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Recuerdo que cuando era pequeña y para que mi madre no me dejara sola en casa la acompañaba al hospital. Me la pasaba horas corriendo por los pasillos, pero no recuerdo a ninguno... Espera un momento. ¿Ese es el chico que siempre ha comprado regalos a los niños del hospital?
Los ojos verdes de ese chico me analizan e intento mirar hacia otro lado para que no me ponga mucho más nerviosa cuando lo hace. Joder, un año y medio sin que me afectasen las miradas de los hombres y va y, ¿mi vecino tiene ese efecto en mí?
—Buff, y yo pensé que estaban juntos cuando los vi abrazados en la ventana... —respondo mirando al suelo y diciendo una vez más lo que pienso.
Mierda.
—¿Qué? —pregunta mi madre con diversión —Por favor, si prácticamente puedo ser su madre. Además, me gustan más maduros para mí —me guiña un ojo y se marcha a la cocina de nuevo.
Pero, no me dejes sola con él, mamá.
Lo haces a posta.
Mi lengua pasa alrededor de mis labios y aún sigo sintiendo como el chico rubio me mira. ¿Esto no va a acabar?
—Me acuerdo cuando corrías desnuda por el hospital cuando eras pequeña.
Dice sonriente. Mis ojos se volvieron a abrir como platos y lo miró rápidamente.
—¡¿Qué?!
—Tranquila, en ese entonces tendrías como... diez años o así. —echo el aire que tenía guardado hacia dentro de mí y entonces su cara se acerca a la mía con esa mirada que lleva regalándome desde que entró y ¿se puede estar más roja? —Ahora tienes que ser una obra de arte desnuda.
Trago saliva costosamente mientras veo como se da la vuelta y camina hacia la cocina con esa sonrisa.
—¿Qué demonios acaba de pasar? —me pregunto a mí misma, mientras camino con las piernas como gelatina hacia la mesa.
—Y bueno Adrián, ¿tienes novia? —le pregunta rápidamente mi madre, mientras me mira como diciendo; "de nada por dejárselo en bandeja".
Por favor, no me interesa.
Si, y las vacas vuelan. No te jode.
Es verdad que no me interesa.
Díselo a esa baba brillante que te sale.
—No. No he encontrado a ninguna chica para mí. —susurra, sin dejar de mirar su plato que hay encima de la mesa, como pensativo.
Yo intento mirar al mío para que sus labios no me distraigan. Tiene una pequeña barba de cuatro días y parece que hace mucho gimnasio...
—Bueno, eres joven. Disfruta de la vida. —su móvil suena.
Ella sin pensárselo dos veces, agarra el móvil y contesta. Alejándose un poco del lugar. Y de nuevo a solas con este chico que no me quita la vista de encima.
Intento distraerme con la comida.
Algo muy importante en esta vida he aprendido. Y lo llamo las tres reglas básicas más fundamentales para un chico. Sí o sí tienen que funcionar.
1. No exponerse a luces brillantes.
2. Debe beber agua, pero jamás mojarle.
3. Y lo más importante; nunca alimentarlo después de medianoche.
Bueno, con los hombres no sé si servirá. Pero con los Gremlins, sí. Este es el problema cuando eres fanática de películas así. Y más cuando recuerdo mi infancia gracias a esta película.
—Te noto... algo nerviosa. —La voz del alemán me habla y lo miro. De nuevo el iris de sus ojos está clavado en mí.
Como para no estarlo, nene. Que unos ojos tan verdes y a la vez salvajes como la selva no dejen de mirarte como si fuese la única mujer que hay en la faz de la tierra, es para ponerse un pelín nerviosa, ¿no crees?
—No me gusta que me miren.
Una ceja se le levanta y creo que eso lo hace cuando algo le llama mucho la atención y le interesa saber más cosas. Por favor, que no diga nada guarro, que no diga nada guarro...
—Entonces cuando estás con un chico en la cama, ¿le prohíben mirar? —pregunta con atención y creo que estoy más roja que antes.
—¿Y eso a ti que te importa?
—Pues mucho. —sigue de nuevo con su plato con el mismo gesto de diversión que le estoy causando.
Me cae bien el muchacho.
¿Cómo puedes decir eso si es un guarro?
Corrección, te va a dar mucho salero en tu vida. Algo que te hace mucha falta.
—Créeme. Conmigo esa prohibición no existirá jamás en la cama.
¿Por qué me habla así? Como si quisiera entrar en la cama conmigo. ¿Por qué?
Chica, lo que daría porque un chico me diga esas cosas...
—Perdonen chicos, me llamaron del hospital. Hoy tengo que salir un poco pronto Scarlet —me avisa y entonces se pone de nuevo manos a la obra con su plato —. Y bueno, ¿de qué estaban hablando?
Yo hago un gesto bastante divertido levantando las cejas hasta arriba y la miro. Mamá, mejor que no preguntes esas cosas.
—Scarlet me estaba hablando de sus logros. ¿En qué curso estás? —Adrián levanta una ceja de nuevo.
Joder, te la voy a bajar yo como sigas haciendo eso. ¿Cómo te puede interesar tanto mi vida aburrida?
—Bueno, voy a por mi último año de bachillerato.
—Wow, entonces tienes que tener... ¿Diecisiete?
—Recién cumplidos. —respondo de nuevo.
En sus ojos puedo ver como algo brillante se cruza en ellos y esa sonrisa aparece de nuevo. Pero lo borra más tarde muy repentinamente y eso me extraña bastante.
—Yo... me tengo que ir. —susurra el chico rubio y se levanta de la mesa —Estaba muy bueno Cat. Gracias por... por el almuerzo. —vuelve a susurrar pero no me mira. Todo lo contrario a lo que ha estado haciendo en toda la comida.
Nosotras nos levantamos cuando él lo hace y lo acompañamos a la puerta. El cambio de actitud de este chico me acaba de impresionar. Incluso cuando roza su brazo en mi hombro sin querer, no me mira, ni me dice nada.
—Vuelve cuando quieras, Adrián. —le dice mi madre.
—Claro. Nos vemos. —Abre la puerta y se marcha rápidamente.
Mi madre y yo nos miramos como si con la misma mirada pudiéramos comunicarnos.
—¿Son ideas mías o cuando dijo tu edad se puso raro? —pregunta ella con las cejas levantadas.
—Sí. Se puso bastante extraño.
Ella mueve ahora sus cejas de forma provocativa, como intentando decirme algo de esa forma. Siempre que pasa algo interesante levanta las cejas de esa manera.
—¿Qué pasa? —pregunto poniendo mis manos sobre mi estómago.
—Nada, nada. —responde, levantando las manos en forma de escudo y con una sonrisa pícara de madre.