CAPITULO IV
Cuando estábamos en la secundaria note que Lucho era el único individuo de la clase que tenía aptitudes para la plástica, por eso cuando encontré al maestro que podía darnos cierta orientación en la materia e iniciarnos en las técnicas de la pintura al óleo pensé en él como compañero de aprendizaje, le costó un poco decidirse pero cuando lo hizo me sentí aliviado, no estaría solo. Le fue difícil soltar la mano al principio pero poco a poco fue adaptándose hasta alcanzar cierta destreza en el manejo de los colores.
Cierta vez que salíamos de nuestras clases sabatinas nos agarró una huelga de policías en el camino. Al no existir ningún control de la autoridad los delincuentes comenzaron a hacer de las suyas y se dedicaron a cometer desmanes y fechorías y saquear tiendas por toda la ciudad.
Cerraron varias avenidas de acceso e intervino la Fuerza Armada, estos no se midieron para restaurar nuevamente el orden público y comenzaron a disparar a diestra y siniestra contra todo aquel que era visto como sospechoso de estar causando estragos en los comercios y vandalismo.
La gente corría como loca por todas partes y nosotros estábamos en medio de ese caos perverso, nuestro único afán era llegar a casa pero no encontrábamos medios de transporte ni nadie que nos dejara por lo menos un poco cerca y nos vimos obligados a caminar un larguísimo trecho entre los arrebatos de la soldadesca y los civiles alborotados.
Fue el día donde el diablo se soltó las trenzas y agitó la cola dando latigazos sobre el pavimento porque todo era un endemoniado aquelarre de gente común cometiendo barbaridades y haciendo locuras. Tuvimos suerte de encontrar un camión que nos dejara a unos kilómetros de casa y no ser blanco de una bala perdida o morir atropellado por las multitudes. La libramos y logramos volver sanos y salvos.
Cuando tuve la ligerísima idea de abandonar el país le pedí a Lucho que viniera conmigo, que juntos la haríamos en grande pero tuvo miedo o no se quiso arriesgar en un medio desconocido y me respondió muy suelto de huesos: “Ve a ver cómo te va por allá y luego te sigo..” pero eso nunca sucedió.
Llego el día del examen, yo no veía las horas de abandonar las instalaciones de la empresa y ponerme a trabajar en los dibujos que faltaban para la exposición. Ya en mi casa tenía un buena dotación de cartulinas, plumas y tintas. Todo estaba listo para empezar, solo quería desligarme de cualquier compromiso con la empresa y poner manos a la obra en lo que realmente me interesaba.
El día “D” Lucho vestía impecable, traje oscuro, sus peculiares gafas de sol, sonrisa de alfombra roja y se veía anhelante y seguro de ocupar mi puesto. Mi refugio le había poco menos que encantado. Llegamos a la oficina del jefe Saldaña, se lo presente, estrecho su mano, le hizo unas preguntas y todo parecía marchar viento en popa. Luego lo invitó a que se sentara en un escritorio le extendió unas hojas y le dio algunas indicaciones de lo que debía hacer. Ahí fue donde la puerca torció el rabo, Lucho se puso nervioso no sabía cómo encarar las cosas sencillas que le pedía realizar y todo su aplomo se vino a pique.
Por el gesto de disgusto en el rostro del Administrador sentí que el mundo se me caía encima. No paso la prueba y eso me obligo a quedarme unos días más. ¿Y ahora, quién diablos me reemplazaría? No tenía otro as en la manga ni un candidato de confianza y me urgía desligarme de mi cargo cuánto antes. A la primera oportunidad hablé con el jefe Saldaña y le pedí aceptara a mi amigo como mi reemplazo, que no era malo, solo se puso nervioso y lo volviera a poner a prueba, a regañadientes aceptó y corrí a casa de Lucho apenas salí de trabajar. Le di la noticia, esta vez era definitivo
—¿Qué te paso compadre, si ese trabajo es para tontos…?
—Tu presencia me puso nervioso — argumentó —
—No jodas… Ve el lunes y preséntate con el Administrador, ya formalicé una cita. Yo no voy a estar ahí, pon de tu parte y el puesto es tuyo. Te lo puedo asegurar.
Cuando mi idea de viajar a Chile ya era un propósito inalterable, le propuse a mi amigo Cristian, un compañero de la Universidad hacer el viaje conmigo, pero tengo la certeza de que ni siquiera tomó en serio lo que le decía o puso el mínimo interés de su parte en la conversación. Total, pasó como un comentario que se lanza al aire y ahí se queda flotando. Supuse que era porque estaba metido en un lío sentimental tremendo, se había enamorado de una empleada de las tiendas de su padre y esta chica acababa de darle una hermosa bebe. Era obvio que sus pensamientos estaban enfocados en sus problemas y los míos no tenían cabida en el orden de sus prioridades.
