Capítulo Dos
Puedo asegurarles que la venida del hombre no tardará nada. Y hay que beberse toda la leche.
Si, beberse la leche, no leyeron mal
Uno de mis mayores problemas cuando empecé en la profesión, era ese, beberme la leche de los clientes, pero con la práctica usando leche de magnesia mezclada con miel, aprendí a soportar. Con el tiempo ya me es indiferente.
La bebo a litros dependiendo del precio.
Antiguamente y me refiero a apenas hace unos diez años, había tabúes que las prostitutas mantenían con orgullo. Eran los llamados "nos" de la profesión.
Las mismas variables, desde no dejar que nos besaran en los labios y mucho menos el beso de lengua, pasando por la posesión anal.
Sólo que, en ese tiempo, la noche costaba de doscientos a quinientos pesos, de diez a veinticinco dólares, Hoy nos pagan de cinco a diez mil pesos por complacerlo, es decir de doscientos cincuenta a quinientos dólares.
¿Qué un cliente quiere cogerme por el culo? ¡Perfecto!
¿Y el dolor!
Pues aquí tenemos otro de los trucos.
La penetración anal sólo es dolorosa para las mujeres sin experiencia.
Existen dos métodos para combatir el dolor que produce le metan a una, una enorme verga en el culo que se siente como si la partieran a una por la mitad.
Uno de los métodos es el "natural", que requiere concentración y, sobre todo, experiencia. Lo principal es no asustarse por las dimensiones de la verga, sino aceptarla como algo natural, hacer que la mente domine a la carne para de este modo dilatar los músculos interiores del ano en el momento de la penetración.
Puede ser que algunas mujeres, por ser en extremo nerviosas, no puedan obtener este resultado. Hoy en día existen cremas suavizantes y anestésicas que producen el mismo resultado. Es el segundo método, también llamado "artificial". Estas cremas pueden ser obtenidas en farmacias o tiendas de objetos sexuales.
Aquí tienen más o menos condensados mis trucos sexuales y como verán, todos ellos son perfectamente utilizables por el ama de casa, la esposa común y cualquier mujer que desee impresionar a su hombre.
Como dicen por ahí, querer es poder y de que se puede, se puede, todo está en querer hacerlo, en desear disfrutar y hacer disfrutar al hombre que está con nosotras, ya sea el novio, el marido, el amante, un cliente o alguien a quién deseamos agradar.
Y ya que estamos en eso de las confidencias y de la sinceridad, voy a contarles algo que me sucedió hace algunos días, cuando me estaba arreglando para irme de desmadre con mis amigas a un antro.
Ah, porque deben de saber que nosotras, las putas, también nos sabemos divertir cuando queremos, aunque eso no quiere decir que no consigamos cliente mientras lo hacemos, cosa que, en términos generales, llega a ocurrir.
Aunque también, al ir a divertirnos a cualquier sitio, nos permite ligar con alguien, por el simple placer de sentirse mujer, de saber que aún se puede conquistar a una persona, ya sea por tu apariencia o por tu manera de ser.
Eso es lo bueno de no llevar en la frente un letrerito que diga “puta”, aunque, a decir verdad, yo conozco a muchas que tienen cara de “putas” sin serlo, incluso, muchas de ellas son casadas y sumamente fieles, y eso si me consta.
Lo que sí es que cada vez que las veo, no puedo evitar pensar “pinche desperdicio, con esa cara me cai que agarraba buenos clientes”, en fin, como les decía, me encontraba por salir a divertirme con mis amigas cuando de pronto sonó el celular, ese que uso para el negocio y que pocos clientes tienen.
Era Horacio, el que me llamaba, así que no dudé en responderle, él es un hermoso ejemplar masculino, quien me ofreció diez mil pesos por pasar toda la noche con él.
Ante tal ofrecimiento, no me pude negar y acordamos que estaría con él hasta las 6 de la mañana, del día siguiente, pues debía llegar a mi casa antes de las 7 para mandar a los niños a la escuela, ante todo el deber y luego el placer.
