CAPITULO III
Después de ocho meses de cautiverio, el tiempo de abandonar la empresa había llegado, los dibujos eran mi llave a la libertad, mi carta de renuncia incondicional a ese sórdido revoltijo de empleados y escritorios. Armé un portafolio con lo mejor que tenía y comencé a visitar galerías y a proponerlos, “Muy bonitos, pero…” y hasta ahí. No eran tantas como me imaginaba y se me estaban agotando los lugares a frecuentar, me sentía terriblemente defraudado pero no perdía la esperanza, hasta que una tarde llegue a la Galería Vargas, precisamente de la señora María Elena Vargas; estaba ubicada en la esquina de una céntrica avenida del barrio de Miraflores, con enormes vidrieras que dejaban traslucir las obras de los artistas que representaba, me intimidaba un poco pero creí que era el lugar indicado. Empuje la pesada puerta de vidrio y entré. Total, de mejores lugares me han corrido…, pensé.
Así que no tenía nada que perder y todo por arriesgar, pregunté por el director o directora. Respuesta: negativa. Que qué quería.., odiaba tocar ese tema con los empleados pero no me dejaban alternativa. Mostrarle unos dibujos, dije. La persona que me atendió y con la cual trataba no mostro ningún asomo de emoción al verlos, los contó fríamente y me dijo que tenía que dejarlos para que la directora los viera. Claro, ya había escuchado esa respuesta en varias ocasiones y era señal de que nada sucedería y para otra oportunidad será.., Interesantes pero no manejamos ese tipo de obra. Frases convencionales que rebotaban en mi memoria y las sentía como un portazo en la cara.
Volví el día que me indicaron y no sé si fue suerte o premonición, pero cinco minutos después de estar sentado esperando, viendo con certera envidia los cuadros de otros pintores exhibiéndose con holgura y prestancia. Entro la señora María Elena, una dama imponente, alta, de gran presencia, voz potente, segura y una sonrisa confiable. Me miro e inmediatamente me dirigió la palabra.
—¿Tú eres el chico de los dibujos..?
—Si señora —atiné a decirle.
Esperaba la misma despiadada respuesta, pero esta vez fue diferente, una luz del cielo irradió mí semblante.
—Son excelentes — afirmó— ¿Quieres hacer una exposición?
Sentí que el espíritu santo se posaba en mí frente. No daba crédito a lo que mis oídos escuchaban, me estaba ofreciendo una exposición en su galería. Yo ya había expuesto en uno que otro lugar, exposiciones colectivas y en la Asociación de pintores.., pero esta era una de esas galerías que movía artistas podía encumbrarlos o desecharlos de acuerdo a sus intereses, vendía sus cuadros, los promovía y les daba reconocimiento.
—Sí claro, me interesaría hacer una exposición individual y que enmarquen mis dibujos ya que no estoy en posibilidades de hacerlo.
—No te preocupes — dijo en tono amable y sonriente — Nosotros nos encargamos de todo. Teníamos programado una exposición para dentro de tres meses pero el artista canceló por motivos de viaje, así que tenemos esa fecha disponible, ¿Te interesaría exponer en su lugar?
Dios, era como si el cielo me hablara, hubiera vendido mi alma para oír eso, sería mi primera muestra en una galería de prestigio, me sentía flotar entre nubes.
—Claro que necesitas tener más dibujos para llenar la sala — recalco —
Calcule el tiempo, mi horario de trabajo en la empresa y no podría completar el número de piezas que necesitaba para llenar el espacio.
—Tengo un trabajo y mi horario es asfixiante.., — titubee —
—¿Y cuánto te pagan ahí? — preguntó—
Sentí hasta vergüenza de decir cuánto recibía de honorarios, creo que una mesera ganaba más que yo en propinas. Entendió mi silencio y me dijo, Te vamos a dar una cantidad de dinero cada semana para que continúes realizando los dibujos que te faltan para completar la exposición, donde sea que estés trabajando, estoy segura que te ira mejor con nosotros. Tenía toda la razón del mundo, me iban a pagar por hacer exactamente lo que me gustaba. El universo giraba los ojos y fijaba su atención en este cumulo de promesas, era benigno conmigo; no podía pedir más, veía estrellas saltarinas en todas las paredes alrededor.
Necesitaba hablar con Lucho, compañero en la secundaria y condiscípulo en mi aprendizaje a pintor. No podía mostrarme mal agradecido y abandonar el trabajo de un momento a otro sólo porque las cosas habían dado un vuelco repentino a mí favor, necesitaba quien me reemplazara y él era el personaje idóneo.
Mi padre estaba incrédulo y al mismo tiempo desconcertado, tenía la loca idea de que en esa empresa lograría con el tiempo alcanzar un puesto de ejecutivo. Yo amaba mi independencia y esos ocho meses que pase ahí fueron tortuosos, no porque fuera un trabajo estricto y asfixiante, nada más errado; simplemente porque tenía que regirme a un horario y una autoridad y yo detestaba hacerlo, siempre fui una especie de bicho raro, libre, solitario y feliz como una lombriz. Como rezaba la canción: No porque la jaula sea de oro, dejaba de ser prisión... Lucho se alegró al saber que yo haría una exposición en una galería de prestigio.
Acababa de terminar sus estudios en la Escuela de Bellas Artes y estaba sin trabajo, había decidido someterse a la rigurosa formación académica. Yo me había quedado con las enseñanzas de Marcelino, nuestro esporádico maestro de pintura. Con su ayuda en unos meses aprendimos algunas técnicas necesarias para iniciarnos en el intrincado camino de la pintura. Siempre creí que no necesitaba una educación formal para ser artista, sino pautas y una manera clara de visualizar el espectro de los colores y su influencia en los sentidos. Con él logramos obtenerla, para mí fue suficiente, para Lucho quizás no.
Yo entre a la Universidad a estudiar Economía y él a la Escuela de Artes Plásticas a estudiar Pintura. A estas alturas no sé si me equivoque o hice lo correcto, pero seguí los dictados de mi conciencia y termine la carrera. Aunque con el tiempo y las experiencias, las cosas dieran un vuelco muy significativo. A lucho le intereso la propuesta de ocupar mi lugar en la empresa, sobre todo cuando le dije que tendría todo el tiempo del mundo para hacer lo que a su regalada gana se le antojara; el señor Saldaña jefe de la oficina de Administración había sido bastante tajante que quien me reemplazara tendría que ser bueno, no un papanatas.
Yo lo veía como un trabajo sencillísimo, dibujar letras, números, esquemas, formatos.., casi para niños de primer nivel. Le tomarían un examen práctico para conocer su grado de preparación y ocuparía mi lugar sin más requisitos, le recalqué que sería pan comido y Lucho acepto.