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3

EL HOMBRE QUE LLORA SOBRE UN PUENTE

Mientras caminábamos por la carretera y pasaban los autos, me sentía tan extraña y tan triste a la vez. Brandon caminaba en medio de la pista, sin importar que los autos que pasaran arroyaran su... espíritu.

—No te harán nada, al fin y al cabo ya estás muerta —dijo— me gusta hacerlo, me siento invencible.

Era un niño, miraba muchas películas. Pero cuando me posicioné frente a él y miré que un auto venía súper rápido hacia mi, grité, quedándome estática en el mismo lugar.

Pero el auto pasó por mi cuerpo, sin provocarme nada.

—¿Lo ves? Siéntete libre de caminar por donde quieras. Pero espera, aguarda un momento.

—¿Qué pasa? —pregunté.

Había un puente un poco más adelante.

—¿Ves a ese tipo de allí? Sentado en el puente —señaló.

Le veía. Había un hombre sentado en el puente, de alguna manera sabía que era otra alma. Tenía la sensación dentro de mi pecho. Quizás porque había aprendido a observar el Aura al rededor en este poquito tiempo que llevaba muerta. Y a él lo cubría un Aura un poco oscura.

—No es tan bueno que digamos, ya he pasado por aquí varias veces, pero no sé cómo actuará contigo. No te conoce. No es tan amable con la gente que no conoce.

Me dio un poco de miedo.

—Deberíamos de pasar por otro lugar entonces —empecé a retroceder. Era un poco miedosa si me lo preguntan.

—No, vamos, no te hará nada. Estás conmigo. Yo te protegeré —me tomó de la mano y me guió por el lugar.

Mientras más nos acercábamos al tipo, me daba cuenta de que era un tipo alto y delgado, tenía cabello blanco y poquito en la cabeza. Usaba ropa negra y tal parecía que se lamentaba.

Tragué grueso.

—¿Por qué llora? —cuestioné a lo bajo.

—Él murió hace como cuarenta años —me contó— se suicidó en ese puente, aventándose hacia el vacío. Es muy alto. Dicen que él decía que escuchaba voces que le decían que lo hiciera. Tomaba mucho así que en una de sus locuras se lanzó. Al parecer llora porque está arrepentido. La casa que está aquí cerca es donde vivía él, así que ve a su familia y lo que hacen. No sabemos qué ha visto o de qué se ha dado cuenta para que empezara a lamentarse. Cuando estás en este lugar, Sam, empiezas a notar las verdaderas cosas que importan y te arrepientes de lo que no hiciste y estuvo a tu alcance. La mayoría nos lamentamos en su momento, pero logramos verle el lado bueno a las cosas. El hombre alto no hizo eso. Lleva cuarenta años lamentándose. No ha logrado encontrar consuelo.

—¿Por qué es malo entonces?

—Gruñón. Eso es. No le gusta que las personas pasen por ese puente. Dice que el árbol es malo, que te hace hacer cosas malas. Cuando es media noche y algún alma va pasando no lo deja hacerlo, o quizás alguna persona viva, siempre está haciendo sonidos para que las personas pasen más rápido.

Lo sabía. Todos lo sabíamos. Pasar por este puente daba miedo. Se escuchaban cosas. Era aterrador y en especial porque en esta parte no hay luz, es todo muy oscuro y tenebroso, por eso pasaban muy rápido la gente y no se detenían a experimentar algo. De noche, claro. Varias veces había hecho eso yo, con amigos, pasar muy rápido por aquí. Pero antes no sabíamos que en realidad sí estaba El hombre alto en ese lugar, viéndonos. Eso me dio más miedo.

Conocíamos la historia del hombre alto, se había tirado del puente hace muchos años, pero no sabíamos que aún permanecía allí.

—Vamos, está distraído —caminamos más rápido y justo cuando empezábamos a pasar el puente, una voz nos detuvo.

