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Cada vez más cerca

Hay tantos guardias apuntándonos con las pistolas que temo moverme. No me gusta ver tantos cañones de pistolas en mi dirección.

La única protección que puedo tener, es intentar hacerme más pequeña encogiéndome sobre mí misma, pero el hombre que me agarra no me lo permite.

Tampoco puedo dejar que lo maten. Si es cierto lo que sospecho. Habla desde el miedo y el hambre. Esta comentiendo un acto atroz aún sabiendo que puede costarle la vida. Eso sólo puede ser desesperación.

— ¡Suelta el cuchillo! — Grita uno de los guardias — no vamos a permitir que escapes.

Lo aprieta un poco más sobre mi cuello.

— Si antes de que me matéis acabo con ella, habrá merecido la pena.

Nada de lo que le he dicho ha logrado convencerlo ni un poco de que estoy de su parte. Si yo hubiera pasado toda mi vida rodeada de miseria y lo hubiera provocado la gente como yo, tampoco me creería. No puedo culparlo por ello.

— Antes de que hagas cualquier movimiento ya habremos disparado. Piénsalo bien, porque no hay vuelta atrás. Suéltala.

No lo va a hacer. No me va a soltar y por encima del miedo solo tengo en mi cabeza a mi padre. Me fui sin despedirme, enfadada con él. Daría lo que fuera por dar marcha atrás y decirle que siento mi comportamiento. Ser princesa tiene cosas muy buenas, pero a cambio tienes que hacer sacrificios.

Un golpe seco nos estampa contra la pared. Una mano desconocida le arrebata el cuchillo y le dobla los brazos obligándolo a soltarme.

Andrew ha aparecido por detrás. Ha venido por las escaleras que daban a las cocinas y lo ha desarmado en un momento. Doy gracias por que esté tan enamorado, de no ser así, no estaría por aquí.

— ¡Suéltame! ¡Tengo que acabar con ella! — grita sin dejar de forcejear.

Los guardias llegan hasta nosotros y lo retienen. Le obligan a levantarse. Le ponen las esposas y se lo llevan.

— ¿Dónde lo llevan? — pregunto a uno de ellos antes de que se vaya.

— A los calabozos, alteza.

Andrew se acerca. Coloca su mano bajo mi barbilla mirando atentamente el pómulo.

— Vamos a la enfermería. ¿Cómo estás?

— ¿Qué le va a ocurrir?

Se lo que va a pasar. Lo que ha hecho este hombre es muy grave. El rey Maximilian no tendrá piedad.

— Mañana habrá un juicio y se decidirá. No debes preocuparte por eso. No va a volver a hacerte daño.

No contesto porque no estoy preocupada porque pueda hacerme daño. Estoy preocupada por el veredicto que tomen mañana.

— No necesito ir a la enfermería. En realidad creo que lo mejor que puedo hacer es acostarme.

Asiente con la cabeza.

— Te acompaño entonces.

Recorremos los pasillos en silencio. No estoy rodeada de veinte guardias armados, pero a su lado me siento más segura. No tenía ni idea de que supiera luchar aunque pensándolo bien es lógico.

Espera delante de mi puerta a que sea yo la que la abra. Una vez dentro, mira hacia todas direcciones.

— ¿Y tus doncellas? — pregunta extrañado.

Oh... No debería haberle dejado pasar... Aunque... No soy la única que ha roto las normas.

—Les dije que hoy no hacía falta que vinieran.

La puerta vuelve a abrirse. Noah entra sin saludar y sin fijarse en que Andrew está ahí conmigo, sino, no habría caminado directamente hacia mí con la cara blanca como el papel.

— ¿Estás bien? Acabo de enterarme. Por el amor de Dios ¿Cómo ha podido ocurrir algo así?

Se me escapa una sonrisilla solo con pensar cuando se gire y descubra al príncipe tras ella.

— Noah ¿Donde están tus modales? — la regaño bromeando — saluda al príncipe.

Abre mucho los ojos. Da media vuelta demasiado despacio. Andrew también parece divertido por la escena. Noah hace una reverencia tan rápida que por poco no toca la nariz con el zapato.

— Alteza, disculpadme. No os había visto.

Andrew tose para contener la risa y no avergonzarla más.

— ¿Puedes traer un poco de hielo para la mejilla de Katherine? Por favor.

—Por supuesto. Ahora mismo vuelvo.

Sale a toda prisa. Pasan unos segundos. Cuando estamos seguros de que no puede oírnos rompemos a reír.

Quitándome una lágrima provocada por la risa me siento sobre la cama. Ahora que ha pasado todo siento el cansancio y la tensión apoderándose de mí.

