#3 Como otro planeta
Cuando tenía diecisiete años me gradué de la escuela y lo tenía claro, quería tener dinero, mucho dinero. Así que armé cuidadosamente una estrategia para llegar hasta mi objetivo.
Soy de una ciudad en medio del desierto, Alice Springs, justo en el medio de Australia. No hay mar, todos en el maldito país han crecido entre surf y playas exquisitas menos los 25mil habitantes de mi ciudad.
Entonces mi plan empezaba con la universidad, entré inmediatamente a Charles Darwin.
Recuerdo aún a mi madre cuando me fui de casa por primera vez para entrar a la facultad.
– Tengo miedo – dijo con la voz entrecortada un segundo antes de dejarme en el pequeño departamento junto a mi universidad.
Nunca tuvimos demasiado dinero ya que mi madre en un punto de su vida pensó que no importaba si no terminaba la escuela porque su esposo se encargaría del dinero, no contaba con que él la abandonaría y la vida puede ser muy cruel para personas sin renombre, aforntunadamente ella era inteligente y me crió bien.
– Eso debería decir yo – respondo, también me dan ganas de llorar.
Mi forma de ser y la de mi madre jamás fueron particularmente similares entonces siempre esperé ansiosa el día en que al fin viviría sola, pero ese momento en realidad fue muy doloroso.
– Confío en que tomarás buenas decisiones – me dijo abrazándome para que no la viera llorar.
– Mamá... – le devolví el abrazo – todo estará bien, te amo.
Entonces me bajé del auto, y ella se tomó unos segundos para observarme antes de poner en marcha el auto.
– Sarah... – se limpió las lagrimas – Dentro de diez años asegúrate de que elegiste tu vida, y no te conformaste con ella.
Sonreí.
– No seas dramática, te veré en navidad – ella se alejó por la calle, mientras me despedía con la mano.
Fueron cinco años de ciencias de la computación, hice al menos cuatro titulaciones complementarias, adelanté materias, trabajé en las noches y básicamente no dormí, pero para mi nivel socioeconómico y la expectativa laboral de mi ciudad, el día en que el comemierda del Señor Steffan envió una carta de recomendación a una empresa en Melbourne que a veces releo para subirme la moral, y me llevó recién graduada a una ciudad costera, con un salario divino para alguien que vive sola, gané la lotería.
La empresa en la que trabajo POLYMORPHIC, es conocida por dar muy buenas oportunidades a los mejores estudiantes del país, horario de oficina de 7:30 a 12h y de 13h a 16:30, cinco días a la semana, podría mantener una familia entera con mi salario y tengo un seguro de vida decente.
Sólo van dos meses desde que ingresé a este lugar, el quinto piso del edificio está lleno de veinteañeros recién graduados como yo, pero en su mayoría, niños pijos de universidades privadas, que caminan como si levitaran, que antes de saludar te miran de arriba a abajo, averiguan el perfume que usas y no se juntan contigo a menos que tu apellido suene lo suficientemente elegante.
Aún recuerdo mi primer día en POLYMORPHIC, no dan capacitaciones así que simplemente llegamos un grupo de diez empleados nuevos a ese quinto piso, nos asignaron oficinas, nos indicaron donde encontrar las tareas para hacer, y en un vídeo de 5 minutos nos explicaron las normas de la empresa junto con sus respectivas amenazas.
– Si no usas tacones te comerán viva – alguien entró a mi oficina de repente.
Era un hombre de mi estatura, piel y cabello castaños, lentes de descanso, el pantalón bien fajado y la mirada por encima de mi cabeza.
– Un gusto para ti también – respondí.
– Soy Sergi Norris, Universidad Monash, no entiendo muy bien porqué tu oficina y la mía no están separadas por un cristal así que probablemente compartiremos tiempo juntos – se metió las manos en los bolsillo y observó por varios minutos como arreglaba mi escritorio – Ni se te ocurra comer cosas que huelan mal, sé que no eres de aquí pero en esta ciudad las apariencias lo son todo...
– ¿Cómo es que intuyes que no soy de Melbourne? – pregunté ya un poco fastidiada.
– De la misma forma que puedo concluir que te llamas Sarah, tienes como veintiuno y seguramente vienes del desierto – respondió con muchísima seguridad.
Me quedé totalmente sorprendida, lo miré como si fuera un maldito espiritista e intenté buscar una oración en mi cabeza que me permitiera no volver a cruzar otra palabra con él.
– ¿Cómo...
Él sonrío.
– Tampoco te recomiendo dejar tu identificación de la universidad en el forro del móvil – señaló mi celular sobre el escritorio, justo con ese artículo mostrando mis datos personales – podemos seguir hablando pero no funciono sin un capuchino en la mañana ¿Quieres uno también?
