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Capítulo 2

Subimos a su casa del árbol, la que mi padre había construido en su jardín, porque no teníamos un árbol lo suficientemente fuerte como para sostenerla sin peligro. Todavía recuerdo lo feliz que estaba Bember el día que ayudamos a mi padre a construirlo, también era un poco como su padre, ya que mi mejor amigo nunca había conocido a sus padres. Ambos habían muerto en su nacimiento, pero nunca supe las verdaderas circunstancias. Bember siempre había vivido en la casa contigua a la mía con su abuela Mary Lise y literalmente habíamos crecido juntos. Éramos inseparables.

- ¿ Qué tienes que decirme? - pregunté, sentándome en uno de los pufs de colores dentro de la pequeña casa de madera que era nuestro refugio favorito para nosotros y suspiré - la abuela no se encuentra bien - comenzó bajando la mirada al suelo y abriendo los labios, quedándose atónita. Sabía que Mary Lise ya era bastante mayor, pero lamenté mucho que tanto ella como él supieran que estaba enferma.

- ¿ Que tiene? - Pregunté con cautela bajándome del puf para acercarme a mi amiga y negando con la cabeza - No sé, no me dijo cómo se llama lo que tiene, pero escuché a la tía Mariel hablar con ella - explicó mirándome a los ojos y me quedé estupefacto. Todavía no entendía realmente a dónde quería llegar con esto.

- Nos iremos a vivir con ella Cesar.. - dijo en un suspiro y yo dejé de respirar - pero ¿volverás? - pregunté al borde de las lágrimas y levanté los hombros - No lo sé -

- Pero dijimos que seríamos amigos para siempre.. -

- Y lo estaremos – me corrigió acercándose a mí y una lágrima corrió por mi rostro, la sentí correr por mi mejilla hasta deslizarse. El dolor que me causaba la mera idea de no volver a ver a Bember era inexplicable. Creí que estaría conmigo toda la vida, nos prometimos...

- Pero ya no estarás aquí – dije desconsolada con mi mirada desconsolada anclada en la suya y él me abrazó acercándome a él. Aún éramos pequeños, pero Bember ya era mucho más alto que yo y dejé que me abrazara. Cada vez que lo hacía me sentía muy bien, porque en el fondo me gustaba y era perfectamente consciente de ello.

Es absurdo que sea él quien me consuele en este momento, cuando debería ser yo quien le dé palabras de consuelo por su inminente partida, pero la idea de no volver a verlo nunca más me hacía tan infeliz. No pude decirle mucho.

Así que me limité a susurrarle lo poco que me sugería el corazón.

- Te amo Bember - murmuré con mi rostro pegado a su camisa y él acarició suavemente mi cabello - Yo también te amo Cesar - admitió en mi oído y cuando se separó de mí vi esa hermosa sonrisa suya tomar forma en su rostro . Estaba un poco angustiado, quizá forzado, pero intentó tranquilizarme y lo agradecí mucho.

- Aunque no nos volvamos a ver, siempre seguirás siendo mi mejor amigo – logré decirle mientras contenía las lágrimas y él se alejó de mí para tomar algo del alféizar de la ventana.

- Tengo algo para ti - comenzó viniendo hacia mí con las manos detrás de la espalda y traté de asomarme pero no pude ver nada - así que siempre me llevarás contigo - agregó sacando su mano por detrás espalda y vi un colgante de plata colgando de la cadena cerrada en su puño.

- ¿ Y para mí? - pregunté con ojos incrédulos mientras tomaba el colgante en su mano y me lo mostraba de cerca. Era un pequeño colgante estilizado en forma de rosa, era plateado y si prestabas atención se podía vislumbrar el símbolo del infinito justo encima de la pequeña rosa. No sabía qué decir pero corrí hacia Bember para abrazarlo más fuerte que nunca. Nunca había recibido un regalo tan bonito, pero siempre lo llevaré conmigo, pase lo que pase. A partir de ahora sería el símbolo indiscutible del vínculo que nos unirá para siempre.

- Llévalo siempre contigo – me recomendó al oído y yo asentí obviamente, lo habría hecho aunque no me lo hubiera recordado.

- Siempre serás la parte más hermosa de mí Bember -

Entonces de repente me desperté de mis recuerdos.

- ¡ Cesar, prepárate! - la voz de mi madre sonando fuerte desde el otro lado de la delgada pared me devolvió a la realidad. Hoy mi familia y yo teníamos planeado salir a hacer las últimas compras navideñas para luego regresar aquí para celebrar la Nochebuena como cada año. La desventaja de no tener parientes vivos era ésta: no reunirse para Navidad.

Mis padres eran hijos únicos y mis abuelos ya se habían ido, así que no teníamos a nadie. Pero no nos importó, celebrar esta festividad entre nosotros nunca había sido aburrido porque éramos una familia feliz, juegos de mesa, comidas y cenas suntuosas, bromas, chistes…

Estábamos bien entre nosotros y nunca nos aburrimos, pero lo único que me entristeció fue saber que este año Bember y yo tampoco nos reuniremos en la casa del árbol para intercambiar regalos. Lo hacíamos todos los años, una especie de tradición.

- Nathan, ve a ponerte el sombrero, hace mucho frío afuera - Escuché a mi madre regañar a mi hermano apenas bajé a la sala listo para salir y vi a mi padre poniéndose su chaqueta gruesa.

- ¡ Pero mama! - se quejó golpeando el suelo con los pies y yo esbocé una sonrisa - sin peros, apúrate - ella lo instó y me uní a mi padre.

- Es un mocoso – se rió entre dientes refiriéndose a mi querido hermanito y yo sonreí siguiéndolo hasta el garaje. Su coche estaba reluciente cuando lo pulió ayer por la tarde y esperamos juntos la llegada de los dos desaparecidos.

Solo cinco minutos después Nathan y mi madre salieron por la puerta que conectaba el garaje con nuestra casa y mi padre abrió la puerta trasera para dejarnos entrar - los cinturones de seguridad - me recomendó mirarlos a ambos y yo resoplé agarrando el cinturón de seguridad trasero. .

Una vez que partimos, las calles parecían desiertas, era la mañana anterior pero las condiciones climáticas parecían ser realmente malas. Sólo que de vez en cuando pasábamos por delante de algunos coches, la mayoría que se dirigían al centro como nosotros.

Vivíamos en las afueras de Cleveland, no realmente en la ciudad y teníamos un largo camino por recorrer antes de llegar al centro. Mientras tanto la nieve empezó a caer de nuevo, mi madre encendió la radio y sonaban canciones navideñas, subió el volumen.

Seguí observando a través de mi ventana los abetos que pasaban a los lados de la carretera, mi hermano estaba jugando con uno de sus inseparables Transformers. Todo estaba tan jodidamente tranquilo y como cualquier otro viaje en auto que nunca podría haber imaginado lo que sucedería después.

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