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La ponzoña

Se quita la corbata y me cubre los ojos. Sus manos pasean por mi silueta y me lleno de gemidos ansioso por él. Me muerdo los labios y saboreo mi propia sangre en medio de la mordida. Soy un propósito que quiero que vea que no puede tener. Me seduce saber que su desesperación le pone a mis pies y ni siquiera tiene valor para hablar...está a mi merced como yo alguna vez estuve a la suya.

Los dedos me recorren el sexo, tocan suavemente mis pliegues y separan sus carnes haciéndome rugir y exigir en un bramido un preservativo cuanto antes. Él gruñe de regreso  y me mantiene quieta cuando se pone entre mis muslos, respira mi aroma con una inspiración fuerte y profunda y pasa entonces la lengua por mi volcán caliente y desesperado. Yo grito y me retuerzo colgando del techo. Me vuelve loca y le extrañaba tanto,  que todo se siente más intenso y animal. Tan visceral...

Es que es su olor me desquicia, sus manos me poseen y su cuerpo...Dios, lo reconzoco hasta de lejos. Me llora el coño por él y le mojo la lengua con mi sabor. Le quiero dentro ya y sé que cuando me penetre y vea lo mojada que estoy se va a enfadar...eso me pone más caliente aún, saber que pierde el control conmigo como yo lo pierdo con él, me fascina. Sabrá que he deseado a otro...al menos mientras dure el polvo. Quiero que se ponga bestia, y eso estando embarazada no es algo que podre obtener de la forma habitual.

Me enredo bien las cuerdas y me dejo caer hacia abajo, contra su boca gritando de placer. Sus manos me aprietan los muslos a la misma velocidad en que su boca me come la vulva y mis ojos lloran de deseo contra su corbata, que ha fijado alrededor de mis ojos previamente.

—¡Más, dame más que esto! —grito resbalando contra sus labios intentando que me arranque el orgasmo de un plumazo.

Trato entre gritos de impulsar el potencial creativo de ni experto amante y marido y siento por la forma en que obedece, que se pone bruto y enfadado. Le gusta saber que me da todo lo que necesito pero oír que pido más...y supuestamente a otro, no lo gestiona bien y mientras él lucha consigo mismo yo disfruto de sus atenciones. Lo he vuelto una marioneta entre mis piernas y lo estoy explotando al máximo.

—¡¿Quién te crees que eres, para tratarme así?!

Saca su boca de mi centro y clava los dedos en mi interior sacándome un grito de sorpresa y satisfacción.

Su voz es como un canto a la lujuria, una vuelta al estado lascivo justo y necesario para no olvidarlo jamás. Sentirlo así de explosivo es lo que lo hace único e insuperable para mi. Pero sé que yo también lo soy para él.

Me da la vuelta entre las cuerdas, sostiene en su puño mis muñecas ahora presas por sus manos y deja mi orgasmo suspendido en el limbo del deseo.

—Soy la única que puede hacerte esto —arranca ambas máscaras y las lanza furioso al suelo, envenenado en ira —. La dueña de tu ponzoña. Esa soy yo.

No importa quien crea ser...lo importante es lo que los dos sabemos qué soy.

Casi puedo sentir el orgullo entre sus pensamientos pero está furioso porque pretendía entregarme a otro y algo me dice que no se sorprende de ver que yo no lo hago al verlo. Sabe...y yo también, lo que los dos sabíamos.

—¡Eres mía!

—Y tu dueña...—apostillo.

Nos sostenemos la mirada por algunos segundos y cuando sus ojos viajan a mis labios aparto el rostro...no quiero que vea el hambre de él que tengo. No quiero que sienta lo mucho que me jode que haya decidido acabar con el juego pero entonces, entonces dice algo que no esperaba:

—Siempre tuyo, siempre mía...siempre nuestros —me suelta y me ayuda a ponerme derecha.

—Que poético para un patán peligroso como tú.

No responde nada. Solo se acerca a mi vestido, lo recoge y se arrodilla ante mi para ponérmelo desde abajo tropezando en la piel que tanto le ama. Así hace con mis zapatos y máscara y cuando se acomoda su ropa en el más devastador silencio...concluye...

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