Ley de murphy
Si mi padre pensó que iba a renunciar a casarme es porque no conoce a la hija que tiene.
—Felicitaciones por las calificaciones. – dice mi papá, revisando mi boleta de calificaciones. —Ahora todo lo que queda es la universidad..."
—Aquí está. – digo, entregándole mi carta de aprobación en la Universidad de Barcelona para el curso de derecho. Lo abre, mostrando toda la satisfacción al leer mi carta — Ahora puedes dar la bendición para mi matrimonio.
—Sí, Dália. – dice mi padre, quitándose las gafas para leer. Quería saltar de alegría, pero noto que mis padres tienen una expresión decepcionada, lo que me confunde, ya que hice exactamente lo que él quería. Mi padre me mira y dice — Sabes, Dália en estos meses que han pasado siempre pensé que iba a dejar esta locura y cambiar de opinión .
— Así que me conoces poco, papá – digo apoyada en la mesa — Nunca me rendiré con Carlos...
***
Después de que mi padre dio la bendición, tuve que apresurarme con los preparativos para mi compromiso. Después de todo, habíamos decidido comprometernos un mes antes de que comenzaran las clases en la universidad y casarnos dos meses después. Poniéndolo en números más precisos, tenía tres meses para el compromiso y dos para la boda.
Lo primero que decidí acelerar fue nuestra casa. Carlos estaba totalmente en contra de que buscáramos otra casa, ya que consideraba su ideal para nosotros. Por supuesto, fui en contra de sus planes y me impuse. Después de todo, ni siquiera era suyo, estaba alquilado. Además de ser pequeñito y ni siquiera sería capaz de conseguir que mis amigos nos visitaran o hicieran una fiesta.
—No Carlos. El que se casa quiere un hogar – digo, repitiendo el dicho que siempre dice mi madre.
— Pero Dália… – intenta argumentar Carlos, siendo interrumpido por mis labios. Siento que alguien se manifiesta debajo, así que me alejo sonriendo.
—Sabía que estarías de acuerdo conmigo. – digo dirigiéndome a la puerta de su casa — Mañana pasaré a investigar nuestra casa.
No tuvimos que buscar muy lejos ya que encontramos un hermoso apartamento que acababa de ser renovado en una ubicación privilegiada para nosotros dos. Compramos todos los muebles y todos los días íbamos a arreglar nuestra futura casa. Me encantaba decorar mi casa, al punto de hacerme pensar en cambiar de carrera, pero tal vez era solo el entusiasmo por poder hacerlo todo a mi manera. Como ya había terminado la escuela, pasé el día con Carlos en nuestra casa, hasta la noche cuando llegó la hora de irme a casa, ya que mi padre no me permitía pasar mucho tiempo con Carlos.
—Me tengo que ir…– digo jadeando mientras Carlos chupa mis senos, con locura. Miro mi teléfono despierto y sé que si no llego a tiempo, mis padres vendrán por mí y no quiero darle a mi papá ninguna razón para cancelar la boda. Aparto la cabeza de Carlos y la sostengo con firmeza, diciendo: — Será mejor que paremos ahora, antes de que nos arrepintamos… No olvides nuestro acuerdo.
Carlos y yo nos comprometimos a no acostarnos hasta casarnos. No es que yo fuera virgen y él tampoco, pero queríamos que el momento fuera especial para los dos. Pero la lujuria nos estaba matando a ambos, era casi imposible resistirse.
Me levanto del sofá y me ajusto el sostén. Le sonrío mientras respira hondo pasándose una mano por el pelo. Me abotonó la blusa y me alisó la falda. Camino hacia él y tira de mi pierna, deslizando sus manos por mis muslos, llegando hasta la cinturilla de mis bragas.
—Ahhh Dália…– gime Carlos, emocionado. Beso sus labios y luego me alejo mordiendo los míos.
—Hasta mañana, Carlos. – le digo sonriendo.
Llego a casa un poco más tarde, pero mi papá no me está esperando. Camino hacia mi habitación tratando de ser lo más silenciosa posible, pero escucho un gemido de dolor proveniente de la cama de mi hermana. Me siento en su cama y la veo tocar su espalda.
—¿Está todo bien, Valeria? – Pregunto preocupada.
