Capítulo III
La mujer, molesta con su marido por diferentes motivos, se mantenía en su terquedad, sólo que la insistencia de la niña fue tan intensa y conmovedora, que al final, accedió a comprar el dichoso pastel, con tal de ver tranquila y sonriente a su hija.
De sobra sabía lo mucho que la pequeña quería a Francisco, no perdía oportunidad de demostrárselo y de decírselo con todo su inocente amor, tal vez eso era lo que más la detenía para no abandonar a su esposo de una vez y para siempre.
A sus 26 años, Hortensia, era una mujer bella, de facciones finas y piel blanca, cabello castaño claro y un rostro hermoso, de 1.65 de estatura, con 60 kilos de peso, su cuerpo, a partir de que diera a luz, embarneció, lo que hizo que sus curvas fueran más atractivas y sensuales, tenía un caminar seductor y no faltaban los hombres que trataban de conquistarla una vez que la conocían.
Siempre se había sabido hermosa y desde muy joven aprendió a darse su lugar, ahora, ante la indiferencia de su marido, oportunidades de serle infiel no le faltaban, sólo que no quería ser juguete para aquellos que la sabían casada y que la pretendían en busca de una aventura fácil que terminaba en alguna cama.
Se mantenía fiel, no porque lo amara, sino porque había muchas otras razones que la frenaban para dejarse llevar por esos seductores que la acosaban y que le ofrecían el otro y el moro con tal de que ella hiciera caso de sus galanteos.
Paquita la hija de ambos, a sus 7 años era el único vínculo que existía entre Hortensia y su marido, desde qué tuvieran que casarse por estar ella embarazada y ser la hija única de un hombre sumamente anticuado, estricto, machista y moralista.
Además de un par de hermanos que la celaban más que a sus propias mujeres, los tres eran tercos en sus creencias y se hacían respetar por la fuerza, no les importaba tener que recurrir a la violencia o a cualquier otro método para conseguir sus objetivos.
Hortensia contaba con dieciocho años cuando quedó en estado de gravidez, todo por una noche loca en la que aceptó irse a acostar con Francisco.
La muchacha, no había tenido un novio que durara con ella más de unos días ya que sus hermanos y su padre se encargaban de alejarle a todo el que la pretendía.
Con Francisco, fue diferente, ambos se gustaban desde que se conocieran en las calles del barrio y se sentían atraídos el uno por la otra, aunque no se lo habían dicho, ni habían hecho nada para estar cercas, aquella noche se encontraron en una fiesta, al calor de las copas, después de bailar algunas melodías, de la nada, comenzaron a besarse.
De los besos tiernos, pasaron a los besos intensos y llenos de pasión, siguieron las caricias, los sobeteos en los lugares a donde jamás nadie había llegado, el estrechar sus cuerpos en abrazos cargados de deseo y ella se sentía dichosa, se encontraba en un estado de euforia y placer que no quería que terminara nunca.
La muchacha no supo bien en qué momento él le pidió que se fueran a un lugar más íntimo para estar a solas, Hortensia, envalentonada por las cubas que se había tomado y por esa intensa excitación que sentía en todo su cuerpo, no lo dudó ni un instante.
Además, era una clara señal de valor por parte de Pancho, quién conociendo a su padre y a sus hermanos, se atrevía a desafiarlos llevándosela a un lugar íntimo, también ella estaba dispuesta a desafiar a sus familiares, ahora que tenía la oportunidad.
Fue así, como aceptó a ir con él a donde quisiera llevarla, y abrazados de manera amorosa, se fueron a meter un hotel del barrio, en donde, aparados por la intimidad del lugar, se liberaron y se entregaron, jurándose amor eterno, cediendo a ese delirio sexual que se había apoderado de sus cuerpos y que los motivaba a ir hacia la cúspide.
Casi dos horas después, cuando salieron del hotel, lo hicieron amorosamente abrazados y llenos de ilusión, se besaban satisfechos y anhelando continuar con esa relación que a todas luces prometía ser de las mejores en sus vidas.
