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Capítulo 3.1

Me sientan en el sofá y no dicen ni una palabra más.

Nuestra pequeña habitación está cada vez más abarrotada e incómoda cuando me doy cuenta de que hay tres hombres aquí. Uno es alto y ancho de hombros, con traje de negocios. Es cierto que parece más un boxeador que un hombre de negocios. Corte de pelo muy corto, mirada penetrante y desagradable, cejas muy arqueadas, puños enormes. Es él quien me arrastra hasta el piso y, antes de eso, quien me sujeta por el cuello.

Instintivamente, me acurruco en el sofá y me hago a un lado. Él se da cuenta y sonríe. Sólo que la sonrisa es más bien una mueca animal, y me siento como un ratón atrapado sin posibilidad de escapar a la naturaleza.

Giro la cabeza y veo a un hombre rubio junto a la ventana. También lleva traje, pero su aspecto es mucho más agradable y... engañoso que el del primero. El segundo puede ser tanto un hombre honesto como un monstruo que nunca suelta las garras de su presa. Me mira con calma, sin amenaza, pero también sin simpatía. Es como si no hubiera nadie más en el sofá.

Y esto da un pequeño respiro a la agresividad del "luchador".

Pero cuando miro al hombre sentado en el sillón de enfrente, todos los pensamientos se me escapan de la cabeza.

Tiene el pelo gris, que apenas le llega a los hombros. Sus ojos negros de obsidiana miran tan fijamente que no hay duda de que sabe lo que estoy pensando.

Nariz aguileña, cejas de marta, una cadena de platino alrededor del cuello. Lleva un traje gris oscuro y una camisa blanca como la nieve. Levanta las manos y veo un enorme anillo con forma de cabeza de águila en el dedo anular de la mano izquierda.

Hay algo oriental en todo el aspecto del hombre, pero no puedo decir a qué nación pertenece. También es probable que sea mestizo...

- Me vas a hacer un agujero en la cara -comentó, y sonrió.

La sangre me subió a las mejillas y sentí calor. Me siento como si me hubieran pillado en algo vergonzoso. Sin embargo, no había hecho nada malo. No fui yo quien irrumpió en casa ajena.

- ¿Quién es usted? - pregunto por fin cuando recupero el sentido. - ¿Y qué quieres?

- Qué charlatán.

Está claro que disfruta con mi impotencia y mi incomprensión. Sus compañeros me miran, algo en sus ojos me hace querer apretarme contra el respaldo del sofá.

Pero sólo es un breve instante. Luego, en el siguiente, el hombre de pelo gris se presenta de repente:

- Me llamo Grigory Iskanderov. No estoy seguro de que Alya haya hablado alguna vez de mí, aunque llevamos cinco años viviendo juntos.

Frunzo el ceño y me muerdo el labio inferior. Pues yo sí. Aunque no mucho. La tía Alya dijo algo de un primer amor y de un chico increíble del que se enamoró cuando era estudiante. Sé que se casaron. No sé por qué se separaron.

- Lo hice", le digo con cautela y luego paso a la ofensiva: "¿Sabes que está en el hospital?

- Lo sé -responde Iskanderov con frialdad-. - Si no, no estaría aquí.

Quiero preguntarle por qué derribó la puerta del piso de su ex mujer. Quiero entender por qué me merecía ese trato y ese miedo. Quiero gritar y exigir una explicación. Sin embargo, me siento como un conejo frente a una boa constrictor y me doy cuenta de que ni siquiera puedo moverme. Gritar, ponerme histérica, es inútil. Me retorcerán en un abrir y cerrar de ojos. Y menos mal si me dejan de una pieza. Así que sólo me queda esperar a que Iskanderov me diga qué hacer.

Mis dedos se clavan involuntariamente en el cuero barato de mi mochila. Tengo la desagradable sensación de que esta visita no acabará bien.

- Verás, Leah, hace años, Alya me quitó algo. Pensó que era suyo por derecho. Al principio me enfadé. Pero luego... luego llegué a la conclusión de que no era algo tan malo. Después de todo, fue esa pérdida la que me llevó a progresar y a seguir creciendo.

- ¿A qué te refieres? - pregunto con voz ronca, sin saber de qué está hablando.

- Ya lo averiguarás, Leah maleducada -se lamenta Iskanderov-. - Sigue escuchando, no interrumpas a tus mayores, por favor.

Su tono me produce escalofríos y se me hielan los dedos. Hay algo en él que me deja sin aliento, que me hace tener todo tipo de pensamientos inapropiados.

- No le guardo rencor a Alya, aunque no tenía intención de ayudarla hasta hoy -continúa-. - Pero el hombre supone y Dios dispone. Ya he hablado con el médico.

Hay una pausa. Le miro. Un poco desconfiado, un poco extraño. Estoy seguro de que dice la verdad. Hay algo en el tono que hace imposible dudar.

- И? - pregunto en voz baja, incapaz de soportar el escrutinio de sus ojos negros.

Se limita a decir la cantidad de dinero necesaria para el tratamiento.

La mochila se me cae de las manos y golpea el suelo con un ruido sordo.

Miro fijamente la alfombra. Y me doy cuenta de que, aunque abandone la universidad y consiga algún tipo de trabajo, no podría ganar tanto.

- No ganaré tanto -digo con una voz que no es la mía, quebradiza y espeluznante.

- Lo sé -dice Iskanderov de repente-. - Por eso tengo una propuesta para usted.

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