Capítulo II
El problema era que no sólo a ella la castigaría, sino que hasta a sus tíos los ofendería e incluso, no dudaba que fuera violento con ellos y eso no era lo que ella deseaba, no obstante, ya estaba harta de aquella vida y decidió luchar por sí misma.
De esa manera abandonó al hombre que había sido su pareja esos años, y que tan mal la había tratado, sin siquiera despedirse de él o dejarle alguna nota, sólo tomó sus cosas, los ahorros que su amante tenía guardados y emprendió la huida decidida a vivir una vida mejor y sobre todo, a encontrar el amor que siempre había anhelado.
Por platicas que había escuchado alguna vez, supo de un lugar donde rentaban cuartos para personas solas, así que hacía allá se dirigió, todo era mejor que seguir al lado del hombre que la había engañado de manera tan vil.
Una vez instalada, durante un tiempo trató de encontrar un empleo que le sirviera para subsistir, y por meses trabajó de todo lo que pudo, como mesera, como vendedora, como ayudante en una estética hasta que acudió a pedir empleo al Metro y después de los exámenes de rigor, la aceptaron para la capacitación de boletera.
Habían transcurrido tres meses desde que se saliera de la vivienda en la que estuviera al lado del hombre que tan mal la trataba y ahora se sentía libre y feliz de haber conseguido un empleo que seguramente le sería de mucha utilidad.
De aquel tipo, no había vuelto a saber nada, evitó ponerse en contacto con sus tíos, mientras menos supieran de su vida, era mejor, así ese hombre no tendría un lugar en el cual buscarla y tal vez con el tiempo, se olvidaría de ella y se conseguiría a otra.
Por una inquilina de la casa de huéspedes a donde había llegado a vivir, supo de un pequeño departamento que rentaban a buen precio, no estaba muy lejos del metro y eso era una gran ayuda para ella, así que no lo dudó y lo alquiló; una cama, una mesa y una estufa, era todo lo que necesitaba para tener su hogar.
La suerte parecía sonreírle y eso se le notaba, pudo volver a arreglarse como a ella le gustaba, ya que, con su amante, no podía ni arreglarse el cabello, pues si lo hacía, venían los reclamos, los insultos, los jalones de pelos y hasta los golpes.
Ahora que la estaban capacitando para vender los boletos de ingreso a los andenes, ponía todo su esfuerzo por aprender hasta el más mínimo detalle, quería aprovechar la oportunidad que le habían brindado y la mejor forma era la de esmerarse.
Sobre todo, ahora, que ya tenía un sueldo estable que le permitía vivir sin presiones y libre de los malos tratos que por durante dos años sufriera a manos de aquel hombre al que esperaba no volver a ver el resto de su vida.
Desde que la conoció, Pancho, se sintió cautivado por la hermosa mujer y comenzó a pretenderla, primero con halagos y palabras tiernas, al saludarla y al despedirse de ella, elogiándole su ropa, su peinado, en fin, haciéndola sentirse hermosa y valorada.
Elsa, también se sintió atraída por aquel hombre que se mostraba tan caballeroso y atento con ella, no obstante, la amarga experiencia vivida al lado de su amante, la hacían ser una mujer desconfiada, temerosa de volver a ser engañada.
Si bien, en el diario convivir con todos aquellos que acudían al curso de capacitación, había conocido a varios hombres y algunos de ellos trataron de acercársele, ella supo darse su lugar y uno a uno fueron desistiendo de cortejarla.
Unos por no obtener una rápida señal que les indicara que Elsa, estaba dispuesta, otros por conocer a otras de las chicas que también recibían el curso, y otros más porque no les gustó la forma en que ella los fue haciendo a un lado.
Sólo Francisco, no cejó en su empeño hasta que, ella terminó por aceptarlo como “novio”, pues poco a poco la había ido conquistando, mostrándole que no todo es tan malo en la vida y que siempre podía haber una oportunidad de ser felices.
Para ese momento, ya tenían mes y medio saliendo como novios, iban al cine, al teatro, a pasear, a comer o a cenar, ambos se sentían a gusto y disfrutaban de su mutua compañía, y aunque él había intentado varias veces convencerla para avanzar al siguiente nivel en su relación, ella sabía cómo contenerlo, asegurándole que cuando se llegara ese momento, nada ni nadie los podría detener de entregarse a plenitud.
El que Francisco, ya tuviera una familia, ya que él se lo dijo muy claro a la semana de hacerse novios, asegurándole que no quería engañarla, que deseaba que lo de ellos fuera limpio y abierto, así que le dijo que estaba casado y que tenía una hija, aunque le aseguró que no amaba a su esposa y que en cualquier momento se divorciaría.
Que, si seguía a su lado, no era por la hija, de la cual no estaba seguro ser el padre, puesto que se sentía engañado por la mujer con la que lo obligaron a casarse y precisamente, por el miedo que le tenía a su suegro y a sus cuñados que eran muy agresivos, violentos y sanguinarios, y siempre andaban armados, era por lo cual no había terminado esa relación que le pesaba como una loza en la espalda, por eso le aseguró que en cualquier momento se separarían y entonces sí, nada les impediría ser felices viviendo juntos y brindándose todo ese amor que se tenían.
Si bien, esa confesión se la había hecho la tercera vez que salieron como novios, a ella, no le interesaba, ni le preocupaba su estado civil, estaba segura de que de una o de otra forma, ella podría convencerlo de dejarlo todo para irse a vivir con ella.
Por eso mismo, cada que tenía oportunidad, lo presionaba para que tomara la decisión de dejar a su esposa y a la niña, más aún si no estaba convencido de que fuera de él, Pancho, le dijo que una vez que comenzaran a trabajar en forma en el metro y que juntara un poco de dinero para ponerle un buen departamento, lo haría.