Me dieron ganas de darle una respuesta cortante, autoritaria, o de usar ese tono de suficiencia con él también, pero soy adicta al café y sus derivados, y lo de la identificación de la universidad fue una humillación que afortunadamente no pasé con alguien más.
Básicamente desde ese día Sergi me trae capuchino, yo uso tacones, empecé a entender que a cierta parte de los pijos no les hace falta juntarse con otros pijos para sentirse exitosos, que después de un mes ya no importa realmente nuestra procedencia porque en teoría ganamos lo mismo, y que hay que evitar mostrar inferioridad, a toda costa, independientemente de dónde seamos y hacia donde nos queremos dirigir.
Pero aún así sigo sin estar satisfecha, mi estrategia sigue en vilo, tengo dinero, pero no mucho, muchísimo dinero. Entonces lo que queda ahora es más importante.
Lo que de alguna manera en palabras no dichas le prometí al Señor Steffan, ser esa mierda privilegiada que mi no me debía tocar.
. . .
– Tierra llamando a Sarah... – alguien me sacude el hombro.
Vuelvo de vuelta a la realidad, en una discoteca del centro de Melbourne, giro mi cabeza y observo a Sergi frunciendo el ceño.
– ¿Ahora le tienes miedo a la putivuelta?
Intento recordar porqué me distraje exactamente y entonces esas risas llegan de vuelta, busco con la mirada y encuentro a la morena hablando con un grupo de chicas.
– Es que...
– Oh mira, es Paris Scott – me interrumpe Sergi y se dirige hacia ese grupo de mujeres.
Me quedo idiotizada, sé que Sergi es extrovertido pero no pensaba que Paris Scott no le genera el mismo miedo que a mi, voy junto a él a paso tímido.
Saluda rápidamente Paris que no se niega, luego él hace una broma para las demás chicas que se ríen.
– Oye Sergi ¿Tú conoces a Persey Anderson? – pregunta una rubia.
Sergi asiente, de inmediato me doy cuenta de que todas tienen el mismo acento que mi amigo.
– Sí, el abogado – dice con tono indiferente pero entonces se da cuenta de un detalle que lo hace reír – y ex de Paris, claro, el decano lo llamaba 'niño peinado perfecto'.
Las chicas se ríen y Paris mira avergonzada su vaso con algún licor fuerte.
Entonces capto algo muy obvio, resulta que Sergi, Paris y sus amigas son egresados de la misma universidad, dos meses, mi mejor amigo y aún no sé las cosas interesantes de su vida.
– Sí miralo, está justo allá ligando con una anciana – vuelve a decir la rubia.
Al parecer a todas les hace gracia burlarse del tipo, yo doy un vistazo y en efecto el hombre tiene porte de abogado, pero para nada, ni siquiera un poco, de ser ex de Paris Scott.
– Se cree que las tiene a todas – ríe otra chica – ¿Recuerdas cuando salían Paris? – otra vez todas sueltan una carcajada – Ella pasaba horas acompañándolo a comprar ropa.
A mi también me hace gracia, pero estoy un poco fuera de lugar.
– ¿Puede haber algo más grande que el ego de un estudiante de derecho? – pregunta Sergi a la vez que todas se quedan analizando.
– No creo que sea posible – dice una – aunque los de Aviación y medicina le compiten.
Todos asienten totalmente de acuerdo.
– Ya vale, dejenlo en paz – habla al fin Paris – El pobre idiota no tiene la culpa.
Y como si toda esta conversación se redujera a la opinión de ella comienzan a hablar de cualquier otro tema, yo simplemente escucho, son gente muy interesante, pero de esos que mejor no hay que hacerlos molestar.
Entonces pasa un rato más, piden una ronda de tragos, al fin la rubia me empieza a hablar y de repente todas terminan preguntándome súper curiosas lo excesivamente interesante que puede llegar a ser crecer en el desierto.
– Tengan cuidado, aún no me ha revelado el oscuro secreto que la trajo de Alice Springs a Melbourne – ríe Sergi, malditos niños pijos.
Pero la única que no dice una sola palabra es Paris, no sé porqué ella tiene tanto porte de persona calculadora, de esas que nunca dicen nada tonto y sólo opinan cuando algo es realmente importante.
En un punto la conversación se acaba y todos deciden ir a bailar, Sergi con la chica rubia, las demás muy rápidamente ligan y yo me quedo en la barra sin muchos animos de darme la susodicha putivuelta.
– Alice Springs... Como otro planeta – escucho comentar a Paris que tampoco ha salido a bailar.
– Ustedes subestiman demasiado a los que no somos niños privilegiados – respondo, y no puedo creer que un reproche salga de mi boca, estoy orgullosa.
Ella es borde, ya lo he comprobado, ese tipo de personas con las que hay que tener cuidado de no perder la dignidad en cualquier segundo.
