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Capítulo 2

Habían pasado unos cuarenta minutos desde la llegada de Tom y Ben aun no aparecía en casa.

¿Por qué tardaba tanto?

Eso era lo que se preguntaba Maura en aquel momento.

Su tío y madre aun cocinaban.

Por otra parte... ¿Dónde se había metido su mellizo mayor?

Su pequeña hermanita se hallaba a su lado, coloreando dibujos; el morado dominaba en todas las pinturas, ese era su color favorito, tal y como lo era el color de las flores por las que llevaba en nombre de “Daykilinda”.

Su madre le había regalado aquellas flores hace seis años, justo antes de que ella naciera. Le era imposible de creer que después de tanto tiempo continuaran vivas, aun sin agua o tierra ellas continuaban frescas.

La única verdad era que las odiaba, con todo su corazón, dentro de su cuerpo se adentraba un sentimiento más allá de sus huesos, algo en aquellas alimañas no estaba bien.

Había algo detrás de ellas que simplemente le hacían detestarlas.

―Creo que le falta sal ―mencionó Bella probando un poco de la salsa con una pequeña cucharita.

Tom tomó la muñeca de Bella y cateó la muestra de salsa, saboreándola en sus labios mientras veía aquella hermosa mujer a los ojos.

Para Maura aquello no pasaba desapercibido, la forma en que la miraba, la manera en la que las mejillas de su madre se sonrojaban; no solo había algo oculto detrás de las flores, ellos también escondían algo.

―Es perfecta, cómo todo lo que haces ―dijo Tom sin despegar los ojos de la mirada de Bella.

Aquellas eran las situaciones que le hacían preguntarse miles de cosas año tras año. Era como si hubiera algo fuera de lugar.

Ellos estaban hechos para amarse el uno al otro; sin embargo, continuaban separados, el destino se negaba a aceptarlo. Pero era fuerte, aquel sentimiento había permanecido a través de las décadas, el destino continuaba peleando contra aquel amor escondido que sus ojos demostraban.

Ninguna fuerza podía dominar a la otra, por eso las cosas seguían exactamente igual aun con el paso del tiempo.

Puede que fueran tonterías, una fantasía creada en su mente, una que había querido creer desde que era una niña. Tonterías de hermanos, pues Daniel y Thomas también pensaban en ello desde que tenían conocimiento.

Debido a ello, Maura sabía lo que su madre haría a continuación para cortar el ambiente y sentimiento que se esparcía en el aire debido a lo que ellos sentían, refiriéndose a aquello que hacía que todo fuera tácticamente imposible.

― ¿Por qué se demora tanto Ben? Siempre se le hace tarde, me gustaría que estuviera más tiempo aquí y pasara más tiempo con los chicos. Así como lo haces tú ―dijo Bella mirando a Tom.

Ella no podía diferenciar las razones por las que Ben se alejaba y Tom permanecía allí por más tiempo.

Interés, a él le interesaba su familia.

―Es ridículo. Desde que nació Daykilinda no le importamos, aun cuando llegue temprano solo le importará ella, se olvida de que Daniel, Thomas y yo existimos. Parece como si solo ella fuera su hija ―expresó Maura con un tanto de molestia.

Eso hizo que la bandeja del pan casi se le escapara a Tom de las manos, escuchar aquello lo había puesto nervioso.

Bella lo miró, intentando guardarlo todo en un gesto monótono.

―Debería hablar con él sobre eso ―dijo Bella insegura.

―Olvídalo mamá, no vale la pena ―ella ya se había resignado, sencillamente Ben había dejado de ser su padre desde hacía mucho.

Aunque fuera de ella aun continuara siéndolo.

― ¿Esperamos a Ben y a Thomas para cenar o empezamos sin ellos? ―comentó Tom volteando a verlas.

―Quisiera esperar un poco más ―respondió Bella, siempre le daría el primer lugar a Ben como correspondía.

―Yo no pienso esperar, cenaré ya ―dijo Maura llevándole la contraria a su madre.

A Bella no le molestaba. No lo tomaba como una rebeldía de su parte.

―Yo kelo ―dijo Daykilinda apoyando la idea de su hermana mayor.

―Yo les serviré... ¿Podrías ir por Daniel, Tom? ―se acercó Bella pidiéndoselo con un gesto amable.

Tom asintió y se marchó enseguida siguiendo la petición de su cuñada. Mientras él iba por el mayor de sus hijos, Bella sirvió cuatro platos de comida, además de una pequeña taza de porción más pequeña para Daykilinda.

Después de acomodar los platos fue hasta su pequeña hija y la obligó a dejar sus crayones para sentarla en la silla de niños para que esta alcanzara la mesa y así pudiera comer.

― ¿Tú que hacías? ―preguntó Bella lanzando una mirada sutil al folleto en el que Maura había estado escribiendo su pequeña biografía.

Ella de inmediato la cubrió con sus manos, protegiéndola de que su madre pudiera tomarla.

No debía leer lo que había escrito allí.

