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CAPITULO II

Mis padres se la pasaban discutiendo, el tema..? El problema universal de la humanidad: dinero. Yo intentaba poner mi granito de arena, colaborar en todo lo humanamente posible pero al parecer y casi estaba convencido de ser al único que le importaba impedir que ese barco llamado familia no se fuera a pique y tocara fondo sobre las arenas subterráneas del desastre, me calentaba el hígado comprobar que todos estaban metidos en sus asuntos sin darle valor a lo fundamental, nuestra unidad familiar. Entonces recapacité, me vi para adentro y dije:

O me salvo yo o nos hundimos todos…, no tenía de dónde agarrarme, ni fórmula para encontrar una solución a ese enredijo paternal. La cuenta regresiva iniciaba el conteo. Me preocupe por dejar algunas cosas en orden y saldar deudas pendientes. Uno de mis peores errores fue dejar pinturas mías a consignación en algunas galerías que frecuentaba, cuando regrese ya ni existían o se habían mudado quien sabe dónde y sólo perdí tiempo, trabajo y dinero. Por donde quiera que fuera encontraba frases hermosas y halagadoras como…, No te vayas, qué vas a hacer en un país extranjero…, Para qué te vas si aquí como sea tienes casa y a tu familia, no vas a lograrlo solo…, palabras conmovedoras y de gran aliento. No las escuché, me volví sordo como una tapia…

Cuando por fin y después de tanta energía desperdiciada logré terminar mi carrera en la Universidad, mi padre ya me tenía preparado un lugar en la empresa donde él trabajaba, había movido sus influencias para que me aceptaran como practicante en el área administrativa. Él se desempeñaba como chofer de ejecutivos en una compañía de Comercialización de Metales y Minerales.

Yo iba a entrar a iniciarme en el mundo de las finanzas y los negocios como practicante, así le llamaban a aquellos que hacían el trabajo pesado que los empleados formales rechazaban y trabajaban sin ganar un sueldo, sólo propinas para el pasaje y unos caramelos para calmar la amargura.

Como no tenía ninguna experiencia en el ramo empresarial era el punto de partida para hacer mis pininos.., en todo lo que habían tratado de enseñarme en las aulas universitarias y malgasté estúpidamente mí tiempo. La paga como dije no llegaba en ningún grado a tocar la palabra decencia, pero prometí sacarle el jugo a ese puesto cueste lo que cueste. Me enrolaron en el equipo de subalternos de un ejecutivo que trabajaba en el ramo Administrativo de la compañía y me asignaron un escritorio en la oficina adjunta.

Mi jefe se llamaba René, un tipo de lo más soso que he conocido en mi vida, pero era un sub-gerente; el segundo al mando después del Administrador de toda la empresa, en unos días de tratarlo entendí porque estaba a cargo, era el lameculos perfecto, si el jefe Saldaña le decía: Te quedas hasta que termines de solucionarme ese asunto que me tiene agarrado de los huevos, se quedaba; si había que ir a Tombuctú por un documento, iba. Si le pedía que le lavara el coche, lo hacía. Total.., un digno y eficiente Godínez. Para mí era divertido verlo correr de un lado a otro, siempre con la corbata anudada al cuello y el terno impecable, aunque sudando la gota gorda por todos los poros del cuerpo.

Éramos tres los practicantes a su cargo, todos venidos de diferentes universidades, cada uno en el lugar que le correspondía, nos encargaba resolver sus problemas administrativos, como el de reducción de personal, gastos de viaje, el consumo de insumos de los empleados del edificio donde funcionaba la empresa y cosas de esa naturaleza. Nos entendíamos bien, trabajábamos rápido y nos sobraba tiempo, de repente las horas eran pesadas, largas y aburridas sin nada que hacer. Entonces y para mí fortuna, murió el dibujante de la empresa de manera repentina, ¿las causas? No me las pregunten porque las ignoro, así que quedo frío y vacío su flamante trono.

