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Capítulo Tres

La protagonista de la película entraba en una habitación con el actor que hacía el papel de amante, poco después la estrella estaba totalmente desnuda mientras bajo las sábanas, el actor, que estaba también desnudo, al que solo había sido filmado de espaldas y de medio perfil, sin enseñar el miembro se metía también bajo las sábanas y comenzaba a besar a la estrella, bajando la boca y posando sus labios en los grandes, hermosos y sabrosos pezones de la chica que ya para ese momento estaban duros como garbanzos.

Sin poder evitarlo, Evita, mi amiga, sintió un calor intenso en la recién afeitada y sabrosa rajadita que se le mojó y subiendo la corta minifalda pasó los dedos por los labios de la pucha a través de las pantaletitas, estaba tan caliente que cualquier hombre que hubiera estado con ella en ese momento la habría conseguido sin mucho esfuerzo.

—Lo que necesito ahora mismo, es a un hombre cualquiera, uno que calme este calor que siento aquí dentro —pensaba mientras su mano acariciaba su húmedo biscocho.

Como si su plegaria hubiera sido escuchada el hombre que estaba situado a su lado tenía la mano muy cerca de la mano libre de Evita, hasta que se la agarró.

Ella palideció de miedo, de inquietud, de zozobra y después de unos segundos de mudez dijo en voz baja casi como en un susurro.

—Hágame el favor de soltarme… no sea atrevido.

—Pero... ¿por qué muchacha? —pregunto el desconocido que tenía una agradable voz.

—Porque no soy una cualquiera, usted se ha confundido.

—No, no me he confundido… yo sé que no eres una cualquiera —dijo el tipo sin quitarle la mano del carnoso y tibio muslo de ella, a donde la había llevado, Evita, puso su mano sobre la del hombre que era grande y varonil, aunque suave y velluda.

—Como no me suelte la pierna voy a gritar, descarado.

—No soy un descarado, querida —dijo él con seguridad.

Evita miro rápidamente al desconocido que se había atrevido a tocarla y al ver su rostro atractivo y juvenil no hizo nada más porque la soltara, su rostro tenía la dulzura especial que le hizo pensar que a lo mejor el hombre no era un degenerado, sino un pobre hombre que necesitaba lo mismo que ella en aquellos momentos.

Porque no podía negarse a sí misma que desde el momento en que sintió el roce de la mano del muchacho se le erizo la piel de pies a cabeza.

—Está bien, aunque no soy cualquiera —dijo ella tratando de convencerse a ella misma y no al desconocido que la tocaba de aquella manera.

—Estoy seguro que no lo eres, yo sé que no eres una mujer fácil.

—Si... pero...

—Tampoco es malo darse un poco de gusto, después de todo la vida es muy dura y estos son momentos que hay que gozar... ¿verdad? —agregó él interrumpiendo.

—Si tienes razón —contesto Evita ya desesperada por hacer algo con él.

Las manos ardientes del hombre, seguían recorriendo los muslos de la joven que con los ojos cerrados escuchaba los quejidos de la actriz que en la película la realizaba el acto sexual cinematográficamente mientras ella tenía a un hombre a su lado.

—¡Oh, que raro! —dijo él

—¿Qué cosa es rara? —preguntó Evita, confundida.

—Nada — continuo él con las caricias— solo que tienes la rajada sin pelos.

—Me afeite hoy —contesto ella un poco nerviosa, en aquel momento hubiera querido volver al momento en que Juanelo le dijo:

—¿Por qué diablos te mandaron a ti y no a la otra? —cuando la vio con la panocha peluda.

—En ese momento me debí haber ido de ahí —pensó Eva, mientras sentía las tiernas y sabrosas caricias del desconocido que se centraba en su panochita.

—¿Qué dices? —pregunto él que, no apartaba los dedos de la verija hundiendo uno de ellos dentro de la empapada vagina ¿Por qué lo tienes afeitado?

—Que no debí dejar que me lo hicieran —dijo ella estremeciéndose con las caricias y sin contestar exactamente a la pregunta de él.

