La caza
Tener el número de Carlos es a la vez un plus, también es un lastre. ¿Qué excusa usaría para hablar con él? Sin duda Carlos me iba a preguntar cómo conseguí su número... Después de muchos días de pensar, el único plan que me parecía viable solo podía suceder después de que regresaran las clases. Así que me quedé otros quince días con el teléfono en la mano mientras concretaba la idea. Carlos parece ser el tipo de hombre que ayuda a las doncellas en apuros y eso es lo que seré para conquistarlo, aunque no me gusta mucho ser una joven indefensa.
Entonces, en una hermosa tarde calurosa, me siento con mi teléfono celular en mis manos: es hora de poner mi plan en acción. Marco el número de Carlos y con cada timbre se me acelera el corazón. Mil cosas pasan por mi mente, desde escuchar tu voz hasta que la llamada se desvía al buzón de mensajes. Entonces los timbres se detienen, y ese espacio entre el final del timbre y la anticipación de escuchar tu voz me pone nervioso. Respiro hondo con los ojos cerrados...
—¿Hola? – Contesta la voz espesa de Carlos. Abro los ojos para asegurarme de que no está dentro de mi habitación. Toma aire y dice: —¿Hola?
—Hola…– respondí, mi voz se quebró. Odio cuando estoy nervioso y mi voz se adelgaza. Respiro hondo y digo —Hola, Carlos.
—Hola… – Responde Carlos con tono de duda — ¿Con quién hablo?
—Qué grosero de mi parte – digo seductoramente — Esta es Dália Penedo, nos conocimos en la fiesta de Julio Castillos.
—Oh… claro – dice Carlos, sin mucho entusiasmo. Su tono me irrita, pues parece que mi recuerdo para él es tan significativo como el de cualquier otro invitado — ¿Cómo estás, Dália Penedo?
—Muy bien. – digo con frialdad. Respiro hondo y me olvido de la formalidad de preguntarle cómo está, porque decido ir directamente a mi plan, cambio mi tono a uno más dulce, sin ser irritante — Conseguí tu número de Julio en estos días, porque tengo un proyecto de la escuela sobre la lonja de pesca de Barcelona y me dijo que trabajáis por la zona. me gustaría saber si me podrías ayudar – Las siguientes palabras acaban con mi anzuelo — Ya estoy desesperada, porque no tengo a nadie que me pueda ayudar.
— Claro que puedo ayudarte – responde Carlos más solícito y confirmando mis sospechas: Es un príncipe que no se niega a ayudar a una doncella indefensa — ¿Qué necesitas?
—Muchas cosas. – digo. Así que decido hacer un movimiento arriesgado, sé que puede negarse, pero estoy realmente desesperada... por verlo — ¿No podríamos conocernos en persona? Creo que incluso sería mejor mostrar cómo sería el proyecto... ¿Qué os parece? ¿Cuándo está disponible?
— Me parece una gran idea – dice Carlos emocionado — ¿Qué tal mañana?
— Excelente. – digo rápidamente. Pienso en lo fácil que fue atraerlo — ¿A qué hora?
—Déjame confirmar si mi prometida está disponible. – responde Carlos, casi haciéndome caer de la silla. ¿Novia? ¿Cómo se va a llevar a su novia? Realmente no puedes contar con el huevo antes de que nazca... — Sabes, sus padres también trabajan con peces. Será genial ver nuestra zona valorada...
—¡Guau! – digo casi gritando en el teléfono. Necesito una excusa para salir de este lío — Acabo de recordar que mañana no funcionará... Tengo que estudiar Cálculo... para el examen...
—De verdad, qué vergüenza. – dice Carlos con voz decepcionada. —Pues mira un día que te venga bien y me avisas, estaré a tu disposición.
—Por supuesto, puedo verlo. – digo en voz baja. Puede estar seguro de que será un día en el que su novia no estará presente. Respiro, aliviada de que me escuche y le agradezco — Gracias, no tienes idea de lo agradecida que estoy de que me ayudes.
—Me alegra escucharlo. – dice Carlos tímidamente. Escucho tu respiración y termino perdiendo la noción del tiempo. — Bueno, llámame para programar nuestra reunión. Hasta.
—Hasta pronto, Carlos. – le digo, colgando mi teléfono.