— ¿Podrías quedarte un rato?

Alguien debería haber pensado en poner algún tipo de cierre de seguridad en las puertas. Seguro que dormiría más tranquila si supiera que nadie puede entrar mientras duermo sin que me entere.

— Si tienes miedo puedo ordenar que varios guardias custodien tu puerta. Nadie podrá acercarse — explica caminando hacia mí.

No me siento rara pidiéndole que se quede un rato, al fin y al cabo somos amigos.

—Sí, los mismos guardias que no han podido hacer nada hasta que has llegado tu. No, gracias — Termino con una sonrisita para quitarle importancia.

Ver a tanto hombre armado a todas horas por el pasillo me brindaba la sensación de que era intocable, nadie podía poner un pie en palacio. Era inquebrantable. Ahora ya sé que no es así.

— Aunque no lo creas, vives en un lugar muy seguro — desvía la mirada hacia ninguna parte — alguien ha debido dejarle entrar.

Se sienta sobre la cama y apoya la espalda contra la pared. Apoyo la cabeza sobre su hombro y cierro los ojos. La tranquilidad que me rodea sabiendo que de entre todas las personas de palacio, mi amigo es el que puede protegerme, me obliga a cerrar los ojos y relajarme.

Al poco rato escucho de fondo como se abre la puerta. Sólo puede ser Noah con el hielo. Ya casi ni noto el escozor de la bofetada.

— ¿Andy? — susurra una voz que me suena mucho.

Mantengo los ojos cerrados. Ninguna persona del servicio lo llamaría Andy... Una única mujer lo ha hecho.

—Mely — susurra Andrew — no es lo que crees.

¿No es lo que crees? ¿Qué cree que está pasando? ¿Qué intento seducir a su novio mientras ronco?

—Lo que creo es que estás en la cama con esa chica — acusa en el mismo tono.

— Estaba asustada, nada más. Baja la voz o la despertarás.

— Ahora te importa que la despierte — acusa Mely.

Me debato internamente entre seguir haciéndome la dormida o levantarme y salir de la habitación para dejarles un poco de intimidad.

— La han atacado. Te he dicho un millón de veces que te quiero y a la mínima dudas de mi — Andrew cada vez se está enfadando más — seguiremos hablando mañana.

— Perfecto. Que descanse, Alteza.

— Mely...

Lo último que escucho es la puerta cerrarse. Me siento mal por ellos. No he pensado que podía traerle problemas quedarse conmigo. Jamás se lo habría pedido de ser así.

La claridad me deslumbra aún teniendo los ojos cerrados. Al abrirlos veo toda la habitación iluminada. Anoche se me olvidó correr las cortinas.

Andrew no está. En algún momento, sin darme cuenta, me quedé dormida y el aprovecho para irse. ¿Y si se sintió obligado a quedarse?

Mis doncellas esperan al fondo. Sentadas en sillas sin hacer nada.

— ¿Ya se..te has despertado? No queríamos hacer ruido.

— Gracias ¿Ha sido ya el juicio?

Algo en mi interior me dice que mi asaltante no va a tener la misma suerte que yo.

— A primera hora — contesta contenta — lo han condenado a la orca.

La muerte. Cadena perpetua quizás habría sido excesivo, pero ¿la orca? Yo soy la afectada y nadie ha venido a pedirme opinión. La ley no entiende de lo que quiera cada uno.

Mis doncellas me visten y preparan. Cada dos por tres les meto  prisa. Estoy muy nerviosa porque quiero ir y hablar con el desconocido que me atacó. Quiero saber algo de él antes de que lo maten.

Me he puesto unas sandalias planas para no hacer ruido por los pasillos y delatarme. Bajo a los calabozos donde hay un guardia custodiando las celdas.

— Vengo a ver al hombre que entró anoche a palacio — explico con autoridad.

— ¿Tiene permiso?

Desde que tome la decisión de bajar y hablar con él, temía que algo así sucediera. Solo hay un camino. Mentir.

— Por supuesto ¿Con quién crees que estás hablando? Exijo verlo ahora mismo.

Saca un manojo de llaves de un cajón y sin decir ni una palabra, me guía entre el laberíntico pasillo de suciedad y celdas. Abre una puerta con las llaves. Descendemos un tramo de escaleras que huelen realmente mal. Me tapo la nariz con la mano. No sé porque estar condenado tiene que estar reñido con la limpieza.

— Aquí es — dice y se va.

Voy a enfrentarme a mi asaltante. Ahora podremos hablar de una forma muy distinta a la de anoche. No hay cuchillo con el que pueda intimidarme y una gruesa puerta con barrotes de acero nos separan.

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