—¿Quién, te lo afeitó…? ¿Es que ahora se usa en las mujeres…? Yo nunca había acariciado a una panocha rasurada —insistió él introduciendo un poco más sus dedos.

—Siempre hay una primera vez, así que aprovéchala ahora y ya, déjate de preguntas —dijo ella más segura de sí misma y abriendo un poco más las piernas.

—No te imaginas lo que eso me hace sentir, es como descubrir un Mundo nuevo... ¡Qué calientito y sabroso tienes esto…? ¿Cómo te llamas? —él parecía empeñado en las preguntas.

—Me llamo E… Me llamo Amalia —dijo ella mintiendo.

—Yo soy Alberto, y me gusta mucho la cosita que tienes entre las piernas y me la voy a comer enterita y ahora mismo —dijo él, con mucho ardor.

Uniendo la acción a la palabra, él bajo hasta la panocha de ella, Evita estaba nerviosísima y miro a todas partes con temor a que algún acomodador o alguien del público se diera cuenta de lo que estaba pasando, sólo que, había muy poca gente en el cine y tampoco había ningún acomodador por los alrededores.

—¿Qué rica papaya tienes Amalia…? Es una verdadera delicia y así, sin un pelito.

—Chúpame bien papacito —susurro ella que se sentía transportada al paraíso. Tienes una lengua exquisita, chúpamela bien Antonio… Así, sabroso… Antonio.

—No me llamo Antonio, dijo el mamador levantando un poco la cabeza.

—¡Oh perdóname querido… Qué importa el nombre, lo que importa es esta sabrosa mamada que me estas dando... Ay, ya me vengo —y como una loca se vino mientras las pantaletas ya habían caído al suelo quedando aprisionadas entre sus pies.

El joven chupó y tragó los néctares del pozo sagrado, sabroso y aromático, con deleite profesional y los paladeó como todo un experto.

—Oh que rico lo haces, Alberto quisiera que este momento no terminara nunca —gimió ella levantando un poco su cadera para sentir mejor la lengua de él.

Alberto, terminó su deliciosa tarea y levantó la cabeza dándole un apasionado beso de lengua y campanilla, Evita, sintió en su boca el sabor delicioso y aspiró el embriagante olor de su sexo que el mamador le había transmitido a través de sus labios.

—Es como si yo misma me la hubiera chupado —pensó la joven

—¡Que rico, nunca me la habían mamado así tan sabroso!

Él que, mientras la besaba y acariciaba con lujuria los firmes y sabrosos senos de Evita, a través del escote de la blusa le dijo:

—Todavía no me he venido y quiero hacerlo en tu boca.

—¿Cómo…? ¿Aquí? No me atrevo a agacharme en el asiento —dijo ella apenas en un tono audible ya que en verdad sentía pena de arrodillarse frente a él.

—Yo lo hice, ¿verdad? Bueno, pues ahora es tu turno, por favor Amalia, que estoy a punto de soltarla ya la tengo en la misma punta del garrote —insistió él.

La verdad es que Evita, tenía deseos de hacer lo que él había hecho antes, era como devolver favor por favor, goce por goce, una especie de sesenta y nueve retardado.

Él tomándola dulcemente por la cabeza la hizo agacharse y poner sus labios en la cabeza hinchada de su camote, la cual estaba vibrando de pasión.

—¡Qué cosa tan enorme tienes! —dijo ella al agarrarla.

—¿Y te gusta? —preguntó él, orgulloso de su miembro.

—La tienes inmensa y dura, que buena esta —gimió ella.

Él se había abierto completamente la bragueta y zafo el cinturón para que Evita, tuviera absoluta libertad de movimientos.

—¡La tienes toda afuera? —dijo ella sujetándola con ambas manos vibrando de deseo— me gusta todo de esta rica verga, es tal y como siempre la he deseado.

—No uso calzoncillos para hacer esta operación más fácil —dijo él estremeciéndose al contacto de la pequeña mano de ella que se sujetaba a su macana.

—¿Estas acostumbrado a estas cosas? —preguntó Eva, mientras comenzaba la chaqueta con su mano, sintiendo que la mandarria le palpitaba con intensidad.