Por su galanura y su manera de coger, Horacio, es el sueño de una ninfómana y puedo decir que, hasta ahora, en los tres años que llevo de ejercer el oficio más antiguo del mundo, él ha sido el único cliente que ha logrado sacarme la leche.
Una vez que estuvimos en la habitación del hotel, lo desnudé con lentitud, solazándome la vista con su cuerpo atlético, de músculos firmes.
Estaba frente a mí, desnudo por completo. Su pene "hecho a mi medida", según pensé, brotaba de su cuerpo como un torpedo de carne. Más abajo le colgaban dos hermosos testículos cargados de semen.
Sin poder contener el temblor de mis manos provocado por aquella maravilla de la naturaleza, comencé a soltarme el broche del brasier, sólo que, Horacio me detuvo.
—Déjame desnudarte —me dijo.
Horacio, me tiró en la cama, sus manos buscaron en mi espalda y soltaron el brasier. Él se terminó de desnudar y pronto los dos estuvimos como Adán y Eva en el paraíso después de morder la manzana prohibida, es decir, a punto de darnos una buena y deliciosa cogida tal y como lo estábamos deseando.
Cuando me vio encuerada, dispuesta a lo que quisiera hacerme, su cabeza descendió por mi vientre, depositando en él su aliento y la humedad de su saliva.
Yo movía las caderas y me apretaba los senos. Sentí su aliento en mis vellos púbicos y le abrí los muslos para mostrarle la rajada burbujeante, espumosa.
—¡Ooohhh...! ¡Carajo… qué rico lames! —grité desesperada, al sentir como la boca de Horacio se posaban sobre la labia vaginal.
A continuación, comenzó a pasar su lengua a lo largo de los pliegues que se abrían para recibir su caricia, lo que complementaba con besos y mordiscos en el clítoris. Aquella caricia me hacía vibrar y derramarme sin parar, mientras que mis nalgas saltaban en el aire.
De repente se detuvo.
Levantó la cabeza, sus labios empapados en mis jugos y me contempló.
—Querida —murmuró— creo que estás lista...
Y sin más palabras, me abrió los carnosos muslos y con un certero y preciso movimiento, enterró su dilatado y grueso miembro en mi pulsante papaya.
Los dos comenzamos a movernos en un baile erótico. Él sabía que yo no lo engañaba, que estaba sintiendo todo, absolutamente todo su delicioso pene en mi cuerpo y respondía regalándome la cogida más sabrosa de mi vida.
Me concentré en apretar su verga en el interior de la vagina, en hacerle sentir lo mismo que yo estaba gozando para que supiera que estaba desquitando bien lo que me había pagado.
Su bombeo era profundo, acompasado y sus ojos estaban prendidos en los míos, mientras se apoyaba a ambos lados de mi cuerpo, con los brazos extendidos.
—¿De veras estás sintiendo la verga? —preguntó sin dejar de limar.
—Hasta el fondo. Estoy empapada, ¿no te das cuenta? —contesté.
El vio la verdad en mis pupilas y sonrió. Las gotas de sudor cayendo de su cuerpo en el mío, mezclándose con mi carne, corriéndome por el pecho desnudo y el vientre tembloroso.
Mis uñas se enterraban en su espalda, mis caderas giraban al compás de sus empujones, su tranca entraba y salía como una herramienta bien engrasada en mi túnel y sus testículos golpeaban en mis nalgas abiertas. Era el palo más delicioso de mi vida.
De pronto Horacio, comenzó a cogerme a mayor velocidad. Su respiración se hizo entrecortada, el sudor corría por nuestros cuerpos, sabía que estaba por venirse y respondí acelerando la rotación de mis nalgas, el golpeteo de sus testículos resonando en mi cerebro como tambores. Todo daba vueltas en mi mente. Me abracé a él.
—Mi amor... mi amor —gemí— dame la leche... dámela como jamás se la has dado a nadie...
Yo me derramé primero. Me vine en una serie de orgasmos rápidos y nerviosos, mientras que él exhalaba un alarido pasional, sus manos se enterraron en mis tetas, mientras que caía sobre mi cuerpo bombeándome sus descargas líquidas, los chorros cremosos de su leche hirviendo.
