CAPITULO I
La situación era insostenible, no me permitía pensar, por más que le daba vueltas al asunto no le encontraba una solución. Me vi obligado a tomar una decisión rápida y precisa o todo cuanto había planeado para un futuro próximo se vendría abajo como un castillo de naipes que se desmorona y eso, no estaba contemplado ni en la más remota de mis peores pesadillas.
La señora María Elena, de quien referiré más adelante, había insistido reiteradas veces que debía salir del país cuanto antes, porque según ella mi potencial era superior al que yo mismo imaginaba, constantemente repetía que debía probarme en otras latitudes.
Tienes que foguearte en otro lado, hay un mundo dispuesto a abrirte las puertas, cuando vuelvas no solo reconocerán tu talento sino que aplaudirán tu osadía. Eres bueno, pero debes demostrarles que eres el mejor. ¿Te has preguntado porque un perro callejero es cien veces más listo que uno de casa..?
Aunque sus palabras me empujaban a buscar nuevos horizontes y a romper con mi cómoda vida citadina, no estaba convencido de que ese camino era el más adecuado, nunca había cruzado las fronteras de mi país y eso representaba un reto enorme no sólo porque debía de abandonar todo lo que había conseguido hasta el momento, sino que adonde el viento empujara mis velas o donde me dejara varado, tendría que empezar sólo y desde un punto cero. Sin embargo todo cuanto giraba a mí alrededor semejaba a un espiral vertiginoso impulsándome a tomar esa decisión.
La clase política que nos gobernaba había llevado nuestra incipiente economía al deterioro total y a la cúspide de la más grande estupidez en la historia republicana de Perú; la crisis económica nos agobiaba y lanzaba por los suelos toda esperanza de crecimiento y superación, la inflación era estrepitosa y cada día nuestra moneda tenía menos valor en el mercado. Se venían abajo mis expectativas de convertirme en un floreciente empresario, mi reciente inaugurado taller de marcos y molduras para cuadros cayó en picada, no había presupuesto que lo aguante y ya no podía sostener la producción, despedí a mis empleados y alcancé a vender la maquinaria por casi nada.
Me costó un trabajo enorme juntar algunos dólares, los necesarios para pasar unas semanas fuera del país, si es que llegaba a embarcarme en la aventura de emigrar. No quería tomar el riesgo solo, así que involucré a un amigo pintor a que hiciera el recorrido conmigo. En aquel tiempo estaba muy en boga cruzar de Tacna hacía Arica para comprar fayuca, así llamaban a los artículos de contrabando que traían de Chile para revenderlos a un mejor precio en la capital Lima.
Era una manera de hacerse de dinero fácil y como andaban las cosas de mal, todos querían ponerse a salvo de la escasez y la incertidumbre. Un socorrido recurso para llenarse los bolsillos sin tanto esfuerzo. Aquello no figuraba ni por asomo en mis proyectos, contrabandear no me producía ningún sentimiento de algarabía; mi propósito era más ambicioso. Debía abandonar cuanto antes el escenario porque el drama se había convertido en una estrepitosa tragicomedia humana y no quería convertirme en blanco de los tomatazos o la miseria.
El director de escena, en este caso, el entonces presidente Alan García haciendo alarde de una política muy nacionalista y encomiablemente absurda se negó a pagar la deuda externa y lo único que consiguió con su nefasta imprudencia fue meternos en un gran lío con el Fondo Monetario Internacional y que nos cerraran las puertas del crédito externo, con eso eliminaron nuestras posibilidades de un país en ascenso y con mejores posibilidades de producción a corto plazo, la economía quedo paralizada y su deterioro era inminente. Mi necesidad de salir de ese atolladero era impostergable; quedarme me asfixiaría.