—Es mi espalda la que me duele tanto. – responde mi hermana con dificultad.
—¿Ya le dijiste a mamá y papá? – Pregunto nerviosa.
—No, debe ser solo el peso de la mochila, nada más.
—Hágales saber mañana. Que tengas dolor hasta ahora no es solo eso –digo Le doy un beso en la frente — Que duermas bien.
El otro día mi hermana le contó a mi madre lo del dolor y ella la llevó al médico para saber qué podía ser. Después de una semana, el resultado del examen cambió mis planes.
—Valéria tendrá que operarse para reducir su seno, ya que tiene un daño grave en la columna de Valeria. – explica mi madre durante el almuerzo del domingo en el que exigió la presencia de Carlos, lo que me preocupó. —El país va mucho más allá de nuestras condiciones...
— El médico recomendó que la cirugía se hiciera en Brasil por la calidad y el menor costo – explica mi padre, tomando un descanso terrible. Carlos toma mi mano frente a mi padre — Y la única fecha disponible es exactamente dos días después de su compromiso. Entonces tendremos que posponer la boda hasta después de la operación y recuperación de Valeria.
—¿Y cuánto tiempo tomaría todo eso? – pregunto, temerosa de la respuesta.
—Cuatro meses. – responde mi padre.
Esa respuesta cayó como una bomba sobre nuestras cabezas. Me llevaría más tiempo de lo que pensaba casarme. Pero respiro y trato de sonreírle a mi hermana que sé que no tiene la culpa de nada.
—Lo bueno es que el noviazgo va a seguir. – dice mi madre, tratando de animarnos, sin éxito.
Empecé a correr con los últimos preparativos para el compromiso, apenas tuve tiempo de ver a mis amigos. Estaba tan absorto en mis notas sobre mi escritorio que ni siquiera noté que alguien se acercó y me tapó los ojos.
—Como Mahoma no va a la montaña. – dice la voz masculina que tanto amo: Julio Castillos. Me doy la vuelta y abrazo a mi mejor amigo — Hola, desaparecida.
—Hola, muchacho. –le respondo. Muestro mis notas y digo— Es culpa del compromiso.
—Hmm... eso es exactamente de lo que vine a hablar contigo. – dice Julio, señalando mis sábanas.
—¿Que pasó? –pregunto, curiosa y aprensiva.
— Estaba en mi casa pensando qué podría darle a Dália Penedo que no tenga ya – dice Julio, yendo a mi cama y acostándose. Coge mi muñeca y la sostiene — Entonces concluyo que ya le he dado el regalo más grande que jamás podría tener: un esposo.
—Si viniste a mi casa con esa excusa de no darme un regalo –digo fingiendo estar irritada— puedes sacar a tu caballo de la lluvia.
—¿Y quién dice que no te daré un regalo? – pregunta Julio, fingiendo estar ofendido. —Un regalo cursi, maravilloso y único que solo yo podría darte.
— ¿Hablas en serio? – Pregunto, asombrada. Me comprometería en el mismo lugar donde conocí a Carlos... inimaginable, pero viniendo de Julio, todo era posible. Lo agarro y lo colmo de besos.
— Menos Dália, menos… – dice Julio, abrazándome —A cambio, tienes que invitar a un compañero que sea mi igual.
— Sabía que tenía un precio – digo sonriendo — Puedes estar seguro de que tendrás a la mujer más hermosa en la fiesta.
—Eso espero. – dice Julio, poniéndose de pie. Me da un fuerte beso en la mejilla y dice — Quién diría que Dália Penedo se casaría...
—Uno diría que iré a tu boda. – profetizo mientras observo la mirada atónita de Julio.
—Ni siquiera viene con ese – dice Julio, haciéndose la señal de la cruz— Me voy, hasta pronto niña.
El hecho de que mi compromiso se trasladara a la casa de Julio hizo que mi lista de 20 personas se duplicara en pocas horas. En consecuencia, tuve que duplicar el trabajo con la decoración, el buffet y muchas otras cosas que se fueron agregando con el paso de los días.
***
Faltaba poco más de una semana para el compromiso y yo estaba a punto de volverme loca en mi apartamento, el único lugar donde no me asfixiaban las preguntas y la presión.
