Gané la batalla, pero la guerra...
Aunque Carlos accedió a salir conmigo, en el fondo sabía que era solo para no estar solo ya que pasaba mucho tiempo saliendo con el otro. Aunque dice que le encanta mi compañía y que siempre lo mantengo de buen humor. Almorzábamos juntos casi todos los días, salí de la escuela y lo esperé en su casa. Pero como dice el título del capítulo, solo había ganado la batalla.
Su ex suegra era muy apegada y aunque sabía que él era novio, tuvo la osadía de ir a limpiar su casa y cambiarle las sábanas. Pensé que se detendría con el tiempo, pero...
Ya llevábamos dos meses saliendo, cuando un día estábamos besándonos en el sofá, después del almuerzo, cuando escucho que alguien abre la puerta. Carlos prácticamente saltó del sofá y se dirigió a la puerta. Escucho la voz de una mujer hablando con Carlos y me levanto yendo hacia la cocina.
— Carlito, espero que te gusten las botanas, las hice especialmente para ti – dice la mujer que tenía edad para ser la mamá de mi Carlos. ¿Y qué era esa historia de llamarlo Carlitos? Ahora voy a limpiar su casa, está hecha un desastre, joven.
—Gracias por los bocadillos, doña Mercedes, pero hoy no será necesario. –dice Carlos muy bajo, seguramente para que no lo escuche.
—No seas tan humilde… La casa necesita limpieza. – dice Mercedes, alejándose.
Esa conversación me hizo hervir la sangre... yo soy su novia desde hace dos meses, yo no tengo la llave de su casa y la ex suegra si? ¡Todavía actuaba como si estuviera solo! Ni siquiera saben quién es Dália Penedo. Me ajusto los pechos en el sostén y aparezco solo en braguita y sostén, apoyando el brazo en la puerta, muy sensual, mientras las dos me miran desconcertadas.
—Amor, ¿va a tomar mucho tiempo? – Pregunto en broma. Carlos casi tiene algo, mientras Mercedes me mira fijamente, roja. La miro de pies a cabeza y le digo —Como soy su nueva novia, cuando salgas deja la llave porque la próxima vez puedo estar completamente desnuda.
Mercedes no sabía dónde poner la cara, aunque yo tengo una idea de un gran lugar, y Carlos también.
—Disculpe las molestias. – pide Mercedes, le entrega la llave a Carlos y se va.
La vi irse con una sonrisa en los labios cuando me di la vuelta y vi la furia de Carlos que tiene las manos en las caderas.
— ¿Que pasó? – pregunto fingiendo ser inocente.
—No tenías que ser tan vulgar. – acusa Carlos.
—Tal vez si me hubieras presentado como tu novia, no habría tenido que hacerlo – respondo, molesta. —Y ya que estamos en el tema: ¿Por qué todavía tiene su llave cuando llevamos dos meses juntos? ¿Por qué ella lo tiene y yo no?
—¿Así que hiciste esto por una llave? – pregunta Carlos nervioso.
—No. Lo hice porque estoy cansada de verte andar por aquí, libre, mientras yo tengo que esperarte. ¿No te das cuenta de que sólo te trata bien porque eres un felpudo para ella, o mejor dicho, para ellos? – Lo acuso, enojada. Lo señalo y continúo— Estoy cansada de ser tu novia dentro de estas paredes mientras no existo afuera.
—Dalia… – dice Carlos, indicando que estoy llegando a su límite.
— ¡Es verdad! Es muy cómodo para ti salir conmigo aquí, besarte, pero eso es todo. ¡Y no solo quiero eso! ¡Quiero más y merezco más! ¡Ya te dije que me voy a casar contigo, Carlos! Así que creo que será mejor que empieces a pensar en dar el siguiente paso si quieres tocar mi cuerpo la próxima vez.
— Por favor, Dália, mejor te vas. Has cruzado la línea si realmente crees que soy ese tipo de persona. – responde Carlos, molesto.
—No tienes que despedirme porque realmente estaba pensando en ir – le respondo, dirigiéndome hacia la sala de estar. Me pongo mi uniforme escolar y me vuelvo hacia él diciendo—Si no eres ese hombre, demuéstralo.
— ¿Como asi? – pregunta Carlos sin entender.
—Cásate conmigo —respondo, mirándolo fijamente. No espero una respuesta inmediata cuando veo la mirada de asombro de Carlos. Camino hacia la puerta y me voy, molesta.
Mientras camino hacia mi casa, me pregunto si realmente terminaría así mi relación con Carlos. Después de todo lo que he hecho, una estúpida pelea lo ha destruido todo.
Entro en la casa y agradezco a mis padres por no estar en la habitación. Pero no tengo tanta suerte cuando entro en mi habitación y encuentro a Valeria tocando la si . Me acuesto en mi cama todavía pensando en la discusión que tuve con Carlos.
— ¿Esta todo bien? – pregunta Valeria, acostándose a mi lado. Ella me abraza y dejo caer algunas lágrimas obstinadas — Luchaste, ¿no?
—Carlos es un tonto. – exclamo, molesto. Miro a mi hermana y sonrío tratando de tranquilizarla — No te preocupes, igual me casaré con él.