– Para nada, igual nuestro salario es el mismo – me guiña un ojo, siento que ese gesto me tira directo al piso, entonces gira en su silla y le pide algo al barman – Polymorphic no es una fantasía, pero si tienes las cosas claras...
La miro a los ojos, cuando me habla siento que pierdo el hilo, ni siquiera Jameel me genera tanta autoridad.
– No parece que fueras programadora – es lo único que puedo decir, ella sonríe, me desarma.
– ¿Entonces que te parezco?
Abro y cierro la boca varias veces, no soy capaz de encontrar una salida a sus palabras, decido entonces lanzar lo primero que me pasa por la cabeza.
– Cualquier trabajo que se requiera ser arrogante – sentencio.
Ella suelta una risa sorda, es demasiado agraciada.
– Alice Springs... Creo que confundes mi carácter – responde de forma vaga.
Sonrío.
– Sabes en realidad sí, los informáticos tampoco somos muy de ofrecer cosas – Ella apenas me mira, siento miedo de que le aburra mi forma de mantener una conversación.
Pero entonces veo que hace una seña al barman que trae de inmediato dos tragos.
– Aún tenemos varias conversaciones que tener Sarah – me ofrece uno de los vasos con licor.
Siento un descongelamiento de todo lo que son mi huesos cuando ella pronuncia mi nombre, entonces bebe el contenido de su copa y da la vuelta otra vez en dirección a la pista de baile, yo intento hacer lo mismo pero en cuanto mi lengua toca el licor me doy cuenta que es Amaretto y siento un ardor demasiado intenso que baja por mi garganta y se sitúa en la parte superior de mi abdomen, antes de poder recuperarme de ese trago doy un vistazo a la chica quien se queda mirando fijamente en una dirección.
De repente, casi con la misma intensidad del trago observo como una mujer, de cabello oscuro y ojos castaños se acerca (muy cerca) a Paris, se mete entre sus brazos, comparten unas palabras al oido, sonríen, y la morena lleva de un tirón a la otra hacia la pista.
Los tragos de Amaretto y vodka, repentinamente pierden su efecto, la curiosidad me mata, doy la vuelta y me quedo fija mirando el recorrido que hacen las dos chicas hacia la pista, llegan y suena una canción muy buena, Paris la toma de los hombros, es más alta que ella y se mueve como si estuviera totalmente segura que la de cabello oscuro está loca por ella.
En la facultad había mucha gente gay, tuve amigos gay, me gustó un chico que era gay, nunca he tenido ningún problema con eso, pero tampoco había estado realmente interesada.
Pero a ellas dos no puedo dejar de verlas, tan... Tan jodidamente preciosas, es como la altivez de lo sensual, las dos tienen un cuerpo que... Y se mueven tan... Mi pecho sube y baja al ver la forma en que Paris le mueve el culo a la otra chica y esta se deja llevar, las dos unen su frente, parece que se fueran a besar, quiero que se besen, me provoca un temblor extraño en el cuerpo el hecho de que aún no se hayan besado.
Pasan como cuatro canciones y yo he dejado de ser persona, me estremecen, entonces ellas dejan de bailar y van en otra dirección que no alcanzo a ver, en ese momento recuerdo que estoy en una discoteca, que vivo en Melbourne, y que me llamo Sarah Pearson.
– ¿Quieres bailar? – alguien me dice al odio.
No me sobresalto, apenas si miro al chico que me ha pedido aquello y acepto, vamos a la pista y todo el tiempo en lo único que pude pensar es en esas dos mujeres, por el amor de dios.
Las horas pasan en esa discoteca, ya hay mucha gente ebria, bailé con tres hombres que se alejaron porque fui como una puta estrella de mar, en general le pongo empeño, pero es que no sé a que planeta decidió viajar mi mente.
– ¡Quitate, tú! – de repente Sergi aparece y empuja a mi pareja, ni siquiera pierdo el tiempo en ayudarle – Bailemos amiguita.
Río, y aunque él esté un poco ebrio y yo bastante ensimismada fue el mejor baile de la noche, más tarde volvimos con el amigo de Sergi, Marcus y Eli, me dieron una pequeña bolsa con regalos y decidimos salir de ese lugar ya que Sergi estaba a punto de desfallecer.
Salimos de la discoteca para buscar un taxi, pero para nuestra mala suerte ninguno nos llevó a los cinco.
– Saben, lleven a Sergi y al otro chico a casa, yo tomaré otro taxi – le digo a la pareja de esposos.
Ellos me hacen caso y suben al vehículo.
– Ten cuidado Sarah – yo asiento.
Se despiden con un grito por la ventana, entonces me quedo ahí en la calle esperando que pase otro taxi el cuál llega segundos después.
Lo detengo, me acerco, hago el ademán de abrir la puerta y entonces, de repente, alguien tira de mi vestido.