Inesperado deseo
La resaca de anoche me está matando. No puedo soportar la luz de ninguna forma, así que pido que mi cuarto siempre tenga cortinas gruesas y oscuras, las cuales deben estar cerradas. A mi madre no le parece apropiado mi comportamiento, pero eso para mí es lo de menos.
Me es tan plácido dormir que me siento en la gloria, hasta que oigo pasos cerca de la entrada de mi habitación. La puerta empieza a rechinar cuando es abierta.
—¡Gabriel!
La voz de mi hermana, Estefanía, me hace pensar que mi madre la mandó para despertarme. No planeo levantarme de mi santuario, por lo que finjo estar dormido para que se largue y para que me deje descansar, aunque eso será imposible de lograr, pues no se irá hasta que me levante.
—¡Por Dios, Gabriel, despierta ya!
Siento que mi cabeza explotará en cualquier momento, incluso mis ojos arden cuando mi hermana enciende la luz.
Comienza a gritar para que me levante.
—¡Levántate, que se hará mas tarde para tu reunión con los socios de Inglaterra!
—Baja la voz, que me duele la cabeza. —Me oculto debajo de las sábanas—. Tu voz es muy chillona.
—¿Así que mi voz es chillona? —Usa su tono sarcástico—. Escúchame bien, Gabriel, si no te levantas, mamá se enojará mas contigo por haber llegado en la madrugada.
Descubro mi cabeza para verla; se encuentra de brazos cruzados y con su pie derecho golpea el suelo sin parar. Espera a que me levante. Froto mis ojos y me incorporo de mala gana. Si mamá me esperó hasta que llegué en la madrugada, de seguro me dará su sermón de buenos días, y no deseo oírlo.
—Ya. ¿Contenta? —barbullo.
—Ahora sí. —Esboza una sonrisa de triunfo.
Molesto, le pido que salga, no sin antes informarle que en diez minutos bajaré ya listo para desayunar algo. Estiro mi cuerpo, me yergo y camino hacia el baño. El agua caliente cae sobre mi cuerpo mientras los recuerdos de anoche invaden mi mente, hasta rememoro cuando me topé con Mía Fermonsel. No sé por qué siempre que nos encontramos en cualquier lugar siempre discutimos. Quizá se deba a que su familia nos supera en todo, dejándonos siempre en segundo lugar.
Dejo de pensar en eso.
Salgo del baño para vestirme y bajar al comedor.
Me dispongo a cerrar la puerta, pero escucho algo quebrarse dentro de mi habitación. Cuando entro, me percato de que la ventana está rota y de que hay una piedra con una nota en la alfombra que está a un lado de mi cama.
Vamos, sé que la pasaste muy bien conmigo. ¿Por qué te niegas? Si no lo aceptas, se lo diré a todos.
Muerdo mi labio inferior al leerla.
Tomo la piedra y la lanzo afuera. No sé cómo cometí ese error.
—Quiero este informe listo y sin ningún detalle —le ordeno a mi secretaria con enojo.
—Sí, señor Hoffman.
Por más que intento concentrar mi mente en los asuntos del trabajo, es en vano, ya que no puedo dejar de pensar en la nota.
No sé cómo pude cometer un error como ese, dado que no soy tan estúpido.
Podría estar muy ebrio, pero jamás lo haría.
—Gabriel —llama mi hermano, Alex, al entrar en mi oficina—, deja de darle tantas vueltas a ese asunto, no es para tanto —expresa sin importancia, algo que me molesta aún más.
—No sabes lo desesperante que es esto, Alex. ¿Te imaginas que los medios se enteren de esto? ¡¿Te imaginas?!
—Sí, sí, pero cálmate, que no pasará si lo arreglamos antes.
—Ah, ¡¿sí?! A ver, ¿cómo?
Me cruzo de brazos y lo observo.
—Uhm, ¿qué tal si tomas en cuenta la proposición de mamá?
—¿Cuál? —Enarco una ceja.
—Lo del matrimonio.
—No.
—Vamos, hermano, eso te beneficia mucho. Además, a tus treinta ya deberías al menos tener dos hijos, ¿no crees?
—¡No! No quiero casarme —sentencio, molesto.
—Bueno, pero no es para que te enojes tanto, solo fue una idea. Si no es lo que quieres, allá tú. Vine a invitarte a una fiesta de un amigo para que olvides esto por ahora.
—¿Una fiesta?
—Mi amigo Alejandro hará una fiesta en una de sus casas que está a la orilla de la playa. Ya podrás imaginarte las bellezas que habrá en trajes de baño.
En verdad es una invitación tentadora y más si habrá hermosuras en traje de baño, ya que la mayoría de los trajes de baño de la última moda son más reveladores.
Suspiro y trato de controlar mis nervios alterados.
No me encuentro muy bien que se diga y tal vez me convendrá esta invitación.
—Está bien. Pasa por mí a las siete.
—Perfecto. Ahora sí tengo que irme, debo ir por los informes de la mercadería de los productos de Estef. Ya se me hizo tarde para ir por ellos. Te veo después.
El que Alex esté aquí aunque sea por media hora me ayuda a olvidar la nota. Sin embargo, cuando él se marcha, mi mente sigue en ella. Me inquieto con solo recordarla. Me doy un pequeño masaje en la nuca. El estrés y el dolor de cabeza por la cruda de anoche me está matando, pero esta noche se me quitará al pasarla bien en la fiesta.
—¿Listo? —pregunta mi hermano al volver a entrar en mi oficina.
—Claro que sí. Vamos, que quiero salir de aquí. Necesito una distracción.
—En verdad que sí —gorjea y detalla lo desesperado que estoy.
No me siento de humor para conducir, así que dejo mi vehículo en el estacionamiento del sótano para irnos en el auto de Alex. En el trayecto, me habla sobre lo bien que le está yendo a nuestra hermana con su línea de maquillaje. Eso es lo único que me alegra por ahora.
Al llegar a la casa de su viejo amigo, noto que la fiesta es espectacular. Desde afuera se puede escuchar el buen ambiente que hay. Sonrío con satisfacción porque no será aburrido, después de todo.
—Espérame aquí, iré por Alejandro.
Me deja cerca de la alberca de la casa.
Miro a mi alrededor; hay muchas bellezas por donde sea que mis ojos miren. Puedo sentir la mirada de algunas mujeres sobre mí. Mis ojos ponen su atención sobre una chica de tez canela, cabello castaño y ojos avellanas. Ella sale de la piscina con un traje de baño muy revelador.
Trago saliva.
Cuando ella se da la vuelta, grande es mi sorpresa al ver que es Mía. Nunca imaginé que fuera tan hermosa. Siempre viste con la clásica ropa formal; falda tubo bien tallada a su cuerpo, aunque sus blusas siempre son muy sexis . Suele verse bien, no lo niego, pero jamás la vi así con un traje tan provocador. Su cabello medio largo y mojado cae por su espalda. Tiene unas piernas largas. Para mi suerte, aún no se da cuenta de que la observo desde hace un rato.
La imagino debajo de mí en una cama mientras, entre jadeos, pronuncia mi nombre.
Nunca la imaginé así.
Por segunda vez, dejo de verla como una rival.
Al escuchar la voz insistente de mi hermano llamarme en repetidas ocasiones, dejo de observarla por un momento para decirle que enseguida voy.
Cuando vuelvo a buscarla con la vista, ella ya se ha ido.