Capítulo 1
Tres meses después...
Alice
El estado de ánimo es nulo. Y sin perspectivas brillantes. Me siento como si alguien me hubiera gafado. O me hubiera hechizado. Y esa es la moda hoy en día, ir directamente a los adivinos o a los brujos. Ellos saben cómo eliminar a un rival o devolver un amor infeliz.
Con el segundo punto, por supuesto, exageré. Bueno, qué amor infeliz a mi edad, pero el primero...
Últimamente todo se desmorona y la racha negra de mi vida se alarga. Siento que caigo en un abismo. No tengo ni idea de cómo salir de él.
- ¡Feliz cumpleaños, Alice! - Salgo del aula, murmurando para mis adentros. Cierro la puerta y apoyo la espalda contra la pared.
No sé en cuántos problemas me he metido, pero he suspendido el último examen. Y sólo fallé un par de preguntas, y el profesor decidió vengarse del pobre alumno.
Un capullo, en una palabra, y además soy bueno. ¿Por qué derramaste café en el traje de un hombre? Parecía un accidente, pero todos a mi alrededor se rieron como caballos cuando Alexei Leonidovich quedó cubierto de carmesí. Y me miró tan fijamente que casi me caigo al suelo.
- Deberías tener cuidado, Shvedova, - dijo en tal tono, como si le debiera un millón de dólares, no infeliz café derramado en su chaqueta. En eso, él sonrió tan sarcásticamente, sacudiendo el resto de la bebida, que me di cuenta - que iba a vengarse. Por una broma inocente. No me perdonaría.
Así lo hizo, el bastardo. Y yo que pensaba que los hombres no eran capaces de ser mezquinos.
- ¡Vete al infierno! - Resoplo y me dirijo por el pasillo hacia la salida. - Maldito intelectual. Ya paso", sigo murmurando para mí mientras me dirijo confiada hacia la calle.
Es finales de junio, el tan esperado verano, y me siento enferma y asqueada. Nací con este calor. Debería haber nacido en invierno o en un otoño lluvioso, para que mi estado de ánimo coincidiera con el clima. Hoy, ni siquiera el sol radiante me aporta positividad, a pesar de que estaba deseando que llegara el calor.
Y mi cumpleaños: de alguna manera me imaginaba este día supuestamente feliz de otra manera. Dieciocho años, soy adulta, pero no estoy contenta por ello. Quiero sentarme en el regazo de mi padre o apoyar la cabeza en el hombro de mi madre, como hacía de niña, y no pensar en nada. Olvidarte por un rato y volver a ser una niña.
Pero mi madre ya no está, y mi padre tiene sus propios problemas. Mis mocos serían demasiado. Y últimamente anda como una nube: acaba de salir de unas deudas y ahora vienen más. Es como una bola de nieve sin final a la vista.
La puerta de casa resulta estar abierta, lo que significa que mi padre ya está en casa. Es raro, está en mitad del día y va dando tumbos por ahí. No es propio de él, sale al amanecer y vuelve al anochecer. Y casi nunca descansa, siempre recibe una severa reprimenda de mi parte.
- ¿Hay alguien en casa? - grito mientras me quito los zapatos en el umbral.
- Estoy en el estudio", oigo en voz alta, y sigo la voz, tirando la mochila sobre la mesilla de noche.
Últimamente mi padre se había dado por vencido. Ha envejecido demasiado rápido y, francamente, está hecho una mierda. Intenté no molestarle por nada, haciéndome cargo de todas las tareas domésticas. Al menos así puedo ayudarle, no se preocupará ni se enfadará por nada.
- ¿Cómo va todo? - Entro en el despacho y me dirijo a mi padre. Le doy un beso en la mejilla, que está cubierta de barba incipiente, pero lo único que hace papá como respuesta es suspirar pesadamente.
- Bien -suspira tristemente, tomando un sorbo de algo alcohólico de su vaso-.
- ¿Qué se celebra? - Levanto una ceja.
- Mi hija ha cumplido hoy dieciocho años -me mira a los ojos-. - Me felicita.
- Siento como si me estuvieras enterrando -me encojo, ya que no me gusta cuando bebe.
Prefiere gritar, sacar sus emociones en lugar de encerrarse en sí mismo. No entiende cuánto me duele mirarle así. Y lo desgarrador que fue no poder hacer nada para ayudarle.
- La hipoteca de la casa -señala con la cabeza los papeles esparcidos por la mesa-. - Fírmalo, por favor", y vuelve a beber, encogiéndose tras cada sorbo.
- Papá, ¿estás seguro? - Cojo un bolígrafo y miro a mi padre.
- De todas formas, no hay otra opción -suspira tristemente, cerrando los ojos-. - Pero tampoco es suficiente.
- ¿Qué quieres decir? - Debo de haberlo dicho demasiado alto, porque mi padre abre los ojos y me mira con una especie de enfado.
Como si todo fuera culpa mía, no suya.
Me duele, pero no lo demuestro. A la mierda, que siga enfadado. ¿Pero qué hacemos si no podemos pagar a tiempo? ¿Nos quedaremos en la calle sin sustento? ¡Y sin un techo sobre nuestras cabezas!
Vaya manera de verlo.
En mi decimoctavo cumpleaños.
Gracias, papá, por el regalo. He soñado con esto toda mi vida.