Al paso de los días, del trato diario y de la convivencia que tenían, ella sí se había enamorado de él, creyendo en sus palabras, y para no cometer un grave error, le puso una condición para llevar al siguiente nivel su noviazgo y demostrarle que la amaba:
“No sería suya como mujer, hasta que no dejara a su esposa y a su hija”
Elsa, le aclaró que lo hacía porque, lo quería sólo para ella, por lo que no deseaba compartirlo con nadie, ni siquiera con la niña, incluso le pidió que la perdonara por ser tan egoísta, aunque, era tan grande el amor que sentía por él, que tenía que ser así.
Él pensaba que la amaba de verdad y con tal de tenerla, era capaz de todo, hasta de dejar a su mujer y a su hija, Elsa, era la mujer que había estado esperando toda su vida y ahora podía ser suya si las cosas funcionaban como él las había planeado.
Habían pasado dos meses desde que iniciaran sus relaciones amorosas, Elsa, le insistía para que se decidiera a dejar a su mujer, Pancho, enloquecido de pasión y enamorado, le pedía que le tuviera paciencia, que ya pronto la dejaría, para iniciar una nueva vida a su lado, que la amaba con toda su alma y que por ella sería capaz de hacer lo que fuera con tal de tenerla a su lado para siempre.
La hermosa morena, había despertado en Francisco, una sería de sentimientos que iban de la veneración a la pasión, algo que él nunca había sentido y que lo tenía desquiciado, con sólo verla sentía venerarla como a ninguna otra.
Estaba tan enajenado por ella que, no le importaba otra cosa que tenerla entre sus brazos, haciéndole el amor y disfrutando de esa lujuria que le motivaba, no quería perderla y por seguir a su lado era capaz de hacer cualquier locura que le pidiera.
Y esa noche se encontraban en la cantina con un grupo de compañeros, los dos estaban sentados juntos y de cuando en cuando se besaban y se acariciaban como dos verdaderos enamorados, sin importarles otra cosa que estar juntos.
De pronto, Pancho, se levantó de la mesa avisando que iba al sanitario, sus compañeros no perdieron la oportunidad para burlarse de él, y el próximo conductor del metro, ni siquiera se molestó en responderles, sabía que las bromas eran parte de todo.
Ingresó al baño, hizo lo que tenía que hacer y cuando se estaba lavando las manos frente a un espejo, de pronto vio en él la imagen de una niña que lo veía con rencor:
—Prefieres divertirte con esa mujer a estar con tu hija… —le dijo la imagen con una voz cavernosa y amenazante— no mereces que te quiera nadie, nadie.
Pancho, volteó de inmediato tratando de ver si alguno de sus amigos le estaba jugando una broma, y se dio cuenta que estaba solo en el baño, el color escapó de sus mejillas y de pronto sintió un profundo miedo que lo recorría, volteo de inmediato al espejo y ya no había nada, sólo su imagen con el rostro desencajado por el miedo.
—Cuando llegue el momento para pedir perdón… ya será demasiado tarde… si no has sabido entender los errores que cometes… no merecerás ser perdonado… —escuchó de nueva cuenta la cavernosa y amenazante voz, aunque no vio a nadie.
Terminó de lavarse las manos y salió presuroso de aquel lugar, cuando sus amigos lo vieron regresar a la mesa, de inmediato notaron su semblante.
—¿Y ahora qué? Parece que viste un fantasma… —dijo uno de ellos bromeando.
—¿Qué te asustó de esa manera, mi buen Pancho? —comentó otro
—¿Eh? ¿Qué dicen? —respondió Francisco, como saliendo de un trance.
—Sí, mi amor… vienes muy pálido y tienes un gesto que parece que viste a… —le dijo Elsa con ternura al tiempo que le acariciaba la mejilla con una mano.
—N-no… no fue nada… me iba a caer en el baño… me tropecé… yo creo que por eso —dijo él tratando de mostrar normalidad, incluso esbozó una mueca que trató de aparentar una sonrisa de tranquilidad y sólo quedo en una grotesca mueca.
Ya nadie dijo nada, Pancho, se sentó en su lugar y siguieron bebiendo y platicando, aunque en la mente de él no se borraba aquello que había visto…
—Es la segunda vez que me pasa… ¿por qué? —pensaba Francisco, mientras intentaba comportarse de manera normal— ¿qué demonios está pasando conmigo? ¿A qué se refería con pedir perdón? ¿De qué tengo que pedir perdón si yo no he hecho nada?
Ajena a la felicidad amorosa que vivía su marido, Hortensia Aguilar, estaba que bufaba por el coraje que sentía al contemplar el hermoso y sabroso pastel que su hija “Paquita” le había pedido que comprara para festejar el cumpleaños de su papá, Francisco.
Hortensia, no quería comprarlo, ya que no lo sentía, no había nada que la motivara a celebrar el cumpleaños de su pareja, para ella aquello era un gasto inútil que no valía la pena realizar ya que Pancho, no se merecía ni una sola migaja de pastel.
Sólo que, al llegar a su casa después de trabajar, Araceli, la señora que cuidaba a la niña, le dijo que Paquita, había estado muy ilusionada con la idea de festejar el cumpleaños de su padre, quería partirle un pastel y cantarle las mañanitas.
Hortensia, trató de explicarle a su hija y le dijo que no tenía dinero para comprar un pastel, que con cantarle las mañanitas a su padre y darle un fuerte abrazo, todo estaba bien, la niña no sólo se entristeció, sino que además le siguió insistiendo para que comprara ese pastel, incluso le dijo, que, aunque no le dieran regalos.