Capitulo Uno
Hola a quien quiera que tenga frente a sí estas líneas, en donde van a descubrir cosas que tal vez no se imaginaban, o tal vez, se queden cortas ante lo que han vivido, de una o de otra manera, sé que les serán muy interesantes.
Me llamo Gloria Solís y soy una mujer que vive de hacer el amor, mejor dicho, una mujer que vive de vender su cuerpo y su experiencia para darle placer al cliente.
Vamos, que, en pocas palabras, soy una profesional del sexo, una sexoservidora, como nos llaman ahora, una puta, una ramera, una cualquiera, como siempre nos han dicho.
Por lo tanto, uso mi cuerpo al extremo de su capacidad amatoria y debo hacer uso de toda mi experiencia, para que mis clientes encuentren en mi lo que buscan: el placer total, el disfrute pleno, en pocas palabras, “el sexo perfecto”.
Y para realizar ese “sexo perfecto”, recurro a trucos para satisfacer a cada cliente.
Ellos saben que por hacerlo conmigo, pagan un precio. A cambio de ese precio esperan un servicio que no reciben en su casa o en la de su amante.
Hoy en día, pese a la facilidad con la que se puede encontrar sexo en cualquier parte, más y más hombres buscan nuevos placeres sexuales y dan por descontado que somos nosotras, las profesionales quienes debemos suministrarles esos placeres.
Ellos piensan así y nosotras sabemos que están en su perfecto derecho de hacerlo, por lo que debemos perfeccionar nuestras técnicas de hacer el amor.
A tal grado ha llegado la especialización en la búsqueda del sexo perfecto y el placer total, que hay muchas colegas que se dedican a una sola variedad de sexo y así lo hacen saber a sus clientes, para que sepan lo que van a encontrar si las contratan.
Es muy necesario en estos tiempos de apertura y liberalidad.
En la actualidad, nadie puede darse el lujo de perder el tiempo.
Precisamente por eso, los clientes buscan rapidez, eficiencia y servicio especializado cuando acuden a una vendedora de placer y pagan por lo que desean y esperan recibir.
La prostituta a la antigua, esa que se entregaba bostezando o leyendo “Lágrimas y risas” mientras masticaba un chicle que desde hacía muchas horas ya había perdido el sabor, tumbada sobre una cama sucia y maloliente, pidiéndole al cliente que se apurara a eyacular, esa “vendedora de placer” ya pasó a la historia.
Las cosas ya no son así desde hace varios años y eso, los clientes mejor que nadie lo saben, por eso no dejan de visitarnos, ya no compran caricias fingidas o placeres exagerados, aunque sólo fuera en lo escandaloso de la entrega.
No, ahora ya no es de esa manera, ahora todo ha cambiado y como dicen por ahí, adaptarse o morir, y he ahí que el sexo por dinero siga tan vigente como siempre.
La competencia es demasiado intensa en todas las actividades y la sexual, no es la excepción. Nosotras debemos vencer la competencia de parte, más que de las mismas del oficio, de las esposas liberadas, de las queridas hambrientas de placer y de la facilidad de encontrar sexo libre, sin compromisos.
Todo conspira para que la profesional del sexo tenga que hacer maravillas en la cama y especializarse en alguna variedad, al igual que los médicos, los abogados o cualquier otro profesionista, diversificarse es enredarse una sola.
Te vuelves experta realizando una sola actividad y eso te singulariza, te coloca en un nivel que los clientes más exigentes, están dispuestos a pagar lo que sea, con tal de obtener la vivencia de esa rica experiencia.
En el caso mío en particular y en el de muchas amigas, hemos tenido que acudir a los libros de psicología y muchas veces nos damos cuenta de que necesitamos también clases de relaciones humanas. No lo hacemos por gusto o en balde.
Todo lo contrario. Estamos seguras de que cada paso que damos en el camino del placer perfecto, es en nuestro propio beneficio económico y a la vez en el beneficio físico y mental de nuestros clientes.
Son los trucos de la profesión y una vez que te los aprendes, las cosas van mejor.
Les voy a dar un ejemplo, un truco básico, en el placer sexual, sin el cual las prostitutas modernas estaríamos perdidas, es la actuación y les explicó:
Yo trabajo mediante citas telefónicas y es rara la noche que no tengo alguna cita y me quedo en casa a ver películas porno en la pantalla o en la Tablet.
Y me sorprendo, porque estoy segura de que puedo representar el acto sexual con mayor inspiración, crudeza y dramatismo en comparación con las estrellas del cine porno.
Para ser prostituta, hay que ser actriz de carácter. Hay que fingir el acto sexual a la perfección. Más allá de la perfección, si es posible.
Tenemos que engañar nada menos que a un cliente que viene a nosotros con el complejo de que recibirá placer sólo porque paga y no por su cuerpo, su belleza física o su buen pene, eso no importa para él, está pagando por algo y eso es lo que espera.
Un cliente que, además, está pendiente de todas nuestras reacciones, del menor gesto o movimiento que hacemos en la cama. Y un pequeño error en la actuación puede hacer que el cliente pierda la erección y en consecuencia, el deseo y de esta manera, termina en desastre lo que pudo ser un buen acto sexual pagado.
Por supuesto, como mujeres que somos, en ocasiones sentimos de verdad lo que estamos haciendo. Al final, una no es de piedra y el cuerpo reacciona a los estímulos.
El truco está en hacer sentir a todos y cada uno de los clientes, que es único. Hacer que no pueda distinguir entre mis verdaderos gemidos de placer y los falsos.
Ahora describiré las técnicas de los trucos que uso cuando tengo que satisfacer a algún cliente que quiere sacar el máximo de provecho a su dinero.
Lo primero que hago es estudiar su manera de tratarme desde el primer momento.
