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Capítulo 4

- Está bien, basta de sentimentalismo - Diane se rió tontamente, dándole palmaditas en la nariz a su hijo - ve y no hagas esperar a tu padre, asegúrate de llamar seguido - Asentí en su dirección tratando de no sonreír debido a su excesiva aprensión y al final Terminamos hablando de contactar a Steve.

- Mamá siempre es un poco melodramática - comenta el chico que está a mi lado sacudiendo la cabeza y juntos llegamos al BMW de nuestro padre , ya listo para ir a la universidad.

- Se los recomiendo chicos - la voz de Steve sonó profunda en el silencio que se demoraba dentro del auto mientras mantenía su mirada fija en la carretera y su espalda recta - trabajen duro y traten de concentrarse en sus estudios, sé que harán nuevos amigos y Tendrás que instalarte en un entorno totalmente diferente para ti, pero recuerda que tu objetivo allí será obtener las mejores notas - Simplemente asentí y seguí manteniendo la mirada fija por la ventana. Nunca había tenido problemas con la escuela, aunque no era uno de esos estudiantes impecables que siempre se quedaban en la recepción, aun así había traído a casa calificaciones muy altas y promedios impecables. Estudiar nunca había sido una carga para mí y en lo que a mí concernía siempre lo había hecho con bastante facilidad.

- No te preocupes papá, sabes que somos buenos chicos - Cody se rió entre dientes, mientras el viento que entraba por la ventana delantera le alborotaba el pelo, despeinando su mechón castaño claro.

- Eso espero - murmuró, girando a la derecha en el cruce frente al cine y yo me recosté en el asiento, respirando aire por la nariz, preparándome mentalmente para cómo será la universidad.

Cientos de preguntas seguían resonando en mi mente, quién sabe cómo serán los dormitorios, quiénes serán mis compañeros de clase, quién será mi compañero de cuarto… o cómo serán los niños y niñas en general, ¿haré amigos fácilmente? ¿O serán mayormente hostiles hacia los recién llegados?

Seguí cuestionándome tanto sobre cómo sería mi experiencia en este nuevo contexto que cuando nos encontramos frente a la entrada de la universidad me sorprendí de haber llegado ya a nuestro destino.

Era inmenso, cuando entramos al camino privado que lo cruzaba entero conduciéndonos a los dormitorios quedé encantada por su belleza, me parecía un lugar encantador. Jardines bien cuidados, estructuras nuevas completamente cubiertas con pintura clara, campos de fútbol, canchas de baloncesto, pistas de relevo, cafés, gimnasios y más, parecía una pequeña ciudad en miniatura.

Una vez que llegamos al estacionamiento del dormitorio, Steve detuvo el auto justo bajo la sombra del espeso follaje verde de un árbol bastante alto y robusto, los tres bajamos del auto sacando mochilas y maletas, y una vez que Había puesto el mío sobre mis hombros. Me volví para mirar la estructura que se alzaba ante nosotros. Una pequeña escalera conducía justo enfrente de la entrada del dormitorio y una vez dentro de la gran entrada nos acercamos a un tablón de anuncios donde parecía exhibirse una especie de cartel con todo el mapa del campus representado.

- Perfecto, tengo que caminar medio kilómetro para llegar a mi dormitorio - murmuró Cody, notando que el dormitorio de los chicos no estaba exactamente en este edificio y levanté la vista hacia él y mi padre - puedes ir en el auto, yo puedo manejarlo solo aquí, prácticamente llegué -me escudriñaron con la mirada-.

Sonreí levemente mientras me acercaba a mi padre y colocaba una mano en el asa de la maleta, haciéndole saber que no debía preocuparse más por mí - ¿estás seguro de que puedes arreglártelas solo? - preguntó mirando a su alrededor y yo asentí - claro, le pediré al encargado del dormitorio el número de mi habitación... debería ser esa mujer - dije cierto, observando a una señora de mediana edad que vestía una especie de camiseta con el logo de la universidad y mi padre en él, asintió mirándola con el ceño fruncido.

- Entonces…buena suerte con tus estudios Cesar – murmuró, insinuando una sonrisa e inclinándose hacia mí para darme un abrazo, rodeé su cuerpo con mis brazos, abrazándolo así. No era un hombre muy extrovertido, era bastante rígido y entero a diferencia de su esposa Diane, pero sabía que él me amaba exactamente de la misma manera.

- Gracias Papa -

Cuando me quedé solo dentro de ese edificio totalmente desconocido, agarré el carrito y la maleta azul medianoche y caminé en dirección a la señora que estaba sentada en una silla giratoria junto al escritorio de un profesor que daba a una ventana bastante ventilada.

- Erm..hola – Intenté llamar su atención, notando que ella no parecía para nada inclinada a levantar la vista por sí sola y poco después me miró, acomodándose las gafas en la punta de la nariz - ¿recién llegada ? - preguntó inmediatamente levantándose de la silla y yo asentí.

Antes de que pudiera decir algo más pasó como un misil y me giré para mirarla impactado – sígueme – habló en voz alta dirigiéndose hacia el pasillo que seguramente conducía a las habitaciones – ¿cómo te llamas? - preguntó entonces.

-Amanda Harrison – respondí confundido, continuando siguiéndola pero me costaba seguirle el ritmo, las maletas que arrastraba conmigo eran pesadas por decir lo mínimo y la mujer parecía querer calificar para un maratón.

- Entonces veamos - se habló a sí mismo, abriendo la puerta metálica de una habitación y comenzó a rebuscar en los cajones de un escritorio, sacando una llave luego de consultar un expediente del doble del tamaño de mi cabeza - buena Amanda, tu habitación será la número doscientos seis , y levantó la mano frente a mi cara, colgando una llave de un colgante con el logo morado del campus.

- ¿ En el segundo piso entonces? - pregunté inseguro, agarrando las llaves y me instó a salir de la habitación - sususu claro que está arriba, sigue, tengo que quedarme en la entrada - literalmente me empujó hacia el pasillo que conducía a las escaleras para luego desaparecer detrás yo dejándome totalmente solo en ese pasillo semidesierto.

Sinceramente espero que no todos aquí sean como ella.

Aún asombrado por mi encuentro con el gerente, comencé a subir las escaleras, preguntándome si solo eran estas para llegar al segundo piso o si en realidad también había algunos ascensores. Seguramente me habría costado menos arrastrar dos maletas y una mochila por dos tramos de escaleras.

Casi diez minutos después finalmente llegué a las puertas de la habitación número doscientas seis y suspiré aliviado, pasándome una mano por la frente, lo único que necesitaba era sentir las gotas goteando por mis sienes por lo mucho que había luchado. llegar aquí solo, e inserté la llave en la cerradura, abriendo la puerta frente a mí.

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