Parte I. Capítulo 1
Tres años después...
Christina
- ¡No me caso con él! - Una vez más lo digo en voz alta para que mis padres por fin lo entiendan.
Llevo media hora dándoles explicaciones y es inútil. Siento que estoy hablando con paredes en lugar de con dos personas vivas. Son impenetrables, por mucho que intente explicarles lo que quiero decir.
- Maldita sea", papá vuelve a levantar la voz, "pero ¿por qué?
Mi madre se sienta en el sofá, él se coloca frente a mí y me lanza otra mirada furiosa. Pero eso no va a conseguirlo, papá; estoy acostumbrada a ti en mis veinticinco años, y he desarrollado una fuerte inmunidad a tus gritos. No pienso rendirme otra vez.
- ¡Dios mío! - Me paso la mano por la frente y pongo los ojos en blanco. - ¿No has tenido bastante?
- ¡Christina! - Mi madre se me echa encima. - ¿Cómo hablas con tu padre?
- Por qué eres tan incomprensible -vuelvo la mirada de uno a otro, ignorando sus gritos-. - ¡No me voy a casar con Edik! - Lo deletreo. - ¡Ya basta!
- Vamos a calmarnos todos ya -empieza mi padre, y yo gimo en respuesta.
Siempre es así: primero me exigen algo, me resisto, luego nos calmamos y mis padres se apiadan de mí. Es solo por mi bien, porque están preocupados por mí y por mi futuro. Y tengo que ceder.
Pero ahora no. ¡Ya basta! ¡Ya he tenido bastante!
- ¡No voy a sentar la cabeza, papá! Y tampoco voy a volver a bailar a tu son -dije con severidad, dándome la vuelta y dirigiéndome a las escaleras.
- ¡Aún no he terminado! - me grita mi padre.
- Pero yo sí -respondí mientras continuaba mi camino.
Las paredes salvadoras de la habitación tienen un efecto tranquilizador, como siempre. Es el único lugar donde puedo expirar y poner en orden mis nervios crispados. Mis padres y yo tenemos un límite claro: no invaden mi territorio. Si no, me escaparía, por principios.
Mi padre apretó los dientes y mi madre intentó desmayarse, pero tuvieron que ceder y aceptar mis condiciones. A veces puedo ser muy persuasivo e inflexible en mis decisiones. Como ahora.
Últimamente estamos cada vez más en desacuerdo. Supongo que estoy preparada para la edad adulta. O tal vez estoy muy cansada de bailar al son de mi padre.
Pero hoy bate el récord de insistencia, porque cinco minutos después, justo cuando estoy recuperando el aliento, mi padre irrumpe en mi habitación sin llamar. Y me doy cuenta de que no ha entendido el mensaje que llevo media hora intentando transmitirle.
Le enseño la espalda, saco la maleta y empiezo a meter cosas.
- Explícame otra vez por qué no quieres casarte con Edward. - Mi padre es el primero en romper nuestro silencio.
- Hermoso joven", oigo la voz de mi madre. Ella también está aquí, y ha venido para quedarse. - Además, lleváis meses viéndoos. Te gusta, ¿verdad? - pregunta ella con cuidado, pero sin volver la cabeza en su dirección, respondo bruscamente:
- ¡No!
- ¿Cómo que no? - Mi madre gime y yo vuelvo a poner los ojos en blanco.
Me detengo, sujetando el vestido de verano con las manos, y me vuelvo hacia la puerta con todo el cuerpo.
- Me parece que esto es nuevo para ti -digo en voz bastante alta.
Mi madre me pone la mano en la cabeza y me indica que va a desmayarse. Pero no me importan las miradas amenazadoras que lanza mi padre en mi dirección ni las muecas falsas de mi madre.
- ¡Entonces explícanos por qué sales con él!
Es un hombre inquieto. ¿Explicar? Está bien, como quieras, papá, ¡pero de todos modos hago las maletas y me voy de vacaciones! El hotel está reservado, Svetka me espera, y no voy a renunciar a un descanso de dos semanas de tu presión.
- Porque tú me lo has pedido", arrojo con rabia el vestido de verano en la maleta. - Porque te has pasado la vida obligándome a hacer cosas que no quiero hacer. ¡Medalla de oro en la escuela, por favor! Interminables tutores de matemáticas, inglés y física, que no soporto. Universidad con diploma rojo - bueno, cómo podría negarme a mi querido papi. Un doctorado en economía: ningún problema. ¿Qué sentido tiene todo esto? Te lo digo yo: la única hija de la familia, heredera de tus millones, ¿cómo no presumir ante amigos y socios de mis logros? ¡No te importa nada más! La única alegría de mi vida eran los bailes de salón, pero me hiciste renunciar incluso a eso cargándome con otro proyecto científico. ¡Estoy harto! ¡Estoy harta de todo! Y de esos malditos estudiantes, y de los estudios, y de Edik, tu amado. Y lo más importante, ¡estoy harta de tus interminables "deseos"!
Estoy agotada después de mi encendido discurso y me callo. Llevaba tanto tiempo en mi cabeza que tenía que salir tarde o temprano. Pero el techo no se ha caído y el mundo no se acaba. Y ya es hora de que les deje claro a mis padres que no soy una niña pequeña a la que hay que mangonear sin fin a la vista.
Estoy harta.
Mi madre deja de fingir gemidos con los ojos muy abiertos y mi padre hierve con cada palabra que digo. Que muestre su verdadera cara, que deje de fingir que todo va bien en mi vida.
- ¿Así que todo es culpa mía? - Mi progenitor habla por fin.
- Sí -suelto al mismo tiempo, sin pensar-.