Tenía una pintura de la cual no quería desprenderme, la había adquirido en una subasta a beneficio, en un precio bastante razonable, era de un artista que empezaba a despuntar como una promesa de la plástica internacional y se cotizaba en buenas sumas de dinero en el mercado, pero no había tiempo para apostar o especular a futuro, se la lleve a Elmo, el empleado de la galería con quien había entrado en conversaciones previas, me propuso venderla en caliente... Iba a negociarla por debajo del agua sin que el encargado de ventas se diera cuenta; si se enteraban lo correrían del trabajo.
Todo sería de manera discreta y el pago me lo daría en efectivo. Encontró entre sus clientes a uno interesado y bingo. Con lo obtenido completé lo que necesitaba para abandonar ese barco que se hundía y lograría nadar hasta la orilla. Ya tenía el pasaporte y solo faltaba hacerme del pasaje, ponerme de acuerdo con Soverito, el amigo que emprendería el viaje conmigo a la aventura y librarme del alud de malas nuevas que se venían precipitando.
Quedaban pendientes algunos problemitas insalvables.., como Elizabeth la chica que me podría el hígado con su insistente solicitud de un compromiso, mi novia para ser más preciso. No había encontrado la manera de quitármela de encima y seguía ahí; terca, pegada a mí como la rémora al tiburón o una garrapata en el lomo de un perro.
No quería mostrarme brusco ni llegar a lastimarla así que opté por una salida limpia y sin daños colaterales. Decidí hacerle caso a la señora María Elena y largarme del país a la brevedad posible. Al no verme se le bajarían los humos y no tardaría de encontrar la manera de sustituirme con alguien dispuesto a consolarla. Sería una exhalación de largo aliento a algo que me estaba cortando la respiración y me ahogaba.
Una salida necesaria a otro lugar en el hemisferio fuera de las amenazas de un cataclismo económico y lejos de alguien que empezaba a tornarse incómodo. Por otro lado mi rutilante y pasajera Haydee (otra de las chicas con la que salía), no me tenía en la cresta de las olas ni me preocupaba en absoluto, nuestra relación era libre, llena de espontaneidad y esplendidas tardes donde el fuego de la pasión nos abrazaba y fundía.
Y a pesar de tanta complicidad no esgrimía motivos para cortarse las venas, por ese lado no tuve ningún inconveniente para despedirme de ella sin aspavientos, ni melodramas, simplemente lo entendió y a lo que viene. Por su lado, Jovita, otra nena que me traía loquito con toda la ternura que me brindaba tampoco era un hueso duro de roer, tenía la suficiente madurez para darse cuenta de la situación que atravesaba. Se refugiaría en casa con sus hijas y quizás hasta encontraría la manera de volver con su ex marido. Desde ese punto de vista todo parecía bajo control.
Mis padres y hermanos, ósea mi familia, si era algo que me traía de cabeza y me taladraba el cerebro. Tan así que me hacía dudar si estaría bien lanzarme a la broma de abandonarlos a su suerte; de haber sido un gurú hubiera querido encontrar la solución precoz a ese embrollo emocional. No éramos un modelo a seguir, pero tampoco los Locos Adams, nos tolerábamos con cierta dosis de amor fraternal.
Mi hermano José estaba casado y ya tenía dos niñas, fue un matrimonio de esos que se pactan por obligación, la doña llego al altar con una barriga que rebasaba los límites de la apariencia y en consecuencia mi hermano se vio en la necesidad de dejar la Universidad y a dedicarse a trabajar como burro de troja, obvio nunca le alcanzaba para mantenerse y teníamos que echarle una mano.
Mi hermana Lupe, estudiaba Trabajo Social y llevaba un romance de siglos con Oscar un muchacho del barrio, tan obstinada como era, difícilmente podíamos entendernos. Con Manuel el menor, las cosas sí que andaban patas arriba, se había convertido en el consentido de mi madre y le permitía todo o casi todo, desde pasar largas horas encerrado en su cuarto con una noviecita de escuela, hasta no hacer absolutamente nada por ayudar en la casa, excepto rascarse las bolas todo el santo día y aun así mostrarse exigente.