Un intruso en palacio
Han pasado varios días desde el incidente en la ladera. Andrew no ha venido a las citas que teníamos programadas ni a las cenas ni comidas.
Empiezo a pensar que se ha echado atrás. Nuestro trato de ser amigos era lo mejor que me había pasado desde que llegamos, y ahora vuelvo a estar sola.
He intentado varias veces salir a los jardines, pero no me lo han permitido. Tal vez he hecho algo que no le ha gustado al rey o puede que corramos peligro. Debería irme a casa, allí estoy segura y no hay tantos secretos.
Hoy mis doncellas no han venido a prepararme. Ayer estaba tan enfadada y triste a la vez, que las amenacé con que si aparecían hoy por aquí podían buscarse otro trabajo. No esperaba que se lo tomaran al pie de la letra...
Busco unos pantalones de tiro alto con unos grande botones plateados, si no voy a tener ninguna cita con Andrew ni a cenar con él o sus padres, no merece la pena que me arregle tanto. Al fondo del armario encuentro una blusa blanca. Termino de ponerme unos zapatos negros con tacón y salgo en busca de alguna respuesta.
Subo las escaleras hasta llegar a las habitaciones de la familia real. La parte buena de estos dos días sin nada que hacer, es que he podido aprenderme todos los pasillos y las estancias de palacio.
Antes de llegar a la de Andrew, escucho voces que provienen de dentro. Procuro no hacer ruido con los zapatos y poco a poco me voy acercando a la puerta que está entreabierta.
Espiarlo está empezando a parecer una costumbre. La misma voz femenina de la otra noche vuelve a hablar.
— ¿Dónde has estado estos dos días?
Escucho como resopla.
—He tenido que solucionar unos asuntos.
— ¿Vestido así? ¿Qué asuntos? Andy... Estaba muy preocupada, no puedes mantenerme siempre al margen — dice con su dulce voz.
No escucho nada. Pego más la oreja a la puerta. Antes de que pueda reaccionar se abre por completo delatándome.
— ¿Escuchabas a escondidas? — Andrew pregunta arrugando las cejas aunque su voz es divertida.
Puedo notar el rubor que se extiende por mis mejillas. Una cosa es que pasee por los jardines y me los encuentre sin querer, pero que me pillen con la cara pegada a la puerta de su habitación... Es como poco censurable.
— Claro que no. Necesito hablar contigo.
— Alteza — la chica hace una reverencia.
Me cae bien. Si la pillan lo va a pasar muy mal. El amor no entiende de clases ni castas. El amor nos rodea y en cualquier momento, en cualquier lugar, surgió entre ellos dos.
—Llámame Katherine. Encantada de conocerte.
Me acerco hasta ella y le doy dos besos. Solo espero que siendo simpática compense el ridículo que acabo de hacer.
— Igualmente — musita sin comprender.
— Andrew... Es importante, por favor — insisto.
La chica comienza a caminar hacia la puerta.
— Tengo trabajo que hacer.
Una vez que su novia se ha ido y ha tenido la delicadeza de cerrar la puerta por completo, me centro en preguntar todas mis dudas.
— ¿Qué está pasando? Tu padre no quiere decirme nada, ni mis doncellas. ¿De qué vas disfrazado?
— Gracias — Dice sin contestarme.
Es como si no me hubiera escuchado. ¿Puede ser que esté en estado de shock? Ahora que me fijo... Lleva algo parecido a ropa, aunque si lo llamara harapos mugrientos, estaría más cerca de la verdad. Unos pantalones raídos y sucios, la camiseta está hecha girones, el pelo y la cara tienen casi más mugre que todo lo demás.
— ¿Gracias?
Se quita la camiseta y la tira contra una esquina. Al girarse, contemplo su pecho desnudo. Se le marcan todos los músculos. Parpadeo varias veces y vuelvo a centrarme en mirarle a los ojos. No debo bajar la vista.
— Por ser tan amable con ella. Absolutamente nadie trata al servicio así.
—Como agradecimiento podrías decirme lo que todos me esconden — bromeo para volver al tema que me interesa.
Suelta un largo suspiro dudando.
— Si te lo digo, debes prometerme que no se lo vas a decir a nadie y que no vas a hacer preguntas por ahí.
— Te lo prometo — entrelazó los dedos, nerviosa. Ha llegado el momento de saber la verdad.
Se sienta sobre la cama. Se quita los zapatos que van a parar a la misma esquina que la camiseta.
— Ha habido varios levantamientos. La gente está descontenta, no quiere está boda.
No quieren está boda es un forma bonita de decir que no me quieren a mi ¿Por qué? No me conocen. No saben nada de mí y aún así, se levantan en mi contra.