La época de la Universidad había terminado hace un buen rato y cada quien buscaba hacer su vida de la manera como mejor le conviniera. A él nunca le importó mucho lo que le fuera a suceder después de terminar los estudios; de alguna manera tenía el futuro asegurado. Claro.., siempre y cuando supiera manejarlo rigurosamente y no despilfarrara lo que había conseguido su padre con mucho esfuerzo y astucia para los negocios. Asistía a clases cuando le venía la gana y cuando no…, se dedicaba a matar el tiempo en un salón de billar que quedaba a unas cuadras de la Universidad.
Estudiar no era gratuito, las mensualidades eran excesivamente altas al menos para mí que tenía que conseguir el dinero haciendo cincuenta mil malabares y siempre en la búsqueda de.., ¿A quién diablos le vendo un cuadro ahora…? Lo antagónico, irrisorio y contradictorio era que cuando conseguía lo suficiente para pagar el semestre ya tenía una lista de libros por comprar o una serie de gastos que no podían esperar al día siguiente.
Para Cristian eso no implicaba una dificultad, su padre pagaba puntualmente la colegiatura. Fuera de eso era un tipo entretenido y gentil, no escatimaba en invitarme una cerveza o darme un raid en su auto. Y como todos en la clase hacían su grupo de amigos, hicimos el nuestro; éramos Cristian, el chino Kenji, el Teto que era un marica asolapado y yo. No figuraba en esa lista por pertenecer al mismo rango social, si fuera de ese modo no habría tenido cabida en el grupito. Me gané mi lugar siendo simpático e inteligente.
Por fin me libraba de la empresa, Lucho ocupaba mi entrañable oficina y yo respire con satisfacción y alivio estar fuera. Todo marchaba en sincronía, al ritmo que pedía mi música interior. Trabaje en el estudio que había acondicionado en mi casa y completé los dibujos que faltaban para la exposición, las aguas volvieron a su equilibrio y yo me sentía pleno y en total armonía, era el punto neural que deseaba alcanzar.
El día de la inauguración llegué unos minutos antes, desde afuera pude observar las grandes vidrieras exhibiendo mi trabajo, era fantástico, No está mal para un chico de barrio, me dije. Cuando entré me recibió la empleada, una elegante señora, tenía una enorme y brillante sonrisa que iluminaba su sonrosado rostro, Hemos vendido casi todo.., me dijo eufórica. Y me dio unas palmadas en el hombro.
En efecto, los cuadros tenían en sus etiquetas puntos rojos, señal que habían sido adquiridos por algún coleccionista. Al rato llegaron los periodistas, tomaron fotos del evento y me entrevistaron. Los periódicos dijeron cosas gratificantes sobre mí trabajo, aparecieron imágenes de mis dibujos en las páginas de Cultura y Sociales. El mundo giraba en el lugar exacto donde yo quería estar. Seguí trabajando con la señora María Elena por unos años y se convirtió en mi tutora, mi obra se vendía regularmente, hacía exposiciones, me invitaban a participar en actividades culturales y subastas. Incluso me dieron el encargo de hacerle un retrato a la primera dama de la nación. Fueron buenos tiempos, pero no todo dura para siempre.
Éramos cerca de cien los jóvenes que empezábamos la carrera de Economía en la San Martin, todos apretujados en un mismo salón de clases; totalmente mixto, hombres, mujeres y raros. Mi padre le había puesto una condicionante a mi idea de ser artista: Primero termina una carrera y luego has lo que quieras… Y me propuse iniciarme en una profesión formal, además confiaba y estaba seguro que podía hacerlo.
Quizás no era precisamente la carrera que hubiera querido estudiar, me inclinaba más por la Arquitectura, pero el examen que di en la Universidad de Ingeniería no me ayudo en absoluto, quedé fuera y el tiempo corría en mí contra, así que opté por algo que sentí afín a mis ideas y la Economía se ajustaba al engranaje de todo lo que yo estimaba necesitaría en un futuro próximo. Aunque la realidad fue tan decepcionante como una patada en el trasero o un balde de agua fría que te llega cuando crees que has alcanzado lo que anhelabas.
Las clases no dejaban de ser teóricas, en el campo práctico jamás probamos que significaba ser Economista, pero ya estaba embarcado en esa nave con un pasaje a ninguna parte y me dispuse a terminar lo que había empezado a como diera lugar, fueron muchas las ocasiones en las que me sentí tentado a arrojar la toalla y mandar todo al demonio. Muchos tuvieron el coraje de hacerlo y los felicito, de cien sólo terminamos veinte o menos, ¿Los más idiotas?, ¿Los más tercos? O los que querían probarse a sí mismos que podían lograrlo a pesar de todas las incongruencias y desatinos. No lo sé y a veces cuando veo a mis ex compañeros deambulando por ahí, ejerciendo cualquier otra cosa menos la carrera que estudiaron, creo que fuimos realmente idiotas. Y yo pertenezco a esa camada.