—¡Alto!

Volteamos a ver y el hombre alto estaba de pie ahora, a una distancia considerada de nosotros, morándonos. Sí que era muy alto, casi como su hermano. Conocía a su hermano, le decían Moyo, y era un adicto al cigarrillo.

—Chico, tanto tiempo sin verte, hombre —le dijo Brandon.

—El pequeño Brandon, ¿qué haces aquí y por qué vas de la mano de una viva? —preguntó, pero luego comprendió— Oh, a menos que no estés viva. Estas muerta. Sabía que esos chiquillos ruidosos no terminarían bien. Te conozco, niña, te veo pasar por este puente, siempre viendo hacia abajo, como si fueras a encontrarme allí y te preguntas ¿como pudo matarse si no estaba tan alto? Pues déjame decirte, chiquilla, que sí dolió. Hay rocas y te lastiman.

—Espera, ¿como sabes eso?

—Tengo mis dones.

Era cierto, siempre que había pasado por este puente me asomaba hacia abajo y me preguntaba cómo se había matado si no era tan alto. Y estaba muy seco para decir que se había ahogado, sin embargo, había sido hace cuarenta años, no sabía cómo estaba el río en ese momento, quizás era más hondo. No lo sé.

—No es cierto, siempre está contigo ese ente maligno, ¿verdad? Nunca lograste deshacerte de él.

El hombre alto nos miró fijamente, pero luego arrugó su cara y se empezó a lamentar.

—No puedo —lloró— tengo años de querer deshacerme de esta maldición y no logro que esa sombra mala se vaya. Siempre me tortura. Esa sombra me dice cosas. Dice que la gente está contenta de que me haya matado. Dicen que el mundo está mejor sin mi. Y que la gente me tiene terror.

Es que sí da terror.

—No le hagas caso, Chico, te lo he dicho —le dijo Brandon. Brandon era un buen niño entendí entonces. Siempre tratando de ayudar a los demás y que se hicieran sentir bien.

—Hace unos días tuve una visión —dijo de pronto— escuché una voz en mi cabeza que me decía es momento de ayudar. No logro entender. No entiendo nada —se sentó en el puente a lloriquear.

Pues tampoco entendía.

Los autos pasaban y pasaban sobre nuestros espíritus y nosotros estábamos allí, como si nada. Noté que venían chicos vestidos de uniforme. Iban a clases ya, platicando o riendo de algo. Era primaria. Los niños.

—No lo sabemos, amigo, pero estoy seguro de que encontrarás la respuesta.

—¿Qué hace tu amiga aquí? —preguntó de repente sorbiéndose la nariz.

Había estado callada todo el rato.

Es que ese hombre me intimida la verdad.

Es como Slenderman, el hombre delgado.

Uy que miedo.

—Está buscando respuestas sobre su muerte y todo eso. La llevo con Charlie.

—Charlie —sonríe melancólico— ese muchacho. Traté de detenerlos ese día pero —se encogió de hombros— la muerte fue más rápida. Tu, niña, de nada sirve encontrar respuestas. Estas muerta, es tiempo de aceptarlo.

—Lo sé —sentí un nudo en la garganta. Sabía que estaba muerta, solo tenía que saber ciertas cosas para poder entender cómo pasó— es solo que no sé cómo pasó. Desperté hoy y estaba así. Necesito saber cómo pasó.

Habían niñas jugando mientras caminaban por el puente, cerca de Chico, una de ellas se tropezó y se balanceó hacia el carril justo cuando se aproximaba un camión. El camión tocó el claxon casi de inmediato.

Grité.

Brandon gritó.

Pero lo que vimos de pronto nos dejó perplejos, estáticos. Chico había tomado a la pequeña de la mochila y la había jalado hacia la seguridad del puente, evitándole así una muerte segura y catastrófica.

La niña se levantó, se sacudió y corrió donde sus amigos.

—Chico, ¿qué hiciste?