- Debería haberte dejado faltar a clase, como hace la mayoría de la gente, e ir a todos los sitios sucios? Drogas, alcohol, discotecas y un sinfín de hombres en tu cama... ¿es eso lo que quieres, cariño?
Tiene una manera de darle la vuelta a las cosas, siempre tergiversando mis palabras a su manera. Tal vez sí, porque nunca he probado la vida que lleva la mayoría de la juventud dorada con padres ricos. No acepto las drogas en ninguna de sus formas. Ni los cigarrillos, por cierto, aunque he probado un par de pitillos a la vuelta de la esquina con las chicas. Para que, Dios no lo quiera, nadie me viera. No bebo alcohol, ni en pequeñas cantidades, a pesar de todos los prejuicios. Guardo silencio sobre los hombres: con mis interminables proyectos de investigación y mi tesis, que ocuparon demasiada de mi atención en los últimos tres años, no tuve tiempo de ir a ningún lugar de moda.
¿Y de qué "pecados" habla ahora mi padre?
- Lo único que quiero ahora -ignoré la última pregunta de mi padre- es que me dejes en paz. Estoy de vacaciones y me voy a la playa con una amiga. Durante quince días. Por primera vez sin tu supervisión.
- ¡Christina, no me estás escuchando! - Soy el padre que sigue presionando. - Puedo hacer que no vayas a ninguna parte. Como cortar el acceso a tus tarjetas de crédito.
- ¡Inténtalo! - Doy dos pasos hacia delante y miro fijamente a mi padre. - Entonces no me verás por aquí. ¡Nunca!
- Kolia, - la mano de la madre se apoya en el codo del padre, - no exageres. La niña está cansada, dale tiempo para que descanse y ponga en orden sus pensamientos. Y déjanos en paz, o tendrás una pelea, ¿qué se supone que debo hacer entonces?
Ella puede hacerlo cuando quiera. Y cuando necesita su apoyo, aunque es muy raro. Pero sigue siendo agradable que a veces esté de mi lado y no decepcione a mi padre.
Refunfuña, pero sale de la habitación, mirándome por última vez. En cuanto la puerta se cierra tras él, suspiro pesadamente. El sermón de mi madre es inevitable, e intento tomármelo con calma y sin emoción, aunque todo mi ser se rebela.
- No deberías hacerle eso a tu padre -dice mi progenitora con calma, acercándose a la cama y sentándose en el borde-. - Está preocupado por tu bienestar.
- ¡Ya estoy harto de tu bien! - estallo con demasiada brusquedad, pero al ver la expresión decaída en el rostro de mi madre aflojo un poco. - ¡No quiero oír ni entender! Sólo estoy cansada.
- Dos ovejas testarudas -sonrió la mujer, cuya belleza sigo admirando, pues se parece más a ella que a su padre. Y qué hija no consideraría a su madre, a pesar de su edad, la más bella del mundo. - Es tan difícil estar contigo -suspiró, y pude ver que ella también estaba cansada-.
- Dile que deje de darme órdenes. No aguanto más sus gritos y sus constantes "quiero".
- Parece", dice mi padre con una sonrisa, "como si te obligara a rebuscar en los cubos de la basura o a trabajar de conserje. ¿Por qué te rebelas? Creo que ya ha pasado tu adolescencia. Tienes veinticinco años, es hora de madurar.
- ¡Eso es, madurar! ¡Pero me estás cortando el oxígeno! - Vuelvo a tener un arrebato bastante fuerte, pero vuelvo a recomponerme. - Mamá, no empieces -le doy la espalda y me dirijo al armario para seguir empaquetando-.
- Vale, no voy a presionarte. Pero ¿puedes explicarme al menos qué pasa entre Edik y tú? Pidió la mano de tu padre, no nos importa -buen chico. Es muy decente, inteligente y cortés. ¿Qué le pasa?
- ¿Quieres detalles? - Giro la cabeza hacia mi madre, pero ella detiene mi tono sarcástico:
- No seas grosera.
- Sabes que fue papá quien me pidió que le prestara atención -empiezo desde la distancia, para que mi madre por fin acierte-. - En aquel momento estaba completamente presionada por el tiempo, con mi tesis y mi trabajo de investigación, así que ni siquiera discutí. Sé que son socios y que a él le gusta Edik. Pero yo no, en el sentido en que usted está invertido. Sí, es simpático, amable y suave, como has señalado. Y no es malo en la cama.
- ¡Christina!
- Mamá, eres como una niña pequeña, de verdad -me acerco y me siento a su lado-. - El sexo es muy sano, y no tengo tiempo para buscarme a alguien al lado.
- ¡Christine! - vuelve a decir mamá con severidad, pero también cambia bruscamente su tono a la calma-. - Entonces, ¿qué te pasa, hija? Es guapo, decidido y decente. Y le gustas. Y en la cama, tengo entendido que también te va bien. ¿Qué te pasa? - repite mi amada mujer, y yo vuelvo a suspirar pesadamente.
Le importa una mierda el tal Edik. ¿Cuántas veces puedo enumerar todas sus cualidades positivas? Por cierto, casi ninguna negativa, bueno, o es que no las he considerado hasta ahora.
- No hay chispa, ¿sabes? - Estoy reuniendo mis pensamientos para explicárselo popularmente. - Y tampoco hay pasión. Todo es tan plano y aburrido que a veces me dan ganas de aullar como un lobo.
- Aún eres demasiado joven -me pasa una mano por el pelo-. - Los hombres así son maridos perfectos.
- ¿Y el amor? - Levanto una ceja mientras veo a mi madre poner los ojos en blanco.
¡Ay, no! Y decía que me entendía...