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Oh, ¿quién querría ser rey?
Escucho las campanas de Jerusalén repicando
Los coros de la caballería romana están cantando
Sé mi espejo mi espada y mi escudo
Mis misioneros en un campo extranjero
Por alguna razón que no puedo explicar
Sé que San Pedro llamará mi nombre
Nunca una palabra honesta
Pero eso fue cuando yo gobernaba el mundo
(Ohhhhh Ohhh Ohhh)
Escucho las campanas de Jerusalén repicando
Los coros de la caballería romana están cantando
Sé mi espejo mi espada y mi escudo
Mis misioneros en un campo extranjero
Por alguna razón que no puedo explicar
Sé que San Pedro llamará mi nombre
Nunca una palabra honesta
Pero eso fue cuando yo gobernaba el mundo
Oooooh Oooooh Oooooh-
Después de mi actuación veo a una mujer más allá de la ventana de la habitación que me está mirando. No sé cuánto tiempo lleva allí, o si me ha oído cantar. No se está riendo, buena señal. Tal vez en general no soy realmente tan repugnante, o tal vez la compadezco, más probablemente.
Pero entonces me doy cuenta de su mirada. Reconozco en ella eso que llaman esperanza y me pregunto si acaso no se estará haciendo las mismas preguntas que yo.
¿Qué es la esperanza? ¿Una ilusión? ¿Una ficción? ¿O un sentido de la realidad de nuestra vida con la que tenemos que vivir constantemente? Lo siento, no sé la respuesta. Tal vez algún día lo descubra, o al menos trate de convencerme de que es algo por lo que vale la pena esperar.
-¿En ese tiempo? ¿Cómo me las arreglé?- Espero, pero no me responde.
Brian ( Dos semanas antes)
-¡Vete!-
-¡No! ¡Tú!-
-Realmente no lo creo Brian. Acordamos que yo preparé el almuerzo y tú preparaste el postre, o al menos tú preparaste uno.- Mete los platos en el lavavajillas y se sienta conmigo en el sofá.
Todos los domingos nuestros padres hacen un pequeño viaje fuera de la ciudad y Paula y yo disfrutamos el día comiendo mierda y viendo todo tipo de películas en la televisión.
-Cristo, Paula, ¡realmente eres un grano en el culo!- lo admito. -Al menos ven conmigo.- Sugiero, con ojos lánguidos. Por lo general, siempre funciona, pero no esta vez.
-Deja de mirarme así, Brian. No ataca.- dice agitando las manos.
-Digámoslo así: yo no quiero ir, tú tampoco. Tengo antojo de algo dulce, ídem. Si quieres podemos quedarnos aquí toda la noche y ver quién cede primero, o deja de lado tu carácter presumido por veinte minutos y vamos juntos.- le respondo.
-¿Cómo dijiste perdón?-
Su expresión habla por sí sola.
Ceja levantada: significa que está muy en desacuerdo con lo que le acaban de decir.
Boca entreabierta: está asombrada, pero también incrédula.
Mejillas ligeramente sonrojadas: Se está enfadando, poco a poco.
Cualquier actitud o expresión que asuma siempre es maravillosa para mí.
Todavía recuerdo la primera vez que la vi. Parecía un angelito, con esos rizos dorados, que ahora, con el tiempo, se han convertido en suaves ondas.
Sus ojos verdes, brillantes como esmeraldas y esos labios, carnosos y en forma de corazón.
Como estaba gordita me burlé de ella llamándola 'pudín', y mientras yo me reía, ella lloraba desesperada. Por otro lado, sin embargo, recibí una buena patada en la espalda de mi padre y un chillido demasiado exagerado de mi madre.
Ahora, olvídate de ese budín por un momento, e intenta imaginar una de esas inmensas extensiones de tulipanes que caracterizan a Holanda. Hermoso, ¿no?
Aquí, Paula es esto, y mucho más. Solar, en todos sus matices, pero a la vez oscuro, como la noche, con sus miedos e inseguridades.
Sensible, aunque la mayor parte del tiempo se esconde detrás de una armadura para demostrar a los demás que es siempre y en todo caso una leona: feroz y fuerte.
Extremadamente dulce, más que un budín te lo aseguro, y maravillosamente hermoso.
-Brian, ¿me escuchaste?-
-Dije que eres presumido, o altivo, o engreído. Tú, es todo lo mismo.-
Ante mis palabras su mirada se entristece y levantándose del sofá regresa a la cocina donde abre el refrigerador para sacar el cartón de jugo de naranja.