— Hola, amor – dice Carlos entrando al apartamento. Me levanta del sofá y me da un beso que me saca del aire por unos momentos, calmándome. Puedo decir que está de muy buen humor. Carlos sonríe y dice — ¡Estoy de vacaciones!
— ¡Oye! Al menos buenas noticias hoy – digo, tratando de evitar mi irritación.
—Y no eres el único. –dice Carlos, tomando mi mano. Se arrodilla y le pregunta —Dália Penedo, ¿aceptarías pasar siete días conmigo en San Sebastián ?
Esa es la propuesta más indecente que he recibido de Carlos, por dos razones: es verano, hace un calor insoportable, incluso con el aire acondicionado puesto, es imposible dormir, así que ir a un pueblo costero es una tentación, solo imaginar el agua. hielo del mar hasta tiritar. Segundos siete días a solas con Carlos, sin la intromisión de mis padres y con nuestras ganas en alto, sacude considerablemente nuestro compromiso.
— Entonces, ¿qué me dices? – pregunta Carlos, curioso.
—Digo que sí. –respondo sin coraje. Le doy la espalda a Carlos y le digo— El problema es cómo vas a convencer a mi padre para que autorice esto.
***
— ¡Ella no lo hará! – dice mi padre, irritado por la petición de Carlos. Prácticamente gritó hasta el punto de hacerme escuchar a escondidas la puerta de su oficina. Me apoyo en la puerta de nuevo para escuchar lo que está pasando. —Mi hija no viaja sola con su novio.
— Perdón, Ramón. Si no confías en el futuro esposo de tu hija, que está aquí dando su palabra de honor de que no hará nada con tu hija – comienza Carlos, molesto— No tienes que fijar la fecha de la boda, o mejor dicho, tú Puedes desmarcar todo, porque no tendrás más boda.
Prácticamente derribé la puerta, entrando mientras los miraba a los dos. No puedo creer que Carlos acabara con todo por culpa de un viaje. Mi papá mira a Carlos y luego baja la cabeza. Me acerco a Carlos, tomándolo de la mano. Cuando mi papá nos mira a los dos, sé cuáles son sus próximas palabras.
—Has demostrado ser un hombre valiente, Carlos. – dice mi padre, —te autorizo a viajar, pero espero que se cumpla tu palabra.
—Y así será. – asegura Carlos.
¿Lo que puedo decir? Fueron los mejores siete días de mi vida a solas con él. Durante el día paseamos por todo San Sebastián. Conocimos el antiguo puerto de la ciudad y la Playa de la Concha, la playa urbana más bonita de España. Nuestro mayor problema era la noche. Apenas llegamos a la posada, apareció nuestro fuego, casi imposible de apagar. Casi teníamos sexo todas las noches. Entonces, la única forma de aliviar la tensión sin romper nuestro compromiso era el sexo oral.
Como todas las noches, llegamos besándonos y arrancándonos la ropa. Carlos prácticamente rasga mi vestido, desabrochándolo de una sola vez, notando que solo estaba en ropa interior. Me carga y me pone en la cama. Quítame las bragas lentamente. Luego regresa y se acuesta a mi lado, pasando su mano sin tocar mi piel, por todo mi cuerpo. Aunque no siento su toque, el calor de su mano emana de mi piel, haciéndome temblar. Comienza a besar mi cuello, bajando hasta mis senos, donde chupa furiosamente. Luego se quita los shorts y se acuesta encima de mí, sorprendiéndome. Nunca se había atrevido a hacer eso.
—Carlos…– lo regaño, pero toma mis labios, impidiendo cualquier discusión de mi parte.
— Shhh – dice, tocando mis labios con sus dedos. Los chupos, mirando a Carlos que tiene los ojos cerrados. Siento su polla tensarse entre mis muslos. Abre los ojos y dice —No te preocupes, no romperé nuestro acuerdo.
Mueve su mano entre mi muslo y toca mi clítoris, presionando muy lentamente. Me besa y sigue explorando cada parte de mi cuerpo con sus manos. Poco a poco desciende, tocándome sólo con los labios. Dando besos y lametones en mis muslos y en mi entrepierna, hasta llegar a mis grandes labios, pasando su lengua dentro y fuera de ellos. La sensación me hace retorcerme de placer y gemir.
