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Linda vista

Amber sollozaba mientras tomaba las pocas cosas que apenas unas horas antes había puesto en el escritorio de su nueva oficina.

—¿Y ahora qué haré? ¿Cómo voy a pagar la hipoteca de la casa? Seguramente mi padre me sacará de ella, estoy perdida —se repetía una y otra vez mientras limpiaba unas cuantas lágrimas traviesas que salían de sus ojos.

—¿Puedo pasar? —escuchó una voz ronca detrás de ella que la hizo temblar inmediatamente.

Se giró lentamente, encontrándose con una figura genuina, esbelta, y … Sonriente, y ahí, se dio cuenta de que debía ser el gemelo de su jefe, porque su jefe jamás sonreía.

—Ah, ¿eres tú? —exclamó llevando las manos a su pecho.

—¿A quién esperabas? ¿A Andrea? Ese hombre de procedencia italiana jamás vendría a tu oficina, es un obstinado de primera categoría, idéntico al abuelo Massimo —negó con la cabeza sonriente.

Amber sonrió.

«¿Cómo es posible que dos personas que nacieron el mismo día, y se gestaron en el mismo vientre fueran tan distintas?», mordió su labio, pensativa.

—¡Rayos! Si eres sexi.

—¿Qué dices? —preguntó Amber sin comprender.

—Y torpe…—exclamó Fernando mientras giraba la cabeza en forma de negación.

«Para nada de mi gusto, es perfecta para Andrea» pensó internamente, y tenía razón, para una persona tan obstinada y malhumorada como Andrea Laureti, que solo le hacía falta una mujer como Amber, sexi, alegre y sobre todo hermosa, era perfecta para él; en cambio, para el corazón promiscuo y liberal de Fernando, le vendría más las mujeres de carácter, pero que tuvieran una inteligencia genuina e impresionante.

—Sí, me disculpa, señor Laureti.

—Puedes llamarme Fernando, no me molesta, de hecho, odio los protocolos —se sentó en el escritorio abriendo un poco su chaqueta.

Amber sintió que una baba salía de sus labios. El hombre era idéntico a su jefe, pero, no la hacía temblar como él, y pudiera ser que la seriedad de Andrea causaba en ella curiosidad.

—Mira Amber, ¿quieres este empleo? —preguntó serio…

—Pues, verá, claro que me gustaría conservarlo, pero creo que el señor Andrea no me permitirá estar aquí después de lo que pasó —dijo bajando la mirada.

—También soy dueño de este changarro —sonrió.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Amber asombrada.

—Que si no puedes ser la secretaria de Andrea, puedes ser la mía, es más, muda tus cosas a la secretaria que está al lado de mi oficina —dijo sin más saliendo de la pequeña oficina de Amber.

Amber no sabía qué decir, ni que hacer, necesitaba el empleo, y la oportunidad que le estaba brindando Fernando era la mejor opción que podía tomar ahora.

Tomó sus cosas y bajo la mirada burlesca de los empleados de pasillo, se encerró en la oficina de su nuevo jefe. Era igual a la otra, pero esta tenía papeles regados por todas partes, además de un estante enorme lleno de archivos.

Una llamada inminente la hizo temblar en ese momento.

—Oficina de A... Fernando Laureti en que podemos ayudarle —respondió enseguida.

—Amber, por favor, ayúdame a arreglar los papeles de la estantería, y luego vienes aquí —respondió Fernando detrás del teléfono con seriedad. Sabía cómo ser un jefe responsable cuando se lo proponía.

Amber miró la pila de documentos, y el enorme estante de su oficina.

«¡Rayos!, sí que es trabajo». Pensó dudosa, para luego ponerse en marcha con eso.

—Espero que sí pueda hacer esto bien —dijo subiendo a una escalera mediana.

La oficina de Fernando, era una bodega que tenía documentos importantes que aún no habían archivado de forma online, porque Fernando dejaba todo para última hora cuando iba a Florida y solo se la pasaba con mujeres, pero, realmente, no era una oficina como tal.

Andrea estaba echando chispa cuando entró a su oficina, tomó un pequeño adorno de la mesa y lo estrelló con la única pared que tenía a su espalda.

—¡Maldición! Ahora hemos perdido un trato millonario por culpa de esa loca, torpe, y… Ahss —quiso decir sexi de su secretaria, pero mordió sus labios para no dar a reconocer lo que realmente pensaba.

El teléfono de la oficina sonó con fuerza, parecía que querían acabar con la cordura de Andrea Laureti.

Sabiendo de quién se trataba, tomó el aparato rápidamente.

—Fue una confusión Fernanda, hablaré con Caruso…

—¡Es fascinante Andrea Laureti! ¡Fascinante!

—¡Ah! —exclamó Andrea con desconcierto.

—Es una excelente idea, ¿no lo ves? No tenemos una línea de juguetes para adultos, quiero conocer a esa chica. Ni se te ocurra despedirla Andrea Laureti —dijo Fernanda colgando el teléfono.

—Lo que faltaba, Joder, joder! —iba a salir de su oficina cuando Fernando entró en ella relajado y con una sonrisa que a Andrea le molestaba grandemente: (No entendía por qué el imbécil vivía mostrando los dientes todo el tiempo).

—¡Deja de reír, joder! Y quítate.

—¿Vas a buscar a Amber? —Andrea se detuvo en seco—. Seguramente a Fernanda le pareció una excelente idea lo de los juguetes sexuales, ¿no?

—Si… ¿La has visto? —preguntó empuñando sus manos. Sabía que Fernando no iba a desperdiciar un momento para molestarlo, él era así, siempre lo fue, era un enorme dolor de culo para Andrea.

—La he contratado para que sea mi secretaria, como la has despedido, pues… pensé.