―Es por la graduación, nuestra generación hará una capsula del tiempo; debemos escribir algo sobre nosotros y elegir otras cosas que debemos guardar en ella para el futuro. Esta era mi... “historia”.

―En ese caso, creo que por eso Daniel estaba tan consumido escribiendo. Toma, come muñeca ―alcanzándole el plato a su hija.

―Gracias mamá ―dijo sonriente mirando el rostro de la mujer que le había dado la vida, a diferencia del conflicto que tenía con su padre, con su madre no tenía dudas, ella era la mejor mujer sobre la tierra.

―Es demasiado mamá, yo no comeré tanto ―se quejó Daniel mirando el plato de comida al llegar junto a la mesa.

―Estás muy flaco, debes comértelo todo. Ya pareces a tu padre cuando tenía tu edad ―dijo ella dejándole el plato de comida en las manos, tan pronto miró el alimento se quejó, haciendo un gesto de repugnancia.

Enserio no quería probar bocado.

―No prometo nada ―dijo, completamente seguro de que no alcanzaría ni a poner aquello en su boca.

Dejó el plato en la mesa y se dejó caer resignado en la silla al lado de su hermana melliza.

Suspiró, eso hizo que Maura volteara a mirarlo, también Tom.

―Acabo de notar algo ―comentó Tom de la nada mirando a Daniel fijamente.

― ¿Qué? ―preguntó Bella un tanto alarmada, intentando ver lo mismo que Tom en el rostro de Daniel.

El cual se mostró un tanto incomodo por las miradas de todos pegadas en su cara.

―Su mejilla, la derecha ―señalándolo―. Tiene mi lunar, el mismo lunar.

―Yo tampoco lo había notado jamás ―dijo Bella extrañada.

―Yo si lo sabía, Daniel tiene ese, yo tengo este ―señalando su cuello―. Es igual al del tío Tom, justo en el mismo lugar.

― ¿Y yo? ―preguntó Daykilinda demostrando lo pendiente que estaba de la situación.

―Debes de tener alguno de Ben ―excusó Tom seguro de que jamás compartiría con ella rasgos paternos.

―Llegó un auto... es papá ―interrumpió Daniel mientras se asomaba por la ventana del comedor que daba a la calle.

― ¿Thomas viene con él? ―preguntó Tom.

―Sí.

―Silencio, esperen un momento ―dijo ella, dándoles un pequeño espacio de tiempo. Bella extendió su mano marcando al mismo tiempo el sonido de la puerta del auto de Ben cerrándose estrepitosamente. Seguido por los gritos de Thomas; no bajó la mano, y junto con Tom sus dedos hicieron la cuenta regresiva.

―Tres... Dos... Uno y puerta ―marcó Tom, en aquel preciso instante la puerta de la entrada principal sonó debido al golpe de Thomas.

No pasó mucho tiempo antes de que su enojada faz se dejara notar por el pasillo que daba a la cocina.

― ¡No quiero tener cerca a tu esposo! ―gritó dirigiéndose a Bella― ¡Jamás vuelvas a dejarme con él! ―le exigió a Tom.

Después de gritarles continuó con su paso, corriendo hasta el segundo piso para encerrarse con furia en su habitación.

―Y puerta otra vez ―dijo Bella marcando el portazo final de Thomas.

Ella volteó a mirar a Tom, de inmediato se echaron a reír. Ambos conocían con exactitud los pasos y berrinches de los trillizos.

A pesar de lo mal que Thomas se la pasaba con Ben, a este no le importaba que su propio hijo lo detestara.

―Ahora llega Ben, ―señaló Tom mirando el pasillo―. Iré a ver a Thomas.

― ¿Sacas mi almohada al salir? No creo que me deje dormir hoy con su furia ―le pidió Daniel a Tom.

Este solo asintió y salió de la cocina, cruzándose con su hermano gemelo al salir.

― ¿Cenando sin mí? ―dijo Ben al entrar a la cocina.

Traía una sonrisa de oreja a oreja, actuaba con tal normalidad que hacía a Maura molestarse, no le importaba en una gota como se sentía Thomas.

―Teníamos hambre, no pensaba esperarte toda la noche por mi cena ―respondió Maura intentando no ser sarcástica.

― ¡Papi! ―gritó Daykilinda llamando por su atención, la cual fue satisfecha en aquel preciso instante.

Había pasado a Maura y Daniel de largo, siquiera había volteando a verlos.

Tampoco escuchó a Maura.

―La más hermosa de las hijas ―dijo Ben besando la mejilla de su pequeña.

―Jummm ―reaccionó Bella de inmediato, arrastrando su garganta como una indirecta hacía Ben.

―Descuida mamá, hace mucho dejó de importarme ―dijo Maura, le había pasado por encima a ella, un gesto disimulado solo lo hacía más evidente.

Miró a Ben fijamente, él siquiera intentaría remediarlo.

― ¿Cómo estuvo tu día hoy? ―le preguntó Ben a Bella, simulando que no había sucedido nada.

Aquello hizo que Maura tirara la presión por las orejas.