Luego explora mis pequeños labios, lamiendo de arriba abajo, volviéndome loca. Se aleja, resoplando, luego vuelve a jugar con mi sexo.
—Ahhh…Carlos…más, por favor, más. – suplico, como nunca antes lo había hecho. Definitivamente guardó todo lo que tenía para el último día.
Entonces Carlos se sumerge en mi vagina y toca mi clítoris con su suave lengua. Comienza a hacer movimientos circulares lentamente a su alrededor. Luego comienza a hacer movimientos hacia arriba y hacia abajo volviéndome loca... Sabe que estoy cerca de correrme y luego besa la punta de mi clítoris ligeramente hinchado. Carlos luego procede a chuparlo, suavemente . Aumenta la presión con mis gemidos.
—Estoy casi…– susurro más para mí misma de lo que escucha.
Cuando menos lo espero, Carlos introduce su dedo índice dentro de mí, haciendo que mis ojos se agranden. Comienza a mover los dedos y lo ayudo a meterlo todo dentro de mí. Luego comienza a penetrarme con su dedo mientras me chupa. Siento todo mi cuerpo temblar en unos minutos, estoy delirando de placer.
—¡Sí , Carlos, sí! – grito de placer, sujetando con fuerza el cabello de Carlos. Poco a poco siento que mi cuerpo se arquea. Carlos me la chupa con más ganas, saboreando todo mi semen. Lanzo mi cuerpo sobre la cama, prácticamente sin fuerzas.
—El placer fue todo mío. – dice Carlos, levantándose y acostándose a mi lado. Besa mi cara y mis labios.
Deslizo mis manos hacia abajo hasta que encuentro su pene erecto. Le sonrío maliciosamente a Carlos y le digo:
— Ahora es mi vez.
***
En nuestro compromiso estaban todas las cuarenta personas invitadas. La casa de Julio se había convertido en un lujo, tal como lo había imaginado. Me detengo en la entrada viendo la escena donde vi a Carlos por primera vez. Fue realmente increíble cómo en unos pocos meses nuestras vidas cambiaron. No pasa mucho tiempo y aparece Carlos sonriéndome. Viene hacia mí y me besa la mano.
—Te ves hermosa. – me felicita, admirando el hermoso vestido de encaje color rosa té que he elegido para la noche.
—Gracias – le agradezco besando sus labios.
—Es la hora de la cena. – dice mi madre, interrumpiendo.
Nos sentamos a la mesa, uno al lado del otro, cuando él se levanta dándome otro beso en la mano y sosteniéndola.
— Gracias a todos por venir a la noche más feliz de mi vida – dice Carlos. Luego coloca el hermoso anillo de diamantes en mi dedo, sorprendiéndome. No tenía idea de que me había comprado un anillo de compromiso. Se vuelve hacia todos y continúa —Debo admitir que nunca pensé que me reuniría con ella, pero fue bastante insistente. Dijo que se casaría conmigo en nuestro primer beso. – Me toca la barbilla y me mira diciendo — Quiero decir que tu insistencia valió la pena, porque de ti me enamoré Dália y lo sigo siendo. Gracias por demostrarme que fuiste, eres y siempre serás la persona adecuada para estar conmigo... para siempre.
Nunca había llorado tanto en toda mi vida que no pudiera controlarme. Lloré tanto que tuve que recomponerme en el baño. Pero de una cosa estaba segura: Carlos es el hombre al que pertenezco.
***
—Ese vestido no es blanco. – dice mi padre al quinto vestido de novia que he elegido. Era rosado y de encaje.
Respiro hondo y vuelvo al vestidor, molesta. Sé que os estaréis preguntando: ¿Pero elegir el vestido de novia no sería el papel de la madre? Sí, pero mi mamá viajó con mi hermana y terminamos acordando que sería mejor que mi papá fuera conmigo, lo cual fue una mala idea. Eso es porque no quería casarme de blanco, porque ya no era virgen. Pero mi padre no lo creía así, para él o era blanco o no era nada. Después de ese quinto me cansé y me puse mi vestido floreado. Salí del camerino dispuesto a decirle algunas buenas verdades a mi padre... y eso fue lo que dije:
— Está bien – empiezo a señalarlo con el dedo, bajo la mirada curiosa de todos en la tienda —El vestido será blanco, pero yo elijo el modelo.
