Capítulo 4
-Jane- dijo su nombre como si estuviera a punto de romperle el corazón.
Ella, sin embargo, hizo todo lo posible para responder con voz tranquila. - Dorian – continuó sosteniendo su mirada. -¿Cambiaste de opinión? Recibí el correo electrónico de objeción.
Jane levantó la barbilla. - Le pido que tenga la amabilidad de abstenerse de lo que allí escribí, para no hacerlo todo más difícil. No trabajaré para ti, y no seré parte del club si eso se te mete en la cabeza de una vez por todas.- El tono de voz era casi aburrido, cansado de ser repetitivo.
Esta vez había jugado la mejor carta, actuando como una adulta y no despotricando sin lograr nada.
-Al diablo con las formalidades Jane. - respondió. - Y, desde hace más de una semana tengo una duda que me sigue aquejando, ¡y por eso no hay respuesta! ¿Por qué tienes tanto odio hacia mí? ¿Qué diablos te hice? - por las buenas no funcionó, tal vez por las buenas hubo alguna posibilidad pienso Dorian tontamente.
¿Cómo se atrevía a fingir que le importaba, que ella era la mala en esta situación?
- ¿Además del hecho de que me presionaron contra la pared con una mano en la garganta? ¿O el hecho de que me veo obligado a renunciar a todo lo que quiero? - Dorian la miró asombrado, mirando hacia la puerta de la sala de reuniones que estaba siendo abierta por dos hombres. Ningún asistente que los anunciara, esa confianza estaba reservada sólo a los socios del club.
Jane apretó los dientes, viviendo la disrupción como profesión . Pensó mirando al mismo joven que los había interrumpido días antes.
Sin dudarlo, el otro hombre caminó rápidamente hacia la gran mesa.
Dorian sentó a sus visitantes y les preguntó si querían un café. Los dos caballeros aceptaron, luego guardaron silencio y esperaron, mirando a su alrededor.
Un tímido rayo de sol se asomó por la ventana, casi como si también se sintiera intimidado por la presencia de esos dos hombres.
Después del primer sorbo, uno de los dos invitados, el poderoso, colocó el vaso sobre la mesa lo que produjo un ruido sordo como el tictac de un viejo reloj de pie, luego miró a Jane.
-Podrías sentarte, me pones ansiosa. - Los labios de Dorian se curvaron en una sonrisa, casi divertido al verla en dificultades.
Ella se giró para mirarlo confundida y sus ojos pasaron del marrón al negro.
-No te preocupes, Alex y Logan son mis queridos amigos- especificó Dorian. ¡Magnífico! Directo a la guarida de los cuervos.
Pasaron varios minutos en los que él los miró fijamente. ¿Sintió un vínculo extraño entre ellos, que eran una especie de culto?
Continuó mirándolos. De unos veinte o treinta años, el que coincidía con el nombre de Alex era el típico hombre americano con cabello rubio, piel bonita y un cuerpo decente, aunque un poco delgado. Siempre sonreía como si estuviera feliz con el mundo que lo rodeaba.
Y aún así...
Jane no se sentía segura con esos hombres siguiéndola. El hecho de que fueran amigos de Dorian empeoró todo.
- ¿Cuántos años tiene? - Le pregunto de repente a la misma persona que estaba observando, la sonrisa nunca lo abandona. Parecía como si viviera en un mundo de hadas.
- Veintidós – respondió, mientras Dorian deslizaba una hoja de papel cubierta de bocetos negros por la mesa.
Jane dudó un par de segundos antes de agarrarlo y mirarlo sin comprender.
Con toda su atención centrada en ese documento, apenas escuchó el silbido detrás de él.
Lo que estaba escrito allí le quitó todo el aire de los pulmones. Jadeó en busca de oxígeno, obligándose a actuar ante ese golpe bajo.
