Capítulo 03
Marylise
Ni siquiera sé cuánto he caminado, no tengo ni idea a dónde he llegado a parar, simplemente he huido sin rumbo alguno, simplemente he intentado escapar de mi realidad y perderme en otro mundo por lo menos un momento.
La lluvia ya me alcanzó hace unos cuantos minutos. Me encuentro refugiada en una banca en la parada de autobuses sin siquiera poder salir de ahí porque la intensa lluvia no me lo permite.
Ni siquiera sé qué hora es, no me traje mi teléfono, no me traje absolutamente nada, solo salí de mi casa sin pensarlo y caminé por mucho tiempo hasta llegar aquí.
Observo mis zapatos algo húmedos y cómo estos se mueven de un lado a otro cuando se los ordeno, pero de pronto, un objeto plastificado y de color negro obstruye mi visión. Lo observo bien y noto que es un paraguas y la persona quien me lo ofrece se encuentra delante de mí.
—Tómalo— Me pide, manteniendo su postura. Yo le rechazo, sin siquiera mirarle, pero el sujeto insiste, por lo que decido tomarlo.
—Gracias— Le digo, embozando una grácil sonrisa y tomando el objeto.
Le miro por un largo rato mientras él hace lo mismo, en completo silencio, tan solo se escucha la lluvia caer a borbotones sobre el asfalto y acera.
— ¿Qué haces aquí?— Me pregunta de pronto, sacándome de mis pensamientos.
—Espero algún transporte— Me apresuro a inventar, aunque claramente, ni siquiera tenga ni un quinto para pagarlo.
— ¿A estas horas, con este clima?— Inquiere, receloso de mi respuesta.
—Solo andaba por ahí y comenzó a llover, por eso espero aquí a que pase un poco— Me las ingenio para decir, aunque en cierta parte no estoy mintiendo.
—Ahm… No lo creo— Comenta, en el mismo tono que antes—. El clima y las nubes están demasiado densas, no parará por un rato.
—Esperaré— Sentencio, en un intento desesperado por acabar con la conversación.
—Pues ahora ya tienes esto— Dice, señalando el paraguas en mis manos; le miro y asiento con la cabeza en respuesta.
— ¿Y tú no lo ocuparás?— Le pregunto, refiriéndome al objeto en mis manos.
—No, aparqué mi auto por allá cerca cuando te vi— Voltea hacia atrás y señala un punto hacia la derecha; frunzo mi ceño en consternación al escucharle.
— ¿Por qué?— Pregunto, ganándome un gesto perplejo de su parte—. ¿Por qué lo aparcaste cerca? ¿Por qué viniste hacia aquí?— Me esclarezco.
—Porque...— Lo piensa un poco, haciendo una pequeña pausa—, porque vi a alguien correr bajo la lluvia y refugiarse en este lugar, así que creí que necesitaba ayuda..., y aquí estoy.
— ¿Y cómo supiste que esa persona era yo?
—No lo sabía.
—Claro— Digo, con un marcado tono de sarcasmo.
Él simplemente me mira y sonríe ligero, y me atrevo a decir que algo nervioso también, luego de voltear hacia ambos lados un par de veces.
— ¿Me puedo sentar?— Me pide, levantando ligeramente sus cejas y hundiendo sus labios dentro de su boca, en un gesto infantil.
— ¿Eso quieres?
— ¿Eso quieres tu?
—Me da igual— Digo, al mismo tiempo que me encojo de hombros, él lo toma como un claro "sí", sentándose a mi lado en la banca, soltando un suspiro en el proceso y dejando que el silencio incómodo invada el ambiente.
¿Por qué vino así tan de repente? ¿Acaso me estuvo siguiendo desde que salí de mi casa o fue simple casualidad (cosa de la cual dudo mucho)?
— ¿Vas a esperar aquí?— Pregunta de pronto, rompiendo el silencio al cual ya me estaba acostumbrando. Asiento en respuesta sin más—. Sabes que a esta hora no hay mucho transporte que digamos, ¿no?— Repito mi acción—. ¿Entonces?
— ¿Entonces qué?— Reto, mirándole.
— ¿Vas a seguir esperando?— Muevo mi cabeza en asentimiento—. Bien— Contesta, antes de soltar un último suspiro y recargar su cuerpo contra el respaldo.
Desvío mi mirada hacia la carretera cuando noto que no me quita los ojos de encima, y me atrevo a mirarle de nuevo, retándole, cuando veo que me mira demasiado, como si trajese un animal extraño en la cara.
— ¿Qué?— Le enfrento, mirándole, después de esperar un poco.
—Nada— Dice, sin más, alejando su mirada de la mía—. Podrías pedir un taxi por aplicación con tu teléfono, son un poco costosos a esta hora, pero igual sirve— Me sugiere, pero yo me niego rápidamente, dirigiendo mi atención a la lluvia que cae violentamente contra el asfalto—. ¿No traes tu teléfono?— Sacudo mi cabeza en negación—. Toma el mío…— Me ofrece, extendiéndome su teléfono.