Vació los espaguetis de su plato en los pies de Ben para luego salir furiosa de la cocina, no sin antes arrebatarle a Daniel su plato de espaguetis. A él no le importaría, solo movía la pasta de un lado a otro suplicándose a sí mismo no tener que comerla.

Caminó hasta la habitación de sus hermanos, dónde sabía que Thomas estaba; antes de llegar allí pudo escuchar las risas de Tom y su hermano mellizo menor. Una vez más, Tom había logrado calmar a la fiera.

―Te traje algo de comer ―dijo ella al llegar al pie de las camas.

―Gracias hermanita ―dijo Thomas sonriente tomando el plato de sus manos.

Maura se dejó caer en la cama de Daniel, dejando su cabeza sobre las piernas de Tom. Al acomodarse una lagrima de furia y un tanto de dolor se escapó de sus ojos, odiaba tanto aquella situación y todas las dudas que inundaban su cabeza.

― ¿Qué te hizo Ben? ―preguntó Thomas de inmediato al notar que su hermana lloraba.

Tom bajó su miraba, viendo lo que el chico. Limpió aquella lágrima de la mejilla de su doncella.

― ¿Qué te pasa muñeca? ―preguntó Tom mirando sus ojos.

―Estoy bien, continúen charlando, también quiero reírme con ustedes.

―Yo igual lo necesito ―comentó Daniel dejándose caer sentando entre ambas camas. Tom miró a los trillizos, todos tenían los ojos tristes, podía ver lo mal que se sentían y no entendía por qué.

― ¿Qué sucede chicos? ―preguntó preocupado por sus sobrinos.

―Hay algo que simplemente no cuadra aquí, una pieza del rompecabezas que está al revés...

― ¡Cállate! ―le interrumpió Daniel a Thomas, no quería que eso saliera de su boca frente a Tom.

― ¡Demonios! No intentes negarlo Daniel. ¡Siempre es lo mismo! ―se quejó enojado por el escepticismo y secreteo de su hermano mayor.

―No intento negarlo. Solo pienso que no deberíamos hablar de eso. Está mal ―refutó él.

―Basta, no peleen más por esto ―le suplicó Maura.

Tom los miraba sin lograr entenderlo, ellos hablaban a medias casi como si pudieran comunicarse mentalmente, sabían de lo que hablaban y tenían razones para no sacarlo de sus mentes.

―Desearía poder entenderlos ―dijo Tom.

―Tú eres el único que nos entiende ―dijo Maura mirándolo a los ojos.

―Pareces más nuestro padre, mucho más que Ben ―dijo Thomas.

― ¡No lo digas! ―gritó Daniel algo exasperado, su hermano no debía hablar, no debía decir lo que pensaban.

― ¡Niégalo! ―le exigió Thomas; Daniel se encogió al resignarse, no podía mentir, era la verdad que tanto los atormentaba― Ves, no puedes.

― ¿Es eso? ―preguntó Tom, sintiendo que su corazón se congelaría anormalmente dentro de su pecho.

Los trillizos asintieron confesando así lo que sentían.

―Además de esas malditas flores. Cada vez que las veo quiero asesinar a alguien ―dijo Thomas entre dientes, las odiaba, las detestaba.

No había cosa sobre la tierra que pudiera ocasionarle un sentimiento similar.

―Tampoco soporto verlas; cada vez que entro a la habitación de Maura las tiro en un cajón ―admitió Daniel.

―Mamá siempre las saca de allí, yo quisiera que estuvieran ahí por siempre ―dijo Maura.

―Quiero que dejen de existir ―dijo Thomas convencido, el mismo se encargaría de destruirlas con todo el gusto del mundo.

―Chicos, solo son flores ―dijo Tom extrañado luego de escucharlos.

Era increíble que sintieran tantas cosas solo por una pequeña planta.

―No, no solo son flores ―alegó Maura enderezándose―. Esas cosas tienen una maldición, algo escondido. ¿De qué otra manera explicarías que siguen vivas luego de veinte años?

―Debo admitir que tienes algo de razón en ello ―aceptó Tom.

Se había hecho la misma pregunta durante años.

―Eso lo prueba, debemos deshacernos de ellas ―ideó Thomas muy dispuesto a llevarlo a cabo.

―Son importantes para mamá ―objetó Daniel.

―No me importa ―intervino Thomas.

―Ben se las dio en su primera cita, fueron su ramo de bodas ―apoyó Maura.

―Ese día estaba completamente hermosa ―dijo Tom y suspiró al recordarla, tenía aquella vivida imagen en su cabeza. No la sacaría jamás de su mente.

Los trillizos sonrieron al mirar su expresión, oírlo hablar de Bella les encantaba.

― ¿Cuál de los dos días? ―preguntó Thomas, quería que continuara.

―Siempre, siempre se veía perfecta. Pero ese día en especial fue único, el día de su boda; los llevaba a ustedes en su barriga. Eso la hacía mucho más hermosa ―dijo Tom mirando los rostros sonrientes y expectativos de los chicos.

Ellos eran todo para él, junto con su madre, no había cosa que amara más.

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