Una oficina radiante sin nadie que la gobierne con todos los accesorios e implementos de dibujo que el más sofisticado de los artistas podría desear. Y como mi padre había corrido la voz que yo dibujaba me ofrecieron el puesto directamente a mí y sin preámbulos. No lo dudé un instante, hubiera pagado por verme libre de la cara simiesca de René y su rigurosa manía de ser servil hasta el tuétano, no lo soportaba. Es más, cada vez que me enviaban a la calle por algo me decía, ¡Demonios…, que hago metido en esa pendejada.., Pero la oficina del dibujante era otra historia, ahí podía manejarme a mi libre albedrio como todo un ejecutivo sin todavía serlo ni parecerlo y nadie controlaría mis actividades porque solo yo sabría disponer de mi tiempo.

El trabajo que requerían no tenía gran ciencia, era bastante sencillo, hacer diagramas, formatos, letreros y rara vez un poster para celebrar algo; en ocasiones paneles para que los directivos hagan alguna presentación en la sala de juntas y de vez en cuando algo no programado pero hasta ahí llegaba toda mi responsabilidad, el resto del día sólo para el nene, en su gran cabina de cristal, como un astronauta vagando en el espacio sin interferencia de ningún tipo y además algo de dinero para los chocolates. Había harto material, rollos enteros de cartulina de la mejor calidad, plumas de todos los calibres y tintas para hacer los más fabulosos dibujos.

Era casi inmoral tanta belleza, como si dejaran al gato al cuidado de la carnicería, un privilegio solo para mentes refinadas como la mía. El tiempo corría en mi contra y me puse a trabajar en lo que tenía en mente y había acariciado centenares de veces como una remotísima posibilidad. Haría un lote de dibujos para una exposición y me llenaría de billetes el bolsillo, por fin le encontraba sentido a ese lugar. El mundo me sonreía, me abría los brazos y me daba un beso seductor y provocativo.

Me instale y comencé a realizar los bocetos de lo que sería mi futura y magna exposición, no tenía nada programado, ni había una galería que me abriera las puertas pero eso no era inalcanzable, al momento de mostrarles mis maravillosas obras de Arte a esos patanes, los corredores se tenderían a mis pies para hacerme las mejores ofertas y proposiciones o comprarme el lote completo en un abrir y cerrar de ojos. Me dispuse a trabajar y a crear dibujos extraordinarios. En unos meses ya tendría unos veinte listos para ser exhibidos, todos de mediano formato para no incurrir en gastos innecesarios.

Cuando apenas llegaba a los catorce años de edad y andaba por el tercero de secundaria, gané mi primer concurso de dibujo a nivel nacional. Mi padre al descubrir que había cierta dosis de talento en mí, me regaló unos tubos de óleo y pinceles. Sentir la textura del color entre mis dedos, su brillante y grasosa consistencia, la pureza del pigmento y la posibilidad de realizar magia bidimensional sobre una superficie plana me llenaban de una indescriptible excitación, algo muy parecido a la exultante sensación que percibí cuando tenía seis años y compre mis primeras acuarelas con las propinas que me caían cada vez que la marrana ponía un huevo.

Llegar a dominar el color por mí mismo era una tarea compleja, claro no tenía ninguna instrucción plástica. Pero estaba seguro que bastaría con aprender lo básico y el resto llegaría por añadidura o correría por mi cuenta. Preparar una tela, tener los pinceles adecuados, usar los colores con ligereza y maestría, hacer combinaciones, luces, sombras, contrastes. Lo complementario lo obtendría con la práctica. ¿Qué pintar sobre una tela virgen? Era el menor de mis problemas, no me quitaba el sueño en absoluto, me sobraba imaginación para plasmar en una composición lo que se me viniera a la cabeza y las ideas me llegaban en cascada, a tropel como caballos desbocados.

Aunque el surrealismo y el realismo mágico captaban mi atención por entonces, no me encajonaría en esas corrientes trasnochadas que solo buscan encasillar al artista y no le dan opción a diversificarse. Había mucho de donde escoger y todo un mundo por descubrir y yo quería aportarle algo de mi parte a la pintura.

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