-No me muevo de aquí. ¡Anda tu! De lo contrario, sabrás dónde está la puerta. Eres libre de irte a casa.-
Pero él me da la espalda, puedo percibir toda su ira, pero no estoy feliz, hundo aún más el cuchillo en la herida.
-Agregaría despótico a la lista también.- Mi tono es juguetón, pero ella ni siquiera puede darse cuenta cuando comienza a gritar.
-¡Vete Brian! ¡¡Irse!!-
Sus gritos hacen que Bri corra a mis brazos. Le doy un par de abrazos antes de dejarlo en el sofá para unirse a Paula, que todavía me da la espalda.
"¿Qué te pasa?"
Mi pregunta vacila cuando reconozco el sonido de su llanto.
Estoy confundido. ¿Por qué está reaccionando de esta manera?
-Paula, te estaba tomando el pelo.- murmuro.
-Te...te dije d-que te fueras.- tartamudea.
-Mírame, Paula.-
Toco su hombro, pero ella retrocede unos pasos.
-Paula, Dios mío. Date la vuelta, por favor.- Lo intento de nuevo, sin éxito. Él es impasible. Nerviosa, paso una mano por mi cabello con frustración, luego exploto.
-¡Joder Paula, mírame a los ojos!- Siento la sangre bombeando en mis venas y me encantaría ceder al impulso de golpear algo.
Espera unos momentos más antes de votar y cruzar sus ojos con los míos.
-Paula.- susurro. Me acerco estrechándola entre mis brazos y en esos pocos segundos de absoluto silencio siento los rápidos latidos de su corazón.
Su llanto se reanuda incesante y no puedo soportarlo.
-Mírame.-
La dejo ir y esta vez ella cumple con mi pedido sin decir nada. -Me conoces mejor que nadie... sabes que nunca te haría sufrir. Eres lo más hermoso que tengo, Paula. Solo quería molestarte un poco, lo siento.-
Inesperadamente, sus labios aterrizan en los míos. Son suaves, salados y dulces al mismo tiempo. Y... No, espera. ¿Por qué?
-Brian... lo siento, no sé qué me pasó, o por qué lo hice- se mortifica.
Realmente me gustaría decirte que lo sé, pero prefiero que lo entiendas.
-No te preocupes, pero si quieres volver a intentarlo, estoy disponible.-
De esta manera logro robarte una sonrisa y ganarme un simpático: -Estúpido.-
Media hora después volvía a ser como siempre. Ojalá pudiera decir lo mismo de mí, que por el contrario, me siento como si me hubieran metido en una lavadora y centrifugado a máxima potencia.
- Bueno, entonces, ¿qué hacer? ¿Helado? —pregunto.
-Fui por el helado.- responde ella sonriendo.
En ROSE puedes encontrar los mejores helados de Seattle. El único problema real es tener que elegir entre cincuenta sabores diferentes. Nos sentamos en una de las mesas cerca de la entrada y esperamos nuestras órdenes.
A nuestro alrededor las riquezas del mundo: niños disfrutando de sus helados bajo la atenta mirada de sus madres, que piensan más en sus ropas manchadas de chocolate que en la alegría de sus hijos.
Parejas de ancianos que se miran como si el tiempo no hubiera pasado y tomados de la mano sonríen a la vida agradeciéndola día tras día.
Amantes que intercambian tiernas efusiones con la expectativa de un amor mágico e infinito.
Adolescentes escuchando música y hablando de sus bandas favoritas.
Gerentes que caminan rápido quién sabe dónde y hablan casualmente por sus teléfonos celulares, y mujeres de carrera que lucen tacones de aguja y vestidos diminutos para complacer a su jefe más que a sí mismas.
Y luego estamos nosotros: Paula y Brian. Ahora que lo pienso, creo que nunca la llamé por su verdadero nombre, sino sólo y siempre Paula.
-Mi nombre es Paula, no Paula. ¿Por qué sigues llamándome así?
Tenía que ser honesto, o al menos encontrar una excusa válida para decirle que el nombre de Paula no le sentaba bien.
Bueno, en realidad tengo muchas razones. Paula significa cielo. ¿Alguna vez te has puesto a pensar cuántos adjetivos hay para describirlo?-
Me miró arrugando la nariz y me respondió: - Sí, y hay unos horribles por eso.-
-Pero el cielo no siempre es azul y cristalino, Paula. A ti también te pasarán días grises y sombríos, ¿verdad? Entonces, como por arte de magia, todo pasa y el sol vuelve a brillar. Aunque de una cosa estoy seguro: el cielo es infinito al igual que nuestra amistad.-
Espero a que termine de comer el helado antes de preguntarle por qué de repente reaccionó antes.