sex 8
Y había llegado el último día en la isla del sexo... Me despedía de Sexland hoy mismo, pues mañana en la mañana me iría de regreso a los brazos de mi novio, para cumplir nuestro sueño de casarnos y si todo salía como lo habíamos planeado, no me arrepentía de estar con él ni un solo segundo, porque había podido comprobar, que el sexo no es más que una práctica estudiada si no hay amor.
Había descubierto, que efectivamente mi hermana tenía algo con Darius, algo además, que se adivinaba bien tóxico porque incluso por teléfono el la controlaba bastante, pero no conseguí intervenir mucho porque los «te amo mi niña», de él en altavoz, derretían a mi hermana y no dejaba que nadie la convenciera de que el amor es libre.
En cambio por otro lado, ¿Por qué mi versión del amor tenía que ser la correcta?
Pueden amarse las personas de tantas y tantas diversas maneras, que no necesitamos leer en un esquema, la forma correcta o más sincera y sana de amor.
Total... Que estaba caminando hacia mi despedida de la isla. Esto era surrealista. “ La montaña rusa del placer ”...
Así era como me daban el adiós aquí.
Iba con el atuendo común para tener buen acceso a lo que representaba cada disciplina, por decirlo de alguna manera en Sexland, vestido corto, ancho, sin sostén y a veces incluso sin bragas, como en este caso.
Había un señor muy sexi aunque madurito ya, organizando por nombres las plazas en la montaña.
Parecía una montaña rusa común, aunque ni tanto, pues tenía forma de vagina, había incluso un recorrido que parecía el final del camino, que hacía parecer que era una penetración vaginal el rumbo de la maquinaria. Surreal todo aquí.
Desde lejos se veía tan increíble, que si conociera al diseñador le daría mis respetos por una creación tan peculiar.
Hice una pequeña cola entre otras chicas, pues en el fondo, era una isla para despedidas de mujeres evidentemente, y cuando llegó mi turno de entrar me guiaron hasta una cabina de glande.
— Madre mía...
El sexi madurito me sonrió cómplice y pude notar como la cabina en la que subiría, tenía forma de cabeza de polla, con sus pequeñas venas y demás especificaciones perfectamente diseñadas.
Lo curioso era, que todas las atracciones de Sexland, eran privadas y nadie veía lo que hacías, salvo en la galería del placer.
Cuando entro a mi cabina, la puerta se cerró encima de mi cabeza, nunca mejor dicho pues estaba dentro de la cabeza de una polla, y allí, me esperaba mi monitor, masajeando su miembro erecto ya.
¡Menudo recibimiento!
Tenía la boca echa agua y estaba en la puerta, ya encerrada allí con él, y era de locos poder mirar hacia afuera como por un cristal y que sin embargo, no se pudiera ver hacia adentro.
— Tú sí que sabes dar una bienvenida — le dije divertida. Y visto lo visto, y por la.cantidad de días que llevaba follando a lo bestia con aquel hombre, me subí el vestido desde la puerta en la que permanecía como detenida y me quedé en pelotas.
Su vista se centró en mis pechos llenos, su mano apretó con fuerza su grandísima polla y su boca fue relamida por su lengua rosada y perfecta.
— Siéntate frente a mí y abre tus piernas.
Joder, es que una sola palabra de él ya calentaba.
Obedecí, aguantandome del techo para avanzar y llegar hasta mi asiento. Lo conseguí dignamente.
Cuando estuve sentada, poco a poco yuy lentamente, sonriendo para él, paseé mis manos por mis muslos y las detuve en mis rodillas, de manera sensual y suave, fuí abriendo cada pierna hasta mostrar mi sexo húmedo ya.
Deslicé las manos por mis muslos en ascenso nuevamente y una de ellas no se detuvo hasta pellizcar un pezón, mientras la otra se dedicó a abrir mis pliegues y jugar con mis humedades bajo la total atención del monitor.
Él apretaba y masturbaba despacio su miembro mientras yo humedecía mi clítoris con mía jugos extraídos por mis dedos de mi entrada latente.
* Tomen sus posiciones y accionen el boton verde cuando todos estén listos para salir*
Una voz se coló por los altavoces y el sexi moreno me ofreció su mano, que tomé emocionada por la experiencia que venía.
— Sube tus piernas abiertas sobre las mías y siéntate enterrada en mí.
¡Jesucristoooo!
Me levanté y fuí hasta él, puso sus manos en mis caderas y acariciando y tentando mi cuerpo me giró y quedando mi culo en su cara, abrió mis nalgas y pasó su lengua entre la raja de todo mi sexo y me sostuve de sus rodillas, dándole más acceso.
Quería gritar pero preferí gruñir mordiendo mi labios y él, sin previo aviso y aprovechando mi lujuria que me obnubilaba, me sentó de un tirón sobre su miembro y ambos gritamos de placer y sorpresa en mi caso.
Me tomó las piernas y así, enterrada en él, me abrió y colocó cada una de ellas, sobre las suyas y pellizcó mis pechos, antes de activar algún mecanismo dentro de aquel sitio, que hizo que el asiento subiera y nos acomodara en la posición.
Del techo cayeron unos arnéses y a los que me fijaron las muñecas y luego, tomó de nuestros lados, una barra que nos encerró en un mismo lugar, cuerpo contra cuerpo y la deliciosa polla dentro de mí.
Nuestros muslo unidos también estaban fijos por otros mecanismos y allí, era raro pensar como se puede follar estando tan restringido.
— Será un viaje corto pero que jamás olvidarás.
Pasó la lengua por mi oído y mientras chupaba mi cuello, clavó la palma de su mano en un botón verde y redondo que había al lado de su cara en la parte derecha.
Mientras sus manos ibas a mis pechos y mi cabeza quedaba medio suspendida en el aire porque los sistemas de protección no me dejaban libertad absoluta de movimientos, sentí como se activaba algún tipo de cierre en la cabina.
Su mano derecha conseguía llegar perfectamente hasta mí sexo y acariciaba mi clítoris sin descanso esperando así, que el viaje empezara.
— No me canso de decirte que eres exquisita. Tu cuerpo responde muy bien a las palabras Susy, te gusta que hablen — yo no oía una mierda de lo que decía porque me estaba provocando un orgasmo y mis manos estaban sembradas en las cuerdas que tenía para sostenerme aún, con mis muñecas apresadas — dile a Calum que te diga siempre cada cosa que va a hacerte y disfrutarán mejor del sexo.
Otra vez me parecía que conocía perfectamente a mi novio y a mí.
Pero no tuve ocasión de decir nada, pues un tirón del aparato me hizo darme cuenta que estábamos en marcha ya y a su vez, me provocó finalmente la liberación que estaba a punto ya de tener.
— Cuando esté descendiendo aguanta bien tu arnés con las manos.
Íbamos en ascenso y cada movimiento rústico de aquel aparato era un roce exquisito a mi sexo con el suyo.
Él seguía jugueteando en mi capullo prendedor y yo que no podía hacer nada más que sentir placer y apretar mis amarres, me mordía los labios jadeando.
Cuando estuvimos en la cima, no sé ni cómo, me permití mirar a mi alrededor la hermosa vista de la isla, y de la espléndida y cristalina playa, pero me duró poco pues nos dejaron caer en picada y joder, que dolor cuando se clavó aquel miembro entero en mí.
Recordé sus palabras de aguantarme duro en las bajadas y conseguí así, relajar un poco mi vagina y el dolor pasó a ser placer duro.
No podíamos hablar porque era todo tan intenso y rápido, que solo podías tratar de controlar las ganas continuas que tenías de correrte cada maldita cueva de la bendita montaña.
Sentía que me taladraba por dentro. Cuando la montaña rusa giraba, su miembro daba vueltas introducido en mí y completamente a la merced de los movimientos estudiados de aquel aparto diseñado para follar sin riesgos pero al límite de tu cordura.
Si subía sentías que te extraía los fluidos, pero cuando bajaba y a tan alta velocidad dando pequeños saltos era como una martillo neumático dentro de mí. Aquello fue una experiencia que jamás volvería a vivir y que buscaría por todas las páginas disponibles de internet, alguna réplica para parejas de este artilugio tan peculiar, que invitaba a visitarlo más veces.
Mis piernas abiertas y amarradas, sus manos con la presión del momento, no se habían podido mover de mis pechos y seguían apretando mis pezones sin detenerse. Estaba enloqueciendo de placer y los gritos de todos se mezclaban en el aire, por la adrenalina que provocaba la montaña y por los orgasmos que todos estaba segura, estábamos teniendo.
Explote justo en el momento que se detuvo la montaña y el frenazo, clavó su polla dentro de mí y la pequeña fricción en mi clítoris me hizo correrme.
Aquello sería desde lejos, la experiencia más placentera de la isla del sexo, donde había disfrutado de unos tremendos orgasmos, pero además, de unas tremendas experiencias personales.
Ahora... A por mí novio y mi boda.