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...
Esta vez no tengo ganas de seguir.
Cierro los ojos, abandonándome a mi mismo en la desolación y el desespero de no saber qué me deparará el destino.
Estoy solo.
No sé cuánto tiempo he estado aquí y no sé cuánto más debo esperar para salir.
Extraño al lobo. Su presencia me trajo confort y seguridad.
Ahora su ausencia me golpea con silencio y vacío.
Sus palabras están vivas en mi interior, sin embargo. Permanecen como un constante recuerdo del cual no puedo ni me quiero deshacer.
¿Debo hacerle caso? ¿Debo seguir y no rendirme, no importa que tan oscuro sea el futuro que espera por mi?
¿Lograré encontrarlo después?
Incertidumbre.
De no saber qué ocurrirá conmigo. Así que tomando una profunda respiración, abro lentamente los ojos.
Sigo en el bosque, pero se ve distinto. Hay luz, mucha más luz que antes.
Y ahora la luna es grande y brilla con una tenue luz azul rodeando su circunferencia.
Echo un vistazo alrededor y los árboles comienzan a crecer.
La tierra tiembla debajo de mis pies y las piedras saltan mientras las ramas se extienden a la vez que grandes y hermosas hojas verdes crecen en sus extremos.
Estoy atónito. Jamás había visto algo tan impresionante y profundamente hermoso como lo que ocurre frente a mis ojos en este momento.
Mi cabeza está inclinada hacia atrás, viendo la copa de los árboles llenarse cada vez más de nueva vida.
Ahora el bosque tiene un aspecto completamente distinto.
Ya no es sombrío y tétrico, ahora está repleto de vitalidad y calor, aunque preserva un poco de misterio.
De repente, algo capta mi atención.
«Acércate».
Escucharlo me roba el aliento.
No termino de acostumbrarme a los efectos que causa en mi y eso que ni siquiera he visto como luce.
Antes de poder evitarlo, mis pies me conducen en dirección a la voz.
Doy pequeños pasos al principio, tratando de alargar este momento tanto como sea posible.
«Tenemos tiempo».
—No quiero que te vayas otra vez.
Le respondo al aire, moviendo mi cabeza en todas direcciones con la leve esperanza de poder encontrarlo a la sombra de alguno de los árboles.
Sin poder ver nada, sigo moviéndome. La luz emitida por la luna no es tan intensa como antes, pero transmite una sensación diferente.
Calor.
Una emoción cálida atraviesa mi cuerpo con delicadeza, haciéndome sentir como si de alguna manera perteneciera aquí.
«Sigue moviéndote. No te detengas».
Aprieto las manos en puños y acelero el paso, por temor a que la voz me abandone una vez más.
Comienzo a ver pequeños montones de hierba a mi alrededor. Las diminutas hojas le hacen cosquillas a mis dedos mientras camino, pero me sigo moviendo.
Agua.
Logro ver agua a medida que avanzo. Una breve orilla abre paso a un enorme lago.
El oleaje está en completa calma, mientras la luz de la luna se refleja como espejo en su superficie.
«Es aquí».
Lo siento tan cerca pero a la vez tan lejos.
Ansío sentir su calor, poder tenerlo frente a mí.
Tener la posibilidad de saber si es real o solo producto de mi imaginación voraz y necesitada de una palanca para mantenerme cuerdo.
—¿En dónde estás?
Mi voz sale alta pero temblorosa. Tengo los ojos bien abiertos, procurando ver todo con detenimiento, esperando captar algún movimiento.
—¿Por qué no puedo verte?
El silencio se extiende a medida que permanezco de pie frente a la orilla del gran lago.
En la penumbra de la noche, sus aguas parecen ser de color negro, aunque no me dejo engañar.
«Entra, Xander».
¿Qué?
¿Entrar?
No, no quiero.
—Tengo miedo.
Respondo con entera y cruda honestidad. No quiero entrar ahí, no quiero arriesgarme a que algo me sujete y me sumerja.
Podría morir.
No quiero morir.
¿No ese el punto crítico de todo?
«No temas, mi amor».
—¡¿Quién eres?!
Le exijo sin poder detenerme. Estoy perdiendo el control sobre mis emociones rápidamente y no me gusta para nada esta situación.
—¡Déjame verte!
Mis ojos se llenan de lágrimas rápidamente y antes de poder darle un alto, comienzan a deslizarse por mis mejillas.
Sujeto mis brazos con fuerza, abrazando mi cuerpo, en un intento por controlar los espasmos que me azotan con rudeza.
«Jamás te haría daño, Xander. Eres parte de mí, así como yo soy parte de ti».
Sus palabras accionan algo dentro de mí, mis temblores y mis sollozos se detienen al instante.
Miro al cielo por unos segundos, después cierro los ojos y respiro.
Respiro.
Respiro.
Y de repente, allí está.
Su presencia me envuelve con un leve susurro de amor y ternura que me descoloca de pies a cabeza.
No lo veo, pero de alguna manera sé que está aquí.
Conmigo.
Justo como él lo dijo.
—Te siento.
Susurro, en voz tan baja que apenas sale en un delgado hilo de sonido, la sonrisa en mis labios tan grande que amenaza con dividir mi rostro en dos.
Alegría.
Pura, líquida como el agua, ligera como el viento, sólida como el diamante.
Dicha. En todas sus formas y colores.
Alivio.
Sí, alivio. De poder confirmar que está aquí, que no es un producto de mi imaginación.
No lo veo, solo lo escucho, pero sé que existe. Existe, ya sea para cuidarme o guiarme: no lo sé, pero lo hace.
Eso, por ahora, es suficiente.
«Te siento también, mi amor».
Abro los ojos y observo una vez más el lago.
Tomo una profunda respiración y avanzo. Para cuando mis pies tocan el agua, me estremezco.
No está fría, no está caliente. Es cálida, pero la sensación de calma invade mi cuerpo tan repentinamente que por poco y pierdo el equilibrio.
«Un poco más».
Le hago caso y continúo. Para el momento en que el agua me llega a la cintura me detengo.
Algo llama mi atención nuevamente. En el agua puedo ver el reflejo de algo que va tomando forma, así que alzo mi rostro y fijo mi mirada en esa dirección.
Es un árbol.
Crece y crece desde el fondo del agua, creando olas a su alrededor.
Pero no son hojas lo que nacen en los extremos de sus ramas.
Son luces.
Pequeñas y brillantes esferas centelleantes en forma de hermosos capullos de rosas, engendrando un aura de color púrpura delineando sus siluetas.
La vista es espectacular. Me siento atraído como abeja a la miel y nado hacia él.
Para el momento en que estoy cerca, siento tierra debajo de mis pies, así que empiezo a caminar.
Ahora estoy de pie en una isla con este magnífico y brillante árbol frente a mí.
Y lo más extraño de todo, es que estoy completamente seco. Y no me siento exhausto por el esfuerzo de haber nadado.
Estoy bien. Estoy completamente bien y...
—Estoy aquí.
Informo nuevamente al vacío, esperando a que el dueño de la voz me escuche.
«Lo sé. Yo también».
—Mientes.
No estoy seguro del porqué dije eso, la palabra simplemente salió de mis labios antes de que pudiera detenerla.
—Podría verte si así fuera.
Continúo rápidamente, lo último que quiero es que me deje.
—Podría tocarte.
Y Dios: cuánto necesito hacerlo. La necesidad está a flor de piel.
Quiero más que a nada en este mundo poder estar junto a él.
«No miento, Xander. Aquí, existimos solo tú y yo».
Alzo la mano y acuno con delicadeza una de las flores en mi palma.
Es suave como la seda al contacto. Muevo mis dedos a través de sus pétalos pero de repente se desprende de la rama.
Su unión con el tallo era tan frágil, que una simple caricia mía fue suficiente para que se rompiera.
La arrullo entre mis manos, observándola con admiración.
Su luz se intensifica tanto por unos instantes, que me cuesta mantener los ojos sobre ella. Pero de repente... Desaparece.
Se esfumó sin rastro alguno mientras la sostenía.
Y por alguna razón, su ausencia me afecta tanto que siento como mi corazón se estruja dentro de mi pecho.
Comienzo a llorar otra vez.
—¿Me llevarás contigo?
Suplico entre sollozos y jadeos lastimeros, tratando de controlar tanto mis emociones como mi llanto.
«Tan pronto pueda encontrarte».
—¿Lo prometes?
Caigo de rodillas sintiéndome repentinamente débil.
Siento como si una fuerza invisible tirara mi cuerpo, intentando arrastrarme lejos de este lugar.
No me gusta.
No quiero.
No me quiero ir.
—Promételo, por favor... No quiero luchar en vano.
Llevo mis manos a mi rostro y sigo llorando en desconsuelo.
«Lo prometo, mi amor. Ahora escúchame:
Este árbol nos representa, Xander.
Este árbol nació de nuestro lazo.
Mientras exista, nuestro amor lo hará también».
Levanto mi rostro y observo una vez más los orbes púrpuras de luz en las delgadas ramas.
Me aproximo, aún estando de rodillas y abrazo el tronco del árbol.
Aferrándome con cada gramo de fortaleza en mi sangre, las lágrimas aún se escurren por mis mejillas.
—Lo cuidaré, lo prometo.
La seguridad de mi confesión se apodera de mí, haciéndome sentir completo, como si encajara, como si perteneciera aquí y en ningún otro lugar.
«Lo sé. Ya me lo has prometido antes».
La fuerza que jala mi cuerpo se hace cada vez más potente.
Mi visión se vuelve borrosa y el bosque tiembla, como si llorara también por mi inevitable partida.
“Un terremoto”, pienso al principio.
Pero no, es una energía que sacude mi cuerpo con rudeza, tratando de alejarme de este lugar.
—¡Ayúdame!
Grito desesperado, anhelando para que la voz por fin se materialice y me libere de esta prisión.
No pasa.
Mi cuerpo sigue sacudiéndose y mis pies se separan del suelo, manteniéndome flotando en el aire.
«¡Xander!»
Mis extremidades ahora se sienten pesadas.
Estoy acostado, puedo darme cuenta de eso. Tengo frío, la superficie que me soporta es sólida y lisa.
Trato de moverme, pero no puedo y escucho un tintineo, una breve vibración cuando lo intento.
Todo me duele aunque no me muevo con rudeza. Mi cabeza palpita sin descanso y escucho voces difusas a mi alrededor.
Ninguna se asemeja a la del bosque y no logro distinguir qué es lo que dicen.
Abro lentamente mis ojos y la fuerte luz me hace tanto daño que tengo que parpadear varias veces, mientras logro acostumbrarme a mi entorno.
El techo es completamente blanco, miro a mi alrededor pero no logro distinguir nada, no reconozco el lugar. Las paredes son blancas también y una enorme lámpara se encuentra justo encima de mí.
Pruebo moverme de nuevo, pero no consigo levantar mis miembros. Es ahí cuando me doy cuenta de las restricciones metálicas que rodean mis muñecas y mis tobillos.
«¿En dónde estoy?», pienso, ya sintiendo un leve temor originándose en mi interior.
—Hasta que por fin despiertas, pequeño Xander.
«Oh, Dios, no… Por favor, no».