Mi Padre sacudió la cabeza, asombrado por mi actitud. Jamás en todos esos años le había levantado la voz ... Busco a mi consultora que pronto aparece. El acompaño de regreso a los estantes. De todos los vestidos de la tienda, lo que me encantó fue un corpiño sin tirantes, todo bordado con pedrería. Además de una cola generosa. Tan pronto como mi padre me vio con el vestido, se levantó horrorizado.
— No estarías loco si usaras ese vestido dentro de una iglesia – exclama mi padre. — la mitad de tus senos sobresalen de él.
—Te lo advertí – le recuerdo a mi padre. Le sonrío a la vendedora y le digo —Ese es mi vestido, me lo puedes arreglar .
***
Faltaba una semana para nuestra boda cuando la gente comenzó a preguntarnos sobre nuestra despedida de soltero. Acordamos que lo haríamos juntos, organizando una fiesta en nuestro nuevo departamento, solo para nuestros amigos más cercanos. nuestro único requisito para los amigos es traer solo las bebidas que el resto estaba con nosotros.
Fue una noche muy divertida, especialmente con las historias mundanas de Julio. Después de que sedujo a todos, lo llamé para ver el resto de mi apartamento. Tan pronto como llegamos a la habitación, le mostré lo llena de regalos que estaba.
— Vaya, Dália – exclama Julio, asombrado. Se tira en mi cama y dice — ¿Y cuándo van a estrenar la cama?
— Ahhh si esa cama hablara… – bromeo, lanzándome a su lado.
—¿No crees que te estás adelantando? –pregunta Julio, sorprendiéndome. De todos él fue quien más me apoyó y ahora me hace esta pregunta —No me malinterpretes, sé que todo esto debe ser un sueño, pero hasta el mejor sueño puede convertirse en una pesadilla.
— No tengo prisa – responde levantándome de la cama — Es el hombre que elegí para mí. Y deja de intentar meterme estas dudas en la cabeza.
Y así doy por cerrado el asunto de una vez por todas. Nada ni nadie se interpondría en el camino de mi felicidad.
***
Nuestra boda religiosa iba a tener lugar durante el fin de semana, pero nos casamos por lo civil en un hermoso jueves soleado, solo con la presencia de mis padres. Tan pronto como nos casamos, mis padres nos invitaron a almorzar. Nunca me cansé de mirar a Carlos que ahora es mi esposo.
—Aunque estaban casados a los ojos de los hombres, no lo estaban a los ojos de Dios. – dice mi padre, inconveniente. — Así que nada de ir a una nueva casa, estar solo.
Pero no podía imaginar que un día después, Carlos estaría enfermo, viéndose obligado a quedarse en casa de mis padres para que yo pudiera cuidarlo. Mi esposo tuvo fiebre alta y vómitos todo el día. En el fondo creo que era solo nerviosismo por la boda. Lo cuido todo el día, preocupada, porque ahora que está tan cerca de nuestro sueño, se enferma. ¿Le echaron una maldición a nuestra relación?
—Yo... yo... lo siento – pregunta Carlos, con gran esfuerzo. Tienes la fiebre muy alta, debes estar delirando.
—No es tu culpa – le digo, tratando de tranquilizarlo.
—Te amo, Dalia. – dice Carlos febrilmente.
—Te amo, Carlos. – respondo rápidamente.
El otro día me desperté preocupada, temí que Carlos hubiera empeorado. Me levanté y fui directo a su habitación que está vacía . Luego me dirijo a la mesa del desayuno, donde él y mis padres están desayunando. Si alguien me lo dijera no creería que Carlos estaba sentado ahí como si nada hubiera pasado. Me siento a su lado, admirando su increíble mejora.
—Hoy es el gran día. –recuerda mi madre, sonriendo.
—Sí. – interactúa Carlos, emocionado— Me iré a casa para terminar de arreglar las cosas.
—Voy a ir al spa con mi mamá y mi hermana. – le digo.
—¿Te veo en la noche? – bromea Carlos.