—¿Y él sabe eso? – pregunta mi hermana, asustada.
—Ahora lo sabe. – respondo, enigmáticamente.
***
Habían pasado unos días y Carlos ni siquiera daba señales de vida. Y orgullosamente tampoco lo perseguí. De hecho, ya estaba pensando en otra forma de conquistarlo nuevamente .
Estábamos todos sentados a la mesa cenando cuando sonó el timbre. Después de unos minutos apareció nuestra criada para avisarnos quién era:
— Sr. Ramón, disculpe la interrupción, pero el Sr. Carlos Salazar quisiera hablar con usted. Dijo que es importante.
Mi padre, Ramón Salazar, me mira con curiosidad. Pero todo lo que encuentra es la sorpresa de escuchar el nombre de Carlos.
—Disculpen a todos. – dice mi padre, poniéndose de pie. A pesar de que mi padre tiene cincuenta y tantos años, sigue siendo el tipo de hombre que se asusta con sólo caminar. Su cabello gris toca el borde del cuello de su traje negro. Papá, incluso en casa, siempre está bien arreglado. Lo cual es comprensible ya que mi padre es diplomático. Me levanto con él, que me mira sorprendido. Luego ordena —Siéntate, Dália.
—Es mi novio y tengo derecho a ir contigo, ya que también me interesa saber de qué se trata.
—Dália – mi madre reprende mi audacia. Pero ella sabe que soy tan terco como mi padre.
—Déjala, Dulce. – dice mi padre, dándose la vuelta. Casi corro para alcanzar a mi padre. Me mira y dice —Espero que este no sea otro de tus trucos.
Mi corazón se acelera mientras camino al lado de mi papá, tan pronto como aparece Carlos siento que mi corazón se detiene al igual que mi respiración.
— Buenas noches, señor Penedo – dice Carlos, muy pálido, mostrando que está nervioso.
—Buenas noches, Carlos – responde mi padre con cara de pocos amigos — Vamos a mi habitación.
Mi padre se adelanta, dejándonos a mí ya Carlos atrás. Miro a Carlos, que evita mi mirada. Así que me acerco y pregunto casi soplando:
— ¿Qué haces aquí?
—Demostrándolo. – responde Carlos, caminando frente a mí.
Mi padre se sienta en su sillón burdeos mientras fuma su pipa. Me siento en el sofá junto a su sillón, dejando a Carlos solo en el sofá frente a nosotros. Su pierna está temblando, al igual que sus manos que se tuercen. Respira hondo y luego dispara:
— Señor Ramón Penedo, vengo esta noche a pedir la bendición y la mano de su hija Dália Penedo en matrimonio. Sé que suena precipitado, pero quiero que sepas que mis intenciones son las mejores y más respetuosas posibles.
— Pues tienes razón, muchacho – responde mi padre con la pipa en los labios — Llevas dos meses saliendo, dudo que estés preparado para ese tipo de relación.
—Lo estoy – respondo, recibiendo rápidamente la mirada incrédula de mi padre— estoy lista para casarme con Carlos. Sé lo suficiente para casarme con él.
— Carlos... ¿podrías dejarnos a mí ya mi hija en paz? – pregunta mi padre, que no es tanto una pregunta como una orden.
—Sin duda, el señor Penedo – responde Carlos poniéndose de pie.
Tan pronto como mi novio se fue, mi papá se levantó de su silla y se detuvo frente a mí. Puso sus manos en su cintura y me miró por un largo tiempo.
—Antes de considerar la solicitud de ese joven, necesito saber si esto es serio o solo una mala broma. – dice mi padre pensativo.
—Bueno, dijo que tiene las mejores intenciones y le creo. – le respondo con seriedad. —No creo que estés bromeando.
—Sé que no lo es, pero necesito saber de ti: ¿Esto es realmente serio para ti o es solo otra de tus bromas? ¿Te estás tomando este compromiso en serio o pronto te cansarás y cambiarás de opinión? – pregunta mi padre sin piedad. Tus palabras me ofenden. Nunca pensé que mi padre pensara eso de mí — Por qué ese chico está dispuesto a casarse contigo, ahora quiero saber si eso también existe dentro de ti.
—Carlos es el único hombre con el que soy capaz de casarme –responde ella, sincera. Las lágrimas ruedan por mi rostro demostrando la verdad de mis palabras. Amo a Carlos y nada podría cambiar eso.
—Está bien. – dice mi padre con seriedad. Va a la puerta y deja entrar a Carlos a la habitación. Esta vez, mi novio se sienta a mi lado, sus manos heladas agarran las mías. Mi papá se detiene frente a nosotros y dice —Solo pensaré en dar mi bendición si Dália me promete que terminará sus estudios y entrará a una buena universidad.
—Por mí está bien. – dice Carlos, sonriéndome, que no está feliz de escuchar eso. Disparo a mi padre con mis ojos.
—Pero eso va a llevar mucho tiempo. – le supliqué con irritación. —No puedes exigirme eso.
—O prometes, o no te casarás... la elección es solo tuya Dália Penedo", dice mi padre, imponente.