Dentro de la euforia pasional que sentía en su ser, Hortensia, le pidió que la dejara a dos calles de su casa, para evitar que sus hermanos o su padre los pudieran ver, Pancho, no tuvo ningún problema en hacerlo, no buscaba una confrontación con ninguno de ellos.
A partir del día siguiente, comenzaron a salir juntos y siempre terminaban en algún lugar a solas, entregándose a su pasión desenfrenada, ya que ambos habían descubierto placeres que no se imaginaban, aunque si los disfrutaban juntos.
Por varias semanas, lograron eludir la estricta vigilancia de los hermanos y del padre de ella, lo que hacía más atractiva la aventura, era la primera vez que Hortensia, se atrevía a desafiar de esa manera la autoridad de su padre.
Por otro lado, Pancho, siempre estaba ahí, con lo cual, la muchacha creía que él estaba dispuesto a todo con tal de complacerla, ya que al desafiar a su familia él le demostraba tener un gran valor y una fuerte determinación, lo que, a ella, le gustaba.
Tal vez por eso llegó a pensar que lo amaba y que él era el hombre de su vida, no podía definir que lo que sentía al reunirse con él, al entregársele en la intimida de cualquier sitio, sólo era la emoción de la aventura y la pasión por desafiar lo prohibido.
Casi seis meses vivieron en esa aventura pasional que les disparaba la adrenalina de manera estimulante, seis meses en los que se sintieron identificados y muy a gusto como pareja, seis meses que disfrutaron de la pasión que sentían.
Para Pancho, el tenerla como amante, no representaba ningún problema, ya que su relación era tan en secreto que nadie de sus amigos o amigas sabía de ella, Hortensia, se lo había pedido así y el disfrutaba a su manera saliendo con otras mujeres.
Aunque Hortensia, sabía que a su amante lo veían con otras muchachas del barrio, siempre lo disculpó pensando que lo hacía para protegerla a ella, ya que de esa manera no despertaban sospechas y nadie se enteraría de su relación.
También, de esa manera evitaba que sus hermanos y principalmente su padre, se entera de que lo estaba viendo a escondidas y ni siquiera sospecharían que eran amantes desde hacía varios meses, por lo que eso la tenía tranquila.
Más como dicen por ahí: “Tanto va el cántaro al agua, hasta que no se rompe”, y eso fue lo que sucedió, pese a que tomaban las medidas de protección necesarias, Hortensia, resultó embarazada, tres veces se realizó la prueba casera y el retraso en su periodo por dos meses, le confirmaron lo que tanto temía, esperaba un bebé.
Cuando se lo dijo a él, Francisco, le dijo que, si ella quería, se casarían, que en ella estaba lo que debían hacer, que él estaba dispuesto a todo.
No le confesó, aceptaba contraer matrimonio con ella con tal de que no le metieran un par de balazos, ya que, conocía de sobra el carácter violento y agresivo del que iba a ser su suegro y sobre todo la mala fama que tenían sus cuñados, por lo que prefirió sacrificar su libertad que su vida.
Francisco, ni siquiera pensó en huir, para evitar el compromiso inesperado del embarazo de su novia, ya que, Ramiro, el padre de Hortensia tenía muchos amigos en la policía y algunos más en la política, por lo que no iba a ser difícil que lo encontraran y le dieran un buen escarmiento por no dar la cara a lo que había hecho.
Por otro lado, le gustaba la muchacha, había sido el primero en su vida y estaba seguro que con ella podría vivir un matrimonio feliz y estable, si sabía manejar la situación.
Fue por ese motivo que decidió hablar con la mujer que era su amante de planta, una señora divorciada que en ocasiones le hacía regalos y cuando él lo necesitaba, le daba dinero, ella tenía la secreta esperanza que Francisco decidiera vivir con ella.