Mi corazón está a punto de salirse de mi boca. Me tiro en la cama mirando al techo, agarro mi teléfono y lo lleno con todos los besos que desearía haberle dado a Carlos en persona.
***
Por supuesto, la excusa del proyecto escolar tenía fecha de caducidad, pero cada vez que intentaba concertar una cita con Carlos, siempre quería poner en medio a su bendita novia. Y en todas utilicé una excusa diferente: enfermedad, viaje, escuela... eso me está poniendo de los nervios. Así que, para quitarme esa excusa de encima, le pido que me mande todo lo que tenía sobre la pescadería a mi correo.
Él, como buen caballero que es, envía rápidamente un correo electrónico enorme con todo lo que se necesitaba, si mi proyecto fuera real, definitivamente obtendría un diez. Pensé en guardar ese correo electrónico hasta que lea el final:
"Tuyo sinceramente,
Carlos Salazar y Antonia Vegas"
No puedo creer que incluso en el correo electrónico tuviera que aparecer. Inmediatamente tiro el correo electrónico a la basura y lo limpio. Esa fue una afrenta que no pienso tolerar. Tomo una respiración profunda y tomo mi teléfono y le envío un mensaje de texto:
"Gracias por el correo electrónico. Me salvaste y siempre estaré en deuda contigo".
No tomó cinco minutos y mi teléfono vibra con su mensaje apareciendo en la pantalla:
"Siempre a su servicio, señorita Penedo".
Muerdo mis labios y luego escribo:
"Llámame Dália, Carlos. Espero devolverte la altura algún día..."
Su mensaje llega poco después:
"Dalia..."
Y así durante los siguientes tres meses intercambiamos mensajes. Pero por lo general no podía resistirme y terminaba llamándolo. Temas ordinarios, como en la escuela, o su trabajo, casi cualquier tipo de tema se discutía entre nosotros. Casi, porque la novia estaba fuera de discusión. Siempre que lo mencionó, se encargó de mostrar mi descontento, pero o fue muy ingenuo o lo hizo muy bien, ya que nunca lo discutió.
Nuestra "amistad" iba muy bien, aparte de que nunca más nos volvimos a ver después del año nuevo. Ni siquiera cuando dije que había obtenido una A en el proyecto falso, no pude celebrarlo con él. Ya me está matando cuando, en un hermoso viernes, suena mi celular. Cuando veo el nombre de Carlos, mi corazón se acelera, salgo corriendo de la sala, donde estaba viendo la televisión con Valeria, al dormitorio. Contesto mi teléfono, incluso antes de recuperar el aliento:
—-Hola ...
—¿Dalia? – pregunta Carlos —¿Estás bien?
— Sí… – Respondo sin aliento — Yo… yo estaba haciendo ejercicio… haciendo unos abdominales…
—¿Desde cuándo haces ejercicio? – pregunta Carlos con desconfianza. De hecho, soy un verdadero sedentario bendecido con un metabolismo rápido.
—Empecé en estos días… No te dije porque no sabía si iba a poder seguir con esta nueva rutina… pero no me llamaste por eso, ¿verdad? –Pregunto nerviosa.
—No... – dice Carlo misteriosamente. Se ríe por lo bajo y continúa —¿Te llamo para ver si quieres salir hoy?
—¿Salir… hoy? – Repito, sorprendida. Por unos instantes me siento flotando en mi habitación, parece un sueño, el sueño que tanto anhelaba. Ahora está sucediendo.
—Dália, ¿estás segura de que todo está bien?” pregunta Carlos, preocupado.
—Sí… acepto salir contigo. – respondo lo más rápido que puedo… con casi toda mi desesperación y alivio.
—Excelente. Nos vemos en Mallorca en una hora, ¿verdad? – pregunta Carlos, emocionado.
—Sin duda. – respondo emocionada.
—Te espero, hasta luego. – dice Carlos colgando.
Lanzo mi celular en la cama y corro al armario, necesito encontrar algo que combine. Descarto los jeans y las blusas, no quiero ser demasiada casual. Sin embargo, también tengo que eliminar la mitad de mis vestidos, no quiero que parezca que lo estoy haciendo fácil.
Así que lo que me queda es un vestido floreado blanco y un vestido morado. Por lo que sé de Carlos, el blanco floreado es el mejor ya que todavía tengo que ser la niña indefensa. Me ducho y trenzo mi cabello castaño oscuro maravillosamente, dejando mi flequillo suelto. Cuando llego a mi habitación, tengo miedo, mi madre está mirando toda mi ropa tirada sobre la cama.