La experiencia me indica que soy capaz de conocer a las primeras de cambio, digamos que el 70 por ciento de su carácter.
Mientras le voy mostrando mis encantos poco a poco, al irme desnudando, el cliente sin saberlo, me va mostrando sus necesidades, sus deseos, sus anhelos.
Me siento a su lado en la cama y le digo que quiero ser sincera con él, que me diga el motivo por el cual me ha buscado, que me diga cuáles son sus fantasías sexuales para convertirlas en realidad sin límites.
Por cinco mil pesos el “rato de placer”, digamos, unos doscientos cincuenta dólares, debo saber hacer realidad cualquier deseo que el cliente tenga.
Por lo general dejo que sea el cliente el que tome la iniciativa en mi cuerpo.
De esa manera él irá agarrando confianza y se irá soltando, dejándose llevar por sus deseos y descubriendo en realidad, cuáles son sus intenciones además de gozar.
Mientras hemos estado hablando, he estado bien cerca de él, permitiéndole que sus manos exploren la mercancía que compró.
Siento sus manos en los senos, en el vientre, en la vulva. Suspiro y finjo que estoy sintiendo con toda intensidad. Lo más habitual es que, me lanzan en la cama, me quitan las pantaletas, el liguero y las medias, entonces, me maman la papaya.
Son tantos los hombres que desean darle una buena mamada a una sabrosa panocha, que no siempre se atreven a hacerlo con sus esposas o con sus amantes, por eso los dejo que me chupen y me laman todo lo que quieran.
En el momento en que siento su lengua en mi rajada, grito, pateo y cierro los muslos sobre su cuello, estremeciéndome de pies a cabeza. La impresión es magnífica.
Y no hay forma de que detecte que estoy fingiendo.
Cuando lo hago, ya que, también a mí me gusta disfrutar de una buena mamada, es tan delicioso, bueno, como dije antes, soy mujer y tengo mis propias necesidades.
Recuerden aquellas chicas que estén leyendo este libro y no son profesionales: lo primero es brindarle al amante o al cliente la idea de que ustedes están gozando intensamente, que cada fibra de su cuerpo se estremece de emoción, mientras él acaricia la vulva con su lengua.
¿Y la secreción vaginal? Me preguntarán algunas que saben que al fingir, no se humedece el túnel del amor, y ese podría ser un problema.
Es verdad. La secreción, esa es una pregunta crucial.
Conozco compañeras que usan una especie de esponja plástica cargada de vaselina, la que se derrite en el interior de la vagina, produciendo la impresión de que está mojada.
Sin embargo, esto es muy peligroso, pues el cliente puede darse cuenta de que lo engañan, bien por la textura de la vaselina o por el olor de la misma.
Puede registrar la vagina y encontrar la esponjita. Y lo peor, que se puede perder el control sobre la esponja y ¿se imaginan al cliente o al amante mamando el sexo y que de pronto vea aparecer la esponja entre sus labios vaginales?
Yo tengo otro método, un método que da magníficos resultados cuando se es una profesional. Al principio les dije que una vendedora de amor tiene que ser una artista de carácter.
Una actriz superior en sus actuaciones a las verdaderas artistas.
Ese es mi caso.
Cada uno de mis movimientos, aun cuando es fingido, lleva en si la perfección de un acto de carácter, una representación con estilo y mucho placer.
Lo siento aun cuando no lo produzco, de la misma forma en que los artistas de la pantalla "lloran" cuando imaginan la escena que representan.
Así yo me "empapo" pensando en que lo hago con un hombre que me gusta.
Ahora pasemos a otro tipo de trucos: las caricias.
No es propiamente una sucesión de trucos, sino una especie de control sobre nuestros pensamientos y nervios. Yo tengo varias formas de complacer al cliente.
Una de ellas, en especial, sé que no es utilizada ni por el uno por ciento de las esposas o amantes. Me refiero al sexo anal.
Cuando veo a un cliente cohibido, un cliente que no logra la erección, es que tiene complejo de inferioridad. En estos casos, lo hago colocarse en cuatro patas sobre la cama.
Se quedarían asombrados y sobre todo asombradas, si supieran la cantidad de hombres a los que les gusta ser dominados en la cama.
Una vez que lo tengo en esa posición, olvido mi asco, le abro las nalgas y sepulto mi lengua en su ano, lo acaricio alrededor y finalmente, le entierro mi lengua traviesa en los intestinos. Cuando estoy en esta caricia, permanezco un par de minutos y entonces busco bajo sus testículos hasta agarrar el pene.
Estoy segura de que tiene una tremenda erección. Y hasta ahora, el método no me ha fallado nunca, pues en ello influye el factor psicológico, ya que, teniéndolo en cuatro patas, no tiene que mirarme el rostro, no tiene que enfrentar la realidad de mi cuerpo, lo que constituye un desafío a su masculinidad.
Siempre he tenido la teoría de que los hombres se cohíben, se amedrentan ante las prostitutas, pues considera que son tipos de mujeres superiores a ellos sexualmente y esto los disminuye, aunque no quieran reconocerlo.
Claro está que en el 90 por ciento de los casos puedo lograr, y con mucha facilidad, que el cliente se lave bien el culo, los testículos y la verga, aunque no lo hago antes de estar desnuda y a su disposición en la cama.
La mamada es importantísima en la relación con un cliente. Aun cuando no esté prevista en el precio o en el tipo de relación que el cliente elige, yo acostumbro mamárselas de verdad, mamar haciéndolos sentir como si fuera su propia esposa la que se lo chupa.
Para tal labor, debe usarse las manos y la boca al mismo tiempo; los dedos para friccionar la piel del pene y los labios para chupar la cabeza con esa técnica y, sobre todo, acariciando con la mano libre la base de los testículos.