—Vengo a este cine todas las noches y siempre encuentro a alguien que me haga el trabajo que tanto me gusta —respondió él moviendo las nalgas al ritmo de la mano de ella.

—¿Alguien? —preguntó Evita deteniendo el movimiento de su mano— Querrás decir que siempre encuentras una mujer cachonda que te la jala.

—Casi siempre encuentro una hembra que la chupe, o que la manosee sabrosa, aunque a veces no hay ninguna mujer a mano y entonces...

—¿Y entonces qué? —preguntó ella curiosa.

—Bueno, si no hay una hembra que se ponga en mi camino siempre hay algún puto que me la chupe o que me haga una rica chaqueta.

—¿Y haces lo mismo que hemos hecho esta noche?

—No seas curiosa y chupa que ahorita me vengo ya, casi la tengo en la punta.

—Pero lo que tú me hiciste a mi primero… ¿Se lo haces a algún marica también? —pregunto la gozadora mientras le acariciaba las bolas al tipo.

—No tanto mi vida, no tanto hasta aquí llega el amor, yo solo dejo que el tipo sea el que me la chupe, yo no le hago nada, ni siquiera lo toco.

—¿No le das siquiera un besito?

—Por supuesto que no… Eso sería una mariconada de mi parte y yo estoy definido.

—Con esto que tienes entre las piernas puedes llegar muy lejos, es grande y linda —decía ella mientras le daba una que otra chupada para poder seguir hablando

—Y tú chupas muy bien... ¿tienes gran experiencia?

—No tanta, dijo ella.

—Pues lo haces a la perfección a pesar de que hablas mucho mientras laboras —le dijo él sintiendo la boca de la muchacha con su verga.

—Yo —dijo ella levantando otra vez la cabeza— sólo sé que me encanta la verga.

Después de esa aventura, mi amiga Eva, me dijo que su problema era que, ahora no podía resistir el deseo de ir todas las noches a buscar un hombre que le mamara la rajada y a quien mamarle la verga, la excitaba de sobre manera tener un miembro diferente cada noche en su boca, le gustaba sentir diferentes formas de mamar, por lo mismo iba al cine todas las noches.

Evita iba a buscar un nuevo miembro a cines diferentes para no encontrarse con el mismo hombre en un determinado tiempo, ella confesó que no le importaba de que hombre se tratara ni le importaba si él iniciaba la conquista o no, como ella iba dispuesta muchas veces tomaba la iniciativa.

Por eso se había metido a puta, ya que gozaba como loca mamando y chaqueteando vergas, y esa era su especialidad, aunque de cuando en cuando se aventaba una buena cogida para bajar la calentura que tanto le provocaba tener un buen garrote a su disposición.

No obstante, trabajar de puta, durante el día la torturaba y se prometía una a mil veces que no iba a ir más en busca de placer nocturno, aunque siempre iba, como ese día.

Ahora, pedía mi ayuda debido a que, desde hacía unos meses tenía un novio y lo amaba sinceramente, a él no le quería proponer que se mamaran mutuamente los sexos hasta que no estuvieran casados, aunque confesaba con sinceridad que el estar cerca de su novio la excitaba en exceso.

Quería casarse con él y deseaba a toda costa quitarse el vicio de ir a talonear, en busca de cualquier cabrón para mamársela y que se la mamaran a ella, por lo que me preguntaba ¿qué podía hacer? Ya que yo tenía mucha experiencia en todo eso.

Yo la vi con cierta burla, ahora comprendía porque bajaba la clientela, en forma constante, con aquellas putas ambulantes y gratis cualquiera prefiere ir al cine para encontrar satisfacción de aquella manera, por lo que las prostitutas profesionales y caras tenemos que jodernos con la situación, en fin, que podía yo hacer, nada por el momento.

Así que le dije, que pensara bien las cosas, si tanto amaba a su buey, que se aventara, que se lo cogiera y que le diera una buena mamada, que lo invitara a que él también se la diera, y después de eso, decidiera si era el hombre de su vida o no.

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