—Absolutamente. – respondo, colocando un ligero beso en sus labios.
Pasé el día en el SPA tratando de relajarme, pero estaba muy nerviosa ya la vez feliz. Finalmente había logrado lo que más anhelo: casarme con el hombre que había elegido.
Me instalé en el SPA, bajo la mirada emotiva de mi madre y el orgullo de mi hermana. Llegamos media hora más tarde de lo esperado. Dentro del coche rezo para que no lloréis mucho y disfrutéis de ese día. Mi papá toca mi mano, haciéndome abrir los ojos.
—Es hora. – dice mi padre, sonriendo.
***
A pesar de mi miedo, entré a la iglesia sonriendo y ni una lágrima se atrevió a correr por mi rostro. Mi padre me entregó a Carlos y mi sonrisa se amplió aún más. Me siento la persona más feliz del planeta. El pastor inicia la ceremonia, pero yo ni siquiera puedo prestar atención, solo admirando lo hermoso que está Carlos esa noche. Me sonríe varias veces y luego es el momento de los votos, siendo iniciado por Carlos quien dice:
—Prometo ayudarte a amar la vida, a abrazarla siempre con ternura ya tener la paciencia que exige el amor. Prometo hablar cuando se necesiten palabras y compartir silencio cuando no se necesiten. Prometo no estar de acuerdo con acordar el pastel. Y vive en el calor de tu corazón. Prometo llamar hogar al espacio entre tus brazos y besarte cada mañana. Prometo hacerte feliz y quererte feliz incluso lejos de mí. Te prometo mi amor eterno – termina de ponerme el anillo en el dedo.
Después de que él dice esas hermosas palabras, es mi turno. Pasé mucho tiempo pensando en qué decir y esas palabras se acercaron más a lo que quería:
— Cuando te conocí estaba segura de que tenía que ir tras lo que quería. Dejé mis miedos y me enfrenté a todo y a todos, solo para estar contigo. Superé obstáculos, ciudades y países, pero mi amor no hizo más que aumentar, cada día más y cada día de una manera diferente. Te amé cuando sonreíste, te amé cuando me enseñaste a vivir mejor, te amé a la primera mirada. – termino de ponerle el anillo en el dedo.
— Por el poder que me ha sido otorgado, los declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.
Carlos me toma en sus brazos y me da un beso tan intenso que parece que realmente quiere que seamos uno. Todos aplaudieron y comenzamos a caminar bajo esa lluvia de arroz.
La fiesta de bodas fue en el restaurante de los amigos de mis padres. Bailamos nuestro primer vals en pareja, escuchamos los brindis de nuestros indiscretos amigos, fotos y más fotos, cortamos la torta y todo perfecto hasta que miré la cara pálida de Carlos.
—¿Estás bien? – pregunto, preocupada por el sudor frío que cae de su frente.
—No me siento bien. – dice Carlos prácticamente corriendo al baño.
Todavía trato de quedarme un poco más en la fiesta, pero estoy cansado de tomar fotos y verlo así. Así que le pido a Julio ya mi amiga Mercedes, que prácticamente se están tragando, que nos lleven al hotel.
***
Nuestra suite era preciosa, con pétalos de rosas rojas por todas partes y un enorme corazón en la cama. Carlos entra prácticamente moribundo. Ya estaba convencida de que no iba a tener una noche de bodas cuando Carlos me abrazó:
—Estoy bien mi amor. No te preocupes, solo necesito tomar un medicamento y finalmente solo.
—Está bien. –responde, sonriendo. Le doy la medicina y voy al baño a ducharme. Antes me meto en el bolso y saco la gran sorpresa de la noche.
Saco la tiara de mi cabello y la dejo ir. Luego me quito todo el maquillaje y voy a tomar una ducha maravillosa. Cuando salgo me pongo la lencería blanca de encaje con la media escogida especialmente para esa noche. Me miro en el espejo y me veo perfecta.
Salgo del baño y no enciendo la luz de la habitación, dejando que solo mi sombra delate mi presencia. Me apoyo contra el portal y pregunto provocativamente:
— ¿Me demoré mucho, mi amor?
La única respuesta que obtengo son los ronquidos de mi esposo, todavía vestido con su esmoquin, durmiendo en nuestra cama .