— ¿Sabes el motivo? — pregunto manteniendo una postura neutral.
— Eso he intentado estos dos días. Solo hablan del dinero de tu padre y de las armas del mío. Tienen miedo Katherine — Se levanta de la cama y se acerca hasta mi — no quieren que te preocupes, por eso lo han mantenido en secreto.
Es mejor mantenerme ignorante. La gente tiene miedo porque piensan que las arcas de mi padre van a ir destinadas a oprimirlos más de lo que el rey Maximilian lo ha hecho ya. Creen eso porque no me conocen, ni a mi padre tampoco.
— No estoy preocupada — levanto la barbilla — tengo cosas que hacer. Gracias por contármelo.
No quiero casarme con Andrew. Él no quiere casarse conmigo. El pueblo no quiere que nos casemos ¿Por qué seguimos adelante?
Camino hasta la puerta con la mente en otro lugar muy lejos de aquí. En un lugar y un momento donde todo era más fácil. Cuando vivía en la ignorancia, entre los muros de palacio.
Llega la hora de la cena. Mis doncellas siguen sin aparecer, aunque no puedo culparlas. Ha sido un golpe bajo amenazarlas con despedirlas. Busco un camisón y me meto en la cama. No me apetece cenar. Comportarme como la perfecta dama delante de los Reyes y su hijo que, al estar de vuelta, seguro que está noche se reúnen en el comedor real. No, gracias.
La bola que tengo en el estómago me impide probar bocado. Los levantamientos han sido por mí. No dejan que nadie salga a los jardines ni se acerque a los muros ¿Estarán ocurriendo más cosas que nadie me cuenta?
Pasada la medianoche sigo sin poder dormir. Las tripas me rugen exigiendo alimento. Cuando estoy totalmente segura de que si no como algo no podré pegar ojo, me pongo la bata y salgo en busca de las cocinas.
No hay ni un ruido, ni un movimiento. Todas las luces de los pasillos están a media intensidad. Podría parecer romántico si no fuera por lo asustada que estoy.
Bajo las escaleras hasta llegar a la planta principal. Me cruzo con dos guardias que hacen su ronda. Cabizbaja los saludo sin mirarlos. Una dama jamás sale en bata y camisón y mucho menos descalza a no ser que sea una emergencia. Tengo muchísima hambre. Es una emergencia.
Encuentro las escaleras que estaba buscando. Están un poco destartaladas y la pintura comienza a despegarse. Están ocultas porque solo las usa el servicio.
Antes de que pueda bajar un solo escalón, una mano me tapa la boca y tira de mi hacia atrás. Me pega contra la pared, dejando que vea su rostro. Es un hombre de unos treinta años con las mismas ropas que llevaba Andrew esta tarde.
Levanto las manos y empujo con todas mis fuerzas sobre su pecho. Tengo que quitármelo de encima como sea, me da una bofetada que no me espero y al momento detengo mis movimientos. Es la primera vez que alguien me pega. La mejilla me escuece y los ojos se me humedecen.
—Cálmate. Te estaba buscando — hace movimientos frenéticos vigilando el pasillo.
Muevo la cabeza hasta que consigo quitarme la sucia mano de mi boca.
— ¿Qué quieres? — pregunto con la voz temblorosa.
Se pasa la lengua por los labios. Juraría que esta tan nervioso y asustado como yo.
— Queremos que te vayas. Ya pasamos mucha hambre. La guardia real ya nos persigue. No necesitamos que le deis más dinero para que pueda matar a más amigos.
Mientras hablaba, en algún momento ha desviado la mirada hacia el camisón. Puedo sentir como las piernas se me quedan flojas, pero no debo perder los nervios. Tengo que llamar su atención.
— Yo puedo ayudaros — clava sus ojos en los míos — no voy a dar dinero al rey Maximilian ¿Puedes decírselo a los tuyos?
Duda. Sus ojos expresan duda.
— ¡ALTO! — grita un guardia acercándose.
Me aparta de la pared de forma violenta y me pega a su cuerpo. Saca del bolsillo un cuchillo que apoya sobre mi cuello. Me quedo totalmente quieta aunque mi corazón grita de angustia.
— Dejad que me vaya y no le haré daño.
En medio de todo el caos. Los guardias van apareciendo. Las sirenas resuenan por todo palacio, en lo único que puedo pensar es en qué debería haber mostrado un poco de respeto por todas está personas. No tenía ni idea de que lo estaban pasando tan mal. No sabía que el rey Maximilian era tan poco querido ni que llevaba su reino con mano de hierro dejando que mueran de hambre.
Puede que ahora sí tenga algo útil que hacer aquí si este hombre no decide matarme.