— ¿Lo que está sucediendo aquí? – pregunta con cara de pocos amigos.
—Nada… Estaba buscando mi vestido que estaba prácticamente escondido. – explico, ignorando la situación. Me siento en mi tocador y aplico lápiz labial. Noto que mi madre me está analizando — ¿Qué es?
—¿Vas a salir? – ella pregunta cruzando sus brazos.
—Si, voy. Tengo un proyecto escolar que hacer con Alicia. – Me miento poniendo a mi mejor amiga Alicia en el medio. No te preocupes, ella siempre me cubre y sabe todas las excusas que uso. Por no hablar de que su casa está muy cerca de Mallorca. El crimen perfecto.
—¿Y vas así? – pregunta mi madre desconfiada — ¿Todos disfrazados?
—Sí. – respondo, poniéndome mis aretes de perlas. De acuerdo, soy la princesa perfecta. —Siempre dijiste que debemos estar listos para todo. Tal vez sus padres me inviten a cenar, no puedo seguir yendo y viniendo, ¿o sí?
—Así es – responde mi madre, no muy convencida— ¿Quieres que te lleve?
—Sí – digo, tratando de no mostrar cuánto descarrilaría eso mis planes. Pero si me negara levantaría muchas sospechas. Sin mencionar que sé que podría ser un farol de mi madre. Odia conducir al centro de la ciudad, así que siempre tomamos el metro. — Si no te molesta, sabes lo terrible que es el tráfico los fines de semana.
—La verdad… pensándolo bien, será mejor que vayas en metro – asiente mi madre tocándome el hombro — Solo no tardes mucho en llegar a casa, tu padre y yo vamos a salir y necesito que te quedes con Valeria.
—No hay problema, mamá. Volveré antes de que te des cuenta.
Pero espero que ella no cuente demasiado con eso, porque si es por mí, me pasaré la vida en la cita de hoy.
***
Ese viernes es hermoso, nunca había visto un cielo tan azul y las calles tan tranquilas. A mi alrededor la gente camina feliz. Tomo el metro y frente a mí se sienta una pareja muy joven. Se veían tan enamorados... cómo me gustaría estar con Carlos. Me bajé en la estación que está a dos cuadras del restaurante, miré mi mirada en el espejo de la escalera mecánica. Mi corazón está acelerado, me falta el aire, estoy doblando la esquina hacia el restaurante. Lo veo sentado en una mesa, distraído. Es exactamente cuando lo vi en el nuevo año. Sonrío, acelerando mis pasos, cuando pienso en saludar, mis ojos se abren como platos. Elson se sienta en la mesa donde está Carlos. Casi me da un infarto de rabia, decido irme, cuando Carlos me saluda sonriendo. Por si fuera poco, tuvo que venir hacia mí... con esa sonrisa relajada... con esos ojos verdes...
— Hola, Dalia – dice Carlos torpemente — Me alegro de que hayas venido.
—Hola. –digo irritada. No puedo evitar preguntar — ¿Qué está haciendo Elson aquí?
—Yo también lo invité – responde Carlos despidiéndose de su amigo— Vine a llevar a Antonia al trabajo y luego, como tengo que esperar a que se vaya, llamé a Elson. Y, por supuesto, a ti también, ya que siempre concertamos una cita para salir. ¿Lo haremos?
Paso junto a él, molesto. Esa no era exactamente la tarde que había planeado pasar con él. Mientras hablamos, me pregunto si es tan puro que no entiende mis verdaderas intenciones. Elson sonaba como un grajo hablando sin cesar, mientras yo permanecía monosilábico. Le agradecí inmensamente cuando el hermoso día se volvió ventoso, indicando que se avecinaba una tormenta.
—Me tengo que ir – digo, levantándome a toda prisa. Creo que esa fue la frase más importante que dijo durante la conversación— les prometí a los padres que llegaría temprano a casa.
—Está bien. – dice Elson. Me guiña un ojo y me dice —Un placer hablar contigo.
— Qué pena que ya te vayas… – dice Carlos, poniendo cara de decepción. Casi renuncio a la idea de irme cuando dice —Estaba planeando presentarte a mi prometida. Le hablo tanto de ti que creo que es hora de que se conozcan.