Era dos años más grande que Pancho y con mayor experiencia, desde que comenzara su relación con él, disfrutaba mucho, no sólo de su compañía o de la forma en que le hacía el amor, sino cuidándolo y atendiéndolo, por eso sabía que no era sólo la pasión que sentía por el muchacho la que la impulsaba, sino que lo amaba y eso fue lo que más le dolió cuando él le dijo que se iba a casar y que ya no podrían verse.
Marta, la amante divorciada, cuando escuchó aquellas palabras tuvo ganas de darle de cachetadas, de arañarlo y de lastimarlo como él la estaba hiriendo con su actitud.
—No me importa que te cases… quiero seguir contigo… puedes venir a verme cuando tú así lo quieras —le dijo ella controlando su coraje y su decepción.
—No, Marta, no es posible, me voy a casar con Hortensia, y si sus hermanos o su padre saben que te veo, no habrá un lugar en el mundo en donde me pueda esconder para evitar que me den una paliza —le dijo él hablando con una sinceridad que pocas veces mostraba.
—¿Acaso no me quieres? —le preguntó ella casi llorando.
—No tiene caso que te engañé… sabes que me gustas mucho y la pasé muy bien contigo todo este tiempo… eres una mujer hermosa y…
—¿No me quieres? —insistió ella ya más molesta.
—Te estoy diciendo que…
—Contesta a lo que te pregunto… ¿me quieres?
—No… no te quiero… me gustas y disfruto a tu lado, sólo que…
—Por eso me abandonas cuando más te necesito… eres un infeliz egoísta… —le dijo ella
—Si vas a comenzar con ofensas, será mejor que…
—No… no te voy a ofender… —gritó ella furiosa— sólo te voy a advertir una cosa… nunca… escúchalo muy bien… nunca podrás ser feliz con nadie…
—Mira, Marta, es mejor que me vaya y…
—Te juro por mis muertos que jamás podrás conocer la felicidad… ¡yo te maldigo! Y desde este momento tu vida va a ser un eterno tormento… —dijo ella viéndolo a los ojos con un odio y una rabia que ya no podía controlar— toda aquella persona que se acerque a ti, va a sufrir… va a padecer igual o más que tú… te lo juro…
—Estas bien loca… yo…
—¡Estas maldito, cobarde egoísta! —gritó y en ese momento, Pancho sintió que la sangre abandonaba su cuerpo para concentrarse en sus pies.
El rostro de ella se había distorsionado de manera grotesca, tal parecía que se había puesto una máscara, sus ojos brillaban con furia, sus facciones se veían contraídas, su sonrisa se veía cruel y cínica, los cabellos parecían levantarse un poco sobre su cabeza, y su voz, su voz se había tornado cavernosa y amenazante.
—N-no… no tiene caso que sigamos hablando… tú no… tu no…
—¡Jamás podrás huir de mi maldición…! ¿Tienes miedo de tus futuros cuñados y tu futuro suegro? Bien… porque ellos no serán nada comparado con lo que te espera… no habrá una piedra bajo la que puedas esconderte para librarte de mí maldición…
Francisco, ya no pudo aguantar todo aquello, el miedo lo había invadido de pies a cabeza y al ver a aquella mujer transformarse de esa manera, sintió un fuerte escalofrío que lo recorrió por completo y lo hizo estremecerse de forma involuntaria, así que en cuanto pudo mover uno solo de sus pies, comenzó a salir de aquella casa.
—¡No podrás escapar! ¡Estas maldito! ¡Yo te maldigo! —escuchó aquella voz cavernosa y amenazante, mientras salía de la casa en la que tantas veces disfrutara de la pasión en los brazos de la mujer que ahora lo maldecía.
Por infinidad de rumores, que se corrían por todo el barrio y sobre todo por las mujeres con las que Francisco, había estado, él sabía que Marta, se dedicaba a la brujería y según la opinión de todas, era una de las mejores brujas que existía.