Sinopsis
Mi libertad es un pago por la salud de un ser querido. Mi lealtad es una apuesta en una apuesta inmoral entre mi marido y su socio. Estoy entumecida de miedo al ver que la puerta de la jaula está a punto de cerrarse de golpe. Debo atreverme a escapar. Pero... ¿seré capaz de esconderme de quienes me utilizan como una marioneta para sus placeres?
Capítulo 1
Las puertas del ascensor se abren y salgo al pasillo. Un olor amaderado y floral me envuelve, y su dulzura está a punto de volverme loca.
Esto no está bien. No puedo creerlo.
La rabia y el resentimiento bullen en mi interior.
- Hola, Lia Aleksandrovna", me sonríe con profesionalidad la secretaria de Kirill.
La bestia pelirroja. Solo lleva trajes estrictos y nunca se desabrocha ni siquiera el botón superior del cuello. Tiene una mirada de impecable cortesía e impecable frialdad.
Sé que me odia, pero eso no es lo que importa ahora.
- Hola, Kira -respondo, respirando hondo y ordenándome que me calme.
No puedes. No puedes ponerte histérica. Tengo que...
Todos los pensamientos vuelan como fragmentos de cristal roto cuando la puerta se abre y Kirill aparece en la sala de espera.
De repente olvido lo que quería decir. Las palabras se convierten en hielo y se me congelan en la garganta.
Necesito beber algo caliente para derretir un poco este hielo.
- ¡Hola! Leah, eres puntual.
Cuánta alegría en sus ojos marrones. Se diría que realmente no puede esperar a que las manecillas del reloj lleguen al mediodía y salgamos al pequeño café que hay fuera de la oficina.
Almuerzo. Almuerzo con mi mujer.
Kira me mira comprensiva y se escabulle como una sombra, dándonos la oportunidad de estar solos.
Le miro fijamente durante unos segundos. El silencio persiste.
Kirill me mira, con una pregunta en sus ojos marrones. Las comisuras de sus labios se curvan ligeramente en una sonrisa. Un rayo de sol cae sobre su pelo castaño, esparciendo mil chispas, ahogándose en grandes rizos.
Mi marido es más un artista o un poeta, pero todos los que hacen negocios con Storm Motors saben muy bien que Kirill Roginsky es un depredador al que no hay que traicionar. Uno prefiere no discutir con él.
- ¿Leah? - frunce un poco el ceño. - ¿Pasa algo?
Algo va mal. El aroma del perfume de otra persona en el cuello de su camisa. Noches frías y vacías y retrasos constantes en el trabajo. Contraseñas en su portátil, ordenador y teléfono. Incluso el salvapantallas de este último, en el que aparezco vestida de novia, no es más que una tapadera, un paquete tonto e incoloro para... ¿Para qué?
Me obligo a sonreír.
- Está bien, vamos a comer.
Caminamos por el pasillo. De vez en cuando la gente se nos queda mirando. Algunos con miradas de envidia, otros de admiración. La pareja perfecta, una amalgama de finanzas y apariencia de familia próspera.
Hace sólo un año que vivimos juntos. Estoy totalmente entregada a mi hogar y a mi marido, y creo que él debe tener lo mejor de todo.
Pero mi mundo se viene abajo cuando llega por correo un vídeo en el que se ve a Kirill besando a una rubia con forma de diosa y boca viciosa de chica de la calle. Tiene el pelo blanco. Una cicatriz en la espalda que dan ganas de pasarle el dedo por encima. Sus manos arrugan sus nalgas con rudeza, separan sus caderas de un tirón.
Me tapo los ojos y casi tropiezo con el alto umbral. Kirill me coge por debajo del codo.
- Leah, no me gusta tu aspecto", me reprende en un tono que hace que no quiera protestar.
- Solo estoy un poco cansada -murmuro y me siento en nuestra mesa favorita.
Normalmente me siento donde sólo puedo verle a él, de espaldas a la gente de la sala. Pero hoy no lo hago. Quiero que me mire sólo a mí. Quiero que responda directamente a las preguntas.
Mis manos aferran mi smartphone con tanta fuerza que la pantalla parece resquebrajarse. No quiero montar una escena. Pero tampoco puedo hacerlo en silencio.
- Leah, ¿qué quieres? - pregunta Kirill con indiferencia, mostrando el menú.
Las dos mujeres de la mesa de al lado no apartan los ojos de mi marido.
La esperanza vuelve a brotar en mi alma: ¿y si le han tendido una trampa? ¿Una trampa?
Era demasiado obvio, demasiado irreal.
- Quiero... -se me quiebra traicioneramente la voz, y Kirill me mira con ojos ambarinos-.
Quiero saber, amor mío, ¿con quién te acuestas además de conmigo?
- Ensalada César", dicen mis labios.
Kirill levanta una ceja, sorprendido.
Odio la ensalada César. Pero en este momento me odio aún más por ser débil.