—Adiós – digo, girándome fríamente hacia la calle.
Eso cruzó todos mis límites. No puedo quedarme ni un minuto más con Carlos. ¿Cómo se atreve a tratarme como si yo fuera… yo soy… su amiga? Las gotas de lluvia empiezan a caer y tengo que correr para llegar a la estación. Dentro del metro, mis lágrimas de ira comienzan a caer. Nunca nadie me había tratado con tanta indiferencia como Carlos.
Mi ira no pasa hasta que llegue a casa. Paso junto a mis padres y voy directamente a mi habitación. Me quito ese estúpido vestido y me tiro en la cama, golpeando mi almohada como si se pareciera a Carlos. Tres meses esperándolo y nada..., pero el enfado aún permanece, hasta que decido tomar mi teléfono y llamar a Carlos... Estoy cansada de esperar, es hora de jugar de verdad con él, aunque destruya. todo lo que construí. Tarda un rato, pero contesta y antes de que diga su famoso hola, disparo:
—No sé si te diste cuenta, pero no quiero ser tu amiga, nuestra relación nunca será la de amigos. ¡Quiero estar contigo! Así que cuando envíes a tu prometida, ¡llámame! Bueno, ¡estoy cansada de este juego del gato y el ratón!
—Dália.... – comienza a decir Carlos, pero no me importa. Cuelgo en su cara.
Me acuesto en mi cama y respiro hondo. Incluso si este acercamiento directo lo aleja de mí, no me importa. De hecho, no me importa nada más.
***
Un mes más tarde...
Ese mes fue el peor que he tenido en años... Mi orgullo no me permitía llamar a Carlos y a él no parecía importarle cómo estaba. Así que me concentré en mis estudios y el juego, manteniendo mi teléfono lejos de mí. Estaba tan distraída que ni me di cuenta de que mi hermana se acercaba al escritorio, Valeria me toca el hombro casi haciéndome saltar.
—¡Ay, qué susto, Valeria! – digo poniendo mi mano en mi pecho, asustada — ¿Qué pasa?
—Tu teléfono está sonando. – responde Valeria con seriedad. Extiende el teléfono hacia mí y en la pantalla aparece el nombre de Carlos. Mi corazón se acelera, siento que mis piernas tiemblan como un palo verde, tengo miedo de responder y él destruirá mis expectativas. Sé que le dejé muy claro que se suponía que me llamaría cuando estuviera soltero. Mi hermana sacude mi celular con impaciencia. — ¿vas a contestar o no?
—Lo haré – digo, arrebatando el teléfono de las manos de mi hermana. Respiro hondo y respondo — ¿Hola?
—Dalia… ¿Quieres salir conmigo? – pregunta Carlos nervioso.
—¿Y tu prometida? –Pregunto con orgullo.
—No… hay… más… novia. – responde Carlos muy despacio. Respiro aliviado, pero no digo nada — Si quieres conocerme, te espero en Plaza España.
La llamada se queda en silencio y estoy saltando de alegría. Esta vez elijo un pantalón negro más ajustado y una blusa blanca. No quería arriesgarme a disfrazarme y mirar barcos. Salgo de casa sin molestarme en decírselo a mis padres, siento que no puedo perder mucho tiempo.
Tomo el metro, nerviosa. ¿Y si llego allí y es mentira? ¿Y si se llevó a un amigo? ¿Qué pasa si solo quiere usarme como un hombro para llorar? Niego con la cabeza, negándome a pensar en esas cosas negativas. Conquisté a Carlos, lo sé, lo siento en cada parte de mi cuerpo.
Me bajo del tren y corro hacia la plaza. Me pongo nerviosa cuando no puedo encontrarlo. Miro a varios hombres que pasan, luego camino hacia la fuente, con la cabeza gacha. Quizás ya se había ido… al menos eso pensé hasta que encontré a Carlos sentado al borde de la fuente. Me siento aliviado de verlo. Camino más rápido, sonriendo. Me ve, me devuelve la sonrisa y se levanta, acercándose a mí.
— Hola, Dalia… – dice Carlos, nervioso. No me toca, ni siquiera me quiere abrazar, solo me señala fuera de la plaza diciendo —¿Ya almorzaste? Elegí un excelente restaurante brasileño para ir a... TN... si quieres.
