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Capítulo 6

-Gracias señor, de verdad le agradezco mucho su ayuda- Aun sabiendo que no me puede ver, no puedo evitar sonreírle por el lindo gesto que tuvo conmigo.

Al sentir su mano entre las mías me da un poco de escalofrió ya que está muy frio y sus manos se sienten un poco huesudas.

-¿Me tienes miedo?- Pregunta de forma amenazadora.

-No señor- Niego con la cabeza sin soltarlo. –Solo que me preocupa lo anormalmente frio que esta-

Sin decir nada más desliza su mano con suavidad para soltarse de mí para luego desaparecer en la penumbra, como si nunca hubiera estado ahí. La oscuridad lo traga y es como si ellos fueran uno.

-Qué hombre tan peculiar- Digo en voz baja mientras entro al camerino y cierro la puerta con seguro.

Camino hacia el ropero y saco mi ropa para dormir, me cambio y me dejo caer sobre el sofá, mi mirada se pierde en la nada, luego me levanto y tomo mi violín, lo afino y me pongo a tocar dejando salir todas las emociones que me desbordan, puedo sentir que con cada nota que sale de mi instrumento musical, siento menos peso sobre mis hombros. Una vez que mis emociones han sido expresadas guardo el violín en su estuche y regreso al sofá.

Me acomodo y me tapo con las cobijas que estaban ahí.

-Qué raro… ¿Quién habrá dejado esto aquí? Estoy segura que deje cerrado cuando me fui-

Me pongo a pensar en quien pudo haber entrado y dejado esto aquí, pero mi cuerpo esta tan cansado y mi mente me pide agritos que deje de mortificarme por estas cosas ahora, mientras extiendo las sabanas y cobijas sobre mí, escucho como una hoja de papel cae al suelo, no le tomo mucha importancia y me quedo dormida, esperando un nuevo día.

Entre sueños, puedo escuchar una voz melodiosa, que refleja tristeza y melancolía, siento como si me estuviera contando una triste historia, las lágrimas se me escapan y un pequeño suspiro de melancolía se me escapa.

-No debe estar triste por un amor no correspondido, siempre habrá alguien que lo aprecie y que cuide del amor que le está entregando-

-¿Cómo estas segura de eso?-

-¿Y quién dice que no será así? No se de por vencido, lo peor que puede hacer alguien es darle la espalda a la verdadera felicidad y dejarse llevar por la tristeza-

Siento como una mano gélida se posa sobre mi mejilla, en ese momento me despierto de golpe y me siento en el sofá, miro a mi alrededor y no hay nadie.

-Que sueño tan raro- Digo en voz baja.

Toco mi mejilla y esta está fría, mis dedos tocan mis ojos y estos están húmedos.

-¿Por qué estoy llorando? Si solo fue un sueño-

Cierro los ojos y lo primero que se me viene a la mente es aquel hombre misterioso que me ayudo a volver a mi camerino. Me meto una vez más entre las cobijas y me dejo llevar por el sueño que tengo.

A la mañana siguiente me levanto muy temprano como de costumbre, busco mi cambio de ropa y me dirijo a las duchas.

Una vez que estoy duchada y cambiada regreso al camerino para terminar de arreglarme.

Me siento en el banquillo que está en frente del tocador y empiezo a cepillar mi cabello, cierro los ojos y dejo salir un suave suspiro, por mi mente pasan lindos recuerdos de mi infancia en donde mi madre me cepillaba mi cabellera roja y me hacía muchos peinados diferentes con todo tipo de listones y tocados. El sonido de alguien tocando a la puerta me aleja de esos bellos recuerdos.

-Adelante- Le digo a la persona al otro lado de la puerta con un tono de voz relajada y suave.

-Disculpe que la interrumpa señorita Dagmar- La voz del señor Richard se hace presente casi al mismo tiempo que abre la puerta. –Solo quería saber cómo estaba y también quería preguntarle si le gustaría que le habilitaran la ventana-

-No me interrumpe en lo absoluto señor Richard- Me levanto del banquito para recibir a mi visitante. –Estoy muy bien muchas gracias, y ¿Qué ventana? Yo no veo ninguna-

Recorro la habitación con los ojos para buscar dicha ventana.

Él camina hacia la pared que está detrás del sofá, lo golpea levemente y un tablón de madera se cae dejando entrar la luz del sol por un pequeño orificio.

-Esta ventana-

-¿Qué vistas trae esa ventana?-

-Al jardín de la ópera, está llena de rosas rojas y blancas-

-Claro señor Richard, adoro las rosas blancas-

-Entonces en un momento le envió al conserje para que quite los tablones y limpie la ventana-

-Es muy amable de su parte señor Richard y hablando de amabilidad, quería hacerle una pregunta-

-¿De qué se trata?-

-Quería saber si manejan algún tipo de uniforme en la ópera, por que como vera, mi ropa no es la más adecuada para trabajar- Le señalo mi vestuario que consta de un elegante vestido.

-Si, en efecto manejamos un uniforme- Me extiende una de sus manos y me entrega algunas prendas bien dobladas. –De hecho también le venía a traer esto-

La tomo de buen agrado con ambas manos, a pesar de que es ropa de trabajo, la tela es suave y delicada.

-También quería informarle que le dije a la señora que se encarga de lavar la ropa de la opera que igualmente se ocupe de sus vestimentas-

-Gracias señor Richard, también tengo otra pregunta- Dejo mis uniformes encima del tocador. – ¿Usted dejo un juego de sabanas y cobijas anoche?-

El mira en dirección al sofá y ve las sabanas junto con las cobijas dobladas sobre ella.

Niega levemente con la cabeza mientras su vista regresa a mí.

-Me temo que no señorita Dagmar, sospecho que fue Armand quien lo hizo-

Con tan solo escuchar su nombre, una pequeña mueca se dibuja sobre mis labios.

-Ohhh… si ese es el caso-

Casi como si lo hubiéramos invocado, el señor Moncharmind aparece, se ve algo agitado y preocupado.

-Armand- Dice sorprendido Richard. –Justo estábamos hablando de ti querido amigo-

-Espero que cosas buenas- Dice mientras trata de disimular su agitación a la vez que acomoda su traje al igual que su cabello que esta levemente despeinado.

-En efecto señor Moncharmind- Me uno a la conversación. –Quería darle las gracias por las cobijas que dejo aquí anoche-

Armand también mira hacia donde están las cobijas que están detrás de mí y niega con la cabeza.

-No fui yo, en realidad venía a ver como estaba señorita Dagmar, ya que anoche hizo bastante frio y justo cuando estaba por acostarme a dormir recordé que no le deje ninguna cobija- Me mira con sonrisa satisfactoria. –Menos mal que alguien tuvo el buen corazón de darle esas-

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