo conozco de hace años.

—¿Quién? —formuló mirándola y el timbre suena.

—Debe ser él. Yo tengo la comida hecha, así que vete a abrir que yo la preparo en la mesa.

Pongo los ojos en blanco y me asiento con la cabeza. Más tarde no se va a escapar de mi ronda de preguntas. Me rasco un poco la cabeza, ya que me está picando bastante y cuando abro la puerta, mis ojos azules se abren como platos. Una sonrisa aparece en la boca del chico y yo inmediatamente dejo de rascarme el pelo y cierro la puerta con brutalidad.

En sus narices.

¿Qué hace el vecino de enfrente aquí?

Si no le dejas pasar nunca lo sabremos.

Aclaro mi garganta un poco y la vuelvo a abrir con lentitud. En su mirada hay confusión y diversión. Sus dientes perfectos aparece y ese brillo que transmite en su mirada de color verde me llega hasta en lo más hondo de mi alma.

—¿No te han dicho que es de mala educación cerrar la puerta en las narices? —Su voz con ese toque alemán que le da es bastante seductora.

Vaya, un alemán.

¡Scarlet! ¡Céntrate! Odiamos a los hombres, ¿recuerdas? Cuantos más guapos peor.

Me eché hacia un lado y simplemente decidí no contestarle. Sé que es de mala educación, pero me es imposible hablar.

—¿Se te ha comido la lengua el gato? —pregunta divertido.

—A mí nadie me come nada. —respondo algo borde y entonces me muerdo la lengua.

Mierda. Ha sonado con doble sentido, ¿verdad?

Demasiado. Estás pidiendo a gritos que él lo haga.

El chico levanta una ceja y una cara de pervertido aparece en su rostro. Creo que le ha divertido mi frase.

—No... no quería que sonara... —intentó solucionar la cagada.

Pero una vez la cagas, ya es difícil.

Como un sabio dijo una vez; "Comer, comerás flores, pero cagar, cagar mierda".

—¿Con doble sentido? —responde mi frase sin terminar. —Y pensando mal, ¿alguien lo ha hecho? —me pone mucho más nerviosa.

Ese chico tiene que ser joven, pero es algo más grande que yo. Veintidós o veintitrés años tiene que tener. Trago saliva costosamente y creo que sin lugar a dudas, a este hombre le gusta ponerme nerviosa. Simplemente no le respondo. Me hago un poco más pequeña de lo que ya soy y la altura de este alemán me impresiona.

—Vaya, veo que ya se conocen. Scarlet, él es Adrián. Adrián, ella es Scarlet. —nos presenta mi madre.

—Wow... —susurra él, sin dejar de mirarme. Su intensa mirada me pone nerviosa —¿Tú eres la pequeña Scarlet?

Yo miro a mi madre sin comprender nada.

—Cariño, ¿no recuerdas que siempre nos visitaba un chico adolescente en el hospital cuando eras más pequeña? —niego en respuesta.

La verdad, no recuerdo eso.

—Es él. Todos los meses compra juguetes para los niños enfermos del hospital y esa bolsa es para un juguete que le pidió una niña. —señala la bolsa de antes y entonces lo comprendo todo.

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