—Sí. – le digo, admirando su rostro.
— ¿Prefieres ir en metro o en taxi?
—Taxi – digo, sonriendo.
Salimos de la plaza sin intercambiar una palabra. Mientras esperábamos el Taxi, Carlos empezó a hablar demasiado, demostrando que estaba muy nervioso. Tiene más cuando me mira, lo cual es una buena señal para mí. Pero no me importaba que rompiera porque su prometida estaba embarazada del hijo de la vecina, y nunca tuvieron sexo, y mucho menos que pasó hace dos semanas, que no podía concentrarse en el trabajo... Así que por impulso, Me acerco y digo:
— ¿Por qué no te callas y me besas pronto?
Sus ojos casi se salen de su rostro ante mi pregunta. Me atrae hacia él, envuelve sus brazos alrededor de mi cintura y me aprieta, mientras sus labios tocan los míos, intensamente. Siento que mis piernas se tambalean, pierdo la noción de dónde estoy. Definitivamente es el mejor beso que he recibido en mi vida. Se aleja de mis labios, así que gimo suavemente, haciendo que Carlos sonría. Luego llegó el taxi y nos subimos, me tomó de la mano pero no dijo nada hasta que llegamos al restaurante.
Tomamos una mesa afuera para admirar la belleza local mientras tomábamos una caipiriña esperando que llegaran nuestros platos. Hablamos de cosas triviales. Almorzamos y luego decidimos caminar por la región. Durante el paseo decidimos hablar de nosotros, de nuestros planes para el futuro... Entonces Carlos me pasa el brazo por los hombros y dice:
—No quiero una relación seria. Nada contra ti, pero acabo de salir de una relación de tres años y sabes lo que pasó. No quiero pasar por lo mismo y luego descubrir que fue una mentira. Así que creo que será mejor que nos quedemos y nada más.
—Puede que no lo creas, pero nos vamos a casar. – profetizo con seriedad. Sé que me casaré con él, aunque diga esas palabras.
Carlos se ríe de mi cara y me da un beso en la frente diciendo:
—Dalia, mi dulce Dalia. Deja que el tiempo decida eso... disfrutemos el ahora, ¿de acuerdo?
Niego con la cabeza y lo beso, responde rápidamente. Me agarra y empezamos a besarnos allí mismo. Solo abrazos y caricias durante mucho tiempo. Suena mi teléfono y sé que son mis padres locos detrás de mí. Me toca la cara y dice:
—Necesitas irte.
—Sí, pero ¿nos volveremos a ver? – Pregunto, curiosa, probando a Carlos. Necesito saber lo que realmente está en su mente.
— Hagamos una cita cuando tengamos tiempo, ¿de acuerdo? –Contesta Carlos, como imaginé, evasivo.
Llego a casa y mi familia ya se ha ido, lo que me da tiempo para pensar en esta tarde. Mi sexto sentido nunca falla, siento que, si no insisto, nunca lo volveré a ver. Había ganado una batalla, ahora falta la guerra. Necesito conquistarlo de una vez por todas, para que me invite a salir. Luego nos comprometeríamos y finalmente me casaría con él. Entonces me doy cuenta que estoy realmente enamorada de él, como nunca lo he estado con nadie y eso me da fuerzas para seguir con mi misión: Casarme con Carlos Salazar.
***
Al día siguiente le envié un mensaje de texto preguntándole a qué hora iba a almorzar y dónde. Me dice que estaría en casa para almorzar a la 1:30 pm, perfecto para mi plan. Así que tuve que calcular el tiempo para salir de la escuela y reunirme con él a su servicio, salgo de la escuela a la 1:00 p.m. así que solo tengo media hora para encontrarme con él y arriesgar todo lo que tenía para ganarlo. Ni siquiera puedo concentrarme en clase pensando en mi plan, porque existe un gran riesgo de que, incluso si lo hago, mantendrá su posición y no querrá tener nada que ver conmigo. Entonces no habría nada más que pudiera hacer y estar indefenso no es realmente mi posición favorita.
Apenas suena el timbre y ya estoy corriendo hacia la puerta de salida. Tomo el metro y miro mi reloj, minuto a minuto. Prácticamente empujo a la gente delante de mí para pasar. Corro las últimas cuadras para llegar al trabajo de Carlos. Cuando doy vuelta en la esquina de su servicio ya se va, corro hacia él y lo tomo del hombro. Carlos voltea y me mira asustado.
