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Capítulo 1

Punto de vista de Cesar

Seis años antes...

Era la mañana antes de Navidad, cuando me desperté y mirando por la ventana de mi habitación vi el mundo afuera completamente cubierto de nieve. Aquí en Cleveland nevó todos los años durante este magnífico período, pero desde hace dos años ni siquiera verla nevar era lo mismo.

Sin embargo, amaba la nieve.

Me levanté de mi cama aún con sueño y caminé hacia la ventana, puse mi mano en la superficie, deslizándola lentamente hacia abajo, dejando así la huella. Desde aquí pude ver la ventana de Bember completamente cerrada, siempre cerrada. Ya habían pasado dos años desde el verano en el que dejó la ciudad con su abuela para irse a vivir con su única tía, pero desde entonces no había un día en el que no trajera conmigo el collar que ella me había regalado antes. irse.

Todavía recordaba ese día, como si fuera ayer. Recordé cada pequeño detalle, cada detalle....

Estaba encerrada en mi habitación, cómodamente recostada sobre la suave alfombra del piso, hoja de álbum lisa y crayón rojo en mano, estaba terminando de colorear los pétalos de una hermosa rosa roja que con orgullo había dibujado para mi madre. Me encantaban las rosas y me encantaba dibujar, por eso cada tarde me reservaba un pequeño rato para plasmar mi mayor pasión en el papel blanco.

El leve sonido de un leve sonido de nudillos contra la superficie de madera de la puerta cerrada me hizo levantar la vista del papel y después de dejar caer el crayón sobre la alfombra me senté - ¿quién es ? - Pregunté esperando que alguien apareciera frente a mí y la puerta se abrió lentamente dejando ver la figura femenina de mi madre con mi hermano pequeño Nathan a su lado quien no tardó en irrumpir corriendo hacia mi habitación.

Un pequeño huracán de energía, pero dulce como pocos.

- ¡ Natán! - Lo regañé cuando se arriesgó a pisotear mi hermoso dibujo con sus pies y él retrocedió asustado - Cesar, no le grites así - mi madre me regañó a su vez, sin usar un tono particularmente severo y el pequeño se sentó. abajo a mi lado - ¿Terminaste de dibujar? - preguntó mirando de reojo la hoja que aún descansaba sobre el álbum tirado en la alfombra y yo negué con la cabeza - Tengo que terminar de colorearlo - respondí convencido.

- Cuando termines, baja a la sala, has estado aquí sola toda la tarde – habló mi madre, inclinándose para dejar un beso en mi cabello y yo asentí con convicción, recogiendo el crayón rojo del suelo. .

- Es muy hermosa - comentó el pequeño Nathan, dándome una sonrisa de admiración, siempre había sido tan adorable y lindo. - Gracias, ahora déjame concentrarme – dije en medio de mi compromiso, apretando la punta de mi lengua entre los dientes y mi madre tomó la mano de Nathan, caminando con él hacia la salida.

- Entonces enséñanos la ópera - añadió la mujer de largo cabello dorado antes de cerrar la puerta detrás de ellos y dejarme de regreso en mi mundo.

Cuando terminé de colorear mi rosa recogí todos los colores del suelo, agrupándolos en mi pequeño portalápices amarillo y antes de poder salir escuché unos guijarros golpeando el cristal de mi ventana sin demasiada fuerza. Ya sabía quién podría ser.

Corrí hacia este último y una vez que lo levanté me asomé un poco desde el segundo piso y encontré a mi mejor amigo, Bember, en su parte del jardín.

- ¡ Cesar, al suelo! - gritó levantando su rostro hacia mi ventana y antes de que pudiera preguntarle por qué añadió - Tengo que decirte algo importante -

- Me calzo los zapatos y bajo - le advertí antes de cerrar la ventana con dificultad y correr hacia mis zapatillas que estaban al pie de la cama para ponérmelas rápidamente.

Me costó atarlos a ambos, yo todavía no era muy bueno atándolos y una vez que los tuve puestos salí de mi habitación y bajé corriendo las escaleras lista para lanzarme al jardín.

-Amanda Bailey, ¿adónde crees que vas? - la voz de mi padre me hizo detenerme en el acto apenas llegué a la mitad del rellano y me giré hacia la habitación. Me miró con una media sonrisa, su cabello castaño despeinado y suave, no había rastro de gel que lo mantuviera en su lugar, el atisbo de una barba rodeando su boca que también cubría gratamente sus mejillas y esos ojos verde esmeralda, tan jodidamente similares. a los de mi hermano pequeño. - Voy con Bember, tiene que decirme algo – dije con sinceridad, tratando de irme pero él me detuvo con una mano en mi hombro, haciéndome retroceder nuevamente.

- Tienes que atarte bien los zapatos si no quieres caerte, pequeña – señaló inclinándose a mi altura y lo observé mientras desataba el lazo mal hecho que ya había medio cedido y lo hacía de nuevo. , asegurándose de que no cediera como el mío.

- Lo siento - murmuré, mirando hacia abajo y él tocó mi costado con su dedo para hacerme cosquillas - ¿qué pasa con ese puchero? - preguntó, todavía intentando hacerme reír y no pasó mucho tiempo para que mi habitual sonrisa apareciera en mi rostro pálido.

- Aquí está esa hermosa sonrisa - mientras tanto seguía haciéndome cosquillas y yo me retorcía tratando de escapar de sus manos - ¡¡papá, vamos!! - Grité al no poder quitármelo de encima y él volvió a reír, acercándome hacia él sin demasiada dificultad.

Sólo cuando estuvo de rodillas pude mirarlo a los ojos sin necesidad de que me levantaran.

- Si me das un beso te dejo ir con tu amigo – propuso finalmente, sosteniendo sus manos a los costados de mis brazos y mordiendo el interior de mi mejilla, dando un paso hacia él.

Le di un largo beso en la mejilla y antes de que pudiera irme me dejó uno atrás - no salgas del jardín - finalmente se recomendó y finalmente fui libre de unirme a Bember. Quién sabe qué tendrá que decirme, no podía esperar a saberlo y cuando llegué a su jardín lo vi apoyado en el tronco del árbol.

-¡Bember ! Aquí estoy, papá me hizo perder el tiempo - Me justifiqué acercándome a él y él se alejó del árbol negando con la cabeza - No te preocupes - dijo poco después, enderezando la tela arrugada de su camiseta y yo lo miré. en los ojos. Esos ojos suyos de color marrón muy oscuro que por momentos casi parecían negros por muy intensos que fueran, no tenían rastro de luz y sin embargo eran tan hermosos. El viento de finales de verano despeinó su cabello castaño, enviándolo desde las sienes hasta los lados de los ojos, y lo echó hacia atrás antes de indicarme que lo siguiera.

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