—Es mi secretaria Fernando Aristóbulo —el rostro alegre de Fernando se tornó serio. Odiaba la locura de su madre al ponerle ese nombre detrás de él: "Fernando" siempre pensó que seguramente la mujer andaba en drogas en ese momento.

—Pues, si lo he hecho, y en estos momentos está en la bodega.

—¡La bodega! La bodega de secretaria no la usa nadie, Fernando —salió casi que corriendo hasta ahí.

Fernando sonrió ampliamente y dijo:

—Vaya a ver bragas y una hermosa vista hermanito, bien que se lo merece —sonrió con malicia

Por una extraña razón, que Andrea deseaba que fuera por no perder la confianza de su hermana, estaba molesto porque Amber había decidido dejarlo así nomás, sin protesta, sin súplica, y a la primera corriendo a trabajar con Fernando. Por suerte él era el que gerenciaba esa empresa y podía tomarla de nuevo, además, Fernando siempre terminaba por hacerle caso a su hermanito, lo que Andrea no sabía era que su gemelo solo quería llevarlo a exactamente lo que estaba punto de pasar.

Cuando Andrea abrió la puerta de la bodega se encontró con una Amber meneando el culo de allá para acá mientras tenía unos audífonos puestos y organizaba los archivos de forma alfabética, pero eso no fue lo que causó estragos en el cuerpo del joven italiano.

Andrea sintió que su cuerpo se calentó enseguida al ver unas bragas rosa pálida de encaje debajo de la corta falda que llevaba la secretaría.

El miembro de Andrea reaccionó enseguida, su corazón palpitó fuerte, bombeando sangre a todas esas venas gruesas que tenía por ahí abajo, dejándolo sin aliento.

—¡Maldita mujer es extremadamente sexi! —exclamó lamiendo sus labios con deseo para luego negar con la cabeza —¿Qué dices hombre? Es tu secretaria, además, tú no eres un puto promiscuo como Fernando —se reclamó tratando de quitar su vista y pronto pasó algo que no debió pasar.

—¡Señorita Amber, la quiero en mi oficina en estos momentos! —gritó fuerte para que ella pudiera escuchar.

Andrea iba a voltearse para irse, pero se fijó del estruendo que emitió el cuerpo de la pequeña chica producto del miedo que le había causado su jefe, provocando con eso que perdiera todo el equilibrio.

Todo sucedió en brevedad de segundos, Andrea camino hasta allá y a penas le dio tiempo de atajarla.

—¡Ahhhh!—grito Amber asustada cerrando los ojos con fuerza

Cuando la hermosa jovencita, abrió los ojos, se encontró con unos ojos tan azules como intimidantes. Tragó saliva doblemente, quedándose inmóvil porque, por alguna razón, sabía perfectamente quién era el dueño de esos ojos.

Andrea se quedó mirando fijamente a los labios rojos de la chica, eran tan pequeños y provocativos como una chupeta que no pudo evitar pegar los labios a los de ella y besarla. Amber intentó resistirse, pero fue como que sus labios comenzaron a moverse solos, dejándolas embriagarse de la dulzura y veracidad con que su jefe la besaba; de pronto, la mente de Andrea reaccionó enseguida, poniendo a Amber de pie y mirándola molesto.

—¡Dejé de seducirme, señorita Amber! ¡Mañana la quiero bien temprano en mi oficina, y, procure no usar más esas faldas cortas que provocan a los hombres! —gritó molesto con el corazón desbocado.

A Amber no le dio tiempo de reaccionar, le habría gustado insultarlo, pero el hombre sencillamente le había robado un beso divino y se había ido dejándola extrañada.

«Con qué provoca a los hombres mi falda, eh». Pensó, sonriendo con malicia.

Andrea salió del edificio como alma que lleva al diablo. Estaba acelerado, tenía los ojos de Amber en la mente, y con ellos sus labios y las braguitas rosas.

Encendió su auto y condujo a la casa de la única persona que podía calmar sus pensamientos de lujuria, porque estuvo a punto de tomar a su secretaria y hacerla gemir en aquella bodega.

Gianna, era la mejor amiga de Astrid, una modelo hermosa,pero tan maliciosa como la hierba mala. Cuando Gianna abrió la puerta de su departamento en la zona más costosa de Florida y vio la imponente figura de Andrea, sonrió con picardía, sabía lo que él venía a hacer ahí; se guindó de su cuello dejando besos húmedos en él y arrastrándolo a la habitación, debía hacerlo disfrutar lo más que pudiera, porque él era el que pagaba sus incontables caprichos.

Después de que Amber terminara de ordenar los archivos, y dejar la bodega pulcra, salió del edificio a altas horas de la noche. Estaba desconcertada por lo que había pasado con su jefe, pero no podía negar que le había gustado más de la cuenta lo que había sucedido.

Estacionó su auto en la casa de Lucia, su amiga, y entró para encontrarse con ella en la sala de estar de la casa.

—¿Es guapo verdad? —preguntó Lucía con entusiasmo.

—Y también es un obstinado, amargado, prepotente y no lo soporto, ¿has de creer que me despidió? Luego me volvió a contratar, me besó y …

—¡¿Te beso?! ¿Andrea Laurenti te beso? Esto es un premio nobel —exclamó Lucía con emoción.

Después de que Lucía, hizo que Amber contará como diez veces las cosas, soltó una bomba que ella no esperaba.

—Mas te vale que te lleves bien con él Amber —Amber la miró incrédula.

—¿Por qué? —preguntó con desconcierto.

—Me ofrecieron un trabajo en mi área en Nueva York y pienso irme, así que seguramente serás su secretaría permanente.

Amber parpadeó varias veces, no iba soportar a ese obstinado hombre tanto tiempo ¿O era otra cosa lo que la ponía nerviosa?

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