—¿Qué haces aquí, Dalia? – pregunta, sorprendido.
—Yo… vine a sorprenderte – digo sin aliento. Me enderezo y le sonrío — tengo una sorpresa para ti.
—¿Además de este? – pregunta Carlos, curioso.
—Sí. – respondo, mordiéndome los labios. La tomo del brazo y camino a su lado — Almorcemos, tengo hambre. Y quiero probar tu comida.
—Está bien. – responde Carlos, sonriendo.
Llegamos a su casa, que está muy ordenada para los que viven solos. Me lleva directamente a la cocina y comienza a preparar el almuerzo.
—Entonces, ¿cuál es la sorpresa? – pregunta Carlos, curioso.
—Solo después del almuerzo. – respondo, mordiéndome el labio.
Ni siquiera come su comida, de hecho, yo tampoco, los dos estamos ansiosos por que termine el almuerzo. Mientras él se va a alistar para el trabajo, yo pongo los platos en el lavaplatos y voy a la sala. Miro el reloj y sé que solo tengo 20 minutos para que cambie de opinión sobre las citas. Tan pronto como entra en la habitación, golpeo mis manos en el sofá, haciendo que se siente a mi lado. Me siento en su regazo y toco su cabello, no puedo creer que lo tenga ahí, frente a mis ojos. Tomo una respiración profunda, necesito concentrarme en el plan.
— Mi sorpresa tiene una condición: si después de lo que pasó hoy ya no quieres salir conmigo, te dejo en paz y nunca más te llamo ni te mando un mensaje. Pero si te gustan mis argumentos, tendrás que considerar el tema del cortejo.
Sin esperar respuesta de Carlos, lo beso intensamente. Beso su barbilla, su cuello y hago mi camino hacia abajo hasta que estoy de rodillas frente a él. Se sienta en el sofá, sorprendido. Confieso que a mí también me sorprende mi atrevimiento. Le desabrocho los pantalones y me está esperando derecho. Le sonrío y lamo de arriba abajo con solo la punta de la lengua. Entonces empiezo a chupar con gusto. Con cada chupada, siento que Carlos se estremece. Toca mi cabello, sosteniéndolo mientras sigue el ritmo de mi cabeza. Lo miro una vez más, lo que lo hace gemir. Mi mano lo masturba, mientras la otra acaricia sus testículos. Paso mi lengua a lo largo de su glande, como si estuviera chupando un helado. Lamo su glande al mismo tiempo que me masturbo.
Miro a Carlos, veo su expresión de placer, luego le acaricio los testículos con la lengua. Hago una suave succión con mi boca, haciéndolo gemir de placer. Luego me subo lentamente y pongo toda su polla en mi boca. Mientras siento la erección de Carlos y su excitación, más acelero el ritmo. Él tira de mi cabello con más fuerza, rugiendo de placer... Luego se pone rígido, gimiendo en voz alta, mostrando en realidad que no sabía lo que era desde hace mucho tiempo. Viene y para su sorpresa trago sin miedo. Voy al baño mientras él se recompone en el dormitorio. Ese era mi todo o nada y sé que ahora estoy en sus manos. Cuando salgo, él está sentado en el sofá todavía desconcertado por todo lo que ha pasado. Me detengo frente a ti y digo, dulce:
—Tienes una semana para pensarlo y darme una respuesta definitiva.
Camino hasta su puerta y me dirijo a casa, pensando. Cierro los ojos rezando para que reconsidere y se quede conmigo, porque ya no sé cómo vivir sin él.
Llegué a casa y actué como si nada hubiera pasado. Ni siquiera le dije a mi hermana lo que había hecho, pero ella sabe que algo anda mal, así que decido no cenar. Por suerte para mí, ella no me pregunta nada al respecto. Estoy casi dormido cuando suena mi celular: Carlos aparece en la pantalla. Respondo a toda prisa, con el corazón en la boca. No puedo creer que ya tuviera mi respuesta:
—Hola, Carlos. – digo, tratando de mantener la calma.
—Hola, Dalia – responde Carlos nervioso —Te llamo para avisarte que… voy a aceptar tu propuesta.
Dos semanas después vino a mi casa y le pidió una cita a mi papá. gané la batalla...