Secreto peligroso
El olor a alcohol combinado con el éxtasis hace que el aire se sienta más fuerte y pesado a cada paso que doy al caminar. Al mismo tiempo, admiro a las bellezas que hay a mi alrededor.
Me acerco a mi hermano, pero no le comento nada sobre Mía, pues esta vez mi odiosa rival me dejó sin palabras al haberme dejado en claro que tiene un cuerpo de infarto.
—¿Qué pasa con esa cara? —No respondo—. Anda, hermano, quita esa cara y mejor diviértete —grita con emoción y bebe una copa de vodka.
—Tienes razón —contesto en el mismo tono y salgo de mis pensamientos.
Alex y yo bebemos varias copas, así que gracias a eso él empieza a conversar con una rubia muy hermosa y me deja solo con su amigo, quien en poco tiempo también se aleja con una morena. Empiezo a sentirme algo extraño; mi cuerpo está algo caliente y no creo que sea a causa de las copas que bebí, ya que fueron pocas. Al pensar que es gracias a la bebida, busco una habitación desocupada para poder descansar un poco hasta sentirme mejor. Hallo una y la cierro con seguro. Siento un calor infernal que no sé por qué surgió. Tendré que esperar para que se me pase para salir de este dormitorio. Si no fuera por esto, ya estaría con un bombón en algún sitio de esta casa.
—Te estuve esperando —habla una voz familiar—. No fue tan difícil darte más de esto. Pensé que no te harían efecto, pero... valió la pena esperar un poco.
—¿Tú?
Palidezco al reconocer su voz.
—Hola, Gabriel. —Camina hacia mí—. No sabes cuánto te extrañé.
—¡Aléjate de mí! —ladro.
Busco la salida con torpeza.
—No, Gabriel. —Me agarra del brazo para alejarme de la puerta—. Me necesitarás para que tu cuerpo se sienta mejor. Con mucho... placer te ayudaré.
¡No! ¿Cómo diablos me pasa esto a mí?
La empujo para intentar alejarla de mí, pero mis movimientos son tan torpes que solo tropiezo con mis propios pies.
Joder, debo salir de aquí, ¡no debo dejar que esto pase de nuevo!
Sin saber por qué motivo o razón, recuerdo mis años de colegio. Era una adolescente sin preocupaciones de ningún tipo. En ese entonces salía con el hermano de mi mejor amiga.
Suspiro, nostálgica.
A veces desearía volver a ser una adolescente que era mimada por sus padres.
Dejo a un lado mis pensamientos para seguir guardando mis cosas. Cesia fue invitada a la fiesta de un viejo compañero suyo llamado Alejandro, por lo que, cuando llegamos, él la recibió con los brazos muy abiertos. Lo digo de esa forma porque era tan obvio que la quería coger que no podía ocultarlo.
—Mía, ¿por qué desapareces así?
Cesia entra a la habitación y finge estar molesta.
—¿De qué te enojas? —suelto sin importancia—. Tú lo haces siempre cuando te vas con el primero que conoces en una noche.
—Eso no es cierto —replica, ofendida—. Siempre estoy contigo, jamás te he dejado sola cuando salimos.
—Por favor —gorjeo—. Es más, no sé qué haces aquí. ¿No estabas acompañada hace un rato?
—Uhm, ¿no te enojarás conmigo?
Juega con la perilla de la puerta.
—Tranquila. —sonrío con amabilidad—. No tienes de qué preocuparte, ya estaba por irme. Vete y pásala bien.
—Si tú lo dices —acepta, emocionada—. ¿Sabes? Creo que estás muy estresada. Deberías tener una rica noche como yo la voy a tener. De vez en cuando no te hará mal, amiga.
—Sabes que no puedo —le recuerdo.
—¡Ay! No seas mojigata, amiga. —Abre la puerta—. Sabrá Dios cuántas telarañas tendrás ahí abajo por no darle uso.
—Hija de…
—¡Nos vemos, amiga!
Se carcajea al salir y cierra la puerta, dejándome sola. Sin poder evitarlo, me río mientras, de forma negativa, muevo mi cabeza a los lados al ver que mi amiga no tiene remedio alguno. Es un caso perdido. Después hablaré con ella, claro, si es que logro ubicarla mañana, algo que será imposible, ya que apaga su celular para que nadie la interrumpa. Termino de arreglarme y ya tengo mis cosas empacadas. Las tomo para salir de la casa. Apenas salgo de la habitación y por poco casi choco con una pareja que están tan ebrios que se apoyan el uno al otro.
—Oh... p-perdón, cre-creímos... que no había nadie —balbucea el joven a causa del alcohol.
—Pueden ocuparla
Me hago a un lado para que entren.
—Gracias, señorita.
Ambos están demasiado ebrios. Además, puedo notar que se acaban de conocer y solo tendrán una noche de sexo pasajera, aunque por la forma en que hablaban y se movían no llegarán a eso. Sigo mi camino. Mientras camino, me coloco mis auriculares inalámbricos. Detengo mis pasos al escuchar una voz conocida, demasiado, diría yo. Cada vez que la escucho me causa irritación.
—Admítelo, Gabriel. —Escuchar la voz de otro hombre llama mi atención—. Te gusto, no puedes negarlo. ¿Recuerdas esa noche de sexo que tuvimos? —¿Acaso escuché mal?—. Admítelo.