El hombre alto estaba tan sorprendido como nosotros.

—No lo sé, solo evité que esa mocosa muriera. Sinceramente hubiera sido una pesadilla estar lidiando con esa niña por toda la eternidad.

Si la niña moría su espíritu se habría quedado en este lugar, con Chico, solo los dos. Habría sido muy aterrador para la pobre niña.

—Pero la tocaste —dijo Brandon, totalmente sorprendido.

Supongo que debería de estarlo ya que se supone que es un espíritu y no puede tocar a los humanos vivos.

—Si, eso creo —se fijó en su mano.

Pero de pronto noté que la oscuridad que rodeaba al hombre alto ya no era mucha, ahora había un pequeño rayo de luz en él. Y entonces lo comprendí.

—¿Y te arrepientes de salvarla? —quise saber.

Silencio.

—La verdad —pedí.

—No —respondió.

Sonreí mirando a Brandon, él también lo notó.

—¿Ves, chico? Es momento de ayudar —le guiñé un ojo.

—Pronto dejarás esa sombra de lado, Chico, créeme.

El hombre alto se notaba confundido, medio aliviado y un poco aterrado. Supongo que era la primera vez que le pasaba eso y se sintió extraño, sin saber qué hacer de ahora en adelante.

—Te dejo, amigo, tengo que encontrar a Charlie.

—Suerte —nos dijo.

Brandon y yo seguimos caminando y caminando hasta llegar casi al cruce.

—Pienso que estás aquí por algo —me dijo de repente.

—Si, porque estoy muerta.

—A veces me pregunto si lo estás —comenta.

Lo miré mal.

—Brandon, mírame, estoy aquí con ustedes, en el limbo, ¿algún vivo hay aquí acaso?

—No, pero solo pensé.

—Es lo que más quisiera, que esto sea un sueño nada más, no un sueño, una pesadilla. Extraño a Jay. Siento que mi corazón se comprime cada vez que pienso que no lo veré de nuevo, que no lo tocaré ni lo abrazaré. Me siento triste. Siento que mi corazón se rompe con ese sentimiento.

—¿Quien es Jay?

—Mi novio.

—Oh, ahora entiendo. Tranquila, los novios no duran, estoy segura de que te superará en varios meses y te olvidará.

Abrí mi boca del asombro.

—¡Oye! ¿Por qué me dices eso?

—Es la verdad. Dudo de que el verdadero amor siquiera exista.

Tragué grueso.

—Pero yo tengo este sentimiento por Jay que... es como si supiera cuando está triste o cuando me necesita. Es como si ambos nos llamáramos telepáticamente, ¿entiendes? Como si sufro cuando el sufre y viceversa. No lo digo porque quizás pienses que estoy enamorada. Lo he comprobado varias veces. Jay llegó a mi vida en el momento indicado. ¿Sabes? Jay debió aparecer a mi vida dos años atrás pero decidí verlo hasta ahora, aunque ahora pienso que fue solo como despedida porque solo conviví con el 196 días cuando pude hacerlo por dos años.

—Las cosas pasan por algo, Sammy. Llegamos.

Aún había sol, el sol brillaba en el cielo, hacía calor, podía sentir la brisa marina, la sal del mar. Estábamos cerca de la playa y quise ir. Pero a lo lejos miré a un chico con informe de escuela, su cabello estaba despeinado y alborotado. Tenía las manos metidas en los bolsillos delanteros de sus pantalones y miraba fijamente a un lugar, como divagando. Ese chico tendría unos 17 años quizás, o 18, y había muerto en este lugar el propio día de su graduación.

—¡Hey, Charlie! —Brandon elevó la mano y llamó la atención del chico.

Cruzamos la carretera en el momento en que nos miró y nos sonrió. Cuando llegué donde él, Charlie me miró extrañado.

—¿Sam?

¿Y cómo demonios sabía mi nombre?

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