Dos horas después, tras de practicar todo tipo de posiciones y de caricias, los dos estábamos uno al lado del otro, empapados en sudor sobre las sábanas mojadas y arrugadas.
Yo me dedicaba a acariciarle el pene caído, que aun así se veía hermoso.
—Pudiera coger contigo y gratis toda la vida —pensaba yo al acariciarle el chile.
Era la primera vez en mi vida como prostituta profesional que pensaba algo así acerca de un cliente y es que como les dije antes, Horacio sí que es un cliente muy especial.
—Horacio... cada vez que quieras coger, ven a buscarme. Yo te pagaré —le dije, sin poder contener mi sensual arrebato.
Horacio no pareció sorprendido. Estoy segura de que muchas le habían dicho lo mismo.
Horacio fue algo caliente y hermoso que jamás volvió a mi vida. Fue mi mejor palo. Aunque él fue un amante efímero, nunca más volví a verlo y quedó sólo en mi memoria.
Cómo también quedó en mi memoria la experiencia que tuvo una amiga mía, una con las que acostumbro irme a divertir de vez en cuando, una mujer a la que estimo mucho y con la que me he pasado largas horas platicando de nuestras vidas.
Bueno, pues resulta que en una ocasión, ya con unos alcoholes encima, llevadas por el momento y la sinceridad, ella me dijo algo que me hizo ponerle mucha atención:
¡Me encanta la verga!
—¿Qué? —le pregunté viéndola a los ojos.
—Lo que oyes… me encanta la verga y ya se me hizo vicio…
—¿Y qué te detiene?
—Mira, te lo voy a contar todo para que entiendas y me puedas dar un consejo…
—De acuerdo… soy toda orejas…
Ella comenzó a contarme y ahora yo se los cuento a ustedes, todo comenzó después de terminar su trabajo en el estudio fotográfico donde había sido aceptada como modelo, y después de haber posado largo rato para aquellos tipos se sentía muy triste y defraudada.
Si bien, ella quería ser modelo, pensó que al aceptarla se trataba de una pasarela de modas, o tal vez anuncios de algunos productos de belleza, pero no fue así.
Tuvo que posar desnuda para un grupo de aficionados a la fotografía que le retrataron hasta el acta de nacimiento, no hubo parte de su cuerpo que no quedara expuesta a los ojos de aquellos tipos y sobre todo a las cámaras que utilizaban.
Tenía la impresión de que le habían tomado el pelo y extraños presentimientos de que aquel trabajo no le traería buenas cosas la torturaba por dentro, al mismo tiempo su cerebro se estremecía de gozo al recordar a Lupita, la maquillista y coordinadora, la imagino una buena muchacha en el fondo, aunque había caído muy bajo trabajando para aquellos tipos, el rostro de Juanelo, el que la contrató, le había indicado que no era un individuo que podría fiarse.
Al mismo tiempo que se sentía engañada y burlada, tenía el sexo ardiendo, el maquillaje y la afeitada de panocha que le dieron y el roce de las manos de Lupita, junto con las luces y el sudor durante la sesión fotográfica la tenían muy ardiente al salir del estudio.
Se paró en una esquina a esperar el autobús para regresar a casa de su tía, tenía ganas de llorar, estaba tan avergonzada y triste que casi estaba dispuesta a contárselo todo a la mejor amiga de su difunta madre, que había sido su tía, sólo que, reaccionando, casi en el momento de subir al autobús decidió no hacerlo y echó a caminar sin un rumbo fijo, necesitaba pensar y despejar sus ideas de la mejor manera.
Sin saber cómo llegó hasta ahí, estaba frente a un cine de no muy buena reputación, aunque se sentía tan abatida que, no tenía ni fuerzas para volver sobre sus pasos, así que compró su boleto de admisión y entró a la sala del cine.
Al principio, entre el cansancio y las lágrimas que acudían a sus ojos por la frustración que tenía, no puso mucha atención a la película, aunque, poco a poco el interesante argumento del filme la hizo olvidar sus penas, de pronto llegó lo inevitable en una película moderna, de esa que no son exactamente pornográficas o al menos no se les consideraba "comercialmente pornográficas", y que son aceptadas hoy por el público como algo normal.