Sinopsis
Libertad total: no hace mucho sólo podía soñar con eso. Y aquí está: el mar, la playa y unas vacaciones largamente esperadas... ¿No es un paraíso? Pero mis vacaciones se estropearon por culpa de un chico descarado y guapo. Desde el primer momento en que lo vi, ¡me volvió loca! Incluso me puso un apodo estúpido. Y entonces... me salvó, me encantó y desapareció sin siquiera despedirse. Pero a veces el destino nos da una segunda oportunidad. ¿No podemos desaprovecharla?
Prólogo
Rinat
- ¡Te has pasado de la raya! - Mi padre grita tan fuerte que las paredes del despacho están a punto de saltar en pedazos.
- No voy a poder oírte -dice, agitando la mano hacia atrás y resoplando mientras me reclino en la silla y pongo la pierna sobre la cabeza.
Últimamente le he cogido el tranquillo a eso de gritar a la mínima. Me gustaría ver quién tiene razón y quién no. Pero él sigue ardiendo de ira mientras yo sonrío ante su diatriba.
No te gustan mis burlas, ¿verdad, papá?
- Esa es mi mujer -dice en voz baja-.
- Ni siquiera pretendo serlo -extendí los brazos a los lados-. - ¿Qué coño quiero yo con ella, por el amor de Dios?
- Pues explícamelo -continuó mi progenitor con más calma-. - ¿Por qué has ligado con ella?
- Veinticinco años otra vez -pongo los ojos en blanco, pues escuchar más tonterías me supera.
Me doy cuenta de que, a pesar de su edad, mi padre se considera joven. Y solo elige a mujeres menores de treinta años, mujeres con caras bonitas y figuras perfectas, pero sin cerebro. Y para qué van a tener cerebro, si lo único que tienen que hacer es satisfacer las fantasías sexuales de mi padre y gastarse su dinero.
Pero todas sus novias, sin excepción, están deseando meterse en la cama conmigo, como le he dicho repetidamente a mi padre. Pero él ni siquiera me escucha, confiando incondicionalmente en sus mujeres.
- ¡Silencio! - vuelve a gritar mi padre y golpea la mesa con el puño. - Esta es mi casa y debes respetar a mi mujer, ¿está claro?
- Entonces explícale tú mismo que se olvide del camino a mi dormitorio -me levanto de la silla, pues considero inútil que sigamos conversando. Ya estoy harto de gritos y broncas.
Es demasiado tarde para eso.
De todos modos, no puedo demostrarle nada, así que ¿merece la pena decirle una vez más que fue Elvira (mira qué nombre se había inventado la nutria teñida) quien se metió debajo de la manta cuando mi padre estaba de viaje de negocios? También me amenazó con meterme en problemas si no me acostaba con ella.
Eché a la mocosa de la habitación, prometiéndole cortarle un dedo la próxima vez que pusiera sus sucias manos sobre mi cuerpo.
- Eres insoportable -mi padre se dejó caer en su sillón de cuero y suspiró con pesadez-. - He aguantado tus travesuras durante años. Primero el colegio, luego la universidad. Recuérdame otra vez cuántas veces te han echado del colegio. - entrecierra los ojos al ver cómo empiezo a hervir.
¿Por qué saca ese tema ahora? ¿Mi turbulenta juventud, mi adrenalina en ebullición y mis errores?
- Puedo recordarte -dije en tono poco amistoso- cuántas tías han cambiado en esta casa desde que murió mi madre.
- ¿Cómo te atreves a reprochármelo? - Mi padre se levanta lentamente de la silla, con la ira encendida. - ¡Fuera! - Me señala la puerta.
- Con el mayor de los placeres -replico, pues no deseo volver a verle ni a él ni a su querida Elvira.
Me doy la vuelta y me dirijo hacia la puerta.
- No lo entiendes", le oigo decir, y me detengo. Lentamente me giro hacia mi progenitor y fijo mi mirada en él. - ¡Las tarjetas de crédito sobre la mesa!
Joder, ¿ahora va en serio? ¿Cambiar a su único hijo por una zorra? Que vale tres kopeks en un día de mercado. Que sólo quiere su dinero, no a él. Cuántas veces le he dicho que se busque una mujer normal, que no traiga a casa a esas zorras de culo teñido que sólo tienen trapos, pasta y complejos en la cabeza. Y también a mí en su cama como trofeo.
