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Capítulo 3

Pasado está 

Susan no estaba acostumbrada a salir corriendo de sus batallas, ella siempre las libraba incluso cuando no tenía la fuerza suficiente para aguantar lo que viniera después de. 

Enfrascada en una discusión consigo misma, Susan se  preguntaba cada segundo, si había tomado la decisión correcta en lo que a Matthew correspondía.

Llegó a su casa y sacó las bolsas del supermercado del baúl, procurando no hacer mucho ruido, su hijo estaba durmiendo y él se ponía un poco sentimental cuando lo despertaban.  

William, se podría decir que, era un niño con necesidades distintas a las demás niños de su edad. Con ocho años ya había tenido que ir a más psicólogos de los que cualquier madre habría asistido.

El maltrato que ambos sufrieron a manos de Malcolm, marcó a su hijo de una forma que posiblemente fuese permanente. Ella misma se torturaba con las ideas de culpa, de que había aguantado por demasiado tiempo los maltratos de su ex esposo y lamentablemente su hijo haya tenido las de perder, por ser un niño indefenso.

—Llegaste — era su hermana Lissa. — Compraste bastante harina. ¿No crees que exageras? Harás postres para vender.

—No es mala idea - le dice Susan sonriéndole.

Su hermana llevaba el pelo corto, por los hombros, marrón igual que siempre. Era su color natural. Su sonrisa era la misma fresca de siempre, como si manejara todo a su antojo, o como si no le importara lo que sucediera.

Era la segunda.

Lissa era esa clase de persona que le buscaba lo positivo a todo. Sacaba una buena moraleja de cada situación.

Como cuando le cortaron el pelo en la escuela, una de sus compañeras de curso. La envidia era el pecado capital cuando de Lissa se trataba.

— Volverá a crecer. Ahora tendrán que llevarme a la peluquería — dijo cuando llegó a casa sonriendo.

A su madre casi le daba un paro cardiaco, al verla con una trenza por la cintura y otra en el cuello a medio desahacer.  El panorama no era alentador. Lissa nunca se había recortado el cabello.

— Pero qué... — su madre se había quedado de una pieza.

— Tranquila mamá. Solo fue una broma de mal gusto — dijo calmada y subió a su habitación.

—¿Quién ha sido? Dime Lissandra. Ahora mismo me voy para la casa de..— su madre se paró al pie de la escalera y le gritó. 

—No es nada mamá, ya crecerán —  la interrumpió Lissa.

Eso era otra cosa sobre Lissa: jamás delataba a nadie. Por peor que fueran las cosas para ella, jamás delataba.

Su casa era rosada pastel, de dos niveles, cuatro habitaciones, que estaban colocadas en el segundo nivel y la sala y la cocina en la primera planta. Era lo típico en Meadville. Todas las casas eran semejantes. Aunque ellos le habían cambiado el color. En su pueblo tenían el terrible sentido de la moda y pintaban todas las casas con degradación de verde y gris.

Horribles.

— ¿Cuánto tiempo vas a quedarte? — le preguntó Lissa mientras entraban las bolsas.

Su hermana estaba embarazada de gemelos. Su tercer trimetre.

Nadie sabía de quién era.

—Habla con ella, a ver si a ti te lo dice — su madre le había rogado desde que estuvo instalada, luego de su regreso.

Pará su madre Elena, su hermana menor siempre sería la preferida, la debilidad, incluso para la misma Susan, su hermanita era luz en la oscuridad de todos.

Susan le prometió intentar averiguarlo, pero sin logro aún quince días después de haber llegado a Meadville.

—No sé. En verdad, vine con planes de intentarlo aquí.

—¿Aquí? ¿De dónde te fuiste con el rabo entre las piernas? — su hermana era sin filtro. Sin anestesia, ni paños tibios. Ella tiraba el alcohol sobre la herida abierta y botando sangre a borbotones.

—No me fui... —le dijo rápidamente, aunque sabía que no tenía importancia rebatirle a su hermana — Ya cállate. No se si me quede. ¿Feliz? —dejaron las bolsas en la meseta de la cocina y Susan abrió la nevera para sacar un refresco.

—Necesitaras más que eso para pasar el momento. — ella conocía a su hermana. Y allí había gato encerrado 

—¿De qué hablas? ¿Que momento? — Susan la miró confundida.

— Tu galán llamó. Viene a verte. Está noche.

La emoción le salía a flor de piel a su hermana, pero para Susan eso no era para nada un motivo de celebración ni de felicidad. 

—¿De quién hablas? - a lo mejor su hermana había entendido mal el mensaje o quizá no se trataba de su debilidad. 

¡Dios! 

Es que Mattew Blake siempre había sido su única Debilidad. Su dolor y alegría. 

— No te hagas la boba Susan Duncan. Ambas sabíamos que era cuestión de tiempo antes de que tu pasado regresara. — Lissa se acercó a ella, su barriga sobresaliendo del vestido, pareciera que en cualquier momento explotaria. Solo le faltaba poco más de un mes para dar a luz— ¿Qué haremos? 

—¿Haremos? — Susan tiró la lata del refresco en el basurero y se giró a su hermana — Tu no harás nada. No es tu tema ni te incumbe.

—Ya, pero es que quiero que me incumba. Mira que mi vida... — se acarició la barriga —... no es que sea bastante entretenida ahora mismo — ella se señaló la panza y giró los ojos. — Ayúdame. 

— Eres una idiota. Siempre te llevaste bien con él. — le dijo mientras a su cabeza llegaban imágenes de su hermana y Matt en los años que duraron juntos. 

Definitivamente se llevaban bastante bien. 

— ¿Quieres saber qué me dijo? — Su hermana estaba que daba casi saltitos de emoción. 

—No. No me interesa. No quiero saber, porque no lo veré. — Se dispuso a abrir las fundas y colocar todo en los gabinetes de la despensa. —¿no te acuerdas que me fue infiel? ¿Acaso tú cerebro borró eso con el embarazo? 

— Estas anclada al pasado. Eso fue hace más de una década. No sabes que tanto a cambiado. Y te recuerdo... — le dijo mientras se giraba para irse de la cocina y dejara la en paz — te recuerdo que nunca le diste la oportunidad de explicar o de disculparse. Si quieres odiarlo toda la vida. Hazlo. Pero él no lo merece. 

Susan vio como su hermanita se iba, después de darle consejos sobre el amor y el perdón. 

¿Desde cuándo su hermana pasó a ser consejera suya? 

¿Tanto había cambiado en esos años separadas? 

— Todos cambiamos. — se dijo a sí misma en voz alta. 

Pero eso no significa que volvería a confiar en Mattew. 

Mucho menos a verlo esa noche.

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