—No, gracias— Le rechazo, de forma cortante, sin ánimos de seguir con la charla.
— ¿Esperarás entonces?— Pregunta, aunque claramente ya sabe la respuesta.
A partir de este momento, todo se torna más incómodo, aún no sé por qué no se ha ido, aún no sé por qué sigue aquí soportando mis malos tratos y este clima tan espantoso y a la vez encantador.
Ya ha pasado más de media hora de silencio (excluyendo algunas ocasiones en que preguntaba cualquier cosa y yo respondía con palabras cortas y precisas), y él sigue aquí esperando junto a mí un transporte que sé que nunca pasará.
¿Por qué se empeña en seguir aquí? ¿Qué acaso no se da cuenta que quiero estar sola?
— ¿No crees que ya haz esperado mucho?— Su pregunta repentina me saca de transe, pero no dejo que se note.
—Nadie te tiene aquí, pudiste haberte ido desde que llegaste— Contesto, despreocupadamente, moviendo mis pies colgantes hacia delante y hacia atrás.
—Estar aquí sola es peligroso.
—Nadie te pidió tu compañía.
—Yo me ofrecí solo.
—Entonces no te estés quejando.
Suelta un bufido pesado mientras rueda los ojos hacia el cielo, antes de decir—: Ya es muy tarde, no pasará nadie.
—Lo sé.
— ¿Y entonces?
— ¿Entonces qué?
Se queda callado un largo rato, por lo que termino mirándole sin expresión alguna en mi rostro. Finalmente, suelta una pesada exhalación y murmura un—: Ya nada— Hace una pequeña pausa—. Pero supongo que deberías saber que son las 12 y cuarto.
— ¿Y qué con eso?— Contesto, de la misma forma que siempre.
—Ya es tarde, tienes que descansar— Me dice, con voz apacible, pero notándose su grado de cansancio de sobremanera.
—No tengo compromisos mañana, así que no es necesario.
—Pero yo sí, tengo que trabajar— Menciona, lo que provoca que solo me encoja de hombros.
—Entonces vete— Le digo, obviando.
—No te voy a dejar aquí sola, ya te dije que es peligroso.
—No necesito de tus cuidados.
—Dije que yo me ofrezco solo.
—Y yo dije que puedes irte cuando quieras.
—Bien— Dice, cansado, levantándose de su asiento y caminando un par de pasos—. Cuídate— Sentencia, antes de encaminarse a su auto estacionado en la acera, sin importarle la cantidad de agua que cae sobre su ropa y cabello.
Escucho como enciende el auto y sus luces, iluminando aún más la calle. Pasan unos segundos y no se va, se mantiene en su lugar. ¿Qué está pensando? ¿Qué acaso no dijo que se iría?
Fue tan solo cuestión de un minuto para que las luces el auto se apagaran y el motor también, tan solo le costó un minuto salir de éste y regresar a la banca en la que estoy sentada, sin importarle nuevamente la lluvia torrencial moje sus prendas y cuerpo.
—Marylise ya resígnate, no va a pasar nadie— Me dice, al llegar a mi lado.
—Y tú resígnate a que me quedaré aquí— Le contesto, manteniendo mi posición firme. Noto como su expresión serena y sus ojos cálidos me avizoran fijamente, como si en mi cara tuviese una especie de animal o bicho extraño—. ¿Qué?
—No te recordaba así de necia— Enarco mis cejas ante su respuesta y el emboza una sonrisa de lado, antes de sentarse de nuevo en la banca.
A partir de este momento, no sé cuánto tiempo es que pasó, pero las palabras volvieron a sucumbir y el silencio se reintegró al ambiente que nos rodea; únicamente soy capaz de escuchar el ruido insaciable de la lluvia caer contra el asfalto y acera.
A este punto me estoy arrepintiendo de haber venido a este lugar, comenzó a darme hambre hace unos quince minutos y el sueño está comenzando a apoderarse de mi cuerpo, lo cual se refleja en mis ojos adormilados y en mi cabeza que no puede mantenerse firme. No sé si deba irme, la lluvia ya está comenzando a ceder y, sobre todo, tengo un paraguas que puedo utilizar para llegar a casa...
¿En verdad quiero ir a casa?
— ¿Tienes sueño?— La repentina pregunta me saca de mi ensimismamiento y me hace dar un brinco en mi lugar, antes de negar con la cabeza en respuesta—. ¿Y por qué cierras los ojos?— Me encojo de hombros y me recargo en el respaldo, sin saber más qué decir—. Te vas a quedar dormida aquí— Imito mi acción previa—. Déjame llevarte a tu casa para que puedas dormir.
—A mi casa no— Contesto, casi por inercia, notando confusión pura en él.