- Estás de broma, ¿verdad? - Le espeté, sin dejar de mirar la cara de enfado de mi padre.
- ¿Cuántas veces te he sacado de apuros?" Ignoró mi mitad pregunta mitad afirmación. - ¿Pagado para evitar que te echaran de la universidad, que te reclutaran en el ejército, que fueras a la cárcel, Dios no lo quiera?
- Papá, vamos a calmarnos", doy un paso adelante, pero mi padre sólo me devuelve la mirada.
- Las cartas sobre la mesa, las voy a bloquear de todos modos.
Aprieto los labios, curvando la boca para mostrar mi disgusto. ¿Cartas, dices? Bueno, a ver qué dices ahora.
- Por el amor de Dios -saco la cartera del bolsillo trasero, la abro y saco las tarjetas de crédito. Lanzo los trozos rectangulares de plástico sobre la mesa y se esparcen por toda la superficie. - ¿Satisfecho?
- Las llaves del coche -dice mi padre con bastante calma-.
- ¡Lo he construido yo! - vuelvo a mirarlo con fijeza, observando el brillo de superioridad en sus ojos.
- Con mi dinero -asiente en señal de reconocimiento.
Mierda, mierda, mierda! ¿Por qué demonios me hace esto? Debe de ser un mal sueño, de lo contrario no se me ocurre ninguna explicación. En mis veintiséis años, ¡es la primera vez que me pasa algo así!
Saco despacio las llaves del otro bolsillo, las miro durante unos segundos, me estremezco y las tiro sobre la mesa junto con las tarjetas de crédito.
- ¡Ahógate! - siseo, sin poder contener más mis emociones. Cierro las manos en puños y sólo puedo pensar en palabras soeces. - ¿Me vas a quitar también las bragas?
- Ahora, hijo mío -se cruzó de brazos mi padre, ignorando mi pregunta sarcástica-. - Intenta ganarte al menos un rublo tú solo. Sin mi ayuda, por así decirlo. Te daré tres años para hacerlo. Si demuestras que eres capaz de hacer algo más que salir por los clubes, conducir un coche y ligar con las faldas de las chicas, te nombraré vicepresidente de la empresa. Y en un par de años, te haré presidente.
- Por si lo has olvidado, soy dueño de la mitad de la empresa.
- No lo he olvidado -mi padre mueve la cabeza de un lado a otro-. - Pero sin mi firma no eres nadie en esta empresa, ¿entendido?
- Que te jodan -le doy la espalda a mi padre y me dirijo a la salida-. - Puedo hacerlo sin ti. Y no volverás a verme por aquí -me despido con la mano y salgo al pasillo, dando un sonoro portazo. - Gilipollas -murmuro para mis adentros, cruzando la habitación a paso ligero.
Subo corriendo las escaleras hasta el primer piso y abro la primera puerta del lado izquierdo. Mi habitación privada. ¡Cómo te voy a echar de menos! Pero no hay vuelta atrás, aunque mi padre me ruegue que me quede, arrepintiéndose de sus palabras. No tendré respeto por mí misma si caigo ante sus ruegos.
¡Le odio! ¡Con cada fibra de mi ser! No sé cómo mi madre le había perdonado sus constantes engaños sin dejar de encontrar en él algunas cualidades positivas. Un imbécil arrogante, santurrón y narcisista que no puede ver más allá de su propia nariz. Y que sólo se quiere a sí mismo e intenta acusarme de todos los pecados capitales.
Saco mi bolsa de deporte del armario y empiezo a meter cosas en ella. Es verano, así que no tiene sentido llevar ropa de invierno. Voy a salir de esta ciudad y a ver si encuentro trabajo en algún sitio. Pero primero tengo que resolver el tema del transporte.
Saco mi smartphone, menos mal que mi padre no me lo ha quitado, y marco el número de mi amigo que vende coches de segunda mano.
- Menuda panda de gente hay en la línea -me sonríe Igor al oído-. - ¿Es tu belleza lo que has decidido vender? Hace tiempo que le tengo echado el ojo.
- No -sonrío, mientras soy dolorosamente consciente de la mención de mi coche-.
Lo compré destrozado por tres duros. Junto con un amigo, lo reparé y lo devolví a la vida. Ahora estamos separados, y yo estaba muy orgullosa de haber hecho algo con mis propias manos.
¡Sin la ayuda de mi padre!
- Entonces soy todo oídos -la voz de Igor se vuelve seria-. - ¿Qué pasa?
- Necesito un coche -suspiro pesadamente, calculando cuánto puedo gastarme en transporte personal-. - Es barato, pero tiene que funcionar. No tengo tiempo para repararlo. ¿Puedes ayudarme?
- Ven aquí", ríe mi conocido. - Ni siquiera voy a preguntar para qué coño necesitas este trasto viejo. Tengo un par de variantes, ya encontraremos algo.
Nos despedimos y soy el primero en pulsar el botón de reinicio. Ahora sólo queda el tema del dinero. Cierro los ojos y suspiro pesadamente.
Mamá...
Cuánto te echo de menos. Han pasado once años desde tu muerte y aún siento que he perdido un pedazo de mí. Eres el único que siempre me entendió a medias. Incluso a medias. Aguantaste todas mis travesuras y ni una sola vez me reprendiste. Ni siquiera levantó la voz. Siempre encontró las palabras adecuadas.
Gracias, buen hombre, por ocuparte del futuro de mi hijo. Me cediste tu parte del negocio familiar, ignorando la advertencia de mi padre, y además...
Me levanto y me dirijo a mi escritorio. Aquí tengo lo que parece un alijo. Saco el contenido: viejas fotografías, notas de amor y... una tarjeta de plástico.
Mi madre me regaló una cuenta personal cuando cumplí catorce años. Dijo que era mi fondo de emergencia para emergencias. Y ahí estaba.
Cada cuatro años sustituía el trozo de plástico cuando caducaba. Y ni una sola vez miré la cantidad que había en la cuenta. Una especie de depósito perpetuo, que espero que mi padre aún no conozca. Y aunque lo sepa, aún no puede hacer nada.
- Gracias, cariño -dije suavemente al vacío, volví a guardar las cosas viejas en el alijo, cerré la cremallera de mi bolso, me lo colgué del hombro y salí de la habitación.
Bajo las escaleras y Elvira me está esperando abajo. Me molesta y me irrita sobremanera, pero aprieto los dientes y paso de largo, pero los dedos tenaces de la mujer me cogen del brazo.
- Te dije que habría problemas", se coloca detrás de mí y me susurra al oído.
Me quedo inmóvil, pongo los ojos en blanco y exhalo bruscamente para no decir nada malo.
- Quítame la mano de encima -dije en voz baja, pero espero que comprensible.
- Aún podemos cambiar esto -insistió la chica teñida de rubio. Dios, ¡es estúpida! - Rinat...
- He dicho que me quites la mano de encima -la interrumpí, sin ganas de seguir escuchando sus tonterías. - O si no -giro la cabeza hacia atrás para que la zorra pueda ver mi mirada de odio-, me romperé el dedo, tal y como prometí. Ya no me importa.
- ¿Qué está pasando aquí? - Oigo a mi padre gruñir amenazadoramente y Elvira se aparta de mí de un salto.
- Cariño... -chilla, poniendo ojitos inocentes, y yo me río entre dientes ante tanta insolencia.
- ¿Sigues aquí? - y esto, supongo, va dirigido a mí.
- Voy para allá -digo sin mirar siquiera a mi padre.
Cruzo el pasillo, escuchando el gruñido amenazador de mi padre mientras regañaba a Elvira, y sus estúpidas excusas, como si todo fuera culpa mía y no le diera, pobre chica, un pase. Pero en realidad ya no me importa.
Me detengo junto a la verja y me vuelvo hacia la casa. Voy a echarle de menos. Mucho. Parte de mi infancia la pasé aquí, cuando mi padre ya estaba bien plantado y se permitió comprar su propia casa. Y toda mi juventud. Fui feliz aquí porque siempre supe que había un hogar al que volver.
Pero mi padre tiene razón, es hora de crecer. E intentar hacer al menos algo en esta vida por mi cuenta.
Me doy la vuelta bruscamente, para no tener que pensar más en cosas malas, y salgo a la carretera...