Pensó que se había anticipado a Dorian, que quería enfrentarlo, pero en cambio eso no había sido más que una forma más rápida de cumplir su sentencia de muerte. Porque de lo que se trataba para ella, en ese papel estaba la muerte, la vida y el milagro de Jane.
Dorian le mostró con un solo papel el poder que tenía sobre sí misma y más allá.
Estaba jodida.
Jane se sintió mareada, apoyó un codo en la rodilla y apoyó la frente en la palma de la mano, cerrando los ojos.
- ¿Te das cuenta de tus acciones? - murmuró con voz inclinada.
- Ésta es la única manera - fue la respuesta impasible de Dorian.
- Me da asco que haya gente como tú en el mundo. ¿Subastar mi casa es la única manera? ¿Me estás tomando el pelo? ¡Mi papá se rompió el trasero para conseguir todo lo que tenía! Pero que quieres saber que en la vida siempre has tenido un papá preparado. Pierdo el tiempo hablando con alguien que tiene el coeficiente intelectual de un hámster.- Jane se levantó de un salto y arrojó la computadora que estaba sobre la mesa de reuniones, contra el gran ventanal frente a ella.
-Vamos Jane, no pasó nada diferente a lo que nos pasó a nosotros, no puedes cambiar tu destino.- Dijo Alex, con una sonrisa cómoda; la chica lo miró furiosa.
-Oh sí, esto es nuevo para mí. No puedo cambiar mi destino, ¿quién más sino yo debería apegarme a las reglas del siglo XIX para qué? ¿Terminar siendo fregona? - Dorian sonrió ante esas palabras y finalmente desató la furia. Jane lo alcanzó y le dio una bofetada tan fuerte que la recordaría para siempre.
- ¡Que te jodan, imbécil! - pasó al lado de él para irse, se escuchó un ruido sordo similar a un puño siendo golpeado con fuerza contra un estante.
Casi cerca del ascensor la agarraron violentamente del brazo.
-¿A dónde crees que vas?- Le gritó Dorian en la cara, sujetándola con fuerza con ambos brazos.
La oleada de ira que subía a su garganta le indicó que respondiera del mismo modo.
Por un momento tuvo tanto miedo que estuvo a punto de sufrir un ataque de pánico en toda regla.
Luego, con un tirón brutal, Dorian la empujó hacia el ascensor y la besó violentamente, chocando dolorosamente con los dientes, usando una pasión que los hizo a ambos explotar, como volcanes que llevaban años dormidos y que de pronto volvían a la vida, cargados y inexorable.
La joven se aferró a sus hombros, rascándolo, encontrándose plana contra la pared y Dorian empujándose sobre ella, tanto que le dolía. No podía contenerse y cada acción era arrolladora, impetuosa, salvaje, estimulante y asfixiante.
Aplastada por el culpable que la estaba destruyendo. Estaba completamente perdida, aplastada y desgastada por aquel golpe enfermizo, perfecto para ella.
Las puertas del ascensor se abrieron de repente y Jane despertó de esa capa de rastro, le lanzó una fugaz sonrisa triste y comenzó a salir.
Dorian sacudió la cabeza enérgicamente, inmovilizando sus hombros contra la pared y la mirada que le di hizo arder su alma.
Ningún hombre en el mundo podría haber competido con su belleza, su cabello completamente negro y sus iris de un azul intenso. No pudo evitar mirar esos ojos.
-¡No entendiste una mierda Jane! Nunca podría hacerte daño y parece que no quieres verlo. Sigue jugando conmigo. ¿Qué hay de malo en lo que te estoy preguntando? - Jane, bajó la cabeza. Siempre había tratado de apoyar su independencia, no soportaba a quienes querían imponerle cosas.
-¡Mírame, Jane, mírame! - le pasó el dedo índice por debajo de la barbilla para inducirla
a levantar la cabeza.
-¿Por qué no confías en mí? - luchó por devolverle la mirada decidida a Dorian, después de todo ese lado compasivo suyo la estaba desorientando.