CAPITULO VI
No puedo recordar con exactitud como conocí a Elizabeth, sólo sé que rondaba por el barrio y alguna vez la vi pasar por la vereda y no llamó mucho mí atención, supongo que tenía algunos parientes que vivían cerca. Por mi hermano me enteré que era maestra de escuela, él estaba buscando llenar una plaza en una Primaria de los alrededores donde trabajaba como maestro suplente, con la esperanza de obtener el puesto de titular pero tenía un gran inconveniente, aún no terminaba la carrera de docente y no contaba con los documentos que solicitaban para ocupar el lugar vacante.
Ahí hace su aparición Elizabeth, ella es titulada y pretende llenar ese vacío, ósea el lugar que ocupa mi hermano José como sustituto en esa escuela. Con tanta suerte para la aspirante que se lo otorgan y José se queda en la calle pateando latas, ese resentimiento nunca se le quitó de encima y cuando me embarque a Chile y unos días después ella llego a casa a buscarme le salió al encuentro y de manera tajante le dijo: “Mi hermano viajo a Chile y quien sabe cuándo regrese” La noticia le cayó como una patada directa a la boca del estómago y José saboreó su venganza.
Si Marlín en su momento fue una carga de diez mil toneladas de la que no podía librarme, Elizabeth era la madre de todas las pesadillas. Lo que en un principio me pareció un juego bonito y excitante, algo que no se saldría de mi aguzada y fría perspicacia, se fue convirtiendo en una serie de sucesos que me atraparon en unos delgadísimos hilos, casi imperceptibles y envolviéndome a tal grado que reconocí que no podría zafarme sino tomaba una salida inteligente y veloz.
Elizabeth tenía un atractivo especial, era de una región de la selva amazónica y eso la hacía exótica y exuberante. Si lo pienso con detenimiento creo que nunca llegue a enamorarme o sentir un verdadero afecto por ella, la quise muy a la manera de un vuelo superficial a poca altura. Mi capacidad de experimentar una verdadera pasión extrema por alguien siempre fue limitada.
Puedo amar mi trabajo, mi pintura, la belleza, la forma, pero a los seres humanos difícilmente podría abrigarlos con un sentimiento tan puro como el amor. Un marcado sortilegio de encuentros y desencuentros se fueron tejiendo entre ella y yo, algo más parecido o cercano a un simulacro de amor, la costumbre de tenerla conmigo y esa manera sutil de atraerme, nada que pudiera llamarse irremplazable o metódicamente necesario. De esas largas experiencias amatorias sólo surgía la pregunta de, ¿Y ahora qué sigue...? Rotundo y despiadado que se quedaba flotando en el aire sin una respuesta objetiva.
Reconozco que me fue ganando y llevando por donde ella quería que siguiera su juego de placentera seducción. Algunas noches nos quedábamos a dormir, si es que acaso dormía. Al día siguiente preparaba el desayuno y hacía que me sintiera el amo del universo, amado y consentido. Las horas se hacían interminables y el tiempo no tenía significado. Mi madre tenía un dicho muy cierto, Si quieres atrapar una mosca usa la miel… Y eso lo aplicaba conmigo.
Nadie muere de amor pero los suicidios son a veces consecuencia de ello. Yo tendría cinco años cuando un tío mío se quitó la vida, lo había intentado antes sin resultado pero esta vez logró su cometido, era un chico joven de unos veinticinco años no más y cuentan quienes lo conocieron que murió por un desengaño, una pena que lo llevó a cometer lo impensable. La chica de la que estaba enamorado no quiso corresponderle y decidió que era mejor no seguir viviendo.
Eso no aplicaba conmigo porque quizás nunca me había enamorado realmente o la oportunidad aun no tocaba mis puertas. En un mundo de posibilidades nada es posible hasta aquello que ronda las ventanas de lo inaudito. Pero era la muerte quien escribía poemas de tragedia a mí alrededor como una musa perversa pero sólo viene a darme lecciones de que todo es efímero e inconsistente por eso debía aprender a disfrutar mi tiempo en la medida de lo posible, preciso y acompasado, tal como venía sin dejar de lado las experiencias. Un caso que sucedió en el barrio fue la muerte del hombre que me rezaba para curarme de espantos cuando era niño.
De pequeño solía asustarme con frecuencia, no me gustaba la oscuridad, tenía fantasmas merodeando mi habitación por las noches y el hombrecito delgado, pálido casi amarillo solía quitármelos de encima con sus rezos que parecían hipnóticos. Su desaparición fue de una gran relevancia para mí, ya no tenía quien me apartara los fantasmas que rondaban en mi cuarto y mis sueños, tuve que aprender a quitármelos sólo, a enfrentarlos sin miedo y así logre dormir tranquilo. Se ahorcó en el patio de su casa, me pregunto si se tragó tantos fantasmas que lo atormentaron o si fue la miseria humana agotando sus fuerzas hasta acabar con sus ganas de vivir. Nunca me acerque a verlo pero fue como si lo tuviera frente a mí, estaba dibujado en alguna parte de mi inconsciente en cuanto me dijeron que lo encontraron colgado de la rama de un árbol que tenía en su patio, con el rostro morado y los ojos desorbitados, yo no lo vi pero como si lo estuviera viendo, tenía la escena grabada en mi memoria.
Otro caso que me impacto sobre manera fue el de Marlín cuando intentó suicidarse. Se tomó un frasco de somníferos, le hicieron un lavado intestinal y estuvo en coma unos días, no quise oír nada al respecto, le prohibí a mi descabellada imaginación que la idealizara y pese a ello me jugaba malas pasadas, se aparecía en las paredes de mí habitación, acostada en una cama y con sondas de suero en las venas, me pedía que fuera a acompañarla y a decirle que la amaba, oía su voz en mi conciencia porque sus labios estaban sellados. Me cubría la cara con las sabanas y le decía: No existes, lárgate de aquí, no me molestes., Hasta que retornaba al sueño donde no había gravedad y volaba, si era una manera de escapar, no lo sé.
Otro aspecto de la muerte que recuerdo nítidamente fue el de mi amigo Aníbal, el muchacho quería ser militar a toda costa pero no daba la talla para serlo, lo intento por diferentes caminos pero siempre lo corrían y un día apareció tendido sin signos de vida en una poza de sesenta centímetros de profundidad. Se volvió loco de remate de tanta frustración, dicen que lo ahogaron porque a los loqueros del Sanatorio donde estaba internado ya los tenía hasta el cogote y solo querían deshacerse de él y optaron por quitárselo de encima.
Cuando su padre el profesor Rueda, mi ex maestro de escuela, fue a visitarlo lo llevaron directamente a la morgue a reconocer el cadáver de su hijo; apareció reiteradas veces en mis sueños relatándome todas las guerras que había vivido sin haber participado en ninguna, me asaltaba la duda entre sueño y realidad y le decía, Estás muerto Aníbal, ya vete.
Mi amiguito Keko, compañero de primaria, un gordito moreno que siempre estaba sonriendo; había muerto al caer de un autobús, se le soltó a la madre, resbaló y cayó. Tenía prisa, llegaba con el sudor en la frente recorriéndole la cara como si hubiera caminado un largo trecho para pedirme prestada la tarea que había dejado la maestra, yo lo miraba, trataba de apartarme pero seguía insistiendo hasta que desaparecía. Y podría seguir enumerando otros sueños, pesadillas y alucinaciones pero ya estuvo bueno de muertos... Celebremos la vida que